viernes, 14 de julio de 2023

Mitología Guaraní

      En América, antes de la llegada de los españoles, existía una gran diversidad de pueblos con sus respectivas culturas y diferentes cosmovisiones encarnadas por sus mitologías; entre ellos, el guaraní, que habitaba el Paraguay, el nordeste de Argentina, el sur de Brasil y el oriente de Bolivia, tenía su propia creencia sobre el origen del mundo, y sobre seres sobrenaturales.

Si bien no existían registros escritos sobre las antiguas leyendas y mitos asociados al pueblo guaraní, ya que la grafía y estandarización de la gramática de su lengua se debió a los misioneros jesuitas, fueron trasmitidos oralmente de generación en generación. Y a pesar de que fueran sustituidos o alterados por la imposición del cristianismo en el siglo XVII, muchos de ellos continuaban activos en 2011 cuando nosotros estábamos allí.

Los guaraníes creían que al principio de los tiempos existía el caos, formado por la neblina primigenia (Tatachina) y los vientos originarios; y que Ñamandú (Nuestro Gran Padre) fue creado a sí mismo en medio de dicho caos, tomando la forma de árbol en postura de elevación celestial. Y que concluida la creación de su cuerpo, Ñamandú había creado a los otros dioses principales para que lo ayudaran en su pesada tarea: Ñanderu py’a guasu (Nuestro Padre de Corazón Grande, Padre de las Palabras), Karaí (Dueño de la Llama y del Fuego Solar), Yakairá (Dueño de la Bruma, de la Neblina y del Humo de la Pipa que inspira a los chamanes), y Tupá (Dueño de las Aguas, las Lluvias y del Trueno). Los cuatro dioses compañeros procedieron entonces a la creación de la Primera Tierra, y para que los vientos originarios no la movieran, Ñamandú la sostuvo con cinco palmeras pindó sagradas: una en el centro y las otras cuatro en los extremos. Una hacia la morada de Karaí (al poniente), la segunda hacia el origen de los vientos nuevos (al norte), la tercera hacia la morada de Tupá (al oriente), y la cuarta hacia el origen del tiempo-espacio primigenio (al sur, desde donde venían los vientos originarios fríos). Y el firmamento descansaba sobre esas columnas. Junto a esa tierra, llamada Yvy Tenonde (Tierra Primera) habían sido creados también el mar, el día y la noche, y comenzaron a poblarla los animales, siendo la primera de todas mbói, la serpiente; para luego crecer las plantas. Y por último, aparecer los hombres para convivir con los dioses.

Más tarde Ñamandú se encontró con Ñanderu Mba’ekuá (Nuestro Padre Sabio) y le propuso buscar a la mujer, creando una vasija donde encontraron a Ñandesy (Nuestra Madre), quien tuvo un hijo con cada uno de los dioses: Ñanderyke’y y Tyvra’i, que luego de una larga sucesión de aventuras y desventuras fueran convertidos en “Nuestro Padre el Sol” y “Nuestro Padre la Luna”, respectivamente.

Pero esa Primera Tierra donde no había enfermedades y nunca faltaba el alimento, fue destruida por un diluvio a causa de un incesto, por lo que luego fuera creada una Segunda Tierra, ahora imperfecta, donde existían la enfermedad, los dolores y los sufrimientos.

Los mitos orales guaraníes hablaban de una tercera reconstrucción que sería sin imperfecciones. Sin embargo, mientras se esperaba la llegada de esa Tercera Tierra, los hombres podían acceder al Yvymara’ey, siempre y cuando observaran determinadas pautas de comportamiento comunal.

Los jesuitas fusionaron diversas historias y leyendas para hacerlas encajar con lo relatado en el Génesis, por lo que parte de las creencias originales fueron modificadas, y muchas otras, se fueron perdiendo. Y entonces aparecieron algunos humanos creados por Tupá, como Rupave (Padre de los Pueblos) y Sypave (Madre de los Pueblos), quienes tuvieron tres hijos y un gran número de hijas.

El primer hijo fue Tumé Arandú, considerado el más sabio de los hombres y el gran profeta del pueblo guaraní; el segundo hijo fue Marangatú, un líder generoso y benevolente; y el tercero fue Japeusá, mentiroso, ladrón y tramposo.

