martes, 9 de julio de 2019

Me voy a Bolivia…, luego iré al Perú...





Fines de noviembre de 2007. Después de casi veinte años de mi última estada, regresé a Bolivia, aunque de paso hacia Perú. Salí con Martín de la terminal de ómnibus de Retiro por la empresa Flechabus, en viaje directo a La Quiaca. Durante el día recorrimos aburridos campos de soja en las provincias de Buenos Aires y Santa Fe, dormimos toda la noche y nos despertamos en la Quebrada de Humahuaca.


Quebrada de Humahuaca, en la provincia de Jujuy


Toda la mañana anduvimos por la Puna, que se presentaba imponente y por su aridez nos permitió ver los minerales de los cerros.


La Puna Jujeña con los lechos de los ríos absolutamente secos


Y como no tuvimos tiempo de acostumbrarnos a la altura, al llegar a La Quiaca nos mareamos un poco y al rato comenzó a dolerme la cabeza. De todos modos, decidimos pasar a Villazón.
Y allí recordé el bailecito de Arsenio Aguirre, El Quiaqueño, que decía así:
A ver quiaqueños
vamos a cantar,
a ver quiaqueños
vamos a bailar.
Antes que amanezca
por esta región
porque yo mañana
paso a Villazón.
Me voy a Bolivia
luego iré al Perú
me alejo pensando
en la Cruz del Sur.


Paisaje cercano a la frontera argentino-boliviana


Cruzamos el puente. Del lado argentino, nada… Ni siquiera necesitamos saludar. Del lado boliviano, controlaban sólo los documentos. Fotos de Evo Morales en las paredes de la oficina. Y la onda había cambiado. Eran muy amables con todos. Pero cuando se dieron cuenta de la discapacidad de Martín, el trato fue excepcional, ofreciéndose para lo que necesitáramos.
Caminamos por la calle principal de Villazón que no había cambiado para nada, excepto por el tipo de productos que se vendían. Ahora predominaban los celulares, los MP3, MP4 y objetos por el estilo. Pasamos por un mostrador donde se cambiaba moneda. Por cada peso me dieron tres bolivianos.
Continuamos hasta la terminal de ómnibus. No obstante, antes de llegar, varias personas se nos venían encima intentando vendernos pasajes. La mayoría de la gente les regateaba y se los compraban, pero yo no confiaba y preferí ir a una ventanilla. Eran pequeños mostradores con paquetes amontonados y talonarios como los de las rifas del almacén, que tenían anotado a mano el destino y el horario del micro. Recorrí varios de esos sucuchos, no compré ni el más barato ni el más caro. El micro a La Paz, en teoría salía a las cinco de la tarde, y recién era el mediodía.
Quisimos ir a los baños. Pero había que pagar. Era insólito que en un país de esas características y con gente tan pobre, cobraran por este servicio. No se salvaba nadie, porque tenían sistema de molinete. El que no pagaba, no pasaba, y era por eso, que los que no tenían dinero, orinaban donde fuera.
De allí buscamos un lugar donde comer. Conseguimos una especie de almacén con varias mesas. Nos prepararon sendos sándwiches de salame y los acompañamos con mate de coca.


Martín tomando mate de coca



Nos quedamos conversando con la dueña y con la gente de las otras mesas. Allí a Evo no lo querían. Decían que les daba demasiadas cosas a los vagos y que les había aumentado los impuestos a los productores. Por otra parte, que pretendía que los niños fueran a la escuela hasta grandes, cuando ellos habían comenzado a trabajar de chicos, y eso los había hecho fuertes.
A mí, mientras tanto, me seguía doliendo la cabeza. Así que pregunté por un consultorio médico para que me tomaran la presión y que me recomendaran alguna medicación para el viaje.
Cruzando la calle, el garaje de una casa estaba dividido por una mampara. En la parte de adelante estaba la sala de espera con tres sillas viejas y detrás atendía una doctora. No tenía camilla, sino un sillón y un banquito para ella. Muy amable. Me dijo que yo estaba bien y que era sólo efecto del cambio repentino de altura y que continuara tomando el mate de coca o mascando hojas en caso de necesidad, pero que creía que pronto se me iba a pasar. Antes de irnos, Martín pidió ir al baño, pero ella dijo que no tenía, porque le alquilaban solamente el garaje y los dueños de la casa, no se lo prestaban.
Volvimos al almacén bar. Pedimos más mate de coca y pasar al baño. Pero tampoco tenían baño, que en Villazón parecía ser un lujo para pocos. La señora le dijo a Martín que hiciera en la calle, pero él no quiso. Así que volvimos a la terminal que ya había pasado a ser para nosotros, un lugar VIP.

