martes, 30 de julio de 2019

De La Paz a La Tacita de Plata


  
La ciudad de La Paz fue fundada en 1548 por el capitán Alonso de Mendoza, como punto de descanso para quienes transitaban entre Potosí y Cusco. El nombre original fue Nuestra Señora de La Paz, en conmemoración a la restauración de la paz después de la guerra civil que siguió a la insurrección de Gonzalo Pizarro contra Blasco Núñez Vela, primer virrey del Perú.

Vista de La Paz desde uno de los barrios altos


En 2008, año en que nos encontrábamos allí su población era de aproximadamente dos millones de personas, incluyendo El Alto, lo que constituía el centro urbano más importante de Bolivia.

La ciudad ascendía por los cerros


Estaba ubicada al borde del altiplano, donde se iniciaban las quebradas, y se extiendía por el valle de Chuquiago Marka (en aymara, Chuqiyapu), que significaba “chacra de papas o de oro”. Ese nombre se debía tanto a la abundante cosecha de papas como al oro que el río arrastraba desde las laderas altas.

La ciudad de La Paz a lo largo del valle de Chuquiago Marka


La ciudad de La Paz, debido a su altura, era bastante fría. El promedio anual era de poco más de 9ºC, no teniendo casi variaciones a lo largo del año. Pasaba de 10ºC en enero a 7ºC en el mes de julio. Por otra parte, las precipitaciones apenas superaban los 500 mm anuales, de los cuales, siendo el verano la época de las lluvias, caían más de 100 mm en enero. Por lo tanto, era lógico que las nubes no se fueran del horizonte, y prácticamente no nos dejaran ver al Illimani.

Ciudad de La Paz bajo la lluvia del verano


Si bien Martín amaba las montañas, ya hacía muchos días que venía pidiendo el mar o tan sólo una pileta donde poder sumergirse. Y en parte por esa razón, y por otro lado porque nos hubiese gustado conocer esa región, nuestros planes eran bajar del Altiplano hacia Cochabamba y Santa Cruz de la Sierra, donde las temperaturas eran muy superiores, ¡pero las lluvias también! Y por esa razón, los caminos estaban cortados y permanecieron así durante muchos días.
Así que, siendo ya 28 de enero, decidimos festejar el cumpleaños de Martín y salir al día siguiente rumbo a Tarija.
El festejo lo hicimos en una pizzería-confitería donde ya habíamos estado dos meses atrás, y que era lo más selecto para estos casos. Durante la cena todo estuvo bien, pero cuando le trajeron una porción de torta de cumpleaños, Martín reclamó el dulce de leche, sin el cual no concebía postre alguno. A mí me solía ocurrir lo mismo. Cuando salgo de Argentina, lo que más extraño en cuestiones gastronómicas es justamente el dulce de leche.

Cumpleaños de Martín con torta sin dulce de leche


Después de viajar toda la noche por el Altiplano, llegamos a la Cuesta de Sama, por la cual se bajaba al sector oriental de Bolivia. En menos de 50 km se pasaba de 3900 msnm a 2000 msnm en que se encontraba la ciudad de Tarija. Era la mañana y parecía de noche. Generalmente esa cuesta se encontraba cubierta de nubes, pero si a esto le agregamos que era época de lluvias y además, que hacía una semana que no disminuía el nivel de las tormentas, eso era de esperar. El camino era de tierra, muy escarpado, angosto y con mucho tránsito, sobre todo cargado de camiones. ¡No se veía nada! El suelo era barro. El micro patinaba permanentemente y había vehículos quedados en el camino que lo atravesaban por partes. Éramos los únicos extranjeros y teníamos miedo. Y mucho más cuando los propios bolivianos de la zona decían que se querían bajar y caminar al lado del micro. Y cuando ya estábamos decididos a descender, aunque nos mojáramos, se despejó la nube, y pudimos ver Tarija desde lo alto.

Plaza principal de la ciudad de Tarija


Tarija parecía más una ciudad del norte argentino que de Bolivia. Es más, los tarijeños se sentían argentinos y hasta despreciaban a sus propios connacionales. Cuando se les preguntaba de qué equipo de fútbol eran, decían que de River, Boca, u otros equipos de Buenos Aires.

