sábado, 14 de julio de 2018

En gomón desde Puerto Rawson



Desde Trelew fuimos a Rawson, capital de la provincia de Chubut, que se encontraba a menos de veinte kilómetros.
Rawson en ese momento, enero de 2006, tenía sólo veinticinco mil habitantes frente a los noventa y cinco mil de Trelew. Por lo tanto, era la capital provincial argentina con menor cantidad de población.
Como otras ciudades de la provincia, Rawson tuvo su origen en las colonias galesas que se habían concentrado cerca de la desembocadura del río Chubut, única fuente de agua dulce, en un ambiente árido con precipitaciones inferiores a doscientos milímetros anuales. Enrique Libanus Jones fue quien diera el puntapié inicial levantando una serie de casuchas a las que se llamara Fuerte Viejo. Pero la ciudad fue fundada oficialmente el 15 de setiembre de 1865 sobre una loma de grava y arena cerca de allí, cuando el Teniente Coronel Julián Murga iniciara la distribución y construcción de calles y casas. Y en ese momento se le dio el nombre de Trerawson (pueblo de Rawson), en honor a las gestiones realizadas por el entonces Ministro del Interior Guillermo Rawson, quien posibilitara la inmigración. Casi un siglo después, en 1957, una vez alcanzado por Chubut el estatus de provincia quedaría establecida como ciudad capital, destinándose prácticamente por completo a las funciones de gobierno.
Como todos los centros urbanos de la costa patagónica me parecía una ciudad desagradable e insulsa. Sin montañas, de aridez extrema, y con fuertes vientos las veinticuatro horas de los trescientos sesenta y cinco días del año. Pero además, prácticamente no había ningún otro atractivo que compensara sus condiciones físicas desfavorables. Por lo tanto, permanecimos muy poco tiempo, y desplazándonos siete kilómetros más llegamos a Playa Unión.
Nelson Mandela decía: “No hay nada como volver a un lugar que no ha cambiado para darte cuenta de cuánto has cambiado tú”. Y ese era para mí el caso de Playa Unión donde hacía veinticinco años que no iba. Y si bien había más construcciones sobre la playa, el clima y la temperatura del agua seguían siendo los mismos. Pero en enero de 1981, yo venía desde Ushuaia donde había estado viviendo desde 1979, por lo que tal como los chubutenses sentía que estaba en el Caribe; mientras que ahora, viniendo desde Buenos Aires, no pude poner un dedo en el agua y el viento me resultaba insoportable. Así que seguimos hasta el puerto que se encontraba a seiscientos metros de allí.
Puerto Rawson se caracterizaba por su actividad netamente pesquera, donde se destacaba la llamada “flota amarilla”, de barcos fresqueros que pescaban mayormente merluzas, langostinos y moluscos, con su consecuente procesamiento, como fileteadoras y envasadoras.
La flota amarilla estaba compuesta por barcos de altura que contaban con cámaras frigoríficas pudiendo permanecer varios días fuera de puerto, y barquitos costeros que iban y volvían en el día.



El Don Pablo y el Diego Fernando eran costeros fresqueros; y el Paola S, fresquero de altura


El Marta Ester, barquito costero de rada o ría, navegando en las cercanías de Puerto Rawson




Mientras caminábamos por el lugar nos ofrecieron hacer un avistaje de lobos y delfines en gomón, y si bien a mí no me causaba demasiada gracia navegar, pensé que sería interesante, muy especialmente para Martín, así que nos dispusimos a que nos disfrazaran con los elementos indispensables para hacer la excursión.



Martín y Omar preparados para subir al gomón


Con Martín en el ingreso al puerto


Ponernos los salvavidas y las capas nos había resultado divertido y las indicaciones en caso de emergencia nos habían parecido exageradas, pero cuando nos acercamos a la costa y nos dijeron que llegaríamos con el gomón hasta donde estaban los barquitos pesqueros, casi nos arrepentimos, ¡pero quien no arriesga no gana! Y allí fuimos…



Barquito pesquero en mar abierto


El gomón se llenó con una gran cantidad de turistas, la mayoría de ellos españoles, y partimos.
Mientras navegamos cerca de la costa, todo estuvo muy bien, pudiendo divisar las playitas de arena y de canto rodado, así como los comederos producto de la acumulación de conchillas marinas que los tehuelche dejaban luego de alimentarse con moluscos, y gran cantidad de gaviotas que permanecían quietas a la vera del mar.