Plaza principal de Villazón


Mientras hacíamos tiempo, pasaron vendiendo mantas para el viaje. Yo no hacía caso, hasta que me dijeron que los micros no tenían calefacción y que todos llevaban sus abrigos. Menos mal que compré una. Era de doble plaza, suavecita y con la figura de un animal. Costaba tres dólares, y sin que yo regateara, me la dejó a dos. No compré más porque no quería cargar con bultos. Pero fue fundamental para no pasar frío.


La única diferencia en veinte años fue el pavimento de algunas calles de Villazón


Pregunté de dónde saldría el micro y acercándose la hora, me acerqué a un grupo de personas que lo estaba esperando. Alrededor de las cinco y media, lo trajeron y lo dejaron cerrado. ¡Era espantoso! En veinte años había cambiado muy poco. A las seis, vino el conductor, y nos hizo subir mientras se peleaba con la mayoría de los pasajeros por la cantidad de bultos que llevaban. Como no eran asientos numerados, todos se abalanzaban para subir. Yo quedé atrás por educación, pero Martín se metió entre la gente y se fue a sentar al primer asiento, que estaba arriba. El coche era de dos pisos, pero abajo estaban sólo los conductores y las cargas. Puso su mochila en el asiento de al lado y así me guardó el lugar. Pero muchos quedaron parados y se sentaron en el suelo. Los asientos no se reclinaban, los cinturones de seguridad no existían, el parabrisas lo teníamos prácticamente pegado a la cara, y había gente apoyada en el apoyabrazos. ¡Nunca peor! Arrancamos y el chofer dio una vuelta por Villazón, paró en un bar donde recogió al otro conductor y se puso a conversar con los amigos. Después de veinte minutos de amena charla, la gente protestó, y él se enojó, diciéndoles que, si volvían a molestarlo, los hacía bajar. Entonces, todos se callaron. Había otro argentino aparte de nosotros y dos peruanos, y fueron ellos los que lo apuraron. Y salimos a la ruta.

Primer tramo de la ruta, de tierra


Tal como ocurría en la Argentina, la culpa de todos los robos se les achacaba a los peruanos. Y allí, ya descaradamente y en sus propias caras, los bolivianos nos decían a todos que no nos durmiéramos porque había peruanos y nos iban robar. Y los peruanos se defendían diciendo que ellos no robaban porque eran del sur, que los ladrones eran los de Lima.



Al tramo de tierra, le siguió el de asfalto destruido



A pesar de ir subiendo, tal cual me había dicho la doctora, se me pasó el dolor de cabeza; y como no creíamos en los fantasmas xenófobos, nos dormimos profundamente. Pero a la madrugada nos despertaron y nos hicieron bajar en pleno camino de montaña, porque había que cambiar un neumático. Allí aprovechamos para usar las piedras y las ramas como enorme baño, y así seguimos viaje. Cuando a la mañana nos despertamos, ya habíamos pasado Potosí, y el camino estaba recién asfaltado.


Camino recién asfaltado al norte de Potosí, y cabras que lo cruzan


 Llegamos a un parador a desayunar. Tomamos mate de coca con pan de grasa. La parte del bar estaba bastante limpia y era aceptable, pero cuando fuimos a los baños, cruzando el patio… Casi nos descomponemos…, ¡indescriptible!





Desayunando en un parador de la ruta


Allí también nos quedamos conversando con la gente del lugar o que venía en otros micros, y estos sí lo querían a Evo. Estaban muy contentos por el asfalto y por su ayuda a los pobres.
Y ya listos para partir, los choferes no estaban. Sin saber por qué, volvieron del pueblo cercano casi una hora después. Nadie pidió explicaciones… Yo les preguntaba a los bolivianos cómo no se quejaban por nada, a lo que ellos respondían: -“Y…, las cosas son así…” Yo sí pedí explicaciones, pero ni siquiera me contestaron. Como si no me hubiesen oído. En esas tierras, lo que dijera una mujer, no contaba…

El fabuloso micro de la empresa Trans del Sur. ¡No lo tomen nunca!


Pasamos por el lago Poopó que había estudiado en tercer año del secundario, y por salares en el Altiplano Boliviano que era la continuación de la Puna, a una altura promedio de 3500 msnm.


