miércoles, 11 de octubre de 2023

En el Museo Etnohistórico de Artesanías del Ecuador Mindalae

   Durante la tarde del miércoles 11, Omar y yo, nos encontramos con Paola Maldonado Tobar para visitar el museo Mindalae, que se trataba de una organización cultural, sin fines de lucro, dedicada a la promoción, exhibición y comercialización de artesanías con identidad cultural. Su nombre, Mindalae, provenía del antiguo comerciante de productos agrícolas del continente americano, el Mindala. Las salas mostraban los recursos naturales e insumos utilizados en la elaboración de las artesanías para destacar su armonía y sostenibilidad. 

Recorrimos las cuatro salas de exposición museográfica, con amplia información cultural, social y ambiental de las artesanías tradicionales de los pueblos indígenas, afroecuatorianos, montubios y mestizos del Ecuador. Por lo que, si bien fueron muchas las muestras que tuvimos a nuestra vista, solo haré referencia aquí, a las que, por diferentes motivos, llamaron a nuestra atención.

Si bien Ecuador era un país pequeño, la diversidad de ambientes generaba, además, diferentes culturas, que, entre otros aspectos, incidían en la vestimenta femenina.

Una característica de la prenda de la chola cuencana consistía en una blusa blanca con cuello triangular, adornado con encajes, bordados con flores como símbolo de elegancia, cubierta con una manteleta de paño fino de Gualaceo (una ciudad localizada al este de Cuenca), y la falda ancha y gruesa confeccionada con terciopelo y con colores muy llamativos. Si estaba casada, de su sombrero de paja toquilla, salían tiras negras.

Mientras que las mujeres del Chimborazo utilizaban anacos (vestidos precolombinos) negros sujetos a la cintura con una faja kawiña chumbi, tejida en telar con lana de oveja, en forma de rectángulos, alternando cada tanto con figuras geométricas. La función de las fajas era la de mantener el vientre caliente para proteger la fertilidad, y tenían símbolos bordados que representaban la cosmovisión del pueblo indígena, distinguiéndose animales, montañas y agua. Lo que las diferenciaba de otras mujeres de la región era la forma en la que se colocaban el anaco: la tela negra se envolvía de forma que se apretara en la cintura, siendo más holgada a la altura de los tobillos, debido al trabajo que realizaban en el campo, ya que necesitaban que la ropa estuviera más suelta para permitir su movilidad. También vestían un camisón largo con figuras bordadas en el pecho y mangas, que se colocaba debajo del anaco; sobre sus hombros usaban dos fachalinas largas (pañuelo rectangular hecho de paño), de colores distintos que aseguraban con un tupo (alfiler de gran tamaño) de plata. Dichas prendas se fabricaban con lana de borrego y en la antigüedad se teñían con colorantes naturales extraídos de las verduras, plantas y flores, pero posteriormente comenzaron a hacerse con hilos pigmentados. Y cuando estaban en condiciones de casarse, colgaban del sombrero tiras de varios colores. 

Izquierda: traje de mujer de Cuenca con tiras negras que salían del sombrero

que indicaban que estaba casada.

Derecha: traje de mujer del Chimborazo con tiras de varios colores que salían del sombrero

que indicaban que estaba en condiciones de casarse.

  

Respecto de la elaboración de tejidos, había imágenes relativas al “telar de cintura”, denominado así ya que la cintura servía para tensar la urdimbre (conjunto de hilos longitudinales) colocada en ganchos o en la pared. 

Telar de cintura

  

Algo que nos pareció muy bonito, además de creativo y colorido, fueron los juguetes, que, en muchos casos, consistían en figuras en miniatura.

 

Juguetes muy bonitos y coloridos

  

Entre los instrumentos musicales pudimos ver tanto los de cuerda como los de percusión y de viento.

 

Instrumentos musicales de cuerda, de percusión y de viento

  

Si bien yo sabía que el famoso sombrero “Panamá” tenía su origen en Ecuador, desconocía el lugar exacto donde se elaboraba, así como la razón por la cual se lo conocía con el nombre de otro país.

