lunes, 29 de julio de 2019

Del Cusco a Tiwanaku


  
Salimos del Cusco a la mañana temprano en un micro rumbo a Puno. Todavía quedaba mucho por ver, pero el tiempo era tirano, y nuestros lugares de trabajo, también.


Martín despidiéndose del Cusco


El micro entró a la ciudad de Juliaca, que presentaba condiciones muy desfavorables. Allí bajaron y subieron pasajeros y muchas personas vinieron a ofrecer comida. Pero, en parte por cuestiones de higiene, y en parte por la altura, preferimos mantenernos sólo con líquido por el resto del viaje.  

Avenida principal de Juliaca


El verano, sin duda, empeoraba la situación por ser el periodo de las lluvias, pero la infraestructura de la ciudad dejaba mucho que desear. Y los rudimentarios transportes se veían mucho más vulnerables.  


Una de las calles céntricas de Juliaca después de la lluvia


Llegamos a Puno y pese al cansancio y a la altura, salimos a caminar por la ciudad. Pero después de habernos alejado bastante, se largó a llover, entonces tomamos uno de los carritos tirados por motos, que además de tener techito, estaban más protegidos. ¡Qué miedo en el medio del tránsito! El conductor se metía entre los autos sin ningún tipo de cuidado; y en Perú, evidentemente la vida no valía demasiado, porque se manejaba muy mal y nadie reparaba ni en el peatón ni en los que iban en vehículos pequeños.   



Los típicos “taxis” económicos


Al día siguiente, a pleno sol, nos esperaba la navegación por el lago Titicaca. Estábamos en la cuna del Imperio Inca. La leyenda contaba que Manco Capac y Mama Ocllo habían salido del fondo del lago y habían creado el Imperio, comenzando desde allí su expansión.
Nos dirigimos hacia las islas de los Uros, habitantes originarios del lago. Esta comunidad realizaba todo tipo de elementos con juncos de totoras, entre ellos los enormes botes y los catamaranes donde, además de trasladarse ellos, vendían excursiones para los turistas.    

Catamarán hecho con juncos de totoras


Las islas que habían generado sobre el lago, tenían una base de tierra con raíces que flotaban, y sobre ella, se superponían los juncos de totoras como si se tratara de una enorme alfombra. Había aproximadamente veinte islas y generalmente pertenecían a grupos familiares. Si una familia se separaba podía ser que naciera una nueva isla, pero si una familia se unía, desaparecía una isla creándose otra mayor. Las islas estaban ancladas al fondo con estacas y la superficie era una densa capa de totora seca. La totora en contacto con el agua se pudría y liberaba gases. Esos gases atrapados debajo de la maraña de totora trenzada le brindaban la flotabilidad. La isla se mantenía agregando totora seca arriba.  




Muestra de la base y cobertura de la isla


Las mujeres bordaban con una prolijidad y rapidez increíbles. Aprendían desde niñas y en cada etapa de su vida, iban avanzando en el proceso de la confección de los tejidos.   

Bordando a mano los tejidos


Los precios eran relativamente altos para lo que era Perú. Por un lado, porque hacían valer su trabajo ya que se trataba de artesanías reales y no “industriales”, y por otro, porque el turismo que predominaba era el europeo que cotizaba en euros.

  
Parte de la dieta la constituían los productos obtenidos en el lago


Las embarcaciones hechas de juncos de totoras venían de tiempos inmemorables, y generalmente, duraban seis meses. Pero en el siglo XXI, por dentro le incorporan botellas plásticas, lo que aumentaba la flotabilidad y permitía que tuvieran una vida útil de dos años. ¡Nuevas tecnologías!

Embarcaciones confeccionadas con juncos de totoras y botellas de plástico


El junco de totora constituía la base de su subsistencia, como alimento, material de vivienda y de traslado.



La caña, que además era comestible


Las casas también estaban realizadas con totora trenzada, así que las casas “nacían del suelo”. Estaba todo tejido y unido, suelo y hogar.
Entramos en algunas viviendas y vimos que tenían ciertas comodidades, televisor y otros elementos, pero dormían sobre un conjunto de tejidos sobre las cañas que tenían un alto porcentaje de humedad. Ellos nos contaron los pasos por los que los hombres transitaban en el aprendizaje de la elaboración de las artesanías. Por ejemplo, los barquitos pequeños los aprendían a hacer desde niños.


