lunes, 29 de junio de 2020

En Santa Rosa de Calamuchita


   
La mañana del 1ro. de agosto de 2009 partimos de Córdoba Capital hacia el SSW, y en poco más de una hora y media llegamos al dique Los Molinos, donde hicimos una breve parada para observar el paisaje desde un mirador.

Omar y Martín en un mirador del lago del dique Los Molinos



Ese dique había sido inaugurado el 17 de octubre de 1953 para aprovechar las aguas de los ríos Los Molinos, Los Espinillos, San Pedro y Los Reartes, contaba con una superficie de dos mil quinientas hectáreas, y podía utilizarse tanto para riego como para la producción de energía eléctrica.


Espejo de agua del dique Los Molinos



La zona donde se hallaba el dique era llamada por los Comechingones “Locasacate”, pero el nombre del dique obedecía a que en el siglo XVIII la familia Cornejo tenía dos molinos, siendo su propietario el primer molinero del lugar.
El lago artificial contribuyó a cambiar notablemente la economía de la zona ya que los numerosos turistas que lo visitaban, además de admirar el paisaje y la obra ingenieril, podían navegar, practicar deportes náuticos, vuelo, pescar y comer en los restoranes que allí se habían instalado.


Infraestructura turística en los alrededores del lago del dique Los Molinos



En media hora más estuvimos en Santa Rosa de Calamuchita, un pueblo rodeado de sierras y con el río Santa Rosa que lo atravesaba.


Río Santa Rosa atravesando el pueblo



El río se presentaba con su menor caudal debido a que el invierno era la estación seca en la región, pero sus aguas eran límpidas y  con abundantes guijarros.


Guijarros en un típico río cordobés



Los guijarros consistían en pequeñas piedras que por acción mecánica caían desde las laderas de las montañas, y el río, durante sus crecidas, las arrastraba con fuerza dándoles una forma redondeada; y tal cual, sucedía en los veranos cordobeses.
A pesar de la escasa cantidad de agua, los patos podían nadar y se formaba el espejo suficiente para que los árboles se reflejaran.


Durante el estiaje, podían nadar los patos


Los árboles se reflejaban en las aguas del Río Santa Rosa



El valle de Calamuchita se encontraba limitado por las Sierras Chicas por el este, y las Sierras Grandes por el oeste, por lo que su sismicidad era frecuente, aunque de baja intensidad.


Las Sierras Chicas podían verse desde todo el pueblo


 Puente colgante sobre el río Santa Rosa



Toda la zona estaba rodeada por bosques de coníferas y caducifolias, por esa razón, por encontrarnos en pleno invierno, gran parte de los árboles de la ribera habían perdido sus hojas.


Bosques de coníferas y caducifolias en la ribera del río Santa Rosa



El clima del lugar era templado seco, por lo que si bien los veranos se presentaban con elevadas temperaturas que incentivaban a los turistas a disfrutar de los balnearios del río, los inviernos eran muy fríos, llegando a nevar en algunas ocasiones.


Tarde de invierno, muy fría pero soleada


Martín caminando por el borde de la ribera



Los Comechingones eran agricultores y ceramistas. Los españoles los tomaron en encomienda y recibieron en mercedes reales sus tierras, que con el paso del tiempo se convirtieron en estancias.
Una de dichas estancias, ubicada junto al río, pertenecía a la familia Carranza quien la nombró “Santa Rosa” en honor a la santa limeña. Luego sus herederos se la vendieron al Presbítero Vicente Peñaloza, quien mandó a construir una capilla que estuvo concluida en 1784, habiendo sido el primer bautizado José Hilario Luján, un esclavo de dos meses. Contiguo a la capilla, como era habitual, se ubicó el cementerio.
Desde principios del siglo XIX, tras el fallecimiento del Padre Peñaloza, la capilla sufrió un proceso de deterioro que fue revertido setenta años después por la familia Baños-Prado Núñez, quien en 1877 donó una cuadra cuadrada para poblar a su alrededor, dando origen a un poblado que creció de manera espontánea, conocido como Villa Santa Rosa.
  

La “Capilla Vieja” alrededor de la cual tuvo origen el pueblo de Santa Rosa de Calamuchita



En 1997 la “Capilla Vieja” fue nuevamente restaurada y pasó a llamarse “Museo de Arte Religioso Santa Rosa de Lima”.


“Museo de Arte Religioso Santa Rosa de Lima”



Muy cerca de la “Capilla Vieja” fue construido un templo muy moderno, que pasó a constituirse en la Parroquia “Santa Rosa de Lima”, al que popularmente se lo conocía como “iglesia Nueva”.