Y ahora pude informarme acerca de que dichos sombreros se cinfeccionaban en la localidad de Montecristi, muy cercana a Manta, a escasos quince kilómetros de la costa del Pacífico.

Su particularidad era que se tejía a mano con el producto de las hojas de la palma conocida como jipijapa, Paja toquilla, Iraca, palmiche, cestillo, nacuma, rabiahorcado, murrapo, atagua, y científicamente como Carludovica palmata, planta que crecía hasta los 1.300 m.s.n.m. en regiones cálidas y húmedas del Centro y Sur de América.

Por esa razón el origen de su denominación era la de “sombrero Montecristi”, o simplemente “jipijapa”.  Pero su fama internacional como “Panamá”, vino del hecho de que durante la construcción del canal se importaron millares de estos sombreros para el uso de los trabajadores de la construcción. Cuando Theodore Roosevelt visitó el canal, también usó dicho sombrero, lo que aumentó su popularidad.

 

Sombrero “Montecristi” o “Panamá”

  

Recorriendo el museo, no solo tuvimos contacto con los diversos elementos generados por las diversas culturas del Ecuador, sino que también recibimos información sobre sus principales costumbres.

Y los pueblos que más nos impactaron, fueron, sin lugar a duda, los amazónicos, que se diferenciaban en siete etnias.

Una de sus particularidades era la de abandonar a quienes no podían trasladarse por sus propios medios, como, por ejemplo, los ancianos. A pesar de nuestra sorpresa, era lógico pensar que, en una comunidad cazadora nómade, donde los desplazamientos eran vitales para la subsistencia, y en un bioma selvático con grandes peligros a cada paso, el hacerse cargo de quienes estuvieran imposibilitados de seguir al grupo, pondría en peligro a todos sus miembros.

 

Siete etnias amazónicas

  

Un elemento interesante lo constituía el “tuntuy”, que consistía en un grueso tronco con un palo para hacer llamados, una especie de celular de los pueblos originarios.

 

Tuntuy (el celular de los pueblos originarios amazónicos)

  

Y como todo pueblo cazador, no solo elaboraban diferentes objetos con partes de animales, sino que los representaban a través del arte.

Entre las muestras del museo encontramos un cinturón del cual colgaban picos de tucán, un collar con vértebras de boa, plumas de papagayos y tucanes, cráneos de monos y ratones, y un banco tallado en una sola pieza que representaba a siete serpientes. 

Cinturón con picos de tucán

 

Collar con vértebras de boa

  

Plumas de papagayos y tucanes

  

Cráneos de monos, ratones y otros

  

Banco tallado en una sola pieza

  

Pero, evidentemente, el clima amazónico, extremadamente cálido y húmedo, no solo generaba una gran diversidad de plantas y animales, sino que aumentaba la propagación de determinados insectos, como, por ejemplo, los piojos. Y ya estos pueblos utilizaban un método que perdura en la actualidad, aunque con otros materiales, que se trata de la utilización de los “peines finos”.

 

“Peines finos” amazónicos para sacarse los piojos 

sábado, 16 de septiembre de 2023

Andando por el Centro Histórico de Quito y ascenso al cerro El Panecillo

  El martes 10, en un bar frente al hotel “Plaza del Teatro”, Omar y yo pedimos un desayuno continental, lo que en ese lugar consistía en un café grande, un sanduche (como decían los ecuatorianos) de quesillo, un huevo revuelto y un jugo grande, todo por tres dólares.

Luego fuimos a un CYBER a revisar mensajes e hicimos una larga caminata hasta llegar a la nueva terminal de ómnibus Sur, que se había inaugurado en el año 2008, solo cuatro años antes de nuestra estada.