Interior de una vivienda


También observamos que se manifestaba una especie de sincretismo, ya que profesaban el culto a la Pachamama, la Madre Tierra a la cual hacían sus ofrendas, y a la vez practicaban la religión católica.

Imágenes cristianas y culto a la Pachamama


Cruzamos a otra isla donde alquilaban chozas para pernoctar. Y algunos europeos de nuestro contingente decidieron quedarse.


Los turistas podían pernoctar en una de las islas


Las tareas se realizaban en comunidad, con división del trabajo. Quienes cocinaban, las mujeres, lo hacen para todos.




Elementos de cocina; y aves y batracios secándose al sol


Al día siguiente continuamos viaje. El camino estaba muy poceado y el micro andaba a los saltitos. Delante de nosotros, a la altura de la localidad de Ilave, iba una combi que llevaba ovejas vivas en su parrilla. Las pobres estaban atadas con sogas, pero desesperadas por el movimiento. Supongo que más de una tendría vértigo. 


Camino poceado y ovejas vivas sobre la parrilla de la combi


Fuimos bordeando el lago y cruzamos la frontera con Bolivia, para ingresar a la localidad de Copacabana.
Desde la época de la colonia, que duró desde 1534 hasta la independencia de Bolivia en 1825, Copacabana se centró principalmente en el desarrollo del Santuario de la Virgen de Copacabana. Los dominicos ingresaron a esta región construyendo el primer templo en 1550, mientras que la Virgen de Copacabana fue entronizada en 1583. La imagen fue tallada en madera de maguey por el indio Tito Yupanqui, y por poseer rasgos indígenas en su fisonomía, gozaba de la devoción de los nativos de la región. Hacia 1591, los agustinos se hicieron cargo de la iglesia, ya que Copacabana ya era un centro de peregrinaje. Pero con el advenimiento de la República en 1825, fueron expulsados ante la política de Simón Bolívar, primer presidente de Bolivia, ya que dispuso de las riquezas de las iglesias, monasterios y conventos para soportar los gastos públicos en educación. Finalmente, los franciscanos retomaron el santuario en 1851, y lo manejaban desde entonces.

Santuario de la Virgen de Copacabana


Para los bolivianos católicos, Copacabana era un centro de peregrinaje, santuario y devoción religiosa. Pero también era lugar de descanso de fin de semana y días feriados, para disfrutar de maravillosas vistas y entretenimientos.

Preparando vehículos para una procesión


Copacabana estaba construida entre los cerros Calvario y Niño Calvario (o Kesanani), y el sector urbano contaba con alrededor de seis mil habitantes. El Municipio abarcaba más de treinta comunidades campesinas originarias, con un total de veinticinco mil habitantes.
El lago era considerado como “isla mar” conectada con el océano, madre de todas las aguas. Todavía en 2008, momento en que nos encontrábamos allí, los residentes locales creían que el lago proveía de lluvia y distribuía el agua enviada por las divinidades de la montaña.

Calle en dirección al lago en Copacabana


Comimos unos sándwiches y continuamos viaje en un micro boliviano, rumbo a La Paz. Prontamente llegamos al estrecho de Tiquina donde tendríamos que realizar el cruce.

San Pablo de Tiquina desde San Pedro


Y en una diminuta lanchita realizamos el cruce.



Estrella, Omar y Manuel junto con una chola en la pequeña lanchita


Y nuestro micro en la balsa...



Martín en San Pablo de Tiquina esperando que llegara nuestro micro


Y llegamos a La Paz. El tránsito era un caos. Siempre el tránsito era un caos en La Paz. Calles angostas con pendiente pronunciada, la mayoría sin semáforo, carritos, bicicletas, motos, autos parados en doble fila, ómnibus o combis haciendo subir o bajar pasajeros en cualquier parte, vendedores dejando la mercadería en plena calzada, basura, gente que se cruzaba sin mirar… Pero ellos no se hacían problemas, mantenían la calma, y muchas veces hasta sonríen.




