Salimos del Cusco a la
mañana temprano en un micro rumbo a Puno. Todavía quedaba mucho por ver, pero
el tiempo era tirano, y nuestros lugares de trabajo, también.
Martín despidiéndose
del Cusco
El micro entró a la
ciudad de Juliaca, que presentaba condiciones muy desfavorables. Allí bajaron y
subieron pasajeros y muchas personas vinieron a ofrecer comida. Pero, en parte
por cuestiones de higiene, y en parte por la altura, preferimos mantenernos sólo
con líquido por el resto del viaje.
Avenida
principal de Juliaca
El verano, sin duda,
empeoraba la situación por ser el periodo de las lluvias, pero la
infraestructura de la ciudad dejaba mucho que desear. Y los rudimentarios
transportes se veían mucho más vulnerables.
Una de las
calles céntricas de Juliaca después de la lluvia
Llegamos a Puno y pese
al cansancio y a la altura, salimos a caminar por la ciudad. Pero después de
habernos alejado bastante, se largó a llover, entonces tomamos uno de los
carritos tirados por motos, que además de tener techito, estaban más protegidos.
¡Qué miedo en el medio del tránsito! El conductor se metía entre los autos sin
ningún tipo de cuidado; y en Perú, evidentemente la vida no valía demasiado,
porque se manejaba muy mal y nadie reparaba ni en el peatón ni en los que iban
en vehículos pequeños.
Los típicos
“taxis” económicos
Al día siguiente, a
pleno sol, nos esperaba la navegación por el lago Titicaca. Estábamos en la
cuna del Imperio Inca. La leyenda contaba que Manco Capac y Mama Ocllo habían salido
del fondo del lago y habían creado el Imperio, comenzando desde allí su
expansión.
Nos dirigimos hacia
las islas de los Uros, habitantes originarios del lago. Esta comunidad realizaba
todo tipo de elementos con juncos de totoras, entre ellos los enormes botes y
los catamaranes donde, además de trasladarse ellos, vendían excursiones para
los turistas.
Catamarán hecho
con juncos de totoras
Las islas que habían
generado sobre el lago, tenían una base de tierra con raíces que flotaban, y
sobre ella, se superponían los juncos de totoras como si se tratara de una
enorme alfombra. Había aproximadamente veinte islas y generalmente pertenecían
a grupos familiares. Si una familia se separaba podía ser que naciera una nueva
isla, pero si una familia se unía, desaparecía una isla creándose otra mayor. Las
islas estaban ancladas al fondo con estacas y la superficie era una densa capa
de totora seca. La totora en contacto con el agua se pudría y liberaba gases.
Esos gases atrapados debajo de la maraña de totora trenzada le brindaban la flotabilidad.
La isla se mantenía agregando totora seca arriba.
Muestra de la
base y cobertura de la isla
Las mujeres bordaban
con una prolijidad y rapidez increíbles. Aprendían desde niñas y en cada etapa
de su vida, iban avanzando en el proceso de la confección de los tejidos.
Bordando a mano
los tejidos
Los precios eran
relativamente altos para lo que era Perú. Por un lado, porque hacían valer su
trabajo ya que se trataba de artesanías reales y no “industriales”, y por otro,
porque el turismo que predominaba era el europeo que cotizaba en euros.
Parte de la
dieta la constituían los productos obtenidos en el lago
Las embarcaciones
hechas de juncos de totoras venían de tiempos inmemorables, y generalmente,
duraban seis meses. Pero en el siglo XXI, por dentro le incorporan botellas
plásticas, lo que aumentaba la flotabilidad y permitía que tuvieran una vida
útil de dos años. ¡Nuevas tecnologías!
Embarcaciones
confeccionadas con juncos de totoras y botellas de plástico
El junco de totora
constituía la base de su subsistencia, como alimento, material de vivienda y de
traslado.
La caña, que además
era comestible
Las casas también estaban
realizadas con totora trenzada, así que las casas “nacían del suelo”. Estaba
todo tejido y unido, suelo y hogar.
Entramos en algunas viviendas
y vimos que tenían ciertas comodidades, televisor y otros elementos, pero dormían
sobre un conjunto de tejidos sobre las cañas que tenían un alto porcentaje de
humedad. Ellos nos contaron los pasos por los que los hombres transitaban en el
aprendizaje de la elaboración de las artesanías. Por ejemplo, los barquitos
pequeños los aprendían a hacer desde niños.