Calle céntrica de Tarija


Las ferias y mercados callejeros brindaban todo tipo de productos y allí sí podían verse algunas diferencias con Argentina, sobre todo en los cortes de carne vacuna y en las presas de los pollos y gallinas. Por ejemplo, cuando se pedía pata de pollo, no se referían a la “pata muslo” como la entendíamos nosotros, sino a la pata propiamente dicha, es decir, a la extremidad amarilla con dedos. Y eso se vendía para hacer las sopas y también se comía.

Feria callejera en Tarija


Debido a su clima templado, desde muy temprano prosperaron cultivos como la vid, el trigo, los naranjos y los olivos. Asimismo, se había podido criar una variedad de ganados como vacunos, porcinos, ovinos y equinos. Eso había favorecido la radicación de colonos españoles, que, mestizados con indígenas, dieron lugar a la cultura gauchesca y al estilo de vida conocido como “chapaco”. Ya en tiempos coloniales Tarija y su región se habían convertido en proveedoras de vinos y aguardientes a las ciudades del Alto Perú.
La pujanza económica de la región dio la posibilidad de reflejarse arquitectónicamente a través de majestuosos edificios que aún se conservaban. Era el caso de la Casa Dorada, de fines del 1800, que era una fiel exponente del Art Noveau en Tarija. También la Catedral Metropolitana era una reliquia de la arquitectura del siglo XVIII, testigo de la presencia jesuítica en Tarija. Otro edificio emblemático del Modernismo en Bolivia era el Castillo Azul, cuya fachada representaba un palacio con detalles de arcos lobulados, cornisamentos y una terraza con detalles moldurados. Además, hacia el frente se levantaban unas torres de plantas diferentes, a un lado de forma cuadrada y al otro circular.

El Castillo Azul


Tarija estaba a orillas del río Guadalquivir o Nuevo Guadalquivir. El valle en que se encontraba era llamado “paraíso de la primavera”, ya que durante la mayor parte del año la temperatura era templada. Sin embargo, los inviernos eran fríos, con temperaturas bajo cero en el mes de julio.

Río Guadalquivir y floración durante el agradable verano


Y, como en el resto de la región, los veranos eran muy lluviosos, lo que no permitió que Martín disfrutara de la pileta del hermoso hotel en que nos alojamos.

Martín en el hotel de Tarija


Así que emprendimos la vuelta. Tomamos la ruta 1 hacia el sur, y pasamos por Padcaya, una localidad ubicada en el valle del río Orosas, afluente del Bermejo y flanqueada por el Cerro Huancani, de 2960 msnm.

Padcaya, a la vera del río Orosas


Durante las Guerras de la Independencia Hispanoamericanas, Padcaya funcionó como centro de reunión de guerrillas independentistas que resistían la repetida ocupación de Tarija por los realistas.

Alrededores de Padcaya, un festín geomorfológico


En camino hacia la frontera fuimos bordeando el Bermejo en su curso superior. El río corría encajonado entre la espesa vegetación boscosa, formando pequeñas barrancas.


Río Bermejo en Emborozú


En la zona de Emborozú había planes de protección del bioma y de práctica del ecoturismo por lo cual se estaba preparando a la población del lugar para que pudiera insertarse como guías locales.

Selva o bosque subtropical al sudeste de Bolivia


La camioneta nos dejó en la localidad de Bermejo, donde estaba el puesto fronterizo boliviano. Pero allí seguimos de largo porque nadie controló nada. A pocos pasos ya estaba el puente internacional.

Puesto fronterizo boliviano


El puente estaba sobre el río Bermejo que era el límite entre las provincias de Tarija, en Bolivia y de Salta, en la Argentina.

Río Bermejo desde el puente internacional


Cruzamos el puente caminando. Desde Bolivia se pasaban a la Argentina todo tipo de tejidos y artefactos electrónicos. En ese momento los costos en el país vecino eran de tres a cuatro veces menores que en el nuestro.

Con Estrella, Martín y Omar en el puente internacional


Ya en el sector argentino del puente, vimos a muchas personas con cantidad de bultos para vender del lado boliviano. La mayor parte de las mercaderías que se llevaban desde nuestro país estaba relacionada con alimentos y elementos de limpieza y tocador.