La Terminal Terrestre Quitumbe se había convertido en la principal estación de transporte interprovincial de Quito, y juntamente con la de Guayaquil, las de mayor tráfico de pasajeros del país. No solo que era muy lujosa, sino que contaba con un patio de comidas, locales comerciales, información turística y algunas agencias bancarias, sino que su diseño era de última tecnología, sujeta a un cambio moderno y versátil con una estructura metálica que permitirá hacer ampliaciones sin causar molestias a los usuarios. Además de todas esas características, en las ventanillas de venta de pasajes se habían instalado micrófonos, sin embargo, tal vez por tradición o por imposibilidad de lectura de la cartelería por parte de gran parte de la población que aún era analfabeta, continuaban ofreciendo los destinos a los gritos de: -¡Cuencaaa…, Cuenca…! ¡Riobambaaa…!

Averiguamos precios y horarios a diferentes lugares y regresamos al Centro Histórico. 

Terminal Terrestre Quitumbe de la ciudad de Quito

 

Almorzamos en uno de los restoranes del “Paseo Parroquial” y volvimos a deambular por las antiguas calles quiteñas.

Lentamente primero y con más rapidez más tarde se comenzó a nublar, y mientras tomaba una foto del cerro El Panecillo con su famosa Virgen Alada, nos sorprendió un chaparrón. Nos refugiamos en cornisas y galerías y volvimos al “Paseo Parroquial” a tomar cafés y charlar en el bar “Querubín” de la calle Chile. Y con gran sorpresa nos encontramos con que toda la música de fondo que allí pasaban era argentina: Piero, Tormenta, Horacio Guarany, Atahualpa Yupanqui… 

Vista panorámica del cerro El Panecillo con la Virgen Alada

  

Ya de noche y con el cielo estrellado, fuimos a La Mariscal, uno de los lugares más turísticos de la capital ecuatoriana, ya que en ese barrio se localizaba la mayor cantidad de hoteles, hostales, restoranes, cafeterías, tiendas de ropa, de recuerdos y de artesanías; además de poseer una notoria vida nocturna debido a la alta concentración de bares, pubs, discotecas, y diversos lugares de diversión.

Históricamente, esa zona había estado ocupada por la laguna “Añaquito” o “Iñaquito”, formada por el deshielo del estratovolcán Pichincha, después de la última Edad de Hielo, pero había desaparecido cuando los españoles llegaron y ordenaran su drenaje.

Desde la época colonial y hasta el siglo XIX el lugar había estado dedicado principalmente a los cultivos, ya que la mayor parte de las familias adineradas vivían en sus palacetes y mansiones en lo que posteriormente se lo conoció como Centro Histórico. Pero la saturación comercial y el elevado crecimiento demográfico obligaron a los quiteños más pudientes a buscar nuevos lugares para emplazar sus residencias y así vivir en un ambiente más tranquilo. Es en dicho contexto que nació el barrio de Mariscal Sucre, en honor al Gran Mariscal de Ayacucho, que sería conocido en el futuro simplemente como La Mariscal. Pero, a partir de los años ’70, con el aumento de la actividad comercial, ese sector socioeconómico comenzó a abandonar poco a poco sus casas para ocupar nuevas urbanizaciones y sectores más hacia el norte de la ciudad.

Dimos unas cuantas vueltas por ese barrio que no nos atrajo para nada ya que tanto su arquitectura como su estilo podía encontrarse en muchas otras urbes del mundo, careciendo de identidad propia.

De entre muchas otras ofertas, encontramos un restorán paquete de comida ecuatoriana, y allí me serví una fritada criolla, que consistía en un trozo de cerdo acompañado por un choclo, quesillo, maíz inflado, bananas y porotos salteados en aceite; y Omar comió un arroz vegetariano con bananas fritas; tomamos tres gaseosas y un espresso; y todo costó veinte dólares. Cuando se hicieron las diez de la noche comenzaron a cerrar el local, aunque quedaban abiertos otros restoranes, los boliches y karaokes.

El miércoles 11 por la mañana tomamos un taxi en la calle Guayaquil para ascender al cerro El Panecillo donde se encontraba la “Virgen Alada”. 

Calle Guayaquil en el Centro Histórico de Quito

  

El Panecillo era una elevación natural, que si bien tenía una altura de 3.000 m.s.n.m., solo sobresalía unos doscientos metros respecto del promedio de la ciudad de Quito, siendo un excelente mirador desde el cual se podía apreciar la disposición urbana, tanto de su Centro Histórico como de sus extremos norte y sur.