Interior de una
vivienda
También observamos que
se manifestaba una especie de sincretismo, ya que profesaban el culto a la Pachamama,
la Madre Tierra a la cual hacían sus ofrendas, y a la vez practicaban la
religión católica.
Imágenes cristianas
y culto a la Pachamama
Cruzamos a otra isla
donde alquilaban chozas para pernoctar. Y algunos europeos de nuestro
contingente decidieron quedarse.
Los turistas podían
pernoctar en una de las islas
Las tareas se realizaban
en comunidad, con división del trabajo. Quienes cocinaban, las mujeres, lo
hacen para todos.
Elementos de cocina;
y aves y batracios secándose al sol
Al día siguiente
continuamos viaje. El camino estaba muy poceado y el micro andaba a los
saltitos. Delante de nosotros, a la altura de la localidad de Ilave, iba una
combi que llevaba ovejas vivas en su parrilla. Las pobres estaban atadas con
sogas, pero desesperadas por el movimiento. Supongo que más de una tendría
vértigo.
Camino poceado
y ovejas vivas sobre la parrilla de la combi
Fuimos bordeando el
lago y cruzamos la frontera con Bolivia, para ingresar a la localidad de
Copacabana.
Desde la época de la
colonia, que duró desde 1534 hasta la independencia de Bolivia en 1825,
Copacabana se centró principalmente en el desarrollo del Santuario de la Virgen
de Copacabana. Los dominicos ingresaron a esta región construyendo el primer
templo en 1550, mientras que la Virgen de Copacabana fue entronizada en 1583.
La imagen fue tallada en madera de maguey por el indio Tito Yupanqui, y por
poseer rasgos indígenas en su fisonomía, gozaba de la devoción de los nativos
de la región. Hacia 1591, los agustinos se hicieron cargo de la iglesia, ya que
Copacabana ya era un centro de peregrinaje. Pero con el advenimiento de la
República en 1825, fueron expulsados ante la política de Simón Bolívar, primer
presidente de Bolivia, ya que dispuso de las riquezas de las iglesias, monasterios
y conventos para soportar los gastos públicos en educación. Finalmente, los
franciscanos retomaron el santuario en 1851, y lo manejaban desde entonces.
Santuario de la
Virgen de Copacabana
Para los bolivianos
católicos, Copacabana era un centro de peregrinaje, santuario y devoción
religiosa. Pero también era lugar de descanso de fin de semana y días feriados,
para disfrutar de maravillosas vistas y entretenimientos.
Preparando vehículos
para una procesión
Copacabana estaba construida entre los cerros Calvario y Niño Calvario
(o Kesanani), y el sector urbano contaba con alrededor de seis mil habitantes.
El Municipio abarcaba más de treinta comunidades campesinas originarias, con un
total de veinticinco mil habitantes.
El lago era considerado como “isla mar” conectada con el océano, madre
de todas las aguas. Todavía en 2008, momento en que nos encontrábamos allí, los
residentes locales creían que el lago proveía de lluvia y distribuía el agua
enviada por las divinidades de la montaña.
Calle en dirección
al lago en Copacabana
Comimos unos
sándwiches y continuamos viaje en un micro boliviano, rumbo a La Paz. Prontamente
llegamos al estrecho de Tiquina donde tendríamos que realizar el cruce.
San Pablo de Tiquina
desde San Pedro
Y en una diminuta
lanchita realizamos el cruce.
Estrella, Omar y
Manuel junto con una chola en la pequeña lanchita
Y nuestro micro en la
balsa...
Martín en San Pablo
de Tiquina esperando que llegara nuestro micro
Y llegamos a La Paz. El tránsito era un caos. Siempre el tránsito era
un caos en La Paz. Calles angostas con pendiente pronunciada, la mayoría sin
semáforo, carritos, bicicletas, motos, autos parados en doble fila, ómnibus o
combis haciendo subir o bajar pasajeros en cualquier parte, vendedores dejando
la mercadería en plena calzada, basura, gente que se cruzaba sin mirar… Pero
ellos no se hacían problemas, mantenían la calma, y muchas veces hasta sonríen.