Marangatú tuvo una bella hija llamada Kerana que fue capturada por Taú, la personificación del espíritu del mal, y juntos tuvieron siete hijos, que fueron maldecidos por la gran diosa Arasy. Esas siete figuras monstruosas continuaron siendo centrales en la mitología guaraní manteniéndose la creencia de sus maleficios, incluso en el siglo XXI:

Teyú Yaguá. Se decía que se trataba de un gran lagarto con cabeza de perro, que siendo amo de las cavernas, arrastraba hasta allí a sus víctimas para engullirlas. Algunas versiones le concedían hasta siete cabezas. Era considerado guardián de las riquezas de la tierra guaraní.

Mbói Tu’i, tenía cuerpo de víbora y pico de loro. Era la deidad de los cursos de agua y las criaturas acuáticas.

Moñái, era el protector de los ladrones y las picardías. Tenía forma de una serpiente corta con el grosor de un tronco. Vivía en pantanos y esteros del Paraguay, asustaba a la gente y algunos afirmaban que producía la muerte.

Jasy Jateré, era un pequeño duende de rubios y ondulados cabellos con ojos azules que vagaba desnudo por las plantaciones en horas de la siesta, sobre todo durante la época de avatiky, cosecha del choclo o maíz tierno que gustaba comer. Era considerado como el cupido guaraní, ya que atraía a sus víctimas con un bastoncito de oro o bien con el silbido que producía imitando el canto de un pájaro, violando a las mujeres. Cuando una pareja morena tenía un hijo rubio, se decía que era del Jasy Jateré. También raptaba niños a los que alimentaba con frutas, miel y gusanos, y si bien más tarde los dejaba libres, regresaban a sus casas ya tontos o sordomudos, y podían tener un ataque de epilepsia. Por eso, las madres paraguayas prohibían a sus hijos salir a la hora de la siesta. Una forma de congraciarse con él era ofreciéndole pencas de tabaco que se dejaban en zonas aledañas a la casa o bien en los caminos de entrada al monte.

Todo lo referente a este “duende” me ha movido a pensar sobre dos temas principales. Uno de ellos ha sido lo relacionado con el hijo rubio de una pareja de morenos. Habría que tener en cuenta, que en esa región abundaban inmigrantes de origen alemán y polaco, entre otros europeos, los cuales, en muchos casos, eran los dueños o mandamases de los campos de cultivo, donde trabajaban mujeres cuya etnia pertenecía a los guaraníes. Desde ya, que fuera una violación o un abuso sexual devenidos en embarazo, de ninguna manera iba a ser denunciado, no solo por vergüenza sino por la casi seguridad de perder su trabajo, por lo cual quedaba encubierta la cuestión a partir de culpar al Jasy Jateré. Y mi otro motivo de reflexión ha sido el de considerar que la sintomatología descripta sobre los niños secuestrados era sumamente coincidente con los trastornos del espectro autista. Esto, además, se corroboraría a partir de que en otras ocasiones en las que había viajado a la zona con mi hijo Martín, muchas mujeres me habían dicho que su falta de habla y de entendimiento, seguramente habían sido producto de un castigo del Jasy Jateré. 

 

Calle céntrica de Asunción a la hora del Yasy Yateré, sin mujeres ni niños

  

Kurupi, era el genio de las cavernas y la fertilidad, asociado a la primavera, netamente sexual y violento que raptaba y violaba a las mujeres en la selva, con lo cual se explicaban los embarazos no deseados. Era famoso por su miembro viril, que era tan largo como un lazo y lo llevaba atado a su cintura. Con dicho miembro enlazaba a niñas y mujeres, las secuestraba y las hacía suyas. Se lo consideraba protector de animales de la selva, especialmente sementales. Tenía la piel negra como un carbón. Además, mataba niños.

Aho Aho, deidad de los montes y las montañas. Era una especie de animal de cuatro patas con cuerpo de oveja y cabeza de lobo. Se trasladaba en manada y comía personas. Se decía que la única manera de salvarse era trepando a un pindó, palmera sagrada. En esta creencia había una intromisión jesuítica, porque la palma formaba parte del ceremonial del Domingo de Ramos.  

 

El Aho Aho

  

Luisón, era el séptimo hijo varón de Kerana y Taú, el equivalente al hombre lobo. Era considerado el señor de las noches y compañero de la muerte, debido al gusto que tenía por rondar cementerios y alimentarse de la carne de los cadáveres que desenterraba cavando su sepultura con sus fuertes garras. Se decía que los martes y viernes el Luisón perdía la forma humana y se convertía en un perro de apariencia lúgubre, con grandes colmillos y que emanaba un olor nauseabundo. Pero, además, para tal transformación era necesario que hubiera amenaza de lluvia, que el cielo se cubriera de nubes tempestuosas y que la luna apareciera entre ellas. Recuperaba sus formas humanas al aclararse el nuevo día, donde era hombre triste, sucio y cansado. Se decía que el séptimo hijo de cada mujer sería Luisón, por lo que, para evitar el maleficio, debía ser apadrinado en su bautismo religioso por el hermano mayor o por el presidente de la república de turno. El mismo procedimiento debía ser seguido en el caso de siete mujeres consecutivas, para evitar que la última se convirtiera en bruja.

