sábado, 8 de julio de 2023

Entre monos y lagartijas…

   Tanto las montañas como la flora y fauna de Costa Rica me resultaban fascinantes, así que además de continuar conociendo otros paisajes y disfrutar de la naturaleza, mi mayor deseo era ver monos fuera de las jaulas de un zoológico. Entonces contraté a una empresa de turismo que me ofreció la excursión al Parque Nacional Manuel Antonio.

Me pasaron a buscar muy temprano, a eso de las cinco de la mañana, por lo que no estaba aun el desayuno en el hotel y tenía mucho sueño todavía.

Varios nos dormimos en la primera parte del viaje y cuando nos despertamos estábamos en un desayunador muy amplio, entre jardines tropicales y todo muy bien servido. Grande fue mi sorpresa cuando, como desayuno, además de variedad de jugos y un delicioso café costarricense, nos sirvieron arroz con habichuelas, banana frita y nachos, que son pequeñas tostadas de maíz. Y si bien me cuesta mucho comer tanto a la mañana, traté de hacerlo porque no sabía a qué hora íbamos a almorzar.    

Arroz con habichuelas de desayuno

  

Resultó ser que estábamos a doscientos metros del río Tárcoles, así que el guía nos invitó a ver los cocodrilos desde el puente carretero.  

Un cocodrilo madrugador en el río Tárcoles

  

Todavía era muy temprano y nos quedamos un rato mirando el paisaje y disfrutando del frescor de la mañana. También desde allí se podían observar con toda claridad los meandros del río Tárcoles y sus riberas bajas y anegadizas. 

Meandros del río Tárcoles

  

Y bajando la mirada, descubrí sobre el piso un punto de referencia del Instituto Geográfico de Costa Rica, desde donde se hacían diferentes mediciones.  

Punto de referencia del Instituto Geográfico de Costa Rica

  

Continuamos viaje y a poco de andar, estábamos en el Parque Nacional Manuel Antonio, al sur de San José, sobre el océano Pacífico.

Tomamos todos los recaudos que nos diera el guía, entre ellos, cubrir la cabeza y rociarnos en repelente para toda clase de bichos, el Off que venía en envase verde, e ingresamos por un camino cubierto de vegetación. 

Ingreso al Parque Nacional Manuel Antonio

  

Estábamos prácticamente solos, la mayor parte de los contingentes de turistas llegarían más tarde, así que aproveché para tomar fotos de las plantas y de algunos pequeños animalitos e insectos sin que nadie los espantara o se me cruzara por el medio. 

 

Flores de todos los colores

 

Si bien en general los arácnidos me resultaban muy interesantes, y lejos de temerles, en mi casa trataba de no matarlos por ser los enemigos de otros insectos más dañinos, las arañas de Costa Rica me parecieron hermosas, no solo por sus colores sino por sus formas. Y en cuanto vi a una de ellas, pequeñita, de color fucsia con sus patas negras a rayas anaranjadas, me quedé un buen rato admirando cómo tejía su enorme tela.

Pequeña araña fucsia tejiendo su enorme tela

  

Estábamos entretenidos con los pequeños bichitos, cuando de pronto, en medio del silencio, un monito aullador nos hacía saber que estaba presente. Y detrás de él apareció uno cara blanca y dispuesto a dejarse fotografiar. 

Mono cara blanca

 

Y detrás de él apareció otro, y otro más… Y luego una familia entera que comenzó a hacer piruetas ante nuestros asombrados ojos. Parecía un número circense, cuidadosamente preparado, por lo que permanecimos allí más de lo programado y el guía no nos podía hacer avanzar.

  

Posando para nosotros

  

Y si bien tomé varias fotografías, lo cierto es que no eran representativas, sino que se trataba de un espectáculo digno de ser filmado.  

Colgado de la rama y sostenido por la cola

 

Continuamos caminando y observando la flora que además de enmarañada presentaba una gran diversidad, en especial, de helechos.

Gran diversidad vegetal

  

El guía cargaba con un catalejo montado sobre un trípode e iba avisándonos cuando observaba algo interesante, y haciendo una filita, todos mirábamos y sacábamos fotos a través de él. Y así fue como pudimos ver a un perezoso, que como era previsible, estaba durmiendo.

  

Perezoso durmiendo

  

El sol había comenzado a calentar demasiado y varias veces tuvimos que recurrir a las botellitas de agua que nos habían indicado llevar, pero tal era el disfrute, que sin chistar seguimos caminando…

  

Con mucho calor, pero muy feliz

  

Cada tanto mirábamos con el gran anteojo pájaros de diversos colores, y otros perezosos que también dormían. Hasta que de repente, vimos a uno despierto, y como todos queríamos tomar fotos, pero costaba bastante enfocar cada cámara en el catalejo, y corríamos el riesgo de que se fuera a dormir otra vez, le dimos nuestras cámaras al guía para que tomara una foto para cada uno.

El perezoso se puso a comer, pero con una lentitud tan grande, que, si lo hubiésemos filmado, cualquiera diría que había sido en cámara lenta.  

Foto del perezoso tomada por el guía, a través del catalejo

  

El bosque era indescriptible, y en esto, ni las fotografías ni una filmación podrían reflejar las sensaciones que se sentían en él, no solo por los sonidos que nunca se podían grabar con tanta fidelidad, sino por los aromas y el aire en la piel.  

