Bien temprano fuimos a la terminal de ómnibus. Desde las boleterías gritaban los destinos y todo era muy confuso, pero conseguimos comprar los boletos para Pedro Juan Caballero, una ciudad a poco más de quinientos kilómetros de Asunción, al norte de Paraguay, fronteriza con Brasil.
Mientras esperábamos la partida, comencé a
recorrer los locales que los había en cantidad y diversidad, para comprar
vestidos de Ao Po’i para mis nietas. Ao Po’i era una palabra guaraní que
significaba “tela fina o prenda delicada”, y consistía en deshilados y
bordado en minucioso punto cruz, un producto de exportación paraguaya a todo el
mundo.
Con un poco de atraso tomamos el micro que no se caracterizaba por sus comodidades, pero era lo que había, y comenzamos a transitar por la ruta número tres “General Erizardo Aquino”, cruzando a pocos kilómetros de andar, el meandroso río Salado.
El meandroso río Salado, típico
de una llanura
A lo largo del camino había muchas viviendas
precarias, la mayoría de ellas de madera y con calles de suelo laterítico, que
por ser arcilloso se convertía en un barrial durante los días de lluvia, que
eran muy frecuentes.
Viviendas precarias en la
zona rural paraguaya
Caminos de tierra laterítica que
quedaban intransitables los muy frecuentes días de lluvia
Debido a la extensa planicie con áreas deprimidas en un ambiente de elevadas precipitaciones, se formaban numerosos esteros.
Área de esteros en la planicie
paraguaya
A ochenta kilómetros de Asunción y casi dos horas de recorrido, ya que el ómnibus paraba en todas, cruzamos el río Maduvirá, donde los camalotes flotaban junto a sus riberas. Había además llantenes, matagios, ingás, laureles, timbós, y muchas otras plantas acuáticas y silvestres. Ese curso de agua se destacaba por la variedad de la pesca, entre las cuales estaban el dorado, la anguila, el surubí, el pacú, la boga, la pira sable y la manta raya; y en sus alrededores existían kuatís, carpinchos, yacarés, lobos, cangrejos, mbiguas, tucanes y curiyús. Pero en los últimos años muchas especies habían desaparecido o mermado ostensiblemente en parte por la depredación y en parte por los agroquímicos que producían un grave deterioro del ecosistema.
Río Maduvirá con gran cantidad de
camalotes en sus riberas
Teníamos la idea de que íbamos a atravesar una frondosa selva tropical y de sabanas con palmeras, pero sólo quedaban pocas muestras de lo que fuera en un pasado no tan lejano, ya que la deforestación en el Paraguay había sido muy intensa, tanto por la obtención de maderas nobles para los aserraderos como para la producción de carbón de leña y para convertir la zona en un área de producción agrícola.
Parte de la vegetación original
La capuera, área selvática
desbrozada para el cultivo
En dos horas más de recorrido nos encontrábamos en el departamento de San Pedro, una de las zonas más importantes en la producción de ganado vacuno, así como en la cría de pavos y gansos, y la plantación de la guinea, una especie de banana muy dulce. También allí se habían establecido industrias lácteas, de alimentos balanceados, desmontadoras de algodón, molinos yerbateros y destiladoras de petit grain, un aceite aromático muy usado en perfumería que se extraía de las ramas y hojas de la planta de la naranja amarga. Y en menor cantidad, procesadoras de aceite de coco y almidón.
Ganado vacuno pastando en un
Paraguay “pampeanizado”
Sabana con palmares y un alambrado
que indicaba la presencia de ganado
Ganado vacuno en área de palmares
Cabañas dedicadas a la ganadería
menor
Pequeños establecimientos a la
vera de la ruta
Los principales productos desde tiempo atrás habían sido el algodón, la caña de azúcar, el tabaco, el girasol, el maíz, el poroto, la banana, el trigo, la mandioca, los cítricos y la piña.
Cultivo de cítricos entre palmeras
Sin embargo, desde hacía unos años la soja se
había ido expandiendo tanto, que reemplazaba a otros cultivos y avanzaba sobre
el bosque. Y esa “pampeanización” forzada de la región tropical paraguaya, no
sólo que había deteriorado el ecosistema eliminando tanto flora como fauna,
sino que había dejado sin fuentes de trabajo ni posibilidades de subsistencia a
gran cantidad de indígenas que se habían visto obligados a emigrar hacia
centros urbanos donde no eran aceptados por sus propios compatriotas. Y los que
aún permanecían en la zona rural, lo hacían en condiciones miserables.
Campo con rastrojo de soja
Silos para guardar soja
Bosque implantado
para la protección de los campos
Paramos en una estación de servicio para comer
algo y utilizar los sanitarios. Y si bien a nosotros nos parecía un horror la
transformación que había sufrido el bioma natural, la gente que allí se
encontraba lo veía como un gran progreso, en especial por la chorreada de
billetes que comenzaban a circular por los comercios y por haberse sacado de
encima a los indígenas que les “afeaban” el lugar. Esos mismos indígenas que
eran mal vistos tanto cuando protestaban en las plazas como cuando se radicaban
marginalmente en los suburbios de Asunción. La nueva clase media paraguaya
decía que por fin se iban a parecer a Estados Unidos, ya que se habían
instalado varios centros educativos privados extranjeros y merodeaban
misioneros de diferentes cristianismos evangelizando a los pobladores.
