Fines de noviembre de
2007. Después de casi veinte años de mi última estada, regresé a Bolivia,
aunque de paso hacia Perú. Salí con Martín de la terminal de ómnibus de
Retiro por la empresa Flechabus, en viaje directo a La Quiaca. Durante el día
recorrimos aburridos campos de soja en las provincias de Buenos Aires y Santa
Fe, dormimos toda la noche y nos despertamos en la Quebrada de Humahuaca.
Quebrada de Humahuaca, en
la provincia de Jujuy
Toda la mañana anduvimos
por la Puna, que se presentaba imponente y por su aridez nos permitió ver los
minerales de los cerros.
La Puna Jujeña con los
lechos de los ríos absolutamente secos
Y como no tuvimos tiempo
de acostumbrarnos a la altura, al llegar a La Quiaca nos mareamos un poco y al
rato comenzó a dolerme la cabeza. De todos modos, decidimos pasar a Villazón.
Y allí recordé el
bailecito de Arsenio Aguirre, El Quiaqueño, que decía así:
A
ver quiaqueños
vamos
a cantar,
a
ver quiaqueños
vamos
a bailar.
Antes
que amanezca
por
esta región
porque
yo mañana
paso
a Villazón.
Me
voy a Bolivia
luego
iré al Perú
me
alejo pensando
en
la Cruz del Sur.
Paisaje cercano a la
frontera argentino-boliviana
Cruzamos el puente. Del
lado argentino, nada… Ni siquiera necesitamos saludar. Del lado boliviano,
controlaban sólo los documentos. Fotos de Evo Morales en las paredes de la
oficina. Y la onda había cambiado. Eran muy amables con todos. Pero cuando se
dieron cuenta de la discapacidad de Martín, el trato fue excepcional, ofreciéndose
para lo que necesitáramos.
Caminamos por la calle
principal de Villazón que no había cambiado para nada, excepto por el tipo de
productos que se vendían. Ahora predominaban los celulares, los MP3, MP4 y
objetos por el estilo. Pasamos por un mostrador donde se cambiaba moneda. Por
cada peso me dieron tres bolivianos.
Continuamos hasta la
terminal de ómnibus. No obstante, antes de llegar, varias personas se nos
venían encima intentando vendernos pasajes. La mayoría de la gente les
regateaba y se los compraban, pero yo no confiaba y preferí ir a una
ventanilla. Eran pequeños mostradores con paquetes amontonados y talonarios
como los de las rifas del almacén, que tenían anotado a mano el destino y el
horario del micro. Recorrí varios de esos sucuchos, no compré ni el más barato
ni el más caro. El micro a La Paz, en teoría salía a las cinco de la tarde, y
recién era el mediodía.
Quisimos ir a los baños.
Pero había que pagar. Era insólito que en un país de esas características y con
gente tan pobre, cobraran por este servicio. No se salvaba nadie, porque tenían
sistema de molinete. El que no pagaba, no pasaba, y era por eso, que los que no
tenían dinero, orinaban donde fuera.
De allí buscamos un lugar
donde comer. Conseguimos una especie de almacén con varias mesas. Nos
prepararon sendos sándwiches de salame y los acompañamos con mate de coca.
Martín tomando mate de coca
Nos quedamos conversando
con la dueña y con la gente de las otras mesas. Allí a Evo no lo querían.
Decían que les daba demasiadas cosas a los vagos y que les había aumentado los
impuestos a los productores. Por otra parte, que pretendía que los niños fueran
a la escuela hasta grandes, cuando ellos habían comenzado a trabajar de chicos,
y eso los había hecho fuertes.
A mí, mientras tanto, me
seguía doliendo la cabeza. Así que pregunté por un consultorio médico para que
me tomaran la presión y que me recomendaran alguna medicación para el viaje.
Cruzando la calle, el
garaje de una casa estaba dividido por una mampara. En la parte de adelante estaba
la sala de espera con tres sillas viejas y detrás atendía una doctora. No tenía
camilla, sino un sillón y un banquito para ella. Muy amable. Me dijo que yo estaba
bien y que era sólo efecto del cambio repentino de altura y que continuara
tomando el mate de coca o mascando hojas en caso de necesidad, pero que creía
que pronto se me iba a pasar. Antes de irnos, Martín pidió ir al baño, pero
ella dijo que no tenía, porque le alquilaban solamente el garaje y los dueños
de la casa, no se lo prestaban.
Volvimos al almacén bar.
Pedimos más mate de coca y pasar al baño. Pero tampoco tenían baño, que en
Villazón parecía ser un lujo para pocos. La señora le dijo a Martín que hiciera
en la calle, pero él no quiso. Así que volvimos a la terminal que ya había
pasado a ser para nosotros, un lugar VIP.