Suelos salinos en el Altiplano Boliviano


Atravesamos pueblos terriblemente pobres y con situaciones realmente insalubres. Allí se podía comprender el porqué de su migración a la Argentina donde aceptaban condiciones de trabajo tan miserables. Eran trabajadores, honestos, callados y extremadamente sumisos. Y tenían la necesidad imperiosa de enviarle algo a su familia para que pudiera subsistir.

Pueblo del Altiplano Boliviano


Y llegamos a Oruro. En esa oportunidad la pude conocer, aunque de paso y no en carnaval. Era una ciudad donde se concentraban los automotores que llegaban desde el puerto chileno de Iquique, importados desde Asia sin impuestos. Se trataba de una zona franca comercial e industrial.


Playa de automotores en la zona franca de Oruro – Bolivia


Históricamente, la actividad principal de Oruro había sido la explotación de los recursos argentíferos, y cuando el precio internacional declinó, la actividad minera continuó con la extracción de estaño. La ciudad, desde sus principios, en el siglo XVI, contó con mineros españoles, criollos, negros e indígenas de las etnias Uru, quechuas y aymaras.
Lo que más atraía turistas de todo el mundo, era sin duda, el carnaval, ya que está considerado uno de los mayores eventos folclóricos en Sudamérica, siendo la Diablada, una de las danzas típicas más conocidas. En 2001, la UNESCO había declarado al Carnaval de Oruro, que en realidad era la Fiesta de la Virgen del Socavón, “Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad”, reconociendo su valor religioso y cultural.


Monumento a la entrada de la ciudad de Oruro


 Y veinticuatro horas después de haber salido de Villazón, ¡llegamos a La Paz! La entrada era espectacular, con el Illimani nevado.



Llegando a La Paz, con el Illimani de fondo


Entramos por El Alto, ciudad suburbio que se encontraba por encima de los 4000 msnm. Se trataba de un centro comercial minorista y estaban asentadas varias fábricas y plantas de procesamiento de hidrocarburos.  




Avenida principal de El Alto


En El Alto se establecían muchos inmigrantes procedentes de las zonas rurales o de ciudades de menor tamaño del resto del país. Era esa la principal razón de su crecimiento, ya que había llegado al millón de habitantes, y ya contaba con municipalidad propia.


Gran diversidad socioeconómica debida a la inmigración


En El Alto predominaban los barrios pobres con casas precarias, y paralelamente era considerada un área muy insegura, con mayor índice de delincuencia.


Caos en el tránsito, característico de toda la ciudad


Por autopista ingresamos a La Paz. Y luego, por pequeñas callejuelas, llegamos al Centro. El micro nos dejó en la calle de Las Brujas, y desde allí tomamos un taxi hasta el hotel. Fuimos a uno de tres estrellas con bañera, en una avenida céntrica. Nos lo merecíamos. Veintisiete horas desde Buenos Aires a La Quiaca, más la espera en Villazón, y otras veinticuatro en ese micro…


Autopista de ingreso a La Paz


Martín reclamó Canal 13, pero lo único argentino era Telefé Internacional. Estaba Susana Jiménez, así que lo convencí de ver un programa boliviano a favor de Evo. Y después de reponernos un poco, fuimos a cenar a uno de los pocos lugares buenos de la avenida principal. Un local amplio, bien iluminado, con pelotero y festejo de cumpleaños. Allí no había ni sopas picantes, ni humita en chala, y mucho menos quinoa. Pero infaltable el mate de coca, aunque en saquitos, marca Windsor, industria boliviana. El menú constaba de pizzas, sándwiches, pollo o carnes con guarnición de ensaladas, tortas y helados, como en Buenos Aires. La diferencia era que en Buenos Aires había muchísimos lugares así y entraba todo tipo de gente, y allí sólo la que tenía un nivel económico muy alto. Y para variar, nosotros no estábamos vestidos de acuerdo con las circunstancias, pero al ser argentinos y blancos, nos pudimos quedar.


En La Paz, en una confitería “de lujo”


Al día siguiente salimos en un taxi a recorrer la ciudad. Hicimos un avistaje general. Pedí que nos llevara por los barrios más selectos y por los más pobres. Y todo lo que parecía tan bonito en panorámica, con las casitas rojas, eran ladrillos de casas sin revoque, porque no se habían podido terminar. Y así era la mayoría.