Tan ancestral como los pueblos que se habían asentado sucesivamente en sus alrededores, la colina dividía su historia en tres grandes momentos: la época quitu-inca, la colonial y la moderna.

A su llegada a Quito, los españoles no encontraron más que cenizas de lo que fuera la segunda capital del Tahuantinsuyo; sin embargo, notaron que la colina, conocida como “Shungoloma”, era un lugar estratégico en el valle de Pichincha, por lo que asentaron la ciudad españolizada junto a ella y la bautizaron con el nombre de “Panecillo”, por su semejanza a un pan pequeño.

Durante toda la época colonial, el “Panecillo” marcó el fin de la ciudad por el extremo sur y contaba con un sector boscoso. En su cima los españoles construyeron una fortificación provista de cañones, que constituía la sede de la guarnición militar quiteña, desde donde podían vigilar tanto el norte como el sur.

Durante la Guerra de la Independencia, el “Panecillo” fue escenario de un feroz combate entre las fuerzas realistas de Toribio Montes y Sámano, y los patriotas comandados por Carlos de Montúfar y otros defensores del Estado de Quito de 1812, quienes fueron derrotados volviendo a flamear la bandera española. A partir de dicha victoria, los españoles acuñaron una medalla conmemorativa del combate que algunos lucían como escarapela en el uniforme, que mostraba un cerro con dos cañones, con una corona real y banderas españolas, con la leyenda ”Vencedor del Panecillo en Quito por Fernando 7mo”.

En 1822, durante la Batalla de Pichincha, el fortín del Panecillo sirvió de puesto de comando de los españoles, quienes hicieron fuego de artillería contra los patriotas que habían ascendido la falda del volcán Pichincha. Pero esa vez, los españoles fueron derrotados capitulando el 25 de mayo de 1822, siendo arriada su bandera y entregadas sus armas al Ejército de la Gran Colombia. De esta manera, en la cima del Panecillo tuvo lugar el acto final del Imperio Español en Ecuador.

Durante el siglo XIX, tras la demolición de la antigua fortaleza colonial, El Panecillo perdió su importancia militar. Se hicieron varias construcciones particulares a lo largo del siglo XX, siendo el punto de atracción más importante para el turismo.

En 1975, el español Agustín de la Herrán Matorras, realizó la obra “La Virgen de Quito”, también conocida como “La Virgen de Legarda” o “La Virgen Alada”, una escultura gigante compuesta por siete mil piezas diferentes, que se convertiría en la mayor representación de aluminio en el mundo. También era denominada “Virgen del Apocalipsis” ya que representaba a la Virgen María como se la describía en ese libro bíblico: una mujer con alas, una cadena que apresaba a la serpiente que tenía bajo sus pies y que representaba a la bestia del 666. 

La Virgen Alada

  

Subiendo a “El Panecillo

  

Tomé fotos de diferentes puntos cardinales de la ciudad, pudiendo divisar varios edificios emblemáticos, como La Basílica del Voto Nacional de estilo neogótico hacia el norte, el colegio Hermano Miguel La Salle hacia el nor-noreste, y la iglesia de La Merced hacia el este-sudeste, entre otros. 

Vista panorámica de Quito desde el cerro “El Panecillo

  

Vista hacia el norte de la ciudad

  

La iglesia de estilo neogótico era La Basílica del Voto Nacional

  

Diferentes vistas en función de las curvas del camino del cerro

  

Vista hacia el nor-noreste donde se divisaba el colegio Hermano Miguel La Salle,

además de otras instituciones religiosas

  

Iglesia de La Merced, hacia el este-sudeste de Quito

  

Con Omar en un mirador del cerro “El Panecillo

  

Bajamos del taxi en la intersección de la calle Guayaquil, que antes se llamaba “de las Churretas” con la calle “de La Ronda”, que ahora se llamaba Morales, donde había diversidad de tiendas y locales destinados a la actividad turística. 