Plaza principal de Villazón
Mientras hacíamos tiempo,
pasaron vendiendo mantas para el viaje. Yo no hacía caso, hasta que me dijeron
que los micros no tenían calefacción y que todos llevaban sus abrigos. Menos
mal que compré una. Era de doble plaza, suavecita y con la figura de un animal.
Costaba tres dólares, y sin que yo regateara, me la dejó a dos. No compré más
porque no quería cargar con bultos. Pero fue fundamental para no pasar frío.
La única diferencia en
veinte años fue el pavimento de algunas calles de Villazón
Pregunté de dónde saldría
el micro y acercándose la hora, me acerqué a un grupo de personas que lo estaba
esperando. Alrededor de las cinco y media, lo trajeron y lo dejaron cerrado.
¡Era espantoso! En veinte años había cambiado muy poco. A las seis, vino el
conductor, y nos hizo subir mientras se peleaba con la mayoría de los pasajeros
por la cantidad de bultos que llevaban. Como no eran asientos numerados, todos
se abalanzaban para subir. Yo quedé atrás por educación, pero Martín se metió
entre la gente y se fue a sentar al primer asiento, que estaba arriba. El coche
era de dos pisos, pero abajo estaban sólo los conductores y las cargas. Puso su
mochila en el asiento de al lado y así me guardó el lugar. Pero muchos quedaron
parados y se sentaron en el suelo. Los asientos no se reclinaban, los
cinturones de seguridad no existían, el parabrisas lo teníamos prácticamente
pegado a la cara, y había gente apoyada en el apoyabrazos. ¡Nunca peor!
Arrancamos y el chofer dio una vuelta por Villazón, paró en un bar donde
recogió al otro conductor y se puso a conversar con los amigos. Después de
veinte minutos de amena charla, la gente protestó, y él se enojó, diciéndoles
que, si volvían a molestarlo, los hacía bajar. Entonces, todos se callaron.
Había otro argentino aparte de nosotros y dos peruanos, y fueron ellos los que
lo apuraron. Y salimos a la ruta.
Primer tramo de la ruta, de
tierra
Tal como ocurría en la
Argentina, la culpa de todos los robos se les achacaba a los peruanos. Y allí,
ya descaradamente y en sus propias caras, los bolivianos nos decían a todos que
no nos durmiéramos porque había peruanos y nos iban robar. Y los peruanos se
defendían diciendo que ellos no robaban porque eran del sur, que los ladrones
eran los de Lima.
Al tramo de tierra, le
siguió el de asfalto destruido
A pesar de ir subiendo,
tal cual me había dicho la doctora, se me pasó el dolor de cabeza; y como no
creíamos en los fantasmas xenófobos, nos dormimos profundamente. Pero a la
madrugada nos despertaron y nos hicieron bajar en pleno camino de montaña,
porque había que cambiar un neumático. Allí aprovechamos para usar las piedras
y las ramas como enorme baño, y así seguimos viaje. Cuando a la mañana nos
despertamos, ya habíamos pasado Potosí, y el camino estaba recién asfaltado.
Camino recién asfaltado al
norte de Potosí, y cabras que lo cruzan
Llegamos a un parador a desayunar. Tomamos
mate de coca con pan de grasa. La parte del bar estaba bastante limpia y era
aceptable, pero cuando fuimos a los baños, cruzando el patio… Casi nos
descomponemos…, ¡indescriptible!
Desayunando en un parador
de la ruta
Allí también nos quedamos
conversando con la gente del lugar o que venía en otros micros, y estos sí lo
querían a Evo. Estaban muy contentos por el asfalto y por su ayuda a los
pobres.
Y ya listos para partir,
los choferes no estaban. Sin saber por qué, volvieron del pueblo cercano casi
una hora después. Nadie pidió explicaciones… Yo les preguntaba a los bolivianos
cómo no se quejaban por nada, a lo que ellos respondían: -“Y…, las cosas son
así…” Yo sí pedí explicaciones, pero ni siquiera me contestaron. Como si no me
hubiesen oído. En esas tierras, lo que dijera una mujer, no contaba…
El fabuloso micro de la empresa
Trans del Sur. ¡No lo tomen nunca!
Pasamos por el lago Poopó
que había estudiado en tercer año del secundario, y por salares en el Altiplano
Boliviano que era la continuación de la Puna, a una altura promedio de 3500
msnm.