Mercaderías llevadas desde Argentina hacia Bolivia


Entramos a la Argentina por Aguas Blancas en la provincia de Salta. Allí nos revisaron el equipaje y Martín se enojó porque no quería que le abrieran la mochila, y la mujer gendarme, fue bastante bruta, lo que no me causó sorpresa.

El cartelito amarillo indicaba UD. ESTÁ AQUÍ


Atravesamos la selva de las yungas, que se caracterizaba por su espesura y diversidad. Había sido declarada por la UNESCO, Reserva de la Biosfera de las Yungas en 2002.

Distintos niveles de vegetación en las yungas


Las Yungas eran selvas y bosques subtropicales de montaña que se desarrollaban entre los 300 y 5000 m de altura. Y además de la vegetación y fauna albergaban a diversos pueblos originarios, entre ellos a los kollas, los guaraníes y los ocloyas, quienes conservaban sus costumbres, festividades y artesanías.

A medida que avanzábamos hacia el sur comenzaban los raleos


Se trataba de una selva muy castigada en beneficio de diferentes producciones como caña de azúcar, plantaciones de bananas, pastura para ganado y explotación petrolera.

Plantaciones de bananas


En esta zona también las precipitaciones se concentraban en la estación estival provocando las grandes crecidas de los ríos, que cuando llegaban a la llanura se hacían meandrosos buscando su nivel.

El río Bermejo al avanzar sobre la llanura


Y al bajar las aguas las tierras arcillosas se compactaban rápidamente por la intensidad del calor solar en esas latitudes.

Suelos arcillosos en las riberas del río Bermejo


Ya en la provincia de Salta llegamos a San Ramón de la Nueva Orán, pero el sol seguía sin aparecer. Por momentos paraba de llover, pero continuaba nublado.

Terminal de ómnibus de San Ramón de la Nueva Orán – provincia de Salta


Al paisaje de esta región lo habían pampeanizado, poco quedaba de la selva tucumano-oranense, para dar paso al cultivo de soja, degradante en todos los sentidos que se les quisiera dar. Previamente tabaco y otros cultivos también habían avanzado sobre las Yungas.

Cultivos en el Chaco Salteño


Esa era una de las tantas áreas de Argentina afectadas por el desmantelamiento del ferrocarril. Esa zona había sido cubierta por el ferrocarril General Belgrano, de trocha angosta.

Vía muerta en la localidad de Hipólito Yrigoyen, estación Tabacal


La infraestructura ferroviaria incluía puentes sobre los ríos, que tenían una mayor resistencia al fenómeno de las crecidas. Las crecidas en esta región no se debían a ningún cambio climático, sino que eran características de la estación estival. El chivo expiatorio del supuesto cambio climático obedecía a la falta de planificación de las obras necesarias por parte de los gobiernos provinciales y del nacional.

Puente ferroviario sobre el Alto Bermejo


En Pichanal había quedado sólo el cartel “CUIDADO CON LOS TRENES”, que se necesitaban más en temporada de lluvias por el estado de los caminos.

Vía abandonada en Pichanal – provincia de Salta


Las lluvias, que no habían modificado su régimen, producían más inconvenientes debido a la falta de absorción de los suelos, lo que generaba mayor escorrentía y a mayor velocidad. Los cultivos de soja se expandían día a día en estos valles aumentando la ya tan cuestionada tala de las Yungas.

Cultivo de soja en Pichanal – provincia de Salta


Por otra parte, en algunos sectores, luego de la destrucción del bosque natural con el cual se hacían grandes negocios, se plantaban especies de rápido crecimiento con el fin de abastecer a las papeleras de la región.

Bosque implantado tras la tala del bosque subtropical


Y llegamos a Jujuy, la provincia a la que sólo le falta el mar para ser perfecta. Después de todo, se le podría pedir un pedazo a Chile, para sumarnos así a los reclamos de bolivianos y peruanos.
Pocos kilómetros antes de llegar a la ciudad capital, arribamos a Perico, donde se encontraba, entre otras, la planta de Massalin Particulares.