Parroquia “Santa Rosa de Lima”, popularmente conocida como la “Iglesia Nueva



Aunque en el verano la población crecía considerablemente, la estable era de sólo doce mil habitantes, muchos de los cuales se dedicaban a la hotelería, comercios y otros servicios dedicados al turismo.
  

Establecimiento donde se vendían productos comestibles regionales así como souvenires



En parte por estar cansados por la caminata y debido a que la temperatura comenzara a bajar aceleradamente a medida que el sol se hacía más debil, decidimos volver al hotel, y prepararnos para al día siguiente regresar a Buenos Aires.
  

El hotel “Arcos del Río”, frente al río, donde nos alojamos


Ésta había sido la última etapa de un viaje que había incluido las provincias de Santiago del Estero, Catamarca, La Rioja y Córdoba, durante unas largas vacaciones forzadas por la “epidemia de Gripe A”.




Paseando por “La Docta”


  
Ingresando a la provincia de Córdoba por el noroeste, la primera parada del micro fue en Capilla del Monte, y desde allí, por la ruta treinta y ocho, continuamos hacia el sur atravesando el valle de Punilla hasta Villa Carlos Paz. Luego tomamos la ruta veinte hacia el este, y llegamos a Córdoba Capital.

Capilla del Monte, al ingresar al valle de Punilla por el norte



El origen de la ciudad de Córdoba formó parte del plan de proseguir la conquista española hacia el sur, que tenía como cabecera a la ciudad de Potosí, donde en ese entonces se explotaban grandes yacimientos de plata. Fue así por lo que Jerónimo Luis de Cabrera ingresó al territorio habitado por los comechingones, quienes vivían en comunidades denominadas ayllus, y encontrando un río al que llamó San Juan (posteriormente Suquía), el 6 de julio de 1573 fundó Córdoba de la Nueva Andalucía.
En 1599 se instaló la orden religiosa de los jesuitas, pasando a ser el punto central de las tareas de evangelización de esta congregación en Sudamérica. Y se continuó con la construcción de la catedral, de estilo barroco, que, si bien había comenzado en 1580, finalizó en 1758.


Catedral de Córdoba, sobre la peatonal Independencia, frente a la plaza San Martín (antigua plaza Mayor)

  


Detalle del frente de la Iglesia Nuestra Señora de la Asunción, Catedral de Córdoba



Los jesuitas fundaron en 1610 el Colegio Máximo, que derivara en 1613 en la Universidad de Córdoba, la primera en la Argentina y la cuarta más antigua de América, lo que le significara a la ciudad, el apelativo de “La Docta”. Posteriormente devino en la Universidad Nacional de Córdoba, recibiendo estudiantes de todo el país y del mundo, contando a principios del siglo XXI, con más de cien mil alumnos.
Pero al margen del renombre de la Universidad por sus actividades académicas específicas, sus estudiantes se han destacado a nivel nacional e internacional por su actividad política. En 1918, Córdoba fue el epicentro de un movimiento conocido como “Reforma Universitaria”, cuyos principios se basaron en la autonomía universitaria, el co-gobierno (docentes, estudiantes y graduados), la extensión universitaria (interactuar con la sociedad), la periodicidad de las cátedras (revalidación y libertad) y los concursos de oposición. Dichas consignas luego se extendieron al resto de las universidades del país, gran parte de América y España. Sin embargo, el 29 julio de 1966, la Policía Federal Argentina desalojó violentamente a profesores y estudiantes de varias facultades de la Universidad de Buenos Aires, que se oponían a la decisión del presidente de facto General Juan Carlos Onganía, de intervenir las universidades y anular el régimen de co-gobierno. Además de dar dos bastonazos en la cabeza al entonces decano, Dr. Rolando García (celebridad mundial), fueron agredidas y detenidas más de cuatrocientas personas, destruidos laboratorios y bibliotecas. Ese episodio es conocido como “La Noche de los Bastones Largos”.
Y el 29 de mayo de 1969 se produjo el “Cordobazo”, un levantamiento popular, protagonizado por estudiantes y obreros industriales, que contó con el acompañamiento de la población en general, demostrando fehacientemente la oposición al régimen militar que gobernaba el país. Si bien el movimiento fue violentamente reprimido, provocó la destitución de Onganía al año siguiente.
Posteriormente, durante la década del ’70, hubo persecuciones estudiantiles tanto por parte de la Triple A como de la dictadura cívico-militar que la sucedió.
En pleno microcentro, entre las calles Obispo Trejo y Caseros, y las avenidas Vélez Sarsfield y Duarte Quirós, se localizaba la denominada “Manzana Jesuítica”, donde se encontraban la Biblioteca Mayor y el antiguo rectorado de la Universidad, que fuera convertido en museo; el Colegio Nacional de Monserrat, fundado en 1687, que aún funcionaba; la Residencia; la Capilla Doméstica; y la Iglesia de la Compañía de Jesús, consagrada en 1671, que continuaba oficiando misas. En el año 2000 la UNESCO declaró a dicho conjunto arquitectónico histórico cultural, Patrimonio de la Humanidad. Y en 2006, Córdoba fue nombrada “Capital Americana de la Cultura”.
Sobre la calle Independencia, al lado de la Catedral, y sólo separado por el pasaje Santa Catalina, se encontraba el Cabildo.
  

