Me pasaron a buscar
muy temprano, a eso de las cinco de la mañana, por lo que no estaba aun el
desayuno en el hotel y tenía mucho sueño todavía.
Varios nos dormimos en la primera parte del viaje y cuando nos despertamos estábamos en un desayunador muy amplio, entre jardines tropicales y todo muy bien servido. Grande fue mi sorpresa cuando, como desayuno, además de variedad de jugos y un delicioso café costarricense, nos sirvieron arroz con habichuelas, banana frita y nachos, que son pequeñas tostadas de maíz. Y si bien me cuesta mucho comer tanto a la mañana, traté de hacerlo porque no sabía a qué hora íbamos a almorzar.
Arroz con habichuelas de desayuno
Resultó ser que estábamos a doscientos metros del río Tárcoles, así que el guía nos invitó a ver los cocodrilos desde el puente carretero.
Un cocodrilo madrugador en
el río Tárcoles
Todavía era muy
temprano y nos quedamos un rato mirando el paisaje y disfrutando del frescor de
la mañana. También desde allí se podían observar con toda claridad los meandros
del río Tárcoles y sus riberas bajas y anegadizas.
Meandros del río Tárcoles
Y bajando la mirada,
descubrí sobre el piso un punto de referencia del Instituto Geográfico de Costa
Rica, desde donde se hacían diferentes mediciones.
Punto de referencia del Instituto Geográfico de
Costa Rica
Continuamos viaje y a
poco de andar, estábamos en el Parque Nacional Manuel Antonio, al sur de San
José, sobre el océano Pacífico.
Tomamos todos los recaudos que nos diera el guía, entre ellos, cubrir la cabeza y rociarnos en repelente para toda clase de bichos, el Off que venía en envase verde, e ingresamos por un camino cubierto de vegetación.
Ingreso al Parque Nacional Manuel Antonio
Estábamos
prácticamente solos, la mayor parte de los contingentes de turistas llegarían
más tarde, así que aproveché para tomar fotos de las plantas y de algunos
pequeños animalitos e insectos sin que nadie los espantara o se me cruzara por
el medio.
Flores de todos los colores
Si bien en general los arácnidos me resultaban muy interesantes, y lejos de temerles, en mi casa trataba de no matarlos por ser los enemigos de otros insectos más dañinos, las arañas de Costa Rica me parecieron hermosas, no solo por sus colores sino por sus formas. Y en cuanto vi a una de ellas, pequeñita, de color fucsia con sus patas negras a rayas anaranjadas, me quedé un buen rato admirando cómo tejía su enorme tela.
Pequeña araña fucsia
tejiendo su enorme tela
Estábamos entretenidos
con los pequeños bichitos, cuando de pronto, en medio del silencio, un monito
aullador nos hacía saber que estaba presente. Y detrás de él apareció uno cara
blanca y dispuesto a dejarse fotografiar.
Mono cara blanca
Y detrás de él
apareció otro, y otro más… Y luego una familia entera que comenzó a hacer
piruetas ante nuestros asombrados ojos. Parecía un número circense,
cuidadosamente preparado, por lo que permanecimos allí más de lo programado y
el guía no nos podía hacer avanzar.
Posando para nosotros
Y si bien tomé varias
fotografías, lo cierto es que no eran representativas, sino que se trataba de
un espectáculo digno de ser filmado.
Colgado de la rama y
sostenido por la cola
Continuamos caminando
y observando la flora que además de enmarañada presentaba una gran diversidad,
en especial, de helechos.
Gran diversidad vegetal
El guía cargaba con un
catalejo montado sobre un trípode e iba avisándonos cuando observaba algo
interesante, y haciendo una filita, todos mirábamos y sacábamos fotos a través
de él. Y así fue como pudimos ver a un perezoso, que como era previsible,
estaba durmiendo.
Perezoso durmiendo
El sol había comenzado
a calentar demasiado y varias veces tuvimos que recurrir a las botellitas de
agua que nos habían indicado llevar, pero tal era el disfrute, que sin chistar
seguimos caminando…
Con mucho calor, pero muy
feliz
Cada tanto mirábamos
con el gran anteojo pájaros de diversos colores, y otros perezosos que también
dormían. Hasta que de repente, vimos a uno despierto, y como todos queríamos
tomar fotos, pero costaba bastante enfocar cada cámara en el catalejo, y
corríamos el riesgo de que se fuera a dormir otra vez, le dimos nuestras
cámaras al guía para que tomara una foto para cada uno.
El perezoso se puso a comer, pero con una lentitud tan grande, que, si lo hubiésemos filmado, cualquiera diría que había sido en cámara lenta.
Foto del perezoso tomada por
el guía, a través del catalejo
El bosque era indescriptible,
y en esto, ni las fotografías ni una filmación podrían reflejar las sensaciones
que se sentían en él, no solo por los sonidos que nunca se podían grabar con
tanta fidelidad, sino por los aromas y el aire en la piel.