Planta de Massalin Particulares, en Perico - Jujuy


Como casi todos los fines de semana en esta región, se organizaba una choriceada, que podía incluir feria al aire libre, partidos de fútbol y hasta bailes.
                                                                              
Choriceada y feria en un fin de semana en Perico


Pero ni Jujuy se salvó de la soja. Además de la tala indiscriminada de las Yungas, que ya era algo reprobable, se destinaba el suelo a este cultivo, que además de destruirlo, venía con un paquete tecnológico de gran peligrosidad para la población circundante.

Soja en los alrededores de Perico


Finalmente entramos a San Salvador de Jujuy, La Tacita de Plata. Se encontraba entre los ríos Grande y Chico o Xibi-Xibi, y para mi gusto, era una de las ciudades más bonitas de Argentina.

Entrada a San Salvador de Jujuy


A pesar de las desigualdades y problemas socioeconómicos, la ciudad estaba cada vez más linda, y, sobre todo, cuidada.

Peatonal de San Salvador de Jujuy


Nos producía un gran placer caminar por San Salvador. En pleno centro y en “hora pico” continúa siendo tranquila y la gente se movía con total calma, como si el tiempo no pasara.

Casa de Gobierno de la Provincia de Jujuy


Era 1ro de febrero de 2008 y se cumplían treinta años del fallecimiento del cantante de origen jujeño Jorge Cafrune, que fuera un símbolo del folklore argentino en las décadas del ’60 y ’70. “El Turco”, a diferencia de otros artistas comprometidos, decidió quedarse en el país durante la dictadura, y habiendo cantado una canción prohibida en el Festival de Cosquín, había sido sentenciado a muerte, según testigos del centro clandestino cordobés de La Perla, por el teniente primero Carlos Ernesto Villanueva, quien opinó que “había que matarlo para prevenir a los otros”. Pocos días después, emprendió una travesía desde Buenos Aires a Yapeyú, provincia de Corrientes, como homenaje al General José de San Martín quien había nacido allí. A poco de andar fue atropellado por una camioneta. Todavía no había sido esclarecido el hecho y se lo consideró un simple accidente.

Homenaje a Jorge Cafrune a treinta años de su muerte


La Catedral de San Salvador de Jujuy databa de principios del siglo XVII. Entre las obras de arte que guardaba, lo más destacado era el púlpito. Había sido tallado por los nativos y en la taza estaban representados los cuatro evangelistas.

Púlpito de la Catedral de San Salvador de Jujuy


Muy cerca de la ciudad de Jujuy, se encontraban las lagunas de Yala, un lugar paradisíaco, que asemejaba el paisaje de Lapataia en la Tierra del Fuego. El camino tenía una pendiente muy pronunciada por lo que no siempre era posible llegar a destino, en verano por las precipitaciones y en invierno, por las nevadas. En sólo veintiséis kilómetros se subían ochocientos metros, ya que San Salvador de Jujuy estaba a 1200 msnm y las lagunas a 2000 msnm. Tanto por la altura como por el encierro entre montañas, se presentaba un microclima con mayores precipitaciones y temperaturas bajas durante todo el año. La vegetación se hacía muy densa y tenía características de bosque templado-frío más que subtropical. Podían encontrarse laureles, matas y helechos arborescentes.

Laguna de Yala en la provincia de Jujuy


Y antes de dejar La Tacita de Plata, subimos hasta el mirador del Hotel Alto La Viña, desde donde se podía observar la ciudad en vista panorámica, además de disfrutar del canto de los pájaros entre la variada vegetación.

El río Grande en San Salvador de Jujuy, la “Tacita de Plata”


Y como decía Antonio Palean, “Tacita de Plata es un apelativo que posee San Salvador de Jujuy. Uno de los tantos significados se debe quizás, por su ubicación geográfica, oquedad plena de verdes cerros que la exaltan. Por su antigua artesanía y riqueza en plata, que teje en mil filigranas el Tesoro del Aguilar. Por su blancura y donaire, por su coqueteo trazado entre ríos, el Xibi-Xibi y el Grande, que de plata reverberan cuando los enchapa la Luna. Decires, sólo decires. No sabemos cuándo y cómo, por quién y por qué fue bautizada Jujuy, La Tacita de Plata. Pero que le queda, no hay duda. ¡Qué bien le queda, qué bien…!”



lunes, 29 de julio de 2019

Del Cusco a Tiwanaku


  
Salimos del Cusco a la mañana temprano en un micro rumbo a Puno. Todavía quedaba mucho por ver, pero el tiempo era tirano, y nuestros lugares de trabajo, también.