Martín en la recova del Cabildo de Córdoba



El Cabildo de Córdoba era uno de los últimos edificios de estilo colonial español que quedaban en la Argentina. Su construcción original databa de principios del siglo XVII, pero sufrió numerosas transformaciones, particularmente en la segunda mitad del siglo XVIII.


 
Detalle de los ventanales del Cabildo



Además de haber tenido las funciones propias de un cabildo durante la dominación española, posteriormente fue un importante centro de actividad cívica de la capital provincial.
  

Martín jugando con las palomas que anidaban en el área del Cabildo


Palomas en las cornisas del Cabildo




Vista lateral del Cabildo por la calle Deán Funes



Caminamos por la peatonal San Martín que se encontraba colmada de gente por estar en un horario comercial muy cercano del mediodía. Si bien Córdoba contaba con importantes industrias, como algunas automotrices y otras metalmecánicas, el sector terciario era aún más destacado, generando el tercer producto bruto geográfico urbano de la Argentina después del Gran Buenos Aires y de Rosario.


Martín en un bar de la peatonal San Martín



Desde allí nos allegamos hasta la peatonal 9 de Julio intersección Rivera Indarte, esquina que se hiciera famosa a partir de que durante muchos años, don Fernando Albiero Bertapelle, más conocido como “Jardín Florido”, se dedicara a piropear a las mujeres que por allí pasaran.


Calle 9 de Julio esquina Rivera Indarte



Cuando este hombre comenzó a llamar la atención de la gente fue en la década del ’30, al obtener un puesto de camarero en el Jockey Club cordobés, que en esos tiempos era uno de los lugares más exclusivos de la aristocracia. Y al salir de trabajar lo hacía vistiendo a imitación –casi paródica- de los antiguos personajes de abolengo, usando frac, sombrero de copa, un bastón con una bola de billar a modo de empuñadura y una flor en el ojal.
Jardín Florido llegó a convertirse en un símbolo del Centro de la ciudad, por lo que Raúl Montachini, le dedicara el vals “Caballero de Ley”, que decía así:
Calle 9 de Julio esquina Rivera Indarte,
Corazón elegante de mi docta ciudad,
Donde late la vida al compás de los gritos
De un lustrín y los versos de un cieguito cantor.
Con su paso altanero se acerca el viejecito
Que guarda veinte abriles dentro del corazón
¿Quién no lo conoce? Ahí va Jardín Florido,
En el ojal prendido su infaltable clavel.
El piropo elegante que el caballero brinda
A la cordobesita que acaba de pasar,
La niña se da vuelta y esboza una sonrisa
Que es como una caricia para el galán de ley.
Pasaron muchos años y el centro de la docta
Lo vio todos los días sus calles caminar
Y se fue marchitando el clavel en su pecho,
A la Dama de Negro no pudo galantear.
Galantería fina, piropos respetuosos,
Quedaron en el aire del centro cordobés
Y un clavelito blanco se fue rumbo al olvido,
Murió Jardín Florido, caballero de ley.
  
Continuamos nuestra recorrida por el Paseo de las Flores, y luego nos dirigimos a La Cañada, mi lugar preferido dentro de la ciudad.


Paseo de las Flores


Paseamos bordeando la Cañada, un verdadero oasis en medio de los edificios del Centro cordobés



Y por la noche concurrimos a la peña “El Aljibe” donde degustamos típicas empanadas y escuchamos música folklórica.


 
Omar en la peña “El Aljibe” durante la sobremesa


Mientras actuaba un conjunto folklórico, el público danzó con los integrantes del ballet


Susana Buontempo, dueña del establecimiento y conductora de programas de Cadena 3, también salió a bailar




Y contagiado por el ambiente, Martín se puso a bailar junto a nuestra mesa


Y yo simplemente me dediqué a observar


Como en otras oportunidades, disfruté muchísimo de Córdoba, una de las ciudades más atractivas de la Argentina.