Vista desde el cerro, abajo al fondo, el centro financiero


Cuanto más alto en los cerros, mayor pobreza y falta de medios de transporte. Mucha gente subía y bajaba a pie diariamente muchos metros hasta poder tomar alguna combi o colectivo que lo dejara cerca del trabajo, escuela u hospital. Y los barrios ricos, eran muy ricos. Los lujos eran extravagantes. Y en muchas cuadras no pude tomar fotografías porque los guardias privados me lo impidieron. Y por sugerencia del taxista, en una oportunidad le hablé en inglés al custodio, que seguramente no me entendió nada, pero me dio el visto bueno con el dedo.

La población más pobre se encontraba muy arriba de los cerros



Todo era muy barato para nosotros en este viaje, tres veces menos que en Argentina. Y si bien la intención era quedarnos, tenía que continuar viaje y para eso tomamos un micro que nos llevaría a Perú. Volvimos a pasar por El Alto, y continué tomando fotos de las zonas de deterioro.


Edificios sin revocar, característicos de la zona


Bordeamos el lago Titicaca que compartían ambos países. Todo el paisaje era muy bonito y se podían ver en las costas del lago muchas producciones agropecuarias.


Producción agropecuaria en los bordes del lago Titicaca


Entre los cultivos predominaba el arroz, que tanto consumían bolivianos como peruanos, pero también abundaban las hortalizas y los porotos. Una de las características era la cantidad de mano de obra, en especial, mujeres.

Cultivos, con el lago Titicaca de fondo


Y todavía en el sector boliviano, hicimos el cruce por el estrecho de Tiquina, que era la parte más angosta del lago Titicaca que quedaba dividido en dos sectores, norte y sur. El estrecho era de alrededor de setecientos metros de longitud, e iba desde la localidad de San Pablo a la de San Pedro.



Vista de la localidad de San Pablo


El Titicaca era el lago navegable de mayor altura en el mundo. Se encontraba a más de 3800 msnm.


En la mitad del cruce del estrecho de Tiquina


En la otra margen estaba San Pedro, y seguíamos en territorio boliviano. Allí había un enorme cartel que decía: 
Armada Boliviana
Cuarto Distrito Naval
“Titicaca”
Hacia el mar
Bolivia

Vista de San Pedro con el edificio de la Armada Boliviana


Los pasajeros bajamos de los vehículos y cruzamos el estrecho en unas lanchitas pequeñas y no muy confiables. Según los días, el lago podía estar picado y en ese caso se movería bastante.


Martín junto a la lanchita en que hicimos el cruce


Los vehículos iban en balsas, bastante endebles, pero creo que más seguras.

Nuestro micro en la balsa


Volvimos a subir al micro para continuar bordeando el lago, que tenía una superficie aproximada de 9000 km2. Los nativos decían que no tenía fondo, pero eso era una de las tantas leyendas que se habían tejido sobre él; las mediciones realizadas confirmaban que su profundidad era de alrededor de cuatrocientos sesenta metros, dependiendo del caudal de las lluvias.


Terrazas en las laderas del Titicaca


Tanto la mitología de la civilización Tiwanaku como la Incaica, presentaban el génesis con sus líderes surgiendo de las aguas del lago Titicaca, por lo que se lo consideraba un lago sagrado.


Pueblos bolivianos sobre el Titicaca


Y pudimos ver más cultivos, corrales de pircas y gente trabajando en condiciones muy rudimentarias.
                                                                                                                                 

Técnicas agrícolas precolombinas


Se veían tanto hombres como mujeres levantando la cosecha, y muchas de ellas embarazadas o llevaban sus hijitos atados a la espalda. Téngase en cuenta que Bolivia era el país con mayor mortalidad infantil de América del Sur, y también de mortalidad femenina temprana, en muchos casos, por parto.


Cosecha levantada a mano


Nos dirigimos a la localidad de Copacabana, donde se encontraba el santuario más importante de Bolivia. Además, era un centro turístico internacional desde donde se hacían excursiones a las islas del Sol y de la Luna.

Calle comercial turística de la localidad de Copacabana


Pero nosotros almorzamos algo rápido, y en un ómnibus peruano, continuamos viaje hacia la frontera.


Vista panorámica de Copacabana


Continuamos viendo sembrados y cría de animales a la vera del lago, con viviendas muy precarias.



Cultivos y ganado en el lago Titicaca


Además de la producción agropecuaria, todos tenían sus canoas preparadas para salir en busca de otros recursos del lago, preparando los pescados indistintamente junto con los cereales o con las otras carnes.