Martín despidiéndose del Cusco


El micro entró a la ciudad de Juliaca, que presentaba condiciones muy desfavorables. Allí bajaron y subieron pasajeros y muchas personas vinieron a ofrecer comida. Pero, en parte por cuestiones de higiene, y en parte por la altura, preferimos mantenernos sólo con líquido por el resto del viaje.  

Avenida principal de Juliaca


El verano, sin duda, empeoraba la situación por ser el periodo de las lluvias, pero la infraestructura de la ciudad dejaba mucho que desear. Y los rudimentarios transportes se veían mucho más vulnerables.  


Una de las calles céntricas de Juliaca después de la lluvia


Llegamos a Puno y pese al cansancio y a la altura, salimos a caminar por la ciudad. Pero después de habernos alejado bastante, se largó a llover, entonces tomamos uno de los carritos tirados por motos, que además de tener techito, estaban más protegidos. ¡Qué miedo en el medio del tránsito! El conductor se metía entre los autos sin ningún tipo de cuidado; y en Perú, evidentemente la vida no valía demasiado, porque se manejaba muy mal y nadie reparaba ni en el peatón ni en los que iban en vehículos pequeños.   



Los típicos “taxis” económicos


Al día siguiente, a pleno sol, nos esperaba la navegación por el lago Titicaca. Estábamos en la cuna del Imperio Inca. La leyenda contaba que Manco Capac y Mama Ocllo habían salido del fondo del lago y habían creado el Imperio, comenzando desde allí su expansión.
Nos dirigimos hacia las islas de los Uros, habitantes originarios del lago. Esta comunidad realizaba todo tipo de elementos con juncos de totoras, entre ellos los enormes botes y los catamaranes donde, además de trasladarse ellos, vendían excursiones para los turistas.    

Catamarán hecho con juncos de totoras


Las islas que habían generado sobre el lago, tenían una base de tierra con raíces que flotaban, y sobre ella, se superponían los juncos de totoras como si se tratara de una enorme alfombra. Había aproximadamente veinte islas y generalmente pertenecían a grupos familiares. Si una familia se separaba podía ser que naciera una nueva isla, pero si una familia se unía, desaparecía una isla creándose otra mayor. Las islas estaban ancladas al fondo con estacas y la superficie era una densa capa de totora seca. La totora en contacto con el agua se pudría y liberaba gases. Esos gases atrapados debajo de la maraña de totora trenzada le brindaban la flotabilidad. La isla se mantenía agregando totora seca arriba.  




Muestra de la base y cobertura de la isla


Las mujeres bordaban con una prolijidad y rapidez increíbles. Aprendían desde niñas y en cada etapa de su vida, iban avanzando en el proceso de la confección de los tejidos.   

Bordando a mano los tejidos


Los precios eran relativamente altos para lo que era Perú. Por un lado, porque hacían valer su trabajo ya que se trataba de artesanías reales y no “industriales”, y por otro, porque el turismo que predominaba era el europeo que cotizaba en euros.

  
Parte de la dieta la constituían los productos obtenidos en el lago


Las embarcaciones hechas de juncos de totoras venían de tiempos inmemorables, y generalmente, duraban seis meses. Pero en el siglo XXI, por dentro le incorporan botellas plásticas, lo que aumentaba la flotabilidad y permitía que tuvieran una vida útil de dos años. ¡Nuevas tecnologías!

Embarcaciones confeccionadas con juncos de totoras y botellas de plástico


El junco de totora constituía la base de su subsistencia, como alimento, material de vivienda y de traslado.