Pequeñas poblaciones a lo largo de la carretera
De pronto el ómnibus viró hacia la derecha y
tomó la ruta número cinco con orientación NNE, atravesando el Parque Nacional
Cerro Corá, que fuera creado en 1976 con el fin de proteger el lugar ya que
habían comenzado a ser talados los bosques de la zona que se destacaban por su
gran biodiversidad.
Parque Nacional Cerro Corá desde la ruta nacional número
cinco
El Parque estaba rodeado por los cerros Ponta
Porá, Guazú, Tacuru Pytá, Alambique, Cerro Corá, Miron, Tanqueria y Tangaro.
Eran de moderada o baja elevación, ya que pertenecían a la cordillera del
Amambay, un bloque ascendido del macizo de Brasilia, pero los paraguayos
sentían que era el Himalaya.
Cerro amesetado de la cordillera del Amambay
Pero además de reserva natural, el sitio tenía
una gran importancia cultural e histórica, por haber sido el escenario de la
última batalla de la Guerra de la Triple Alianza, el 1ro. de marzo de 1870,
cuando mataron al Mariscal Francisco Solano López a orillas del río Aquidabán
Nigui.
Área de gran importancia natural y
cultural
Ya nos encontrábamos a cuatrocientos sesenta kilómetros de Asunción y a sólo cuarenta de Pedro Juan Caballero, la ciudad fronteriza con Brasil.
Actividad ganadera al pie de los
cerros en la cercanía de la frontera con Brasil
Pedro Juan Caballero era la capital del
departamento de Amambay y debía su nombre en honor al capitán líder de la gesta
independentista paraguaya. Contaba en ese momento (septiembre de 2011) con
cerca de ciento cincuenta mil habitantes conformando un solo centro urbano con
Ponta Porá, ciudad brasileña de cincuenta mil habitantes.
Había tenido su origen en torno a una pequeña laguna, la Punta Porá; y su economía inicial se había basado en el procesamiento de la yerba mate y la explotación forestal; pero en la segunda mitad del siglo XX tuvo una rápida evolución comercial, siendo una importante plaza de compras por parte de mayoristas y turistas de la región. Era por esa razón que contara con una muy elevada proporción de bancos, casas de cambio y shoppings en relación con su número de habitantes.
Edificio de la Dirección Nacional
de Aduanas – Administración de Pedro Juan Caballero
La Avenida Internacional separaba a Paraguay del Brasil, pero sólo formalmente porque la gente se trasladaba de un lado al otro sin ningún tipo de control, y hablando indistintamente en español, guaraní o portugués.
Avenida Internacional.
La foto fue tomada desde la vereda
paraguaya,
y enfrente, el bar donde aparece
el cartel de la cerveza Brahma, correspondía a territorio brasileño
Rotonda ajardinada donde se
encontraba el monolito fronterizo
Con Omar en la frontera
paraguayo-brasileña
Después de hacer una breve recorrida regresamos a la terminal de ómnibus adonde habíamos llegado y partimos rumbo a Dourados, en el sector brasileño a cien kilómetros de allí.
Terminal de ómnibus de Pedro Juan
Caballero
Pasamos por una de las plazas de Pedro
Juan Caballero
Y enseguida estábamos en Ponta Porá…
Nos había sorprendido haber cambiado de país y
que absolutamente nadie hubiera pedido nuestros documentos ni revisado los
equipajes. Desde ya que hubiese sido muy difícil hacerlo, debido a que ambos
países habían quedado amalgamados en un mismo centro urbano, pero, sin duda,
era algo extraño. Y cuando ya habíamos tomado la carretera brasileña, a pocos
kilómetros aparecieron los controles. De hecho, allí era mucho más sencillo, y
pusieron todo patas para arriba abriendo la enorme cantidad de cajas y bolsos
que cargaba la mayoría de nuestros circunstanciales compañeros de viaje.
Durante todo el trayecto, tal cual había
ocurrido en Paraguay, sólo vimos campos de cultivo que habían reemplazado
totalmente a la mata originaria. Para nosotros, una verdadera decepción.
Siendo ya la tarde, llegamos a Dourados, en
Mato Grosso do Sul, una ciudad de algo más de doscientos mil habitantes. Dejamos
los bártulos en el hotel, y si bien estábamos bastante cansados por el viaje,
salimos a caminar para estirar un poco las piernas.
Monumento a San José en la ciudad de Dourados
La ciudad contaba con amplias avenidas y arquitectura
moderna, aunque no había casi edificios de altura, lo que la hacía muy
agradable. Aparentaba tener una mayoría de clase media, que se vislumbraba no
sólo a través de las construcciones, sino de la calidad de los locales
comerciales y del parque automotor. Y, además, en pocas cuadras encontramos
templos de diversos cultos cristianos.
Iglesia en Dourados
Pero la temperatura era demasiado alta para nuestro gusto y el sol nos partía la cabeza, por lo que decidimos refugiarnos bajo el aire acondicionado del hotel, no sin antes comunicarnos con nuestras familias desde un teléfono público cuya cabina tenía forma de pescado.
En un teléfono
público de Dourados
No hay comentarios:
Publicar un comentario