domingo, 28 de junio de 2020

A Catamarca y La Rioja. Una vez cada veinte años


   
La primera vez que había estado en Catamarca y La Rioja era julio de 1969, momento en que el Hombre llegaba a la Luna, y que yo estaba cursando el cuarto año de la escuela secundaria. La segunda vez, había sido en febrero de 1989, cuando la inflación y la disparada del dólar habían llegado a niveles nunca vistos. Y la tercera, en julio de 2009, en plena campaña contra la Gripe A, y en que existía un gran conflicto con la explotación de la minería a cielo abierto. Y tanto en una como en otra provincia, de hecho, a lo largo de cuarenta años, había habido importantes cambios, y a la vez, ciertas cuestiones y lugares permanecían exactamente iguales.
En 1969 había ido en un AVRO de Aerolíneas Argentinas, mi vuelo de bautismo, con mis padres y mi tía Teresa, desde Buenos Aires hasta La Rioja, con escala en Córdoba. Estuvimos varios días en La Rioja Capital, donde mi padre tenía algunos compromisos laborales, y viví allí un temblor producto de un sismo de mayor intensidad en San Juan. Hicimos una serie de proyecciones de audiovisuales tanto en la ciudad de La Rioja como en Anjullón, parando en la casa de Zenon Bazan, viudo de la Maestra María Esther Brizuela de Bazán, quien había creado, entre otras cosas, el Club de Correspondencia Interescolar “Ampelio Liberali”. Y desde allí, en un Ford Falcon, su hijo nos había llevado hasta San Fernando del Valle de Catamarca y a la cuesta del Portezuelo, donde tomamos las diapositivas para el armado del audiovisual Paisaje de Catamarca.
En 1989, venía bajando desde Jujuy, en un Fiat junto con Roberto, Omar y Marisol, y era el momento en que los Saadi y los Menem estaban en la cima de su poder en sendas provincias, paralelamente a la bajada en picada del alfonsinismo a nivel nacional.
Y en 2009, cuando supuestamente la Gripe A causaría estragos a nivel nacional y todo el mundo andaba con barbijos, junto con Omar y Martín volví a estas provincias de paso entre Santiago del Estero y Córdoba.
Salimos en micro de Las Termas de Río Hondo, y tras una parada técnica en la terminal de San Miguel de Tucumán, ingresamos a la provincia de Catamarca. Y a poco de andar, ya habíamos tomado el camino serpenteado de la cuesta del Portezuelo, en la sierra de Ancasti, que desembocaría en las proximidades de San Fernando de Catamarca. Cuando llegamos a la terminal de ómnibus, lo primero que vimos enfrente, fue un cartel de la residencial Menem, y aunque prometía buenos servicios, de ninguna manera pararíamos allí. Así que le pedimos a un taxista que nos recomendara algún lugar mejor y en el Centro. Y él nos llevó al hotel Colonial, en la intersección de las calles República y Tucumán, a tan sólo dos cuadras de la plaza principal.

Residencial Menem en Catamarca



La plaza principal se llamaba 25 de Mayo y tenía un monumento al General José de San Martín. Frente a ella se encontraba la Catedral Basílica, construida en honor a Nuestra Señora del Valle.


Monumento al General San Martín en la plaza 25 de Mayo




Catedral Basílica Nuestra Señora del Valle



La plaza estaba igual que siempre, veinte o cuarenta años, visualmente habían sido lo mismo, pero era evidente, que corrían otros aires. Justamente entre la plaza y la catedral desde fines de 1990 se habían realizado allí las “marchas del silencio” con el liderazgo de Marta Pelloni, una de las monjas del colegio donde asistía María Soledad Morales de diecisiete años, drogada, violada y asesinada. Y fueron justamente esas marchas las que habían llamado la atención del periodismo de todo el país y elevaron el crimen a una causa nacional, obligando al entonces presidente Carlos Saúl Menem, a intervenir la provincia, gobernada por Ramón Saadi, hijo del histórico caudillo del Partido Justicialista Vicente Saadi. La hipótesis que se barajó desde un principio y que nunca pudo ser legalmente probada, era que a María Soledad la habían matado “los hijos del poder”, que tenían nombres y apellidos: Arnaldito Saadi (sobrino del gobernador), Miguel Ángel Ferreyra (hijo del Jefe de Policía de la Provincia), Guillermo Luque (hijo de un diputado nacional), Luis Méndez, Hugo Ibáñez, y los hermanos Diego y Pablo Jalil (ambos sobrinos de Guido Jalil, el entonces intendente de Catamarca y dueño del sanatorio Pasteur), todos integrantes de destacadas familias de la sociedad provincial. Ocho años después del crimen, en 1998, Guillermo Luque había sido condenado a veintiún años de prisión por violación seguida de muerte; mientras que, a Luis Tula, novio de María Soledad, doce años mayor que ella, le habían dado nueve años por partícipe necesario o entregador. Los demás habían quedado libres gracias a sus vinculaciones, por lo que daba la sensación de que se trataba de un juicio parcialmente justo. De todos modos, esto había representado una caída del poder feudal provincial ejercido por los Saadi, pero, desde abril de 2009, Guillermo Luque gozaba de libertad condicional; y desde entonces, comenzaban a ir para atrás gran parte de los avances que se habían logrado para quebrar al clan, que, con algunas interrupciones, había controlado la provincia desde 1949.
En 1969 la población de la capital catamarqueña era de cincuenta y cinco mil habitantes, en 1989, apenas llegaba a cien mil y en 2009, tenía ciento cincuenta mil. Y si bien en cuarenta años casi se había triplicado, su ritmo lento y perezoso, no había cambiado para nada. Uno de los “adelantos” era que la calle Rivadavia se había convertido en peatonal, pero a la hora de la siesta, seguía tan vacía como el resto de la ciudad, a pesar de que estábamos en invierno.
  