Habitual embotellamiento en La Paz


Con un taxi fuimos a recorrer las zonas más elevadas desde el punto de vista topográfico, y el más bajo desde el socioeconómico. En la ciudad, tal como en la totalidad del país, prevalecían las viviendas precarias con pequeñas franjas de riqueza asociadas con el dominio de los modos de producción o del sistema financiero.


Centro comercial y financiero visto desde la ladera de un cerro


Frente a la Plaza Murillo se encontraba la Casa de Gobierno, y pegadita a ella, la Catedral. Como símbolo era muy fuerte y marcaba la influencia histórica de la iglesia en las decisiones gubernamentales.

Plaza Murillo, Casa de Gobierno y Catedral


En el barrio financiero se encontraba el Puente de las Américas, llamado “de los suicidios” por los paceños, debido a la cantidad de gente que se había quitado la vida allí. Muchos lo habían hecho por razones sentimentales, pero la mayoría a causa de problemas de negocios.

Puente de las Américas


El sector de edificios de altura no sólo contaba con bancos y financieras, sino también con oficinas de las empresas más importantes, la mayoría transnacionales, viviendas y hoteles de lujo, y comercios de las principales marcas del mundo.

Barrio financiero desde el puente de las Américas


Lo que hacía atractiva a La Paz, era el cordón de cerros que la rodeaban y los desniveles que se presentaban en toda su extensión.



Una de las principales autopistas de La Paz


La franja de edificios de buen nivel contrastaba absolutamente con los barrios más pobres que lo rodeaban por todas partes. La gente tenía talleres en las calles, y con sus máquinas de coser fabricaban prendas, arreglaban zapatos y elaboraban muchos productos, todo al aire libre.


Zapatero en las calles de La Paz



Esta vez estábamos parando en un hotel tipo residencial en la calle de Las Brujas, donde había muchos mochileros europeos. En esa zona antigua de la ciudad, las callecitas angostas tenían pendientes muy pronunciadas, que solían dejarnos sin aire, pero de todos modos resistimos. Caminábamos más despacio y comíamos muy poco.


Calles angostas con pendiente y colmadas de tránsito



En el casco viejo muchas viviendas habían sido convertidas en hospedajes donde se alojaban la mayor parte de los europeos más jóvenes. Había una enorme cantidad de comercios destinados a la venta de artesanías, recuerdos y tejidos, además de las agencias de turismo y lugares donde se cambiaba dinero. Pero también, en algunos edificios deteriorados, vivían familias con situación económica desfavorable.


Callejuela con empedrado original


Tanto en Jujuy, Bolivia, como en Perú, para las collas era natural que los hombres las castigasen si no cumplían con sus deberes de atenderlos. Esto lo habíamos visto en viajes anteriores, y lo habíamos corroborado en este. Sin embargo, algunas cosas habían comenzado a cambiar, a partir de campañas en contra de la violencia hacia la mujer.



Campaña contra la violencia hacia la mujer en El Alto


Saliendo por El Alto fuimos camino a Tiwanaku. Allí, tal como habíamos podido observar en Cusco, los españoles habían construido las iglesias sobre los templos de los nativos.

Iglesia construida sobre un templo de la cultura tiwanaka


El pueblo había comenzado a cuidarse y renovarse mientras que el museo se había puesto a los niveles de las últimas tendencias en ese tipo de muestras.



Municipalidad de Tiwanaku


Tiwanaku o Tiahuanaco había sido el centro de la civilización tiahuanacota, cultura preincaica que basaba su economía en la agricultura y la ganadería.



Martín en la estación ferroviaria, en enero de 2008, abandonada


La civilización tiahuanacota abarcó los territorios de la meseta del Collao, entre el occidente de Bolivia, el norte de Chile y el sur del Perú, e irradió su influencia hacia otras civilizaciones.
En una maqueta podía verse la distribución de las obras del área cívico-ceremonial. En el centro hacia arriba se encontraba la Kalasasaya; hacia su derecha, el templete; hacia su izquierda el Putuni; le seguía en la misma dirección el Kerikala; hacia abajo la Akapana; y hacia la extrema derecha en el centro, la Kantatayita.