Gaviotas en las playas de la costa chubutense


Repentinamente todas las gaviotas comenzaron a volar, y eso era sin duda, signo de que el alimento se estaba acercando.
Siempre me gustó ver cómo volaban a gran velocidad, muchas veces casi rozando el mar, o bien cómo desde la altura se tiraban en picada para capturar algún pez, volviendo a remontar vuelo rápidamente con la víctima en su pico. Aunque, cuando vivía en Ushuaia las odiaba porque hacían lo mismo con las bolsas de basura, rompiéndolas con su pico y desparramando todo. Y si bien muchas veces contenían restos de pescados, ellas no le hacían asco a nada, y deglutían lo que viniera.


Gaviotas en busca de alimento


Indudablemente las gaviotas no se habían equivocado, porque en ese preciso instante, los barquitos amarillos estaban saliendo para seguir al cardumen.


Barquito de rada echando redes al mar


Entonces el guía comenzó a explicar lo difícil que era navegar en la zona por la velocidad del viento y la bravura del mar, haciendo referencia a la cantidad de naufragios porque los barcos más pequeños se daban vuelta o el oleaje los hacia encallar contra los acantilados o los dejaba varados en la playa. Y si bien los barquitos pesqueros se veían muy endebles, ¡ni qué hablar de nuestro gomón!


Barco pesquero de rada varado en la costa chubutense


Y después de diferentes explicaciones sobre el entorno, comenzamos a alejarnos de la costa porque la fauna motivo de nuestro paseo no aparecía por ninguna parte.


En el endeble gomón alejándonos de Puerto Rawson


Cada vez más lejos, y ¡nada…! Por lo que los turistas españoles comenzaron a protestar diciendo que se trataba de una estafa y que querían que les devolvieran el dinero. Cuando de pronto… ¡apareció una familia de lobos de mar a la que nos fuimos acercando lentamente! Y entonces, los mismos que tanto habían pataleado, se volcaron sobre uno de los lados del gomón que comenzó a inclinarse peligrosamente con riesgo de ponérnoslo de sombrero.



Familia de lobos marinos nadando en aguas abiertas


Cachorro de lobo marino junto a nuestro gomón


Así permanecimos un buen rato, siguiendo a los lobos hasta que aparecieron varios más y nadaron a ambos lados del gomón. Pero cuando el viento, que era de casi cincuenta kilómetros por hora, aumentó su velocidad y el mar se comenzó a picar, el timonel decidió regresar a puerto, pero en ese preciso momento… ¡Aparecieron los delfines! Así que todos aceptamos desafiar las condiciones del tiempo y nos dispusimos a ver cómo el mar bailaba con ellos…



Como baila el mar con los delfines…


Fue realmente maravilloso a pesar de mis temores porque el gomón se sacudía permanentemente. Y aunque Eolo se ensañó con nosotros, regresamos sanos y salvos a puerto.



Omar y Martín soportando el cabeceo del gomón y el viento


Omar tratando de reparar del viento a Martín


En Puerto Rawson fuimos a una cantina donde Omar y Martín se dieron una panzada de frutos del mar, mientras yo preferí unos simples fideos al fileto. Y nuevamente en Rawson, con el ánimo de tomar un café mientras esperábamos el colectivo que iba a Trelew, nos encontramos con que la ciudad estaba desierta porque era domingo, y lógicamente por ser meramente administrativa, y gran parte de los empleados vivir en Trelew, no tenía nada para ofrecer.



Una de las tantas avenidas aburridas de Rawson


Por un puente cruzamos el río Chubut cuyas márgenes quedaran convertidas en un verdadero vergel con producción frutícola y hortícola mediante sistemas de riego.



Valle inferior del río Chubut en las afueras de la ciudad de Rawson


Y ya en Trelew, permanecimos un rato descansando en el hotel antes de encarar una nueva salida.

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