Omar y Martín, únicos transeúntes de la peatonal a la hora de la siesta



Algo novedoso para los que residimos en las llanuras, era la existencia de un paredón, en pleno Centro de la ciudad, que semejaba un enorme nido de abejas, y era precisamente un lugar de entrenamiento para escalar las montañas. Y para tomar recaudos sobre el asunto, estaba prohibido utilizarlo sin la supervisión de un instructor calificado y sin el material adecuado.


Paredón de entrenamiento para escalar montañas



La ciudad era un centro cultural importante y se destacaba tanto por sus museos como por las obras pictóricas, exhibidas públicamente en diferentes lugares del espacio urbano.


Omar junto a una obra de Benito Quinquela Martín



Con el correr de los años, no había modificado ni su ritmo, ni sus luces. A la noche todos los negocios cerraban temprano y había contados lugares donde cenar. Prácticamente la Catedral y la Casa de Gobierno, que quedaban pegadas la una a la otra, eran algunos de los escasos sitios iluminados. Todo parecía tan tranquilo como triste.


¡Catedral y Casa de Gobierno juntas!



El hotel servía un típico desayuno con mate cocido, bollitos de grasa, manteca bien amarilla, y dulces de la zona. Y como el comedor estaba junto a la terraza, aprovechamos para tomar algunas vistas panorámicas de la ciudad, que se caracterizaba por su perfil parroquial con pocos edificios en altura.


Perfil parroquial con pocos edificios en altura



Y a pesar de ser un pueblo grande, a mí la ciudad me siguió pareciendo muy agradable, y adecuada para pasar unos días de descanso, sin stress, pero con servicios urbanos. Por otra parte, se conservaban viejas casonas con hermosas rejas que constituían un elemento de atracción.


Rejas de las ventanas catamarqueñas



Al día siguiente salimos de la capital catamarqueña rumbo al sur, y en cuanto dejamos la ciudad, las condiciones de pobreza aumentaban considerablemente.


Sur de Catamarca, donde la pobreza se presentaba más extrema



Nuestra intención era dirigirnos hacia el departamento Tinogasta, en el oeste de la provincia, pero como se trataba de una zona absolutamente fragmentada por cordones montañosos, tuvimos primeramente que ir hacia el sur, bordeando el cordón del Ambato.
Tanto el cordón del Ambato como el Ancasti pertenecían al encadenamiento Oriental o del Aconquija, del sistema de las sierras Pampeanas, que, a pesar de ser muy antiguas, habían sido ascendidas nuevamente durante la orogenia andina; y era por eso, que presentaban pendientes escarpadas hacia el oeste, llamadas cuestas, y más suaves en las laderas orientales, llamadas faldas.


Cordón del Ambato, perteneciente a las sierras Pampeanas



La zona no recibía casi vientos húmedos debido a las alturas, que encerraban valles totalmente áridos, con escasas precipitaciones concentradas en el verano.
Nosotros estábamos circulando por la ruta número treinta y ocho, camino a Chumbicha, y la vegetación era cada vez más xerófila.


Vegetación xerófila en el sur de la sierra de Ambato




Estribaciones de la sierra de Ambato, desde la ruta número treinta y ocho



Y a pesar de la sequedad, del frío y de la pendiente, la ladera se presentaba florecida, como un sentimiento de resistencia a la adversidad con que nos premiaba la naturaleza.


Ladera florecida y cielo bien azul en la sierra de Ambato



Las cactáceas se hacían cada vez más frecuentes, predominando en los conos de deyección característicos de gran parte de las laderas.
  

Cono de deyección en la ladera oriental del Ambato



Ya sobre el llano ingresamos a La Rioja, provincia por la cual pasaba la ruta nacional número sesenta, que nos llevaría al oeste catamarqueño, donde comenzamos a ver algunas plantaciones de olivos. Pese a eso, no había casi agricultores, ya que la mayor parte de las tareas estaban mecanizadas. No obstante, los escasos pobladores vivían en las cercanías de los campos en el mayor aislamiento y en condiciones de vida muy sacrificadas. Y el hecho de poder contar con una pantalla de televisión satelital, no sólo que amenizaba los tiempos libres, sino que constituía una importante fuente de información de temas relacionados tanto con la política, la economía, la educación y la salud.


Casa de campo en el sur catamarqueño



Villa Mazán era el centro olivícola, que se extendía por todo el valle, y estaba considerado como el productor de la mejor aceituna del país con su variedad Arauco.


Olivares en Villa Mazán



El ambiente se ponía cada vez más árido, y gran cantidad de médanos podían verse desde la ruta. En esa zona las precipitaciones anuales eran de alrededor de cincuenta milímetros y se producían solamente en el verano.


Mayor aridez en el norte riojano



Y desde ya que, tanto entre las estaciones como entre el día y la noche, la amplitud térmica era muy elevada.


Desierto riojano



Desde la primera vez que visitaba esta zona en 1969, y luego en 1989, los mayores cambios habían sido la demarcación de la ruta y la disminución de la población, que de por sí era escasa, debido al avance de la mecanización en la olivicultura.


Ruta demarcada, pero con banquinas de tierra



Acercándonos a Aimogasta parecía haber campos con ganado en la medida en que había alambrado, sin embargo, no habíamos podido divisar absolutamente ninguno.


Desierto riojano en las proximidades de Aimogasta



En la terminal de ómnibus de la ciudad de Aimogasta hicimos una breve parada, y continuamos camino a través del desierto.


Terminal de ómnibus de Aimogasta



Pero al salir de Aimogasta, además de un desierto, nos encontramos con un enorme basural, donde el viento desparramaba, entre otras cosas, bolsas de plástico que quedaban prendidas de las espinas de la vegetación xerófila. ¡Un verdadero desastre!


Basura esparciéndose en función del viento



En toda la zona se manifestaban situaciones de pobreza observables no sólo a partir de la precariedad de las viviendas, sino también del aspecto de los pobladores. A muchos les faltaban las piezas dentales, tenían muchas arrugas y cicatrices, y la vestimenta no era la adecuada para las bajas temperaturas que se estaban registrando. Y esas condiciones no se habían modificado en cuarenta años.
  

Viviendas precarias. Al fondo el cordón Velasco



En algunos kilómetros más de trayecto, cruzamos el meandroso río Salado, que limitaba a las provincias de La Rioja y Catamarca, volviendo a ingresar en esta última.


Río Salado en el límite entre La Rioja y Catamarca



Ya estando avanzada la tarde, arribamos a Tinogasta, que en la lengua de los pueblos originarios significaba “encuentro de pueblos”, porque allí convergían todas las localidades vecinas y era paso fijo para llevar ganado a Bolivia y Chile. Se ubicaba en la mitad sur del valle de Abaucán, precisamente donde confluían varios ríos cuyas márgenes han servido de rutas desde tiempos prehistóricos. La presencia de las aguas de los ríos estaba relacionada con los deshielos montanos, ya que las precipitaciones anuales promedio eran de treinta y tres milímetros. Y esto ha permitido que en el verano se alcancen temperaturas hasta de 44º C, mientras que en los inviernos se han registrado hasta -8ºC durante las madrugadas.


Bienvenidos a Tinogasta



Esos ríos corrían peligro de contaminación si el programa de aumentar las extracciones de minerales en la provincia se llevaba a cabo. Y justamente los tinogasteños, desde meses atrás, estaban desarrollando planes de lucha para impedirlo. La Asamblea de Vecinos Autoconvocados por la Vida, había salido a la ruta nacional sesenta, a emular la heroica resistencia calchaquí, para obstruir el paso de camiones que provenían de Chile, a través del paso San Francisco, con insumos que se dirigían hacia Bajo La Alumbrera, yacimiento de oro y cobre situado a ciento cincuenta kilómetros al noroeste de la localidad de Andalgalá. El principal temor de los vecinos estaba centrado en dos proyectos que estaban en etapa de cateo para la extracción de uranio. Uno de ellos era Río Colorado, ubicado a sólo ocho kilómetros de la plaza principal de Tinogasta bajo la lupa de la firma de origen australiano Jackson Gold Ltd., y Termas de Fiambalá. Por suerte, en muchas oportunidades la (in)justicia provincial no pudo actuar, declarándose incompetentes los fiscales, debido a que los vehículos retenidos se encontraban en una ruta nacional.
  
Plaza 25 de Mayo, en Tinogasta


Continuando por la ruta sesenta, la última localidad antes de seguir hacia el límite con Chile, era Fiambalá, construida a los 1500 m.s.n.m., en el comienzo del Altiplano Andino.
El pueblo y sus alrededores contaban con una población aproximada de cinco mil habitantes, muchos de los cuales vivían en condiciones de pobreza extrema, en viviendas de adobe, pese a que en la zona se desarrollara una importante actividad vitivinícola. Justamente la producción tanto de Syrah, Cabernet, Chardonnais y Malbec, se destacaba por sus premios y destino de exportación.

Viviendas precarias en Fiambalá


Nosotros nos hospedamos en un lugar limpio y bien calefaccionado, pero sencillo y sin ningún tipo de lujo. Estábamos prácticamente enfrente de la terminal de ómnibus, sobre la ruta y para llegar al Centro del pueblo, había que caminar unas diez cuadras, cruzando el puente sobre el río Abaucán, sin ningún reparo. Pero el precio era equivalente al de un hotel de varias estrellas en una gran ciudad.

Río Abaucán durante el estiaje invernal


La temperatura era bajísima y el viento muy fuerte. De hecho, Fiambalá significa “la casa del viento”.
  
Médanos en el área de Fiambalá


El pueblo en sí mismo no tenía ningún atractivo, salvo la pequeña y moderna Parroquia Nuestra Señora de Fátima frente a la plaza, sin embargo, Fiambalá era paso obligado para llegar a Antofagasta de la Sierra, en plena Puna Catamarqueña, excursión programada para el verano dado que en el momento en que nosotros estábamos allí, prácticamente todo el camino estaba cubierto de hielo.
  
Parroquia Nuestra Señora de Fátima


Alrededores de Fiambalá


Una de las razones por las cuales los precios eran muy altos en todo el pueblo era porque en enero de ese año, allí se habían instalado tanto organizadores como espectadores del Rally Dakar, que tuvo a Fiambalá como lugar de paso debido a las dificultades que el trayecto ofrecía, como pedregullo, médanos y todo tipo de inclemencias.
  
Pedregullo, médanos e inclemencias de todo tipo en Fiambalá


Y durante la época invernal, las Termas de Fiambalá que se encontraban a quince kilómetros del pueblo, constituían el otro atractivo que mantenía la temporada turística en alza.
  
El abrigo de Martín indica la temperatura exterior al agua termal


Las termas estaban rodeadas de altos paredones de rocas pertenecientes a la sierra de Fiambalá, cuya formación geológica era sumamente compleja.
  
Paredones rocosos reparando el área termal


Las aguas llegaban a temperaturas que oscilaban entre 28 y 51º C, concentrándose en varios piletones; tenían la ventaja de ser naturalmente mineralizadas y, por lo tanto, terapéuticas.

Vapor del agua termal


Sin duda esta era una zona desconocida para la mayoría de los argentinos, pero que realmente valía la pena. Muchas provincias como Catamarca no han tenido nunca buena divulgación a nivel nacional; y otras vecinas le han robado cámara en cuanto a la venta de paisajes. Pero aquí no había nada que envidiarle a nadie, a pesar de las limitaciones de la infraestructura. De todos modos, que existiera turismo no era garantía de nada, dependiendo de quiénes y cómo lo organizasen, porque de lo contrario, lejos de ser algo positivo, podría convertirse en una actividad expoliadora de recursos, sin dejar beneficios sociales y económicos en la zona.

Desde la Sierra de Fiambalá


Regresando por la ruta nacional sesenta, encontramos la estación Copacabana, ya abandonada, y que perteneciera al Ferrocarril General Belgrano, en la que en el viaje de ida no habíamos reparado. La localidad contaba con apenas quinientos habitantes, y su nombre original era Pituil; pero a mediados del siglo XVIII se levantó una capilla para honrar a una imagen de Nuestra Señora de Copacabana, de Bolivia, y ese hecho dio como resultado el cambio de nombre. 

Estación Copacabana


Continuamos camino rumbo a La Rioja, y desde la ruta pudimos ver los picos nevados del cordón del Famatina, en el extremo occidental de las sierras Pampeanas. 
  
Picos nevados del cordón del Famatina


La ciudad de La Rioja se presentaba bastante cambiada respecto de mis viajes anteriores. Había pasado de cuarenta y cinco mil habitantes en 1969, a cien mil en 1989, y a ciento ochenta mil en 2009. Pero además de ese crecimiento demográfico, la ciudad se había “modernizado” bastante en cuanto a la construcción de sus peatonales, el crecimiento en cantidad y calidad de su hotelería, el número de entidades bancarias que se habían instalado, y los nuevos barrios con arquitectura de vanguardia. 

Peatonal Buenos Aires


Los edificios emblemáticos continuaban igual, como la Casa de Gobierno, inaugurada en 1937, de estilo neocolonial, que presentaba sus techos de tejas españolas, sus balcones con rejas, y sus palmeras en el frente.