 

El Luison

  

Existían otros dioses o duendes de alta credibilidad para los habitantes de la región como el Angatupyry, espíritu o personificación del bien (opuesto a Taú); el Pytajovái, dios de la guerra; Ka’a Póra, extraño y cambiante fantasma femenino de las selvas; la Ka’a Jarvi, diosa de cabellos plateados que había regalado a los hombres la planta de yerba mate (Ilex paraguariensis); el Abaangui, una deidad relacionada con la creación de la luna; y el Mala Visión, espíritu vigilante de la tranquilidad y el mundo puro, entre muchos otros más.

Pero, sin duda, el más popular de todos era el Pombero. Era un hombre bajo, feo, de piel morena, con ojos chatos, manos y pies peludos, que los tenía al revés, lo que impedía seguir su rastro y se decía que sus pisadas no se sentían. Aunque esa era una característica de una población del Chaco Paraguayo denominada “pyta jovái” (talones dobles), porque al utilizar unas zapatillas de plantilla rectangular era imposible descubrir hacia dónde se dirigía el caminante. Estaba considerado como el protector de las aves de la selva. Habitaba en el bosque o en casas abandonadas, y vagaba durante las noches. En la comunidad paraguaya se le atribuían al Pombero los hijos nacidos fuera del matrimonio, ya que éste entraba a las casas y dejaba embarazadas a las mujeres con el simple hecho de tocarles el vientre. Mientras que, con los hombres, el Pombero podía convertirse en un perverso difícil de soportar, así como un valioso aliado en las relaciones con las mujeres, y en sus cultivos. Entre las habilidades más destacadas del Pombero estaban la facilidad de mimetizarse, hacerse invisible, deslizarse por espacios estrechos como el ojo de una cerradura, podía correr en cuatro patas e imitar el silbido de los hombres, el canto de los pájaros y el sonido de las víboras. Decían que para ganarse su respeto había que dejarle en la cocina o dentro de un tatakuá (horno de barro), tabaco, caña y miel. Si lo aceptaba, poddríamos caminar en los senderos más oscuros con tranquilidad porque gozaríamos de su protección; pero jamás se debía contestar a ninguna de sus provocaciones porque el Pombero podía actuar de manera muy violenta. Su función primordial era la de cuidar del monte y los animales salvajes, guiando al cazador hasta el lugar donde se hallaban las presas más grandes y gordas, la buena pesca o los mejores frutos silvestres que servían de alimento; pero se enojaba muchísimo si algún cazador mataba más presas de las que consumiría. Y si eso ocurría se transformaba en cualquier animal o planta, y con argucias inducía al infractor a internarse a lo profundo de la selva donde se perdiera. Lo mismo sucedería con el pescador, o con aquel que cortara árboles que no utilizara. Supuestamente nunca debía pronunciarse su nombre en voz alta, hablar mal de él o silbar en horas de la noche, porque eso lo enojaba. Podía vengarse molestando o ensañándose con esa persona como que la persona se tornara zonza, muda, o experimentara temblores. Por eso, la gente creyente prefería nombrarlo en voz baja y se guardaba de pronunciar su nombre en reuniones nocturnas. Muchos testigos del campo afirmaban, haberlo visto. Se sostenía que podría tratarse de un aborigen guaycurú, pueblo con los cuales los guaraníes tenían continuos conflictos.  

 

El Pombero

  

Era interesante observar que, como en toda mitología, los dioses habían sido creados a partir de la propia realidad, es decir, de la propia geografía de cada pueblo. Y en este caso, el ser supremo era un árbol, y sobre árboles se sostenía el mundo, así como el primer animal había sido la serpiente, ya que la selva era el hábitat en el que esta comunidad se ha desarrollado. Además, todos los monstruos estaban conformados por la representación más temible de su propia fauna, y las ofrendas estaban sujetas a los productos más codiciados de la región. Por otra parte, no aparecía nada referente al mar, algo absolutamente desconocido para ellos. 

Y, fundamentalmente, todas las problemáticas que no podían ser explicadas racionalmente, o bien que no convenía socialmente que salieran a la luz, se resolvían adjudicándoselas a los diversos dioses o duendes.

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