Habitual
embotellamiento en La Paz
Con un taxi fuimos a recorrer las zonas más elevadas desde el punto de
vista topográfico, y el más bajo desde el socioeconómico. En la ciudad, tal
como en la totalidad del país, prevalecían las viviendas precarias con pequeñas
franjas de riqueza asociadas con el dominio de los modos de producción o del
sistema financiero.
Centro
comercial y financiero visto desde la ladera de un cerro
Frente a la Plaza Murillo se encontraba la Casa de Gobierno, y pegadita
a ella, la Catedral. Como símbolo era muy fuerte y marcaba la influencia
histórica de la iglesia en las decisiones gubernamentales.
Plaza
Murillo, Casa de Gobierno y Catedral
En el barrio financiero se encontraba el Puente de las Américas,
llamado “de los suicidios” por los paceños, debido a la cantidad de gente que
se había quitado la vida allí. Muchos lo habían hecho por razones sentimentales,
pero la mayoría a causa de problemas de negocios.
Puente
de las Américas
El sector de edificios de altura no sólo contaba con bancos y
financieras, sino también con oficinas de las empresas más importantes, la
mayoría transnacionales, viviendas y hoteles de lujo, y comercios de las
principales marcas del mundo.
Barrio financiero
desde el puente de las Américas
Lo que hacía atractiva a La Paz, era el cordón de cerros que la rodeaban
y los desniveles que se presentaban en toda su extensión.
Una de
las principales autopistas de La Paz
La franja de edificios de buen nivel contrastaba absolutamente con los
barrios más pobres que lo rodeaban por todas partes. La gente tenía talleres en
las calles, y con sus máquinas de coser fabricaban prendas, arreglaban zapatos
y elaboraban muchos productos, todo al aire libre.
Zapatero
en las calles de La Paz
Esta vez estábamos parando en un hotel tipo
residencial en la calle de Las Brujas, donde había muchos mochileros europeos.
En esa zona antigua de la ciudad, las callecitas angostas tenían pendientes muy
pronunciadas, que solían dejarnos sin aire, pero de todos modos resistimos.
Caminábamos más despacio y comíamos muy poco.
Calles
angostas con pendiente y colmadas de tránsito
En el casco viejo muchas viviendas habían sido convertidas en
hospedajes donde se alojaban la mayor parte de los europeos más jóvenes. Había
una enorme cantidad de comercios destinados a la venta de artesanías, recuerdos
y tejidos, además de las agencias de turismo y lugares donde se cambiaba dinero.
Pero también, en algunos edificios deteriorados, vivían familias con situación
económica desfavorable.
Callejuela con
empedrado original
Tanto en Jujuy, Bolivia, como en Perú, para las collas era natural que
los hombres las castigasen si no cumplían con sus deberes de atenderlos. Esto
lo habíamos visto en viajes anteriores, y lo habíamos corroborado en este. Sin
embargo, algunas cosas habían comenzado a cambiar, a partir de campañas en
contra de la violencia hacia la mujer.
Campaña contra la
violencia hacia la mujer en El Alto
Saliendo por El Alto fuimos camino a Tiwanaku. Allí, tal como habíamos
podido observar en Cusco, los españoles habían construido las iglesias sobre
los templos de los nativos.
Iglesia construida
sobre un templo de la cultura tiwanaka
El pueblo había comenzado a cuidarse y renovarse mientras que el museo
se había puesto a los niveles de las últimas tendencias en ese tipo de
muestras.
Municipalidad de
Tiwanaku
Tiwanaku o Tiahuanaco había sido el centro de la civilización
tiahuanacota, cultura preincaica que basaba su economía en la agricultura y la
ganadería.
Martín en la estación
ferroviaria, en enero de 2008, abandonada
La civilización tiahuanacota abarcó los territorios de la meseta del
Collao, entre el occidente de Bolivia, el norte de Chile y el sur del Perú, e
irradió su influencia hacia otras civilizaciones.
En una maqueta podía verse la distribución de las obras del área
cívico-ceremonial. En el centro hacia arriba se encontraba la Kalasasaya; hacia
su derecha, el templete; hacia su izquierda el Putuni; le seguía en la misma
dirección el Kerikala; hacia abajo la Akapana; y hacia la extrema derecha en el
centro, la Kantatayita.