Bosque tropical en el Parque Nacional Manuel Antonio

  

Las especies de flora más características dentro del bosque eran el guácimo colorado, el pilón, el cedro, el guapinol blanco, el negro, el surá, el lechoso, el cenízaro y la ceiba.

  

Flores exóticas en el bosque muy húmedo tropical

  

El Parque Nacional Manuel Antonio se encontraba en la zona de vida bosque muy húmedo tropical. Protegía parches de bosque primario, bosque secundario, manglar, vegetación de playa, ambientes marinos, islas y una laguna. 

Cartelera del plano del Parque Nacional Manuel Antonio

  

Además de los monos y la cantidad de lagartijas que se cruzaban a cada paso, en el interior del bosque había felinos de considerable tamaño. Por otra parte, nos comentaron que el mono tití se encontraba en peligro de extinción debido a la destrucción del hábitat y su utilización como mascota.

 

Lagartijas a cada paso

  

Llegamos a un bosque más abierto, muy parecido al de arrayanes en la península de Quetrihué en Argentina, donde la temperatura era mucho más baja que en los senderos. Y de hecho se trataba de ejemplares de guayabo Eugenia acapulcensis, que pertenecían a la familia de las mirtáceas, tal cual el arrayán.   

Bosque abierto de árboles rojizos y suaves

  

El guayabo Eugenia acapulcensis, árbol esbelto de delicada apariencia, bota su corteza para mantenerse limpio de cualquier planta que intente usarlo para su residencia. Su atractiva suavidad al tacto y su bello color rojizo lo convierten en presa de enamorados o aventureros que, tal vez, sin mala intención, graban graffitis sobre los troncos, testimonio de su paso por estos parajes. Desdichadamente esto les causa daño, dice un cartel al ingresar al bosque.

 ¡No graffiti, por favor!

  

Y después de seguir otro sendero rodeado de las más hermosas especies vegetales que haya visto, ¡tuvimos ante nuestros ojos el Pacífico! 

La playa Manuel Antonio en el Pacífico

  

Teníamos una hora para permanecer en la playa y quien quisiera podía darse un baño, pero el guía nos recomendó especial cuidado con nuestros bolsos pequeños, pero no porque algún humano intentara robarlas, sino porque a los monos les encantaba hurgar buscando algo que les agradara.

Yo me tiré sobre la arena panza arriba con mi bolsito como almohada, y de esa manera poder contemplar semejante panorama. Pero una de las mujeres que iba con nuestro grupo se descuidó un momento y un monito agarró su mochilita. Ella se puso nerviosa y empezó a gritar, entonces el mono se fue a una rama con su tesoro; ella le tiró una piedra, entonces el animal se subió a una rama más alta desde la cual la sacudió desparramando todas las pertenencias. Ella furiosa, recogió lo que pudo encontrar, y los demás… ¡a las carcajadas!   

Descansamos en la playa entre monos y lagartijas

  

Las arenas de esas playas eran muy blancas y con gran cantidad de hojas, ramitas y frutos que caían desde los árboles que las rodeaban. Y también, además de las lagartijas, había todo tipo de insectos que encontraban aquí su ambiente ideal, como hormigas y cascarudos…

  

Lagartija azulada en arenas blancas

  

La región donde se localizaba este Parque Nacional fue poblada por los indios Quepoa, nombre que diera origen a la ciudad de Quepos, a solo siete kilómetros del lugar. Con la llegada de colonos, las tierras se convirtieron en áreas de cultivo, que posteriormente fueron adquiridas por la United Fruit Company. Debido a que el área ocupada por el Parque estaba en propiedad de extranjeros que impedían el acceso a los lugareños, fue declarado en 1972 Parque Nacional.  

Embarcadero de Quepos

 

Debíamos cruzar hacia un banco de arena próximo, por lo que algunos lo hicimos en canoa y otros caminando con los pies en el agua.   

Paisaje de palmeras, manglares, aguas cristalinas, arenas blancas…

  

Desde allí pudimos tener una vista panorámica de la densidad del bosque y también de la tormenta que estaba por venir.  

Gran densidad del bosque muy húmedo tropical

  

Y entre la proximidad de la lluvia y que ya eran las tres de la tarde y no habíamos probado bocado desde la mañana, nos retiramos del Parque y fuimos a un restorán a almorzar. Fue un almuerzo muy singular porque a mi izquierda tenía dos personas que hablaban en inglés y a mi derecha a dos que lo hacían en francés, así que me las ingenié para cambiar de dial a cada minuto.

  

Simple entrada del almuerzo

 

Nos sirvieron un menú muy frugal totalmente acorde con la alta temperatura ambiente. Y al salir, encontramos enfrente otro restorán llamado “El Avión” que tenía la originalidad de funcionar dentro de una antigua aeronave, siendo una buena forma de volver a darle vida.   

Restorán “El Avión”

 

Mientras regresábamos a nuestros hoteles se me volvían a la mente las imágenes de lo vivido, en especial las de los monos y las lagartijas. Y no me quedaba otra cosa que decir que, si buscara un sinónimo de Costa Rica, sería sin duda, PURA VIDA.

 

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