Casa de Gobierno de la provincia de La Rioja


La Catedral, construida en el lugar que ocupaba el templo anterior, destruido antes de ser terminado por el terremoto de 1894, estaba dedicada a San Nicolás de Bari. Y en sus paredes laterales estaban representados la fundación de La Rioja, la imagen del Niño Dios Alcalde rodeado de sacerdotes y fieles en la fiesta del Tinkunaco (Encuentro entre cristianos y nativos), la coronación de la imagen de San Nicolás y la construcción del templo.
Pero en los últimos años, la Basílica Menor de La Rioja había tomado trascendencia a nivel nacional porque allí se encontraban los restos de Enrique Angelelli, quien fuera Obispo de la Diócesis de La Rioja desde 1968 hasta el 4 de agosto de 1976, en que falleciera producto de un accidente intencional gestado por la dictadura y que contara con el silencio de las autoridades eclesiásticas nacionales. Angelelli había colaborado en crear sindicatos de mineros, de trabajadores rurales y de domésticas, así como cooperativas de trabajo, de telares, fábricas de ladrillos, panaderos, y para trabajar la tierra. Una de las cooperativas había solicitado la expropiación de un latifundio, que el Gobernador Carlos Menem había prometido transferir a la cooperativa. Pero en junio del ’73, cuando Angelelli fue a Anillaco para presidir las fiestas patronales del pueblo, fue recibido por una turba liderada por comerciantes y terratenientes, entre ellos Amado Menem y sus hijos, hermano y sobrinos del gobernador, quienes lo apedrearon. Carlos Menem suspendió el apoyo a la cooperativa so pretexto de “agitación social”. Pero los demás sacerdotes de la diócesis apoyaron a Angelelli. La causa por la muerte de Angelelli fue reabierta en setiembre de 2005, junto con las de otros sacerdotes asesinados durante la dictadura. En 2006, a treinta años de los hechos, el periodista Horacio Verbistky, en el diario Página 12 de Buenos Aires, publicaba lo siguiente:
Kirchner declarará día de duelo nacional la fecha del asesinato de Angelelli y Bergoglio presidirá un homenaje en La Rioja. La excursión angelizadora procura remover obstáculos en la marcha del cardenal hacia el papado. Este mismo año, un libro editado por Bergoglio mutiló un documento histórico sobre el proceso de liberación inspirado por Angelelli. Esto no quita significado político al tardío reconocimiento de su asesinato. La Iglesia lo negó mientras pudo y ahora intenta capitalizarlo.”
  
Basílica Menor de San Nicolás de Bari


La plaza principal, llevaba el nombre de 25 de Mayo, y allí se encontraba el monumento al General San Martín. Y si bien podía haber tenido algunos cambios físicos, lo más destacado era que había comenzado a ser centro de algunas protestas llevadas a cabo por las asambleas populares, respecto de las actividades mineras proyectadas en la provincia.
  
Plaza 25 de Mayo en la ciudad de La Rioja


Y en un rincón de la plaza, con motivo de cumplirse los treinta años del golpe militar del 24 de marzo de 1976, se había colocado un monolito, que decía “El Pueblo de La Rioja en Homenaje a sus Hijos detenidos-desaparecidos durante la dictadura”, lo que era muy loable. Sin embargo, los episodios de violencia de todo tipo generados desde el poder continuaron desde entonces, habiéndose profundizado en los últimos años contra quienes estuvieran en contra de la minería a cielo abierto.
  
Monolito por la Memoria, la Verdad y la Justicia


Mucha gente hacía referencia a que en la época en que Carlos Menem era presidente de la Nación, la ciudad había disfrutado de grandes reformas y de una actividad económica muy fuerte, ya que muchas reuniones con políticos nacionales e internacionales, así como de empresarios, tenían lugar allí. Y algunas de las inversiones habían derivado en la re-conversión de antiguos edificios en restoranes, bares y confiterías. Frente a la plaza se encontraba el Club Social de La Rioja, antiguamente Escuela de Aplicación de Varones, donde en su galería podía disfrutarse de una gastronomía del más alto nivel.

Edificio del Club Social de La Rioja


Para nuestro gusto, la ciudad había crecido perdiendo el encanto pueblerino que había tenido tiempo atrás, pero sus habitantes se mostraban orgullosos de contar con mayor cantidad de comercios y servicios que sus vecinos catamarqueños.
Como visión después de veinte años ya había sido suficiente, y debido a que nos quedaban pocos días libres, decidimos continuar viaje.
El micro tomó la ruta nacional treinta y ocho a través de los Llanos Riojanos, y pasando por Patquía y Chamical, arribamos a la provincia de Córdoba.

La ruta de los Llanos Riojanos