miércoles, 30 de noviembre de 2016

El Encuentro de Puerto Iguazú


En setiembre de 2002, pese a la crisis que se estaba viviendo en el país, pudo llevarse a cabo en Puerto Iguazú, el Cuarto Encuentro Internacional Humboldt. La salida de la convertibilidad afectó considerablemente los bolsillos de los argentinos, que en muchos casos, quedamos endeudados en dólares. Además, en algunas provincias comenzaron a emitir bonos que no tenían valor fuera de ellas y tampoco servían para hacer compras en empresas nacionales o privadas. Pero esta situación que impidió la asistencia de geógrafos de provincias próximas como los casos de Formosa y Entre Ríos, entre otras, favoreció la llegada de los extranjeros por el abaratamiento de los costos argentinos. Y si bien el Encuentro contó con la participación de chilenos y mexicanos, tal como había ocurrido en otras ocasiones, la mayor participación por cercanía y diferencia de precio fue la de los brasileros. En esa ocasión también contamos con la presencia de José Panadero Moya, de la Universidad de Castilla La Mancha, España.
Además de las conferencias, paneles, talleres y presentación de ponencias aprovechamos para realizar algunas salidas con el fin de que los participantes pudieran conocer la realidad geográfica del lugar.
Puerto Iguazú (Argentina) era una de las ciudades de la Triple Frontera, las otras eran Foz do Iguaçu (Brasil) y Ciudad del Este (Paraguay). Allí confluían los ríos Iguazú y Paraná, y desde el monolito de Argentina, se podían ver los de los otros dos países, sin ninguna dificultad.
Pero la principal atracción fueron las Cataratas del Iguazú, cuyo recorrido comenzaba con un trencito denominado “ecológico”, pese a la cantidad de árboles que habían talado para construirlo y que a mi entender era mucho más agresivo que las formas de arribo anteriores. Por otra parte, las pasarelas metálicas, oxidadas al poco tiempo de haber sido instaladas no me parecían una buena idea, prefiriendo las anteriores de madera; y el Hotel Sheraton dentro del Parque Nacional, un verdadero elefante blanco. Durante muchos años, Argentina ejerció protestas contra Brasil por el helicóptero que utilizaban para sobrevolar las Cataratas con fines turísticos, y ahora teníamos el Aeropuerto Internacional, donde se tiraban petardos para ahuyentar a las aves, y que, con el ruido de los aviones de gran porte, espantaban a todas las que sobrevolaban a gran cantidad de kilómetros a la redonda. Téngase en cuenta que muchas de ellas eran las que realizaban la polinización dentro del Parque, que era prácticamente la única parte de la provincia de Misiones en que podíamos encontrar el bioma selva o bosque subtropical. Tampoco se prevenía a los turistas para que evitaran hablar fuerte o gritar, y pareciera que con la intención de tapar los sonidos naturales del lugar (caída de las aguas y canto de los pájaros), vociferaran con más intensidad que en otros paseos. Algunos hicimos el recorrido por las Cataratas durante el día, y otros, aprovecharon que en esos días había luna llena y lo pudieron disfrutar de noche.
Otra de las salidas propuestas era el cruce a Brasil para poder ver las Cataratas desde el mirador, y visitar la represa de Itaipú que se encontraba sobre el río Paraná y la compartían Brasil y Paraguay. El problema se nos presentaba con los mexicanos ya que necesitaban visa para ingresar a Brasil, por ser miembros del TLC (Tratado de Libre Comercio), y al no estar al tanto de esta programación, no la habían gestionado. Además, deberían haber pagado cien dólares, tal cual como si fueran estadounidenses. Entonces le pedimos al Cónsul de Brasil en Puerto Iguazú, quien estaba participando de nuestro Encuentro, que les extendiera algún permiso especial para pasar a Foz, sólo por algunas horas. Él nos dijo que para poder hacer eso, debía mandar a pedir ese permiso a Brasilia y esperar que formalmente le contestaran, y que ese trámite no llevaría menos de un mes, pero nos confirmó que no íbamos a tener problema en pasar igual, ya que nadie controlaría.
Salimos en dos camionetas con alrededor de quince personas cada una. Íbamos argentinos, brasileros, chilenos y mexicanos. Llegamos a la frontera del lado argentino y sin que nos bajáramos, nos dieron una caja de zapatos para que pusiéramos nuestros documentos adentro. Así, lo hicimos y el agente se los llevó a la oficina. No pasaron ni cinco minutos y volvió. Pensamos que habría algún problema. ¡Pero noooo! Nos hizo la venia, y nos dijo que ya los habían controlado y que estaba todo en orden. ¡Mentira! No hubo tiempo material para poder revisarlos. Y así cruzamos el puente. Del lado brasilero, nos saludaron gentilmente y nada más. Así pudimos sacar fotos de las Cataratas y recorrer la represa. Además, en Itaipú nos mostraron un documental con la historia de toda la obra. Caminamos por Foz do Iguaçu y tomamos algo fresco, pero todo estaba muy caro para los argentinos devaluados.
Al día siguiente en Puerto Iguazú se largó una de esas tormentas tropicales, en que era muy abundante la cantidