lunes, 18 de abril de 2022

Un día muy salado…

  Finalizada la reunión del CLAG, permanecí el fin de semana en Bogotá, con el fin de conocer algo más de la ciudad y de sus alrededores, ya que durante mi estada anterior, tres años atrás, me habían quedado varios lugares pendientes.

Y uno de esos lugares era la Catedral de la Sal, que se encontraba en la localidad de Zipaquirá, a poco más de cincuenta kilómetros al norte de Bogotá. Así que el 29 de mayo por la mañana tomé el TransMilenio, que tardó casi una hora, y en el cual, a pesar de ser sábado, viajé bastante mal.

Llegada a Zipaquirá comencé a caminar por sus calles, que en gran medida mantenían el estilo colonial, conservándose edificios representativos de hechos políticos de gran importancia nacional, por lo que el Centro había sido declarado Patrimonio Histórico y Cultural de Colombia.

Como en toda ciudad americana de origen hispánico, frente a la plaza principal se encontraban los principales edificios públicos y la catedral. Y este caso no era la excepción. Lo primero que divisé fue el Palacio Municipal y la Administración de las Salinas, con sus techos verdes estilo republicano.

   

Edificios públicos frente a la plaza principal de Zipaquirá

 

La plaza se llamaba González Forero o de los Comuneros, que si bien era seca, contaba con varias palmeras de gran altura… 

Plaza de los Comuneros en el Centro Histórico de Zipaquirá

  

Había una gran cantidad de palomas, que como en todas partes, eran la atracción de grandes y chicos.

 

Palomas en la plaza principal de Zipaquirá

  

E imponente, se encontraba la Catedral de la Santísima Trinidad y San Antonio de Padua, más conocida como Catedral Diocesana de Zipaquirá para distinguirla de la Catedral de Sal, que sólo era un sitio turístico y no una sede episcopal.

 

Catedral de la Santísima Trinidad y San Antonio de Padua de Zipaquirá

  

Zipaquirá era una de las ciudades más antiguas de Colombia, ya que sus orígenes antecedían a la época de la conquista. Los nativos que allí habitaban se ubicaban en la parte más alta llamada “Pueblo Viejo”, donde a la llegada de los cronistas españoles (1536), se alzaban un centenar de viviendas con una población de más de mil personas.

 

Peatonal del Centro de Zipaquirá

  

Pasé un buen rato caminando y observando la arquitectura del lugar que me agradó muchísimo, teniendo en cuenta que hasta los edificios de las instituciones bancarias guardaban el estilo, sin la construcción de elefantes blancos que desequilibraran el conjunto.

 

Banco de Bogotá – sucursal Zipaquirá

  

Todas las fachadas céntricas muy bien conservadas, siendo de hecho, un centro turístico tanto de carácter nacional como internacional.

  

Fachadas muy bien conservadas en todo el casco histórico de Zipaquirá

 

Los habitantes locales también podían disfrutar de ese gran patrimonio cultural ya que muchas viejas casonas habían sido recicladas como sede de instituciones de diversa índole.

  

Club Recreativo USISA – Ambiente Familiar

 

Las edificaciones que estaban deterioradas fueron refaccionadas respetando la fachada original y muchas de las nuevas se construyeron de la misma manera para no desentonar. 

 

Típica edificación de Zipaquirá

  

Pero el mayor atractivo de Zipaquirá era que había sido uno de los centros de explotación de sal más importantes de Colombia, por lo que se la conocía como la “Ciudad de la Sal”, y por eso gran parte de la excursión tenía que ver con esa actividad. 

 

Vista exterior  del Parque Temático de la Sal

  

Así que me dirigí al Parque Temático de la Sal, que consistía en un predio de alrededor de treinta hectáreas de espacios verdes, rodeado de naturaleza donde se podían realizar actividades deportivas y visitar el clúster turístico dedicado al sabroso mineral.

  

Bienvenidos a la Catedral de la Sal de Zipaquirá - Primera Maravilla de Colombia

 

La temperatura ambiente era de alrededor de quince grados centígrados, lo que para mi gusto era sumamente agradable, por lo que disfruté muchísimo de la caminata por los bosquecillos del lugar.

                                        

Bosquecillo en el Parque Temático de la Sal

 

Pero como todo el trayecto era en subida, de todos modos entré en calor, y antes de proseguir con el paseo, hice un alto en el camino para tomarme un delicioso helado de sabores que no existían en Argentina, como arequipe, feijoa, curuba, guanabana…

 

Muchos de los sabores eran nuevos para mí

 

A medida que continuaba ascendiendo, el paisaje se tornaba más bonito porque podía visualizar con mayor nitidez la cordillera Oriental en el altiplano cundiboyacense, de más de dos mil setecientos metros de altura sobre el nivel del mar.

 

Cordillera Oriental desde el altiplano cundiboyacense

  

Por fin llegué a la plaza del Minero, lugar central desde donde se podía acceder a todos los demás sitios del Parque.  

Plaza del Minero

  

Y allí había un muro de escalada con forma de Ceiba, imponente estructura inspirada en ese árbol por su fuerza y gran tamaño.

 

Muro de escalada con forma de Ceiba

  

Lejos de treparme por la Ceiba, me dirigí primeramente hacia el sector donde se mostraban las particularidades del yacimiento y se daban explicaciones sobre las características geológicas del lugar.

Los depósitos de sal de las Montañas de Zipaquirá tenían una data de doscientos millones de años. Bajo presión y calor, la sal se desplazó de manera similar a la de los glaciares, perdiéndose el rastro de la estratificación y creándose una masa homogénea. Treinta millones de años atrás, durante el Terciario tardío, la acumulación de los depósitos formó montañas por encima del nivel del altiplano, facilitando la excavación de túneles para su extracción.

  

Minerales salinos y otros secundarios

  

Los estudios practicados en el lugar por arqueólogos y geólogos habían demostrado que la explotación de las minas se daba desde el siglo V, correspondiendo a una de las principales actividades económicas y al desarrollo de la cultura Muisca.

 

Paredes de la antigua mina

  

La antigüedad y trascendencia de las salinas de Zipaquirá fueron ampliamente referenciadas por Alexander von Humboldt, en la visita que realizara al lugar en 1801. Humboldt hizo una comparación de este yacimiento con los que había visto en Europa, destacando la importancia de dicha explotación en la economía y la especial relevancia que tenía para los gobiernos en concepto de recaudación fiscal. En su libro “Memoria razonada de las salinas de Zipaquirá”, desechó la idea de que la mina estuviera unida a otras formaciones como las explotadas en Nemocón y Sesquilé; evaluó su capacidad; y criticó la manera en que se había abierto la excavación, señalando que sería un inconveniente para el futuro. Recomendó que la explotación se efectuara por medio de galerías, tal como en Europa, ya que las minas dedicadas a la explotación de sal gema no requerían de apuntalamiento con madera, que las hiciera más costosas.

  

Moderna máquina extractora de sal gema

  

Pero la gran perla del parque temático era la Catedral de Sal, construida en el interior de las minas como sitio turístico, ya que no constituía la sede de ningún prelado.

La visita podía realizarse abonando un arancel, esperando luego la concentración de un determinado número de personas, y eligiendo entre el español y el inglés, según el idioma preferencia para la explicación por parte de los guías especializados.

   

Entrada a la Catedral de Sal subterránea

  

Los circuitos estaban predeterminados, pero debido a la escasa iluminación, y a la imposibilidad de visualizar la salida, algunas personas sintieron claustrofobia, y en algunos casos, tuvieron que ser retiradas prematuramente; pero a mí me dio una sensación de paz indescriptible, y una gran emoción por encontrarme en las profundidades de la tierra. No por eso dejé de sentir cierto temor debido a que se trataba de una región de importante actividad sísmica por encontrarse en la placa tectónica sudamericana. 

Las paredes estaban muy frías y húmedas, y sobresalían luminosas las afloraciones de sal gema por todas partes.  

Afloramientos de sal gema en las rocas del interior de la Catedral

  

Internándonos en la galería de acceso encontramos las estaciones del Viacrucis (Vía al Calvario), que consistía en pequeños altares tallados en roca de sal. Ese tramo tenía trescientos ochenta y seis metros de longitud.

 

Estación del Viacrucis realizada íntegramente en sal

  

Era en esos lugares donde algunos visitantes pretendían permanecer un rato orando, pero eran llamados a continuar la recorrida para posibilitar que otros pudieran ingresar.

 

Tenue iluminación en las estaciones del Viacrucis

 

Continuamos el recorrido y nos dirigimos hacia los balcones sobre las cámaras, el coro y las escaleras del laberinto del nártex, lugar destinado a los penitentes y a los catecúmenos (no bautizados).   

Galería laberíntica de la Catedral de Sal

  

Y después de haber pasado por lugares angostos y sumamente oscuros, aparecimos en la nave central, donde se encontraban el Altar Mayor, (pieza original de la primera Catedral) y el comulgatorio que separaba el santuario de la Asamblea, todo bajo una cruz luminosa que parecía estar suspendida en el aire. 

Nave central de la Catedral de Sal donde se concentraban los visitantes

  

La cruz era algo increíble. En teoría debería ser de sal, pero todos nos preguntábamos de qué manera podrían sostenerla. Y pronto la incógnita fue develada. La cruz estaba verdaderamente hecha de sal, pero como bajorrelieve del muro. Tenía dieciséis metros de altura por diez de ancho y ochenta centímetros de profundidad, y debido a su iluminación daba la sensación óptica de estar flotando sobre el Altar Mayor. Había sido tallada en 1992 por Acrópolis Ing. Parada – Díaz – Sandoval.

   

Cruz de sal en bajorrelieve bajo efectos lumínicos

  

Las minas tenían tradición de santuario religioso hecho por los trabajadores antes de la construcción de la primera Catedral en 1954, que estaba dedicada a Nuestra Señora del Rosario, Patrona de los Mineros. Ese templo contaba con tres naves grandes con columnas improvisadas dominadas por una gran cruz iluminada. Con el paso de los años, esa iglesia se volvió insegura debido a fallas estructurales siendo cerrada en 1990; y en 1995 fue inaugurada la nueva Catedral.

La nueva Catedral se había comenzado a construir en 1991, sesenta metros por debajo de la antigua. El Instituto de Fomento Industrial, la Concesión Salinas y la Sociedad Colombiana de Arquitectos habían abierto un concurso con el fin de escoger el mejor diseño, siendo el ganador el del arquitecto bogotano Roswell Garabito Pearl. En cuanto a las técnicas de construcción estuvieron a cargo del ingeniero Jorge Enrique Castelblanco Reyes, también oriundo de Bogotá.

  

Una nave menor entre paredes de sal

  

Además de la riqueza que implicaba el hecho de la construcción de semejante obra subterránea, podían apreciarse diferentes obras escultóricas realizadas en sal y mármol, como “La Marcha del Minero” del artista Luis Alberto Forero.

  

La Marcha del Minero de Luis Alberto Forero

  

En la profundidad de la nave central se encontraba “La Creación del Hombre”, como homenaje a Miguel Ángel, obra tallada en mármol por el escultor Carlos Enrique Rodríguez Arango.

  

La Creación del Hombre de Carlos Enrique Rodríguez Arango

 

  

Y además, esculturas como el Niño Jesús, La Piedad, y otras de gran simbolismo cristiano.

  

Escultura del Niño Dios en la Catedral de Sal

  

Desde el lugar del coro, podía verse en perspectiva toda la nave central con la imagen del Arcángel Gabriel.

Una planta de energía eléctrica propia permitía realzar las imágenes y generar efectos especiales.

 

 

Arcángel Gabriel en la nave central

  

Sobre el plano frontal de la nave se encontraba el Bautisterio, un espacio circular concéntrico alrededor de la pila bautismal, totalmente tallado en una roca de sal.  

Bautisterio tallado en una roca de sal

  

Y como despedida, la mayor parte de los presentes accedimos a que el fotógrafo oficial nos retratara con una imagen de conjunto de la nave central.  

En la nave central de la Catedral de Sal

  

Ya fuera del área de la iglesia pero continuando en las galerías subterráneas, encontramos un espacio dedicado a la exhibición y venta de diferentes productos derivados de la minería.

  

De esta majestuosa mina nacía la marca de sal “Mi SAL”

  

Y si bien Zipaquirá era tierra de sal, Colombia lo era de esmeraldas, por lo cual asistimos a una muestra y venta con certificado de autenticidad.

 

Colombia, país de la esmeralda

  

Los precios dependían del tamaño y del tallado de cada pieza, pero estaban muy por encima de lo que se ofrecía en otros lugares de Bogotá. 

Esmeraldas auténticas de diferente valor

  

También podían apreciarse estalactitas y pirita, mineral compuesto por sulfuro de hierro y llamado “oro de los tontos” por su apariencia semejante.

 

Estalactitas y pirita o marmaja

  

Entre la muestra de artesanías se encontraban estatuillas de oro que correspondían a las culturas originarias.  

Estatuillas de oro de pueblos originarios

 

Y después de permanecer un rato tan largo en la penumbra, al volver a la claridad del día, quedé encandilada, pero muy satisfecha por todo lo que había podido ver en las galerías subterráneas.

  

Parque de la Sal al salir de la Catedral

  

Fui desandando el camino despaciosamente. Me parecía digno de ser disfrutado un paisaje tan apacible donde a medida que avanzaba podía tener vistas diferentes del valle.  

Catedral Diocesana con el Cordón Oriental de fondo

  

Vegetación natural e implantada se combinaban a cada paso, destacándose las flores multicolores. Y en ese momento recordé que cuando era niña, lo primero que conocí de Colombia fueron justamente las flores a través de mi colección de estampillas, que las tenía como algo muy representativo del país. 

Vegetación abundante en la bajada del Parque de la Sal

  

Espiando entre los árboles el Centro de Zipaquirá

  

Acercándome al nivel del valle…

 

 Y como no podía faltar… ¡Un cartel totalmente fuera de lugar! Que supuestamente indicaba la “Plaza de la Sal”, pero que terminaba siendo la leyenda más pequeña, frente a la famosa marca de colas, y al ridículo “Arepa’s World” (Mundo de la Arepa). 

¡Que quiten ese cartel! ¡Es contaminación visual!

 

Pasé por el Museo de Arqueología… 

Museo Arqueológico

 

Y regresé al Centro de Zipaquirá…, donde siendo ya la tarde del sábado, las calles estaban muy pobladas de gente del lugar, reflejándose en ese momento su tamaño, ya que superaba para 2010 los cien mil habitantes.   

Movimiento comercial de la peatonal de Zipaquirá

  

Todo había estado muy bien durante el transcurso del día, sin embargo, a poco de caminar, me encontré con lo que hacía que Colombia no fuera un destino de mi preferencia, la custodia fuertemente armada en todas partes. Lejos de darme seguridad, me demostraba una absoluta inseguridad, y desde ya que el ambiente se tornaba mucho más tenso que el que habíamos tenido en la Argentina durante la dictadura. 

Fuerzas de seguridad en la puerta de locales comerciales

  

A pesar de estar muy avanzado el día, no había comido nada, pero no sé si fue sugestión o qué, pero me lo pasé tomando agua porque sentía la boca salada. Pretendí entonces merendar directamente con algo dulce, pero allí muchos ya estaban cenando y todo lo que me ofrecieron terminó teniendo sal.

Tomé nuevamente el vehículo que me llevaría a Bogotá y dejé la vista perdida a través de la ventanilla… 

Retornando a Bogotá

  

En el camino pude ver algunos animales productores de leche, así como cultivos a cielo abierto y en invernadero, siendo ésas otras de las actividades que complementaban la actividad turística, que se había convertido en la más importante de la ciudad. 

Cultivo en invernadero en las afueras de Zipaquirá

  

Ya muy cansada arribé al Centro de Bogotá donde destiné algo de tiempo en pasear por sus calles antes de que todos desaparecieran. 

Salida del TransMilenio en el Centro de Bogotá

  

Y antes de regresar al hotel, entré a un bar y pedí algo dulce, pero el mozo me dijo que se le habían terminado todas las tortas, y que sólo podía ofrecerme algo salado…

 




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