La caña, que además era comestible


Las casas también estaban realizadas con totora trenzada, así que las casas “nacían del suelo”. Estaba todo tejido y unido, suelo y hogar.
Entramos en algunas viviendas y vimos que tenían ciertas comodidades, televisor y otros elementos, pero dormían sobre un conjunto de tejidos sobre las cañas que tenían un alto porcentaje de humedad. Ellos nos contaron los pasos por los que los hombres transitaban en el aprendizaje de la elaboración de las artesanías. Por ejemplo, los barquitos pequeños los aprendían a hacer desde niños.


Interior de una vivienda


También observamos que se manifestaba una especie de sincretismo, ya que profesaban el culto a la Pachamama, la Madre Tierra a la cual hacían sus ofrendas, y a la vez practicaban la religión católica.

Imágenes cristianas y culto a la Pachamama


Cruzamos a otra isla donde alquilaban chozas para pernoctar. Y algunos europeos de nuestro contingente decidieron quedarse.


Los turistas podían pernoctar en una de las islas


Las tareas se realizaban en comunidad, con división del trabajo. Quienes cocinaban, las mujeres, lo hacen para todos.




Elementos de cocina; y aves y batracios secándose al sol


Al día siguiente continuamos viaje. El camino estaba muy poceado y el micro andaba a los saltitos. Delante de nosotros, a la altura de la localidad de Ilave, iba una combi que llevaba ovejas vivas en su parrilla. Las pobres estaban atadas con sogas, pero desesperadas por el movimiento. Supongo que más de una tendría vértigo. 


Camino poceado y ovejas vivas sobre la parrilla de la combi


Fuimos bordeando el lago y cruzamos la frontera con Bolivia, para ingresar a la localidad de Copacabana.
Desde la época de la colonia, que duró desde 1534 hasta la independencia de Bolivia en 1825, Copacabana se centró principalmente en el desarrollo del Santuario de la Virgen de Copacabana. Los dominicos ingresaron a esta región construyendo el primer templo en 1550, mientras que la Virgen de Copacabana fue entronizada en 1583. La imagen fue tallada en madera de maguey por el indio Tito Yupanqui, y por poseer rasgos indígenas en su fisonomía, gozaba de la devoción de los nativos de la región. Hacia 1591, los agustinos se hicieron cargo de la iglesia, ya que Copacabana ya era un centro de peregrinaje. Pero con el advenimiento de la República en 1825, fueron expulsados ante la política de Simón Bolívar, primer presidente de Bolivia, ya que dispuso de las riquezas de las iglesias, monasterios y conventos para soportar los gastos públicos en educación. Finalmente, los franciscanos retomaron el santuario en 1851, y lo manejaban desde entonces.

Santuario de la Virgen de Copacabana


Para los bolivianos católicos, Copacabana era un centro de peregrinaje, santuario y devoción religiosa. Pero también era lugar de descanso de fin de semana y días feriados, para disfrutar de maravillosas vistas y entretenimientos.

Preparando vehículos para una procesión


Copacabana estaba construida entre los cerros Calvario y Niño Calvario (o Kesanani), y el sector urbano contaba con alrededor de seis mil habitantes. El Municipio abarcaba más de treinta comunidades campesinas originarias, con un total de veinticinco mil habitantes.
El lago era considerado como “isla mar” conectada con el océano, madre de todas las aguas. Todavía en 2008, momento en que nos encontrábamos allí, los residentes locales creían que el lago proveía de lluvia y distribuía el agua enviada por las divinidades de la montaña.

Calle en dirección al lago en Copacabana


Comimos unos sándwiches y continuamos viaje en un micro boliviano, rumbo a La Paz. Prontamente llegamos al estrecho de Tiquina donde tendríamos que realizar el cruce.

San Pablo de Tiquina desde San Pedro


Y en una diminuta lanchita realizamos el cruce.



Estrella, Omar y Manuel junto con una chola en la pequeña lanchita


Y nuestro micro en la balsa...



Martín en San Pablo de Tiquina esperando que llegara nuestro micro


Y llegamos a La Paz. El tránsito era un caos. Siempre el tránsito era un caos en La Paz. Calles angostas con pendiente pronunciada, la mayoría sin semáforo, carritos, bicicletas, motos, autos parados en doble fila, ómnibus o combis haciendo subir o bajar pasajeros en cualquier parte, vendedores dejando la mercadería en plena calzada, basura, gente que se cruzaba sin mirar… Pero ellos no se hacían problemas, mantenían la calma, y muchas veces hasta sonríen.