Calle Guayaquil (ex calle de las Churretas)

  

Calle de LA RONDA

  

Calle Morales (ex calle La Ronda)

  

El cerro “El Panecillo” y la Virgen Alada desde la calle Guayaquil

  

La calle Guayaquil con el fondo del cerro “El Panecillo

  

Calle de la Ronda esquina Guayaquil

  

Muyuyo-eco tiendas era un local de artesanías que ofrecía productos elaborados por fundaciones y artesanos ecuatorianos que promovían el comercio justo y que utilizaban materiales naturales obtenidos de manera sustentable. 

MUYUYO-eco/tiendas en la calle de la Ronda

  

Y de los locales gastronómicos se destacaban “El Buen Café de Joel”, La Leyenda-café Concierto”; y “NOCHES DE RONDA-Resto-bar”, entre muchos otros. 

Restaurante “El Buen Café de Joel” en la calle de la Ronda

  

Por la calle de la Ronda llegando a Guayaquil

  

La Ronda centenaria

  

Casas rondeñas

  

La Leyenda - café Concierto en la calle de la Ronda

  

Balcones floridos en la calle de La Ronda

  

Caminando por la calle de La Ronda

  

NOCHES DE RONDA – Resto-bar

  

Oferta de comida costeña

  

Algo que nos llamó la atención fue el local de “Sombreros Humacatama”, en el cual el artesano Luis López realizaba con sus propias manos un trabajo realmente artístico, tanto diseños de línea antigua como contemporánea, una actividad casi extinta en todo el mundo, pero que formaba parte del proyecto “Manos en La Ronda” impulsado por “Quito Turismo”.

Luis López había heredado su arte tanto por parte de su abuelo como de sus padres, y había puesto en la cabeza de reconocidas personalidades sus hermosas creaciones, como artistas, futbolistas y políticos. 

Sombrerería “Humacatama” en la calle de la Ronda

  

Muy cerca de allí se encontraba la plaza de Santo Domingo, en torno a la cual se levantaban la iglesia y el monasterio del mismo nombre, así como varios edificios emblemáticos y civiles de importancia.

Los planos del conjunto de Santo Domingo habían sido realizados por el arquitecto extremeño Francisco de Becerra en 1581, pero su sobria fachada fue finalizada recién a mediados del siglo XVII. Como en otras construcciones de Quito, los constructores se encontraron con un terreno abrupto y desigual, como también con las ordenanzas del Cabildo, por lo que debieron inventar varias soluciones para dar continuidad al templo principal y a las capillas, de allí nació el Arco de Santo Domingo, por cuya base discurría sin interrupciones la calle Rocafuerte. 

Arco de Santo Domingo

  

Fachada principal de la iglesia de Santo Domingo

  

Torre de la iglesia de Santo Domingo

  

Edificio patrimonial en la calle Simón Bolívar frente a la plaza de Santo Domingo

  

En 1541 habían llegado a Quito frailes dominicos, quienes levantaron su iglesia y convento en el sitio conocido como la Loma Grande, posteriormente intersección de las calles Juan José Flores y Simón Bolívar, y era allí donde se encontraba uno de los edificios patrimoniales convertido, en el año 1965, en el Museo Dominicano de Arte “Fray Pedro Bedón”. Dicho nombre consistía en un homenaje al padre Bedón quien había sido el primer muralista, ilustrado libros y enseñado arte, por lo cual se lo consideraba como el primer maestro de la llamada Escuela Quiteña. 

Museo Dominicano de Arte “Fray Pedro Bedón”

 

 Si bien muchos bares no contaban con baños destinados a sus clientes, era habitual encontrar servicios higiénicos públicos en el Centro Histórico. 

Baño público en la cuadra del Museo Dominicano de Arte “Fray Pedro Bedón”

  

SERVICIOS HIGIÉNICOS

  

Continuamos caminando por la calle Juan José Flores, bautizada así en honor al primer presidente del Ecuador. Sin embargo, en la época de la colonia, se le conocía con los nombres “De las Herrerías” y “De la Centavería”, que en Ecuador significaba corral o caballeriza. Esto se debía a que en la zona había establos para caballos, y de hecho gran cantidad de herreros. 

