viernes, 12 de julio de 2019

Dejando Arequipa…


  
Antes de dejar Arequipa, volvimos a caminar por la Plaza Mayor o Plaza de Armas, tan coqueta, tan cuidadosamente arreglada… Y recorrimos con mayor atención los portales, donde en la época virreinal funcionaba el cabildo y en la época republicana, la municipalidad. Los portales estaban hechos de granito y su arquitectura era neo renacentista.

Plaza Mayor o Plaza de Armas de Arequipa y al fondo los portales


Pasamos nuevamente por la Catedral que ha soportado muchos terremotos, entre los más resaltantes estaban los de 1666, 1668, 1687, 1784 y 2001. En los primeros se habían producido daños que fueron reparados inmediatamente, por no afectar su estructura, pero en el último, colapsó la torre de la izquierda que se reinauguró al año siguiente.  


Torre izquierda de la Catedral de Arequipa


También volvimos a transitar las callecitas céntricas que más nos habían gustado. Llenas de gente, antes de que cerraran los negocios. E hicimos algunas compras, en especial prendas, ya que el hilo peruano era considerado uno de los mejores del mundo, especias varias y ¿por qué no? saquitos de té de coca para poder degustarlos en Buenos Aires, ya que sería muy difícil conseguirlos.

Al atardecer la plaza se iluminaba y era tan bella como durante el día


Regresé al hotel a cambiarme, y de allí al coctel de despedida del Congreso. Y brindé con Hildegardo por próximos encuentros.

Con Hildegardo Córdoba Aguilar, de Lima (Perú)


Todo había estado muy bueno y era hora de despedirme de colegas y amigos. Así que algunos la seguimos hasta tarde con una suculenta cena de platos peruanos.

Con Jorge Pickenhayn, de San Juan (Argentina) y Juan Manuel Delgado (Perú)


Y volveríamos a Buenos Aires por el camino del desierto. Así que a primera hora de la mañana tomamos el micro de la empresa Cruz del Sur, que era una de las mejores, pero distaba mucho de las argentinas. Nos dirigimos hacia Tacna y al cabo de algunos kilómetros de montaña desértica, encontramos el primer oasis. Se trataba de la localidad de Moquegua.

El desierto sólo se veía interrumpido por minúsculos oasis agrícolas


Ese sector del desierto peruano era la continuidad del desierto del Pacífico hacia el este, y del de Atacama hacia el norte.

Muy escasa la formación de nubes con precipitaciones aisladas durante el verano


Lentamente fuimos descendiendo de los 2500 msnm en que se encontraba Arequipa, hasta llegar al mar, en San Marcos de Arica, en Chile.

Desierto peruano en las cercanías de la ciudad de Tacna


El paisaje monótono para muchos, a mí me parecía fascinante, y he tomado decenas de fotografías porque la roca al descubierto ofrecía matices muy difíciles de describir con palabras.
Las precipitaciones anuales en Arequipa eran de 100 mm, mientras que en Tacna y Arica, eran de tan solo un 1mm. Es decir, que podían pasar muchos años sin caer una sola gota de agua.

Ausencia absoluta de vegetación


Desde Tacna no había servicios de ómnibus que cruzaran la frontera y fueran hasta Arica, sino que se trataba de remises con autos muy grandes y viejos, que cargaban dos pasajeros adelante y tres atrás, más el conductor. Salían uno tras otro, a medida que se iban llenando. Todos tenían el mismo precio, pero no había opciones, a menos que se dispusiera de vehículo particular. En el coche íbamos Martín y yo (argentinos), tres chilenos, y el chofer que era peruano. El auto no tenía cinturones de seguridad y la velocidad a la que iba era demasiado elevada para esas condiciones. Pero estábamos presos de las circunstancias.
La mayoría de la gente estaba cargada con enormes paquetes con productos para vender del lado chileno, ya que se triplicaban los valores. Y los controladores peruanos eran bastante cretinos con las cholas. Les pedían de todo, y se quedaban abiertamente con las prendas y otras cosas que les gustaban. ¡Y hasta se las probaban delante de todos! A los chilenos que iban con nosotros les dijeron que estaba prohibido sacar bebidas alcohólicas del país, cosa que era mentira, y se quedaron con sus botellas de pisco. Y a nosotros, como a otros blanquitos y argentinos, ni siquiera nos revisaron. A esto se lo podría llamar “corrupción y discriminación a la vista”. Y si bien toda discriminación es deplorable, mucho peor si se ejerce con los de su propia nacionalidad y etnia. En la aduana chilena, por el contrario, todo era estricto pero amable, y a todos nos trataron por igual.

Frontera entre Perú y Chile


Y así entramos a la Primera Región Chilena, ya que se las numeraba de norte a sur, o Región de Arica y Parinacota. Siendo el portal del norte del país.

Cultivos en los alrededores de Arica (Chile)


Y después de un día entero de atravesar el desierto, pasamos por el valle de Azapa, que era un verdadero vergel. Era impresionante el esfuerzo que se hacía para recuperar hasta la última gota de agua y tener no sólo cultivos para autoconsumo, sino también para exportar.

Gran contraste entre el valle de regadío y la ladera de la montaña


Si bien la amplitud térmica era elevada, por estar en zona intertropical las temperaturas no bajaban demasiado durante el invierno, siendo que el promedio de enero no llegaba a 24ºC y el del mes de julio, el más frío, apenas superaba los 15ºC. Por esa razón Arica era conocida como “la Ciudad de la Eterna Primavera”.

