Justo enfrente del Museo Ferroviario, cruzando la calle Eligio Ayala, se encontraba la Plaza Uruguaya, en pleno casco antiguo de La Muy Noble y Leal Ciudad de Nuestra Señora Santa María de la Asunción, según su nombre oficial recibido en el acta de fundación fechada el 16 de septiembre de 1541, cuando fuera elevada a ciudad. Previamente había sido sólo un fuerte militar erigido con el mismo nombre el 15 de agosto de 1537 por Juan de Salazar de Espinosa, en territorio del pueblo Kario-Guaraní.
La antiguamente denominada plaza San
Francisco, recibió el nombre de “Uruguaya” en 1885 en agradecimiento al
gobierno uruguayo quien restituyera los trofeos de guerra obtenidos durante la
Guerra de la Triple Alianza (1865-1870); por lo que además fuera colocada una
estatua del General José Gervasio Artigas, héroe uruguayo, además de otras
obras escultóricas en sus diferentes espacios.
Durante nuestra estada, septiembre de 2011, tiempos del presidente Fernando Lugo, la plaza estaba ocupada por indígenas que llevaban meses de acampe en reclamo por diferentes derechos, lo que había llevado a una gran controversia entre los distintos sectores de la sociedad, que apoyaban o atacaban a los que allí se manifestaban.
Acampe indígena en la Plaza Uruguaya, sobre la calle Eligio Ayala en el casco histórico de Asunción
Algunos de ellos reclamaban que se declarara
en estado de emergencia indígena el departamento de Caaguazú, a trescientos
kilómetros de Asunción; y el otro grupo, del departamento de Canindeyú, a
cuatrocientos kilómetros de allí, la devolución de cuatro territorios
ancestrales que habían sido ocupados por productores, algunos de los cuales
eran de nacionalidad brasileña.
Los indígenas habían sido víctimas de la
represión policial, recibiendo heridas de balas de goma y otras contusiones,
por lo que la Mesa Coordinadora Nacional de Organizaciones Campesinas había
emitido un comunicado rechazando y repudiando el actuar de los cascos azules en
la manifestación realizada por la comunidad Ava Guaraní, liderada por el “clan
Domínguez”. Según el gremio campesino “(…) la problemática indígena es
un problema político-social y no se puede responder con medidas represivas al
viejo estilo de los sucesivos gobiernos, incluyendo el de Lugo, por causa de la
incapacidad de las autoridades pertinentes”.
Mientras tanto, Andrés Granje, Jefe de Prensa
de la Municipalidad de Asunción, sentenciaba: “El hecho que los indígenas
tengan que salir de sus tierras, abandonen su hábitat natural y vengan a la plaza
Uruguaya o a cualquier otro espacio verde de la capital ya es un toque de
atención y un primer fracaso de la política indigenista del gobierno, luego el
que permanezcan tanto tiempo en estos lugares sin encontrar respuestas es aún
un mayor fracaso, si sumamos a eso, las agresiones, los incidentes, los balines
de goma que aplicaron para terminar con la manifestación que cerraba la calle
Eligio Ayala en la esquina de la plaza Uruguaya, patentiza este fracaso y es la
demostración de la nula capacidad para entender y dimensionar la gravedad del
conflicto, la inoperancia de una administración que prometía terminar con las
asimetrías sociales y solucionar los graves problemas estructurales que
soportan estos grupos. Pensar que Fernando Lugo había prometido al asumir que
entre las preocupaciones de sus 100 primeros días de gobierno estaba la
solución del problema indígena, vamos por tres años de gobierno, más de la
mitad del periodo y no se avizora que algo pueda cambiar, en sentido positivo,
para los indígenas, entre tanto, continúa la degradación de esta gente. La
postración denigra y envilece, los descendientes de la otrora altiva y
orgullosa raza guaraní, vagan por nuestras urbes arrastrando sus miserias,
perdidos en la bruma de un presente sin alicientes, ni estímulos y un oscuro
horizonte donde no se ve una luz de esperanza, en esta situación solamente les
queda el camino del vicio y la perdición en la bebida y la prostitución de sus
componentes más jóvenes. Cuando se critica el hecho que los indígenas ocupen la
plaza Uruguaya, es principalmente porque ese es un espacio público que debe
servir para el esparcimiento de los vecinos asuncenos y de los visitantes que
llegan a la ciudad, no para vivienda de nadie, sean Aché Guaraní, alemanes o
chinos. Luego sabemos que el mejor lugar donde ellos pueden estar y se sienten más
cómodos son las zonas rurales, pues los bosques ya casi desaparecieron del
entorno nacional, lamentablemente no tienen ninguna habilidad, oficio,
profesión u ocupación que puedan realizar en las ciudades, creemos que es tarea
del gobierno capacitarlos, educarlos en tareas agrícolas o en las ocupaciones
que las parcialidades consideren adecuadas para poder auto sustentarse y
progresar como grupos sin perder la esencia y los valores de su raza. En las
urbes lo único que logran es degradarse cada día más, por eso creemos que la
mejor forma de ayudarlos es brindando solidez a los asentamientos indígenas,
proporcionándoles trabajo, atención sanitaria y educación, de tal forma que las
siguientes generaciones de indígenas crezcan sanos, fuertes y educados es la
única forma de generar también nuevos liderazgos en las étnicas con una visión
más amplia que les permitan entender las complejidades del mundo moderno y
puedan estas comunidades adentrarse en la modernidad sin perder las creencias y
costumbres de sus etnias, que deben seguir siendo la fortaleza de la nación
guaraní, en riesgo de perecer si persiste este peregrinar errante por las
ciudades. ”
Por otra parte, el Gobierno Nacional acusaba a
intelectuales, políticos y funcionarios de organizaciones no gubernamentales
financiadas desde el exterior a alentar la ocupación de la Plaza Uruguaya y
fomentar la inacción de los policías y fiscales que debían prevenir y castigar
tal ocupación, afirmando que el artículo 32 de la Constitución Nacional
establecía que “Las personas tienen derecho a reunirse y a manifestarse
pacíficamente, sin armas y con fines lícitos, sin necesidad de permiso, así
como el derecho a no ser obligadas a participar de tales actos. La ley sólo
podrá reglamentar su ejercicio en lugares de tránsito público, en horarios
determinados, preservando derechos de terceros y el orden público establecido
en la ley”.