Caminando por la calle Juan José Flores

  

CALLE DE LAS HERRERÍAS

  

En esa misma calle, encontramos una pequeña tienda denominada “Cerería Luz de América”, que llevaba más de cien años de funcionamiento, ya que databa de 1893, fundada por los padres de Zoila Unda de Muñoz, quien había comenzado a trabajar a los diez años, continuando la actividad Eduardo Muñoz Unda, su hijo. Era uno de los puntos comerciales más antiguos del Centro Histórico, y se dedicaba a la elaboración de floreadas velas, en una época en que no había luz eléctrica, y las personas usaban velas de cebo para trasladarse de un lugar a otro. Pero, posteriormente, se las encargaban tanto como motivo de ornamentación, para cumplir con promesas en la iglesia, o bien en forma de cirios gigantes para la procesión que se realizaba en Viernes Santo. 

Cerería “Luz de América” en la calle Flores

  

Andando por el Centro Histórico de Quito encontramos a dos mujeres pertenecientes al pueblo originario Kichwa Otavalo, que se destacaban por su peculiar vestimenta, cuyas prendas eran hechas a mano por ellas mismas. Y si bien, por una creciente aculturación no llevaban en su totalidad el atuendo tradicional, cumplían con gran parte de sus componentes. Algunos de ellos eran la humaguatarina, una tela doblada colocada sobre la cabeza, una camisa bordada con diferentes diseños y colores, y vistosas cintas en el cabello, faldas largas y rectas; todo complementado con el reboso, una tela cruzada por debajo del brazo amarrada en el hombro contrario, y la fachalina, llevada adelante por las mujeres casadas y a un costado por las solteras; además de aretes, collares y pulseras, muchas veces de color rojo, para protegerse de los malos espíritus. 

Mujeres otavalas en el Centro Histórico de Quito

  

Y así llegamos a la esquina de Flores con Sucre, una esquina que se caracterizaba por ser el centro de reunión de trabajadoras sexuales, lo que le había hecho perder, en parte, el apogeo que había alcanzado durante la década del ’60, en que todo comerciante soñaba con tener un local allí.

La calle José de Sucre, a partir de 1970 había sido bautizada con el nombre de quien fuera político y militar venezolano, prócer de la emancipación hispanoamericana y principal héroe de la República del Ecuador, así como diplomático, estadista, presidente de Bolivia, gobernador del Perú, General en Jefe del Ejército de la Gran Colombia, Comandante del Ejército del Sur y Gran Mariscal de Ayacucho.

Previamente esta arteria era conocida como la calle “Del Algodón”, debido a la cantidad de locales comerciales que vendían colchones confeccionados con dicha fibra, a pesar de la existencia de negocios de todo tipo, especialmente de artículos del hogar, mueblerías y hasta de telas y ternos. De todas formas, en 2012, cuando nosotros nos encontrábamos allí, ya no había ningún local dedicado a la venta de colchones. 

Calle Sucre (ex - calle del ALGODÓN)

  

Al llegar al cruce de esta calle con Guayaquil nos topamos con un gran edificio llamado “Pasaje Tobar”, por pertenecer a la Fundación María Isabel Tobar. De estilo neoclásico, había sido construido en 1925, recibiendo el premio al ornato “Ciudad de Quito” en 1926. Se trataba de un pasaje peatonal cubierto dedicado a centro comercial y oficinas, además de contar con lujosos apartamentos de viviendas. 

Pasaje Tobar en la esquina de las calles Guayaquil y Sucre

  

Hicimos un alto para almorzar, momento en que me di el gusto de probar un plato típicamente ecuatoriano, como lo era la carne con bananas. ¡Una delicia! 