Suelos salinos en el Altiplano
Boliviano
Atravesamos pueblos
terriblemente pobres y con situaciones realmente insalubres. Allí se podía
comprender el porqué de su migración a la Argentina donde aceptaban condiciones
de trabajo tan miserables. Eran trabajadores, honestos, callados y
extremadamente sumisos. Y tenían la necesidad imperiosa de enviarle algo a su
familia para que pudiera subsistir.
Pueblo del Altiplano
Boliviano
Y llegamos a Oruro. En
esa oportunidad la pude conocer, aunque de paso y no en carnaval. Era una
ciudad donde se concentraban los automotores que llegaban desde el puerto
chileno de Iquique, importados desde Asia sin impuestos. Se trataba de una zona
franca comercial e industrial.
Playa de automotores en la
zona franca de Oruro – Bolivia
Históricamente, la
actividad principal de Oruro había sido la explotación de los recursos
argentíferos, y cuando el precio internacional declinó, la actividad minera
continuó con la extracción de estaño. La ciudad, desde sus principios, en el
siglo XVI, contó con mineros españoles, criollos, negros e indígenas de las
etnias Uru, quechuas y aymaras.
Lo que más atraía
turistas de todo el mundo, era sin duda, el carnaval, ya que está considerado
uno de los mayores eventos folclóricos en Sudamérica, siendo la Diablada, una
de las danzas típicas más conocidas. En 2001, la UNESCO había declarado al
Carnaval de Oruro, que en realidad era la Fiesta de la Virgen del Socavón,
“Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad”, reconociendo
su valor religioso y cultural.
Monumento a la entrada de
la ciudad de Oruro
Y veinticuatro horas después de haber salido
de Villazón, ¡llegamos a La Paz! La entrada era espectacular, con el Illimani
nevado.
Llegando a La Paz, con el
Illimani de fondo
Entramos por El Alto,
ciudad suburbio que se encontraba por encima de los 4000 msnm. Se trataba de un
centro comercial minorista y estaban asentadas varias fábricas y plantas de
procesamiento de hidrocarburos.
Avenida principal de El
Alto
En El Alto se establecían
muchos inmigrantes procedentes de las zonas rurales o de ciudades de menor
tamaño del resto del país. Era esa la principal razón de su crecimiento, ya que
había llegado al millón de habitantes, y ya contaba con municipalidad propia.
Gran diversidad
socioeconómica debida a la inmigración
En El Alto predominaban
los barrios pobres con casas precarias, y paralelamente era considerada un área
muy insegura, con mayor índice de delincuencia.
Caos en el tránsito,
característico de toda la ciudad
Por autopista ingresamos
a La Paz. Y luego, por pequeñas callejuelas, llegamos al Centro. El micro nos
dejó en la calle de Las Brujas, y desde allí tomamos un taxi hasta el hotel.
Fuimos a uno de tres estrellas con bañera, en una avenida céntrica. Nos lo
merecíamos. Veintisiete horas desde Buenos Aires a La Quiaca, más la espera en
Villazón, y otras veinticuatro en ese micro…
Autopista de ingreso a La
Paz
Martín reclamó Canal 13,
pero lo único argentino era Telefé Internacional. Estaba Susana Jiménez, así
que lo convencí de ver un programa boliviano a favor de Evo. Y después de
reponernos un poco, fuimos a cenar a uno de los pocos lugares buenos de la
avenida principal. Un local amplio, bien iluminado, con pelotero y festejo de
cumpleaños. Allí no había ni sopas picantes, ni humita en chala, y mucho menos
quinoa. Pero infaltable el mate de coca, aunque en saquitos, marca Windsor,
industria boliviana. El menú constaba de pizzas, sándwiches, pollo o carnes con
guarnición de ensaladas, tortas y helados, como en Buenos Aires. La diferencia
era que en Buenos Aires había muchísimos lugares así y entraba todo tipo de
gente, y allí sólo la que tenía un nivel económico muy alto. Y para variar,
nosotros no estábamos vestidos de acuerdo con las circunstancias, pero al ser
argentinos y blancos, nos pudimos quedar.
En La Paz, en una confitería
“de lujo”
Al día siguiente salimos
en un taxi a recorrer la ciudad. Hicimos un avistaje general. Pedí que nos
llevara por los barrios más selectos y por los más pobres. Y todo lo que
parecía tan bonito en panorámica, con las casitas rojas, eran ladrillos de
casas sin revoque, porque no se habían podido terminar. Y así era la mayoría.