Bosque tropical en el Parque
Nacional Manuel Antonio
Las especies de flora
más características dentro del bosque eran el guácimo colorado, el pilón, el
cedro, el guapinol blanco, el negro, el surá, el lechoso, el cenízaro y la ceiba.
Flores exóticas en el bosque
muy húmedo tropical
El Parque Nacional
Manuel Antonio se encontraba en la zona de vida bosque muy húmedo tropical.
Protegía parches de bosque primario, bosque secundario, manglar, vegetación de
playa, ambientes marinos, islas y una laguna.
Cartelera del plano del Parque
Nacional Manuel Antonio
Además de los monos y
la cantidad de lagartijas que se cruzaban a cada paso, en el interior del
bosque había felinos de considerable tamaño. Por otra parte, nos comentaron que
el mono tití se encontraba en peligro de extinción debido a la destrucción del
hábitat y su utilización como mascota.
Lagartijas a cada paso
Llegamos a un bosque
más abierto, muy parecido al de arrayanes en la península de Quetrihué en
Argentina, donde la temperatura era mucho más baja que en los senderos. Y de
hecho se trataba de ejemplares de guayabo Eugenia acapulcensis, que pertenecían
a la familia de las mirtáceas, tal cual el arrayán.
Bosque abierto de árboles
rojizos y suaves
El guayabo Eugenia
acapulcensis, árbol esbelto de delicada apariencia, bota su corteza para
mantenerse limpio de cualquier planta que intente usarlo para su residencia. Su
atractiva suavidad al tacto y su bello color rojizo lo convierten en presa de
enamorados o aventureros que, tal vez, sin mala intención, graban graffitis
sobre los troncos, testimonio de su paso por estos parajes. Desdichadamente
esto les causa daño, dice
un cartel al ingresar al bosque.
Y después de seguir
otro sendero rodeado de las más hermosas especies vegetales que haya visto, ¡tuvimos
ante nuestros ojos el Pacífico!
La playa Manuel Antonio en
el Pacífico
Teníamos una hora para
permanecer en la playa y quien quisiera podía darse un baño, pero el guía nos
recomendó especial cuidado con nuestros bolsos pequeños, pero no porque algún
humano intentara robarlas, sino porque a los monos les encantaba hurgar
buscando algo que les agradara.
Yo me tiré sobre la
arena panza arriba con mi bolsito como almohada, y de esa manera poder
contemplar semejante panorama. Pero una de las mujeres que iba con nuestro
grupo se descuidó un momento y un monito agarró su mochilita. Ella se puso
nerviosa y empezó a gritar, entonces el mono se fue a una rama con su tesoro;
ella le tiró una piedra, entonces el animal se subió a una rama más alta desde
la cual la sacudió desparramando todas las pertenencias. Ella furiosa, recogió
lo que pudo encontrar, y los demás… ¡a las carcajadas!
Descansamos en la playa
entre monos y lagartijas
Las arenas de esas
playas eran muy blancas y con gran cantidad de hojas, ramitas y frutos que caían
desde los árboles que las rodeaban. Y también, además de las lagartijas, había
todo tipo de insectos que encontraban aquí su ambiente ideal, como hormigas y
cascarudos…
Lagartija azulada en arenas
blancas
La región donde se localizaba este Parque Nacional fue poblada por los indios Quepoa, nombre que diera origen a la ciudad de Quepos, a solo siete kilómetros del lugar. Con la llegada de colonos, las tierras se convirtieron en áreas de cultivo, que posteriormente fueron adquiridas por la United Fruit Company. Debido a que el área ocupada por el Parque estaba en propiedad de extranjeros que impedían el acceso a los lugareños, fue declarado en 1972 Parque Nacional.
Embarcadero de Quepos
Debíamos cruzar hacia un banco de arena próximo, por lo que algunos lo hicimos en canoa y otros caminando con los pies en el agua.
Paisaje de palmeras,
manglares, aguas cristalinas, arenas blancas…
Desde allí pudimos
tener una vista panorámica de la densidad del bosque y también de la tormenta
que estaba por venir.
Gran densidad del bosque
muy húmedo tropical
Y entre la proximidad
de la lluvia y que ya eran las tres de la tarde y no habíamos probado bocado
desde la mañana, nos retiramos del Parque y fuimos a un restorán a almorzar. Fue
un almuerzo muy singular porque a mi izquierda tenía dos personas que hablaban
en inglés y a mi derecha a dos que lo hacían en francés, así que me las ingenié
para cambiar de dial a cada minuto.
Simple entrada del almuerzo
Nos sirvieron un menú muy
frugal totalmente acorde con la alta temperatura ambiente. Y al salir,
encontramos enfrente otro restorán llamado “El Avión” que tenía la originalidad
de funcionar dentro de una antigua aeronave, siendo una buena forma de volver a
darle vida.
Restorán “El Avión”
Mientras regresábamos a nuestros hoteles se me volvían a la mente las imágenes de lo vivido, en especial las de los monos y las lagartijas. Y no me quedaba otra cosa que decir que, si buscara un sinónimo de Costa Rica, sería sin duda, PURA VIDA.
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