Vista del valle de Azapa, cercano a la ciudad de Arica


Ya entramos de lleno en el desierto de Atacama, el más árido del mundo. Y era impactante ver cómo había ciudades que pudieron desarrollarse en ese ámbito tan hostil, y que tuviera que ver históricamente con el ciclo del salitre.



Vista panorámica de la ciudad de San Marcos de Arica


Ya eran las cuatro de la tarde, y si bien estábamos cansados, debíamos continuar viaje, pero el próximo servicio de micros a Santiago salía a la medianoche y debíamos hacer tiempo hasta entonces.

Martín en la Peatonal de Arica


La ciudad había crecido bastante desde la última vez que la habíamos visitado, doce años atrás. La Peatonal ya tenía muchos más negocios, más marcas y más movimiento. Y Martín ya no era un niño sino un adolescente.

Los locutorios no eran demasiado elegantes pero las comunicaciones eran buenas


Y al llegar la noche, fuimos a comer un barros luco y compartimos la alegría de quienes salían a festejar el triunfo de uno de los equipos de Arica, en la liga de fútbol.

Festejos por el triunfo de un equipo de fútbol


Entre Arica y Antofagasta había aproximadamente ocho horas. Pero como los micros chilenos eran bastante confortables, aunque no tanto como los argentinos, rápidamente nos dormimos. Y a eso de las cuatro de la mañana, en lo más profundo del sueño, pararon el micro, encendieron las luces y los carabineros nos hicieron bajar para controlar documentos y equipajes. Estábamos en Calama, en pleno desierto y hacía muchísimo frío, a pesar de estar en el mes de diciembre. Pero no hubo excepciones. Martín y yo parecíamos borrachos. Casi abrimos las mochilas ajenas. Todo fue rápido pero incómodo. Y yo protestando, pero en voz baja. No fuera cosa que me dejaran en el medio del desierto.




Desierto de Atacama, sin una sola nube



En el sector central de Atacama, se habían registrado períodos de hasta trescientos años sin lluvia. Y era justamente allí en que las temperaturas podían bajar hasta -25ºC y llegar a 30ºC a la sombra durante el día. A veces podían presentarse algunas precipitaciones con tormentas eléctricas entre los meses de enero y febrero, durante el denominado “invierno altiplánico”. Existían temporadas en que los vientos, en forma de tornados o ventiscas, superaban los 100 km/hora.



El desierto más árido del mundo


El registro de precipitaciones en Antofagasta, era de 3mm anuales. Pese a eso, en la costa, la humedad relativa del aire era elevada, llegando al 98% en los meses de invierno; mientras que en el interior era de apenas el 18%.

El desierto junto al mar


Lo que más me impactaba de Atacama era que el desierto estaba junto al mar. Y era justamente ese mar el que lo originaba. Ya que la corriente de Humboldt transportaba agua fría desde la Antártida hacia el norte a lo largo de las costas de Chile y Perú. Ese fenómeno producía condensación por enfriamiento en el mar, no llegando la lluvia a la costa.

Costa a la latitud de Antofagasta


La corriente de Humboldt también incidía en que las temperaturas de las ciudades costeras no fueran elevadas, así como a que las aguas de las playas fueran más frías que las del Atlántico Sudamericano a la misma latitud. Por otra parte, la irradiación solar era muy alta en el espectro ultravioleta, por lo que se hacía imprescindible la utilización de cremas protectoras.


Playa de Antofagasta


El desierto de Atacama era rico en recursos minerales metálicos como cobre, plata, oro y también hierro, además de minerales no metálicos, como litio, boro, nitrato de sodio y sales de potasio. Dentro del desierto estaba incluido el salar de Atacama, donde se extraía la bischofita, usada en la construcción de caminos como estabilizadora. Esos recursos eran explotados por varias empresas mineras, siendo una de ellas Codelco.
Estas actividades dieron origen y crecimiento a todas las ciudades del norte, entre ellas Copiapó. En esta ciudad las precipitaciones llegaban ya a 15mm anuales y se caracterizaba por tener una excelente producción de uvas.


Ciudad de Copiapó, con tradición minera desde sus orígenes




Todos los ómnibus chilenos llevaban un cartel luminoso a la vista de los pasajeros que indicaba la velocidad, el nombre del conductor y la cantidad de tiempo que estaba frente al volante, teniendo que ser reemplazado cada cuatro horas.


Brevísima parada en Copiapó


Lentamente, ya ingresando a la Cuarta Región, la vegetación comenzó a aparecer, en forma de una estepa arbustiva.



Estepa arbustiva en los límites del desierto


Tal como ocurriera en el resto de América Latina, los trenes de pasajeros fueron cancelados en la mayoría de los servicios de larga distancia. Pese a eso, algunos ramales de carga seguían funcionando como era el caso del norte de Chile en que predominaba el transporte de minerales de gran peso y volumen.



Tren de carga en el desierto



A la mañana siguiente llegamos a la terminal de Santiago. Compramos algunos recuerditos de cobre, entre ellos un cuadrito de un huaso a caballo que colgamos en el living de casa, y rápidamente continuamos en un micro de la empresa CATA hacia Buenos Aires.

Cordillera de los Andes a la latitud de Mendoza


Y de vuelta en casa. Había sido un largo y maravilloso tramo. Primer día, en el desierto de Arequipa a Arica; segundo día, en el desierto de Antofagasta a Copiapó; tercer día cruce de los Andes desde Santiago hasta Mendoza. Y tres noches de micro. La primera de Arica a Antofagasta; la segunda de Copiapó a Santiago; y la tercera de Mendoza a Buenos Aires.
Después de tanto desierto, los Andes mendocinos me parecían muy verdes y después de tanta tranquilidad, me resultó difícil soportar el ritmo de Buenos Aires.




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