Habitual embotellamiento en La Paz


Con un taxi fuimos a recorrer las zonas más elevadas desde el punto de vista topográfico, y el más bajo desde el socioeconómico. En la ciudad, tal como en la totalidad del país, prevalecían las viviendas precarias con pequeñas franjas de riqueza asociadas con el dominio de los modos de producción o del sistema financiero.


Centro comercial y financiero visto desde la ladera de un cerro


Frente a la Plaza Murillo se encontraba la Casa de Gobierno, y pegadita a ella, la Catedral. Como símbolo era muy fuerte y marcaba la influencia histórica de la iglesia en las decisiones gubernamentales.

Plaza Murillo, Casa de Gobierno y Catedral


En el barrio financiero se encontraba el Puente de las Américas, llamado “de los suicidios” por los paceños, debido a la cantidad de gente que se había quitado la vida allí. Muchos lo habían hecho por razones sentimentales, pero la mayoría a causa de problemas de negocios.

Puente de las Américas


El sector de edificios de altura no sólo contaba con bancos y financieras, sino también con oficinas de las empresas más importantes, la mayoría transnacionales, viviendas y hoteles de lujo, y comercios de las principales marcas del mundo.

Barrio financiero desde el puente de las Américas


Lo que hacía atractiva a La Paz, era el cordón de cerros que la rodeaban y los desniveles que se presentaban en toda su extensión.



Una de las principales autopistas de La Paz


La franja de edificios de buen nivel contrastaba absolutamente con los barrios más pobres que lo rodeaban por todas partes. La gente tenía talleres en las calles, y con sus máquinas de coser fabricaban prendas, arreglaban zapatos y elaboraban muchos productos, todo al aire libre.


Zapatero en las calles de La Paz



Esta vez estábamos parando en un hotel tipo residencial en la calle de Las Brujas, donde había muchos mochileros europeos. En esa zona antigua de la ciudad, las callecitas angostas tenían pendientes muy pronunciadas, que solían dejarnos sin aire, pero de todos modos resistimos. Caminábamos más despacio y comíamos muy poco.


Calles angostas con pendiente y colmadas de tránsito



En el casco viejo muchas viviendas habían sido convertidas en hospedajes donde se alojaban la mayor parte de los europeos más jóvenes. Había una enorme cantidad de comercios destinados a la venta de artesanías, recuerdos y tejidos, además de las agencias de turismo y lugares donde se cambiaba dinero. Pero también, en algunos edificios deteriorados, vivían familias con situación económica desfavorable.


Callejuela con empedrado original


Tanto en Jujuy, Bolivia, como en Perú, para las collas era natural que los hombres las castigasen si no cumplían con sus deberes de atenderlos. Esto lo habíamos visto en viajes anteriores, y lo habíamos corroborado en este. Sin embargo, algunas cosas habían comenzado a cambiar, a partir de campañas en contra de la violencia hacia la mujer.



Campaña contra la violencia hacia la mujer en El Alto


Saliendo por El Alto fuimos camino a Tiwanaku. Allí, tal como habíamos podido observar en Cusco, los españoles habían construido las iglesias sobre los templos de los nativos.

Iglesia construida sobre un templo de la cultura tiwanaka


El pueblo había comenzado a cuidarse y renovarse mientras que el museo se había puesto a los niveles de las últimas tendencias en ese tipo de muestras.



Municipalidad de Tiwanaku


Tiwanaku o Tiahuanaco había sido el centro de la civilización tiahuanacota, cultura preincaica que basaba su economía en la agricultura y la ganadería.



Martín en la estación ferroviaria, en enero de 2008, abandonada


La civilización tiahuanacota abarcó los territorios de la meseta del Collao, entre el occidente de Bolivia, el norte de Chile y el sur del Perú, e irradió su influencia hacia otras civilizaciones.
En una maqueta podía verse la distribución de las obras del área cívico-ceremonial. En el centro hacia arriba se encontraba la Kalasasaya; hacia su derecha, el templete; hacia su izquierda el Putuni; le seguía en la misma dirección el Kerikala; hacia abajo la Akapana; y hacia la extrema derecha en el centro, la Kantatayita.