Y las autoridades municipales, que respondían
al intendente Arnaldo Samaniego González, hacían referencia al artículo 12 de
la Ley Orgánica Municipal que decía que los municipios tenían como función “la
construcción, equipamiento, mantenimiento, limpieza y ornato de la
infraestructura pública del municipio incluyendo… plazas y demás lugares
públicos (…) la preservación y restauración del patrimonio cultural,
arqueológico, histórico o artístico de sitios o lugares de valor ambiental o
paisajístico (…) la reglamentación y control de las condiciones higiénicas de
los locales y espacios de concurrencia pública”.
Mientras tanto, la editorial del diario paraguayo
Vanguardia publicaba:
“La violencia es el camino equivocado en la búsqueda de la
reparación del daño social. Repartir víveres y plata para evitar que los
indígenas muestren su miseria y que desestabilicen a las autoridades del
Instituto Paraguayo del Indígena (Indi) era una práctica muy común durante los
gobiernos colorados. A tres años de gobierno de Fernando Lugo, todo continúa y
se les sigue dando migajas en vez de proyectos para trabajar. Las ciudades
están abarrotadas de indígenas que llegan a mendigar víveres y plata,
prostituirse y drogarse, y lo peor, a cometer hechos delictivos que llegan
hasta el asesinato. Cuando Fernando Lugo asumió la presidencia de la República
prometió dignificar a los nativos para que ya no mendiguen en las calles, pero
en tres años de su gobierno, se sucedieron más de cuatro presidentes en el Indi
sin que hasta ahora se hayan anunciado proyectos productivos que se implementen
en las comunidades para sacarlas de la miseria. Es sumamente grave lo ocurrido
días pasados en Itakyry donde indígenas invaden tierras y destruyen cultivos en
una propiedad privada. Los invasores cuentan con el apoyo de Eudocia Lugo,
prima hermana del presidente Fernando Lugo y de altos funcionarios del Indert
(Instituto Nacional de Desarrollo Rural y de la Tierra). Lo peor es la actitud
de la fiscal del caso, al afirmar que por ser indígenas el tema es mucho más
delicado e incluso un desalojo sólo podría practicarse bajo condiciones muy especiales.
A buen entendedor pocas palabras, es decir que los nativos tienen una especie
de carta blanca para invadir y destruir cultivos. Nadie pretende desconocer
aquí las grandes injusticias de las que han sido víctimas los indígenas
paraguayos, pero no debe ser ésta la estrategia de reivindicar sus derechos. Es
el gobierno el que, de una vez por todas, debe tomar en serio el drama de los
indígenas pues insistir en el asistencialismo es un error y permitir la
violación de la ley y del Estado de Derecho es peor aún. El Indi necesita un
presidente que llegue con proyectos y que con los otros ministerios aterrice en
las comunidades para iniciar la difícil tarea de revertir la mentalidad de los
nativos, para que tomen conciencia de que solo con el trabajo se puede vivir
dignamente.”