Carne con bananas, comida típica ecuatoriana

  

Retomamos la calle Guayaquil hasta arribar a la calle Espejo, antes conocida como “la del Chorro de Santa Catalina” y como la “de los Enamorados”, apelativo que tuvo su origen en el siglo XVIII por pasear por esta vía las jóvenes parejas. A mediados del siglo XX se le cambió el nombre en memoria de Eugenio de Santa Cruz y Espejo, médico, abogado y escritor de origen mestizo, destacado como el polemista que inspiró el movimiento separatista de Quito, difundió las ideas de la Ilustración y como higienista redactó un importante tratado sobre las condiciones sanitarias del Ecuador. Murió de disentería mientras se encontraba preso debido a sus denuncias sobre la carencia de educación, manejo económico y corrupción de las autoridades en la Audiencia de Quito. 

Calle Espejo (ex - PASAJE DE ESPEJO)

  

CALLE DEL CHORRO DE STA. CATALINA

  

En Espejo esquina Flores se encontraba el Monasterio de Santa Catalina de Siena, que databa del siglo XVI, reedificado a fines del siglo XVII y re-hecho el tejado a fines del siglo XVIII, siendo uno de los cuatro que hacía presencia la comunidad dominica en el Ecuador y era uno de los cinco de clausura femenina más antiguos de Quito. La iglesia que componía el complejo había sido restaurada recientemente. 

Monasterio e iglesia de Santa Catalina de Siena en la calle Espejo

  

Portal del Monasterio de Santa Catalina de Siena

  

Continuamos nuestro recorrido caminando plácidamente por la peatonal Espejo, tomando fotografías y haciéndonos de información sobre gran parte de los edificios que nos llamaban la atención a nuestro paso. 

Caminando por la peatonal Espejo

  

Y, además, pasamos por una de las sucursales de la cadena de farmacias “Sana Sana”, que tenía una ranita como logotipo, haciendo referencia a la frase sanadora con las que nos calmaban de niños ante ciertas dolencias:

“Sana Sana, colita de rana,

Si no sana hoy, sanará mañana…” 

Farmacias Sana Sana

  

En la calle Flores, entre Espejo y Chile, había una casa con una placa en homenaje a Federico González Suárez, eclesiástico, historiador, catedrático universitario y arqueólogo, quien había nacido en ese solar el 12 de abril de 1844. Se destacó como político combatiendo a la dictadura instaurada por el General Ignacio de Veintemilla, haciendo muy respetada su figura; y en 1906, Pío X lo nombró Arzobispo de Quito, dirigiendo la Iglesia ecuatoriana hasta su muerte en 1917. A él se debió la despolitización del clero, históricamente unido al Partido Conservador Ecuatoriano; sin embargo, se mantuvo firme en las doctrinas de sus antecesores oponiéndose a las leyes que iban en contra de la Iglesia como el matrimonio civil, el registro civil, la libertad de cultos, el divorcio, y el laicismo estatal y educativo. Fue autor de varios libros, entre ellos un Atlas arqueológico e Historia General de la República del Ecuador; y en 1909 fundó la Sociedad Ecuatoriana de Estudios Históricos Americanos que en 1920 se transformaría en la Academia Nacional de Historia de Ecuador. En 1910, ante el inminente enfrentamiento bélico entre Ecuador y Perú, manifestó lo siguiente: “Si ha llegado la hora de que el Ecuador desaparezca, que desaparezca, pero no enredado en los hilos de la diplomacia, sino en los campos del honor, al aire libre y con el arma al brazo. No lo arrastrará a la guerra la codicia, sino el honor.” 

Placa en la casa de la calle Flores, entre Espejo y Chile, donde nació Federico González Suárez

  

Anduvimos de aquí para allá hasta llegar a la intersección de las calles Manabí y García Romero, observando diferentes aspectos de la cotidianeidad quiteña, el movimiento del tránsito en calles tan angostas, y costumbres tan extendidas como llevar los niños a cococho.

Y luego regresamos al hotel para descansar un rato antes de continuar conociendo la cultura de tan peculiar país. 

Ómnibus urbano de la ciudad de Quito

  

Una mujer con su niño a cococho 

 

Calle Manabí entre Venezuela y García Romero

  

Calle Manabí desde la esquina de García Romero

  

Calle García Moreno desde la esquina de Malabí

  

Hotel Internacional “Plaza del Teatro

  

El balcón del medio del primer piso era de nuestra habitación