Cultivos, ganado y canoas en las márgenes del Titicaca


Al cabo del recorrido, cruzamos la frontera. Y nuevamente los gendarmes bolivianos fueron muy atentos con Martín. Me preguntaron: -“¿Es especial?” Y lo acompañaron hasta el puesto peruano para que no temiera a los perros que estaban dando vueltas por allí. Nos agradecieron que hayamos estado en Bolivia y dijeron que nos esperaban nuevamente.
Al atardecer llegamos a Puno, a más de 3900 msnm.

Llegada a Puno


En el lobby del hotel había una cafetera cargada con mate de coca, que decía “free”. Y desde ya, con el pretexto de que nos dolía un poco la cabeza, tomamos varias tazas.

Puno contaba con varias atracciones en el lago


A la mañana siguiente salimos a navegar el lago Titicaca, que presentaba varias zonas semejantes a un pajonal, con vegetación lacustre. Y a poco de andar, sobre una de las márgenes vimos un hotel de muchas estrellas, que intentaba imitar un transatlántico, que no combinaba para nada con las características del lugar y era un verdadero elefante blanco.

El elefante blanco del lago Titicaca


El día estaba ventoso, pero a pesar de eso, la navegación fue muy tranquila, y la embarcación bastante más segura que las bolivianas.



Sector peruano del lago Titicaca


 Fuimos hasta la isla de los Uros. Ese pueblo originario había construido una isla flotante, donde tenían sus viviendas y vivían en comunidad. Nos dieron una explicación sobre los elementos utilizados en sus construcciones y ofrecieron salidas más extensas por el lago.


Los Uros explicando las formas de construcción de su isla y de otros elementos



Relataron también sus formar de obtener alimentos, siendo uno de ellos la caña de la zona. Casi todos la probamos por curiosidad y para no despreciar, y sinceramente no le encontré sabor a nada.   


Probando la caña de la zona


Vendían artesanías a los turistas, y con eso obtenían algo de dinero para su subsistencia.  Les compramos un tapiz que representaba su vida cotidiana, que lo bordó una mujer mientras hacíamos la visita, y lo tenemos en el living de casa como un hermoso recuerdo.


Viviendas de los Uros realizadas con las cañas del lugar


Disfrutamos mucho y ese paseo nos ayudó a descansar un poco. A la vuelta, recorrimos Puno, pero no le encontramos otro atractivo que las salidas por el lago.


Vista panorámica de Puno


Fuimos a la pequeña y moderna terminal de ómnibus, cargadísima de mochileros, y en la empresa Flores, continuamos viaje.
Era habitual en Perú la utilización de “carritos” como medio de transporte. El recorrido en uno de ellos tirado por una moto costaba dos soles y un taxi convencional cuatro soles por el mismo trayecto, que sería hasta aproximadamente diez cuadras.

Carritos de dos soles, tirados por una moto


Pero había otra opción más barata, y se trataba de carritos empujados por un hombre en bicicleta. Esos costaban solamente un sol. Un sol era un peso argentino, es decir, cerca de 0,20 centavos de dólar en ese momento. Y era evidente que no se trataba de una cuestión ecológica sino de las malas condiciones de vida que sufría esa población.

Carritos de un sol, empujados por un ciclista


Pasamos por Juliaca. Nos sorprendieron la pobreza y la falta de infraestructura, incluso en las calles del Centro. Y vimos a muchas personas, incluso zapateros, con sus máquinas de coser en las calles. Conversando con ellos nos dijeron que su ambición era ir a Argentina, porque por lo menos, trabajarían bajo techo, refiriéndose a los talleres textiles, donde se los trataba como esclavos.

Zapatero en la calle de Juliaca


También en Perú, debido a las malas condiciones generales, era habitual que la gente hiciera sus necesidades por todos lados, por lo que, en algunas propiedades, para preservar un poco el lugar, aparecen los carteles de “prohibido orinar”.

Cartel que indicaba “PROIBIDO ORINAR”. Sería demasiado pedir que le pusieran la “h”


El micro en el que íbamos era el de mejor nivel que conseguimos y equivalente a un semicama argentino, estaba limpio y todo funcionaba, que no era poco. Por lo tanto, el tramo que iniciamos hacia el desierto lo disfrutamos mucho. Y después de varias horas, llegamos a la ciudad de Arequipa, que era el destino final de ese viaje.


Plaza de Armas de Arequipa


Nos alojamos frente a la Plaza de Armas y nos dispusimos a descansar, ya que, al subir la escalera del hotel, entre la altura y el cansancio, sentíamos que el corazón se nos escapaba del cuerpo.
  

No hay comentarios:

Publicar un comentario