Con mucha propaganda se había anunciado la
construcción de rejas en la Plaza Uruguaya tanto para evitar la ocupación por
parte de grupos de protesta como para proteger la parte verde que era una de
las más importantes de Asunción. Y que el costo, de unos ochocientos millones
de guaraníes se cubriría con fondos de la Comisión del Bicentenario, y con una
importante ayuda de la Municipalidad de Asunción. Por lo cual el jesuita
Francisco de Paula Oliva, o Pa’i Oliva, como se lo apropiaba orgullosamente el
pueblo paraguayo, hacía conocer su pensamiento en su blog sobre el cercado de
la Plaza Uruguaya, que se haría supuestamente, para darle el aspecto que tenía
en otros tiempos. Sin embargo, él consideraba que era simplemente para quitar
de la vista a los indígenas cuya vida no era nada fácil y que se refugiaban
allí para protestar por su triste suerte, ya que en el Paraguay no se acababa
de dar solución al problema de los pueblos originarios. Y agregaba que cercando
la Plaza Uruguaya no se solucionaría el problema humano, sino que simplemente
se enviaría a los indígenas a otro lado.
Pero para Carlos Bazzano, la Plaza Uruguaya
era mucho más significativa:
“Hoy es el símbolo de resistencia de los pueblos
originarios y las organizaciones campesinas. Hoy, la Plaza Uruguaya sigue
siendo el desvarío de los asuncenos como así también su cable a tierra. Cable a
derecho a tierra. La tierra: el elemento fundamental para los que nacemos e
irreversiblemente morimos en Paraguay. El problema de enrejar la plaza es un
problema profundo… Alguna vez José Asunción Flores musicalizó uno de esos
tantos poemas que dan pirí. Creó una obra que da pirí en el alma. Y en una de
esas partes decía eso. Estoy seguro. Primero Flores sentía, luego pensaba, y
luego hacía esas maravillas artísticas que solo él podía hacer. Más de una vez,
José Trombón, el músico comunista se encontró de noche, en la Plaza Uruguaya
con un gran amigo, escritor popular, que se llamaba Manuel Ortiz Guerrero, más
de una vez, en esa plaza, hablaron de arte, revolución y amor. Quizá por eso la
Plaza Uruguaya era su desvarío. Manú creía al igual que Flores en esos tres
elementos misteriosos, secretos esenciales de la vida y la muerte: arte,
revolución y amor. Y creía de manera intensa. Entre tantas intensidades Manu
creía en las ideas de Barrett y tenía más de un poema que hacía alusión al
anarquismo. José y Manú fueron grandes amigos, intensos, y creían en una
redención social profunda. Amaban al Paraguay, y al Paraguay dedicaban sus
expresiones artísticas. En eso pienso cuando escucho en mis fueros internos
Plaza Uruguaya, mi desvarío, y ahora estoy desvariando, porque yo sé también
que alguna vez el gran artista de la guitarra, ese señor al que llamaban
Mangoré, cuando ya le era imposible continuar en Paraguay, hizo su gran
despedida del país en esa plaza. Ahí leyó a amigos y amigas unos de los pocos
poemas que se conocen de su autoría. Eligió misteriosamente esa plaza para su
despedida. En realidad, no hay mucho misterio, esa plaza, la Plaza Uruguaya tiene
mucha historia, tiene su historia en épocas en que Paraguay luchó contra el
imperio inglés materializado en la triple alianza entre Argentina, Brasil y
Uruguay. Ahí, en esa plaza, existe una fuerza increíble, con las escenas más
fuertes de esa época del país. Y esa plaza fue terminal de ferrocarril, y con
el tiempo terminal de ómnibus. En su tiempo el ferrocarril fue el medio de
comunicación más importante. Roa Bastos fue uno de los que graficó de manera
más genial esa época, pero no solo él, sino también músicos, poetas, un mundo
de sensaciones se revuelven en ese lugar relacionado al trabajo, la revuelta,
el amor. La Plaza Uruguaya es uno de los mayores símbolos de Asunción, donde
nacieron parejas, nacieron revueltas. El problema de enrejar la plaza es un
problema profundo, ya que de fondo está estimulado por ideas políticas que
buscan enrejar al Paraguay. A esta altura del campeonato ya muchos han de haber
escrito sobre el tema. Se pretende, en cambio, que no sea vista la libre
manifestación de compatriotas que expresan uno de los mayores problemas del
país, que es el acceso a un derecho, a la tierra. Hace sólo unos años un medio
escrito de comunicación se ganó el triste título de haber realizado el artículo
más racista, al editorializar que los pueblos originarios –que acampaban en la
Plaza Uruguaya- ensuciaban el paisaje asunceno. Lo terrible es que desde esa
vez nace la propuesta de enrejar la plaza. Y hoy se materializa. La televisión
se encargaba hace unos días –de manera larga y tendida- de cubrir la posición
de un joven rubio, con cabeza rapada, que decía lo mismo. “Enrejen la plaza
para que no vengan los indígenas y los campesinos”, decía el joven cabeza
rapada. Qué estarían haciendo Flores y Manú al respecto. Qué estamos haciendo
vos y yo al respecto. Por de pronto unos muchachos y muchachas se reúnen a las
tardecitas a manifestarse en contra de enrejar la plaza. ¿Dónde? En la Plaza
Uruguaya de nuestros desvaríos, en la Plaza Uruguaya nuestro cable a tierra.”
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