Maqueta del centro espiritual y político de la cultura Tiwanaku



Todos los templos de la urbe se orientaban astronómicamente. Era por eso que en la Kalasasaya (kala=piedra y saya o sayasta=parado), Templo de las Piedras Paradas, podían verificarse con exactitud los cambios estacionales y el año solar de 365 días. En ambos equinoccios (21 de marzo y 21 de setiembre), el sol nacía por la puerta principal de ingreso; mientras que en el solsticio de invierno (21 de junio) lo hacía en el ángulo murario NE; y en el solsticio de verano (21 de diciembre), se marcaba por el ascenso en el ángulo murario SE. Este muro era conocido como “pared balconera” o “chunchukala”. Este templo cubría aproximadamente dos hectáreas y su estructura estaba basada en columnas de areniscas y sillares cortados. De allí sobresalían gárgolas o goteros de desagüe para las aguas de lluvia. En el Kalasasaya se encontraban tres importantes esculturas: la Estela Ocho (Ponce), el monolito El fraile y la Puerta del Sol.

Puerta del Sol


El templete o templo subterráneo constituía una muestra de la época de esplendor de la cultura tiwanacota. Se encontraba a dos metros de profundidad, de planta casi rectangular, con muros adornados con ciento setenta y cinco cabezas diferentes con rasgos de distintas etnias. Tenía un sistema de drenaje con un declive del dos por ciento que aún funcionaba y que desembocaba en un colector. Empotrada en el piso del templete se hallaba la mayor pieza antropomorfa, conocida como monolito “Pachamama” o Estela Benett, que había sido llevada al museo. También en el templete estaba el Monolito Barbado o Kon Tici Wiraqocha, Señor de las Aguas.



Monolito Barbado o Kon Tici Wiraqocha


El Putuni, también llamado Putuputuni, que en aimara significaba “lugar donde hay huecos”, se conocía también como el Palacio de los Sarcófagos, debido a que se creía que era el lugar de entierro de las altas personalidades. En las cámaras funerarias, el sistema de cerramiento consistía en una puerta corrediza de piedra, que se deslizaba al humedecer el piso. A dos metros de profundidad existían canales matrices que denotaban un perfecto sistema de alcantarillado.
Tanto el Putuni como el Kerikala tenían la parte inferior de piedra y los muros de adobe.
La Akapana era una pirámide con siete terrazas escalonadas y dieciocho metros de altura. De acuerdo con las crónicas, en su cima existían bellas edificaciones y un templete. En el siglo XVIII el español Oyaldeburo excavó la pirámide en busca de tesoros, horadándola dese la cima y echando los escombros a los costados. Tras siglos de abandono, en ese momento estaba siendo desenterrada nuevamente.

Pirámide de Akapana


El templo de Kantatayita (Luz del Amanecer) pudo haber sido un edificio de cuatro cuerpos orientados a cada punto cardinal. En ese lugar se encontraba la llamada “piedra maqueta” tallada en un solo bloque, mostrando un edificio similar. También se veían varios bloques de andesita, tallados en bajo relieve con la Cruz Andina.


Tiwanaku poseía un puerto en el lago Titikaka, a veinte kilómetros de la ciudad.
Esta cultura se inició dieciséis siglos antes de Cristo y misteriosamente desapareció mil doscientos años después de Cristo. Dada su antigüedad, se la consideraba cultura madre de las civilizaciones americanas, capital de un antiguo imperio megalítico que se expandió por los Andes Centrales.


Una de las más antiguas civilizaciones americanas


Antes de regresar a La Paz, tuvimos un almuerzo bien autóctono, carne de llama con arroz blanco y verduras, en un restorán expresamente preparado para turistas.



Martín comiendo carne de llama


Si bien cronológicamente lo ideal hubiera haber hecho el recorrido a la inversa, es decir, partir de Tiwanaku hasta llegar al Cusco, el viaje significó un gran aprendizaje y la valoración de las culturas originarias.