Vista desde el cerro, abajo
al fondo, el centro financiero
Cuanto más alto en los
cerros, mayor pobreza y falta de medios de transporte. Mucha gente subía y bajaba
a pie diariamente muchos metros hasta poder tomar alguna combi o colectivo que
lo dejara cerca del trabajo, escuela u hospital. Y los barrios ricos, eran muy
ricos. Los lujos eran extravagantes. Y en muchas cuadras no pude tomar fotografías
porque los guardias privados me lo impidieron. Y por sugerencia del taxista, en
una oportunidad le hablé en inglés al custodio, que seguramente no me entendió
nada, pero me dio el visto bueno con el dedo.
La población más pobre se
encontraba muy arriba de los cerros
Todo era muy barato para
nosotros en este viaje, tres veces menos que en Argentina. Y si bien la
intención era quedarnos, tenía que continuar viaje y para eso tomamos un micro
que nos llevaría a Perú. Volvimos a pasar por El Alto, y continué tomando fotos
de las zonas de deterioro.
Edificios sin revocar,
característicos de la zona
Bordeamos el lago
Titicaca que compartían ambos países. Todo el paisaje era muy bonito y se podían
ver en las costas del lago muchas producciones agropecuarias.
Producción agropecuaria en
los bordes del lago Titicaca
Entre los cultivos
predominaba el arroz, que tanto consumían bolivianos como peruanos, pero
también abundaban las hortalizas y los porotos. Una de las características era
la cantidad de mano de obra, en especial, mujeres.
Cultivos, con el lago
Titicaca de fondo
Y todavía en el sector
boliviano, hicimos el cruce por el estrecho de Tiquina, que era la parte más
angosta del lago Titicaca que quedaba dividido en dos sectores, norte y sur. El
estrecho era de alrededor de setecientos metros de longitud, e iba desde la
localidad de San Pablo a la de San Pedro.
Vista de la localidad de
San Pablo
El Titicaca era el lago
navegable de mayor altura en el mundo. Se encontraba a más de 3800 msnm.
En la mitad del cruce del
estrecho de Tiquina
En la otra margen estaba San
Pedro, y seguíamos en territorio boliviano. Allí había un enorme cartel que decía:
Armada Boliviana
Cuarto Distrito Naval
“Titicaca”
Hacia el mar
Bolivia
Vista de San Pedro con el
edificio de la Armada Boliviana
Los pasajeros bajamos de
los vehículos y cruzamos el estrecho en unas lanchitas pequeñas y no muy
confiables. Según los días, el lago podía estar picado y en ese caso se movería
bastante.
Martín junto a la lanchita
en que hicimos el cruce
Los vehículos iban en
balsas, bastante endebles, pero creo que más seguras.
Nuestro micro en la balsa
Volvimos a subir al micro
para continuar bordeando el lago, que tenía una superficie aproximada de 9000
km2. Los nativos decían que no tenía fondo, pero eso era una de las tantas
leyendas que se habían tejido sobre él; las mediciones realizadas confirmaban
que su profundidad era de alrededor de cuatrocientos sesenta metros,
dependiendo del caudal de las lluvias.
Terrazas en las laderas del
Titicaca
Tanto la mitología de la civilización Tiwanaku
como la Incaica, presentaban el génesis con sus líderes surgiendo de las aguas
del lago Titicaca, por lo que se lo consideraba un lago sagrado.
Pueblos bolivianos sobre el
Titicaca
Y pudimos ver más
cultivos, corrales de pircas y gente trabajando en condiciones muy
rudimentarias.
Técnicas agrícolas
precolombinas
Se veían tanto hombres
como mujeres levantando la cosecha, y muchas de ellas embarazadas o llevaban
sus hijitos atados a la espalda. Téngase en cuenta que Bolivia era el país con
mayor mortalidad infantil de América del Sur, y también de mortalidad femenina
temprana, en muchos casos, por parto.
Cosecha levantada a mano
Nos dirigimos a la
localidad de Copacabana, donde se encontraba el santuario más importante de
Bolivia. Además, era un centro turístico internacional desde donde se hacían
excursiones a las islas del Sol y de la Luna.
Calle comercial turística
de la localidad de Copacabana
Pero nosotros almorzamos
algo rápido, y en un ómnibus peruano, continuamos viaje hacia la frontera.
Vista panorámica de
Copacabana
Continuamos viendo
sembrados y cría de animales a la vera del lago, con viviendas muy precarias.
Cultivos y ganado en el
lago Titicaca
Además de la producción
agropecuaria, todos tenían sus canoas preparadas para salir en busca de otros
recursos del lago, preparando los pescados indistintamente junto con los
cereales o con las otras carnes.