Maqueta del centro
espiritual y político de la cultura Tiwanaku
Todos los templos de la urbe se orientaban
astronómicamente. Era por eso que en la Kalasasaya (kala=piedra y saya o
sayasta=parado), Templo de las Piedras Paradas, podían verificarse con
exactitud los cambios estacionales y el año solar de 365 días. En ambos
equinoccios (21 de marzo y 21 de setiembre), el sol nacía por la puerta
principal de ingreso; mientras que en el solsticio de invierno (21 de junio) lo
hacía en el ángulo murario NE; y en el solsticio de verano (21 de diciembre),
se marcaba por el ascenso en el ángulo murario SE. Este muro era conocido como
“pared balconera” o “chunchukala”. Este templo cubría aproximadamente dos
hectáreas y su estructura estaba basada en columnas de areniscas y sillares
cortados. De allí sobresalían gárgolas o goteros de desagüe para las aguas de
lluvia. En el Kalasasaya se encontraban tres importantes esculturas: la Estela
Ocho (Ponce), el monolito El fraile y la Puerta del Sol.
Puerta
del Sol
El templete o templo subterráneo constituía una muestra de la época de
esplendor de la cultura tiwanacota. Se encontraba a dos metros de profundidad,
de planta casi rectangular, con muros adornados con ciento setenta y cinco
cabezas diferentes con rasgos de distintas etnias. Tenía un sistema de drenaje
con un declive del dos por ciento que aún funcionaba y que desembocaba en un
colector. Empotrada en el piso del templete se hallaba la mayor pieza
antropomorfa, conocida como monolito “Pachamama” o Estela Benett, que había
sido llevada al museo. También en el templete estaba el Monolito Barbado o Kon
Tici Wiraqocha, Señor de las Aguas.
Monolito
Barbado o Kon Tici Wiraqocha
El Putuni, también llamado Putuputuni, que en aimara significaba “lugar
donde hay huecos”, se conocía también como el Palacio de los Sarcófagos, debido
a que se creía que era el lugar de entierro de las altas personalidades. En las
cámaras funerarias, el sistema de cerramiento consistía en una puerta corrediza
de piedra, que se deslizaba al humedecer el piso. A dos metros de profundidad
existían canales matrices que denotaban un perfecto sistema de alcantarillado.
Tanto el Putuni como el Kerikala tenían la parte inferior de piedra y
los muros de adobe.
La Akapana era una pirámide con siete terrazas escalonadas y dieciocho
metros de altura. De acuerdo con las crónicas, en su cima existían bellas
edificaciones y un templete. En el siglo XVIII el español Oyaldeburo excavó la
pirámide en busca de tesoros, horadándola dese la cima y echando los escombros
a los costados. Tras siglos de abandono, en ese momento estaba siendo
desenterrada nuevamente.
Pirámide
de Akapana
El templo de Kantatayita (Luz del Amanecer) pudo haber sido un edificio
de cuatro cuerpos orientados a cada punto cardinal. En ese lugar se encontraba
la llamada “piedra maqueta” tallada en un solo bloque, mostrando un edificio
similar. También se veían varios bloques de andesita, tallados en bajo relieve
con la Cruz Andina.
Tiwanaku poseía un puerto en
el lago Titikaka, a veinte kilómetros de la ciudad.
Esta cultura se inició
dieciséis siglos antes de Cristo y misteriosamente desapareció mil doscientos
años después de Cristo. Dada su antigüedad, se la consideraba cultura madre de
las civilizaciones americanas, capital de un antiguo imperio megalítico que se
expandió por los Andes Centrales.
Una de las más
antiguas civilizaciones americanas
Antes de regresar a La Paz,
tuvimos un almuerzo bien autóctono, carne de llama con arroz blanco y verduras,
en un restorán expresamente preparado para turistas.
Martín comiendo
carne de llama
Si bien cronológicamente lo ideal hubiera haber hecho el recorrido a la
inversa, es decir, partir de Tiwanaku hasta llegar al Cusco, el viaje significó
un gran aprendizaje y la valoración de las culturas originarias.
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