Maqueta del centro espiritual y político de la cultura Tiwanaku



Todos los templos de la urbe se orientaban astronómicamente. Era por eso que en la Kalasasaya (kala=piedra y saya o sayasta=parado), Templo de las Piedras Paradas, podían verificarse con exactitud los cambios estacionales y el año solar de 365 días. En ambos equinoccios (21 de marzo y 21 de setiembre), el sol nacía por la puerta principal de ingreso; mientras que en el solsticio de invierno (21 de junio) lo hacía en el ángulo murario NE; y en el solsticio de verano (21 de diciembre), se marcaba por el ascenso en el ángulo murario SE. Este muro era conocido como “pared balconera” o “chunchukala”. Este templo cubría aproximadamente dos hectáreas y su estructura estaba basada en columnas de areniscas y sillares cortados. De allí sobresalían gárgolas o goteros de desagüe para las aguas de lluvia. En el Kalasasaya se encontraban tres importantes esculturas: la Estela Ocho (Ponce), el monolito El fraile y la Puerta del Sol.

Puerta del Sol


El templete o templo subterráneo constituía una muestra de la época de esplendor de la cultura tiwanacota. Se encontraba a dos metros de profundidad, de planta casi rectangular, con muros adornados con ciento setenta y cinco cabezas diferentes con rasgos de distintas etnias. Tenía un sistema de drenaje con un declive del dos por ciento que aún funcionaba y que desembocaba en un colector. Empotrada en el piso del templete se hallaba la mayor pieza antropomorfa, conocida como monolito “Pachamama” o Estela Benett, que había sido llevada al museo. También en el templete estaba el Monolito Barbado o Kon Tici Wiraqocha, Señor de las Aguas.



Monolito Barbado o Kon Tici Wiraqocha


El Putuni, también llamado Putuputuni, que en aimara significaba “lugar donde hay huecos”, se conocía también como el Palacio de los Sarcófagos, debido a que se creía que era el lugar de entierro de las altas personalidades. En las cámaras funerarias, el sistema de cerramiento consistía en una puerta corrediza de piedra, que se deslizaba al humedecer el piso. A dos metros de profundidad existían canales matrices que denotaban un perfecto sistema de alcantarillado.
Tanto el Putuni como el Kerikala tenían la parte inferior de piedra y los muros de adobe.
La Akapana era una pirámide con siete terrazas escalonadas y dieciocho metros de altura. De acuerdo con las crónicas, en su cima existían bellas edificaciones y un templete. En el siglo XVIII el español Oyaldeburo excavó la pirámide en busca de tesoros, horadándola dese la cima y echando los escombros a los costados. Tras siglos de abandono, en ese momento estaba siendo desenterrada nuevamente.

Pirámide de Akapana


El templo de Kantatayita (Luz del Amanecer) pudo haber sido un edificio de cuatro cuerpos orientados a cada punto cardinal. En ese lugar se encontraba la llamada “piedra maqueta” tallada en un solo bloque, mostrando un edificio similar. También se veían varios bloques de andesita, tallados en bajo relieve con la Cruz Andina.


Tiwanaku poseía un puerto en el lago Titikaka, a veinte kilómetros de la ciudad.
Esta cultura se inició dieciséis siglos antes de Cristo y misteriosamente desapareció mil doscientos años después de Cristo. Dada su antigüedad, se la consideraba cultura madre de las civilizaciones americanas, capital de un antiguo imperio megalítico que se expandió por los Andes Centrales.


Una de las más antiguas civilizaciones americanas


Antes de regresar a La Paz, tuvimos un almuerzo bien autóctono, carne de llama con arroz blanco y verduras, en un restorán expresamente preparado para turistas.



Martín comiendo carne de llama


Si bien cronológicamente lo ideal hubiera haber hecho el recorrido a la inversa, es decir, partir de Tiwanaku hasta llegar al Cusco, el viaje significó un gran aprendizaje y la valoración de las culturas originarias.



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