Cultivos, ganado y canoas
en las márgenes del Titicaca
Al cabo del recorrido,
cruzamos la frontera. Y nuevamente los gendarmes bolivianos fueron muy atentos
con Martín. Me preguntaron: -“¿Es especial?” Y lo acompañaron hasta el puesto
peruano para que no temiera a los perros que estaban dando vueltas por allí.
Nos agradecieron que hayamos estado en Bolivia y dijeron que nos esperaban
nuevamente.
Al atardecer llegamos a
Puno, a más de 3900 msnm.
Llegada a Puno
En el lobby del hotel
había una cafetera cargada con mate de coca, que decía “free”. Y desde ya, con
el pretexto de que nos dolía un poco la cabeza, tomamos varias tazas.
Puno contaba con varias
atracciones en el lago
A la mañana siguiente
salimos a navegar el lago Titicaca, que presentaba varias zonas semejantes a un
pajonal, con vegetación lacustre. Y a poco de andar, sobre una de las márgenes
vimos un hotel de muchas estrellas, que intentaba imitar un transatlántico, que
no combinaba para nada con las características del lugar y era un verdadero
elefante blanco.
El elefante blanco del lago
Titicaca
El día estaba ventoso,
pero a pesar de eso, la navegación fue muy tranquila, y la embarcación bastante
más segura que las bolivianas.
Sector peruano del lago
Titicaca
Fuimos hasta la isla de los Uros. Ese pueblo
originario había construido una isla flotante, donde tenían sus viviendas y vivían
en comunidad. Nos dieron una explicación sobre los elementos utilizados en sus
construcciones y ofrecieron salidas más extensas por el lago.
Los Uros explicando las
formas de construcción de su isla y de otros elementos
Relataron también sus
formar de obtener alimentos, siendo uno de ellos la caña de la zona. Casi todos
la probamos por curiosidad y para no despreciar, y sinceramente no le encontré
sabor a nada.
Probando la caña de la zona
Vendían artesanías a los
turistas, y con eso obtenían algo de dinero para su subsistencia. Les compramos un tapiz que representaba su
vida cotidiana, que lo bordó una mujer mientras hacíamos la visita, y lo
tenemos en el living de casa como un hermoso recuerdo.
Viviendas de los Uros
realizadas con las cañas del lugar
Disfrutamos mucho y ese
paseo nos ayudó a descansar un poco. A la vuelta, recorrimos Puno, pero no le
encontramos otro atractivo que las salidas por el lago.
Vista panorámica de Puno
Fuimos a la pequeña y
moderna terminal de ómnibus, cargadísima de mochileros, y en la empresa Flores,
continuamos viaje.
Era habitual en Perú la
utilización de “carritos” como medio de transporte. El recorrido en uno de
ellos tirado por una moto costaba dos soles y un taxi convencional cuatro soles
por el mismo trayecto, que sería hasta aproximadamente diez cuadras.
Carritos de dos soles,
tirados por una moto
Pero había otra opción
más barata, y se trataba de carritos empujados por un hombre en bicicleta. Esos
costaban solamente un sol. Un sol era un peso argentino, es decir, cerca de
0,20 centavos de dólar en ese momento. Y era evidente que no se trataba de una
cuestión ecológica sino de las malas condiciones de vida que sufría esa
población.
Carritos de un sol,
empujados por un ciclista
Pasamos por Juliaca. Nos
sorprendieron la pobreza y la falta de infraestructura, incluso en las calles
del Centro. Y vimos a muchas personas, incluso zapateros, con sus máquinas de
coser en las calles. Conversando con ellos nos dijeron que su ambición era ir a
Argentina, porque por lo menos, trabajarían bajo techo, refiriéndose a los
talleres textiles, donde se los trataba como esclavos.
Zapatero en la calle de
Juliaca
También en Perú, debido a
las malas condiciones generales, era habitual que la gente hiciera sus
necesidades por todos lados, por lo que, en algunas propiedades, para preservar
un poco el lugar, aparecen los carteles de “prohibido orinar”.
Cartel que indicaba “PROIBIDO
ORINAR”. Sería demasiado pedir que le pusieran la “h”
El micro en el que íbamos
era el de mejor nivel que conseguimos y equivalente a un semicama argentino,
estaba limpio y todo funcionaba, que no era poco. Por lo tanto, el tramo que
iniciamos hacia el desierto lo disfrutamos mucho. Y después de varias horas,
llegamos a la ciudad de Arequipa, que era el destino final de ese viaje.
Plaza de
Armas de Arequipa
Nos alojamos frente a la Plaza de Armas y nos dispusimos
a descansar, ya que, al subir la escalera del hotel, entre la altura y el
cansancio, sentíamos que el corazón se nos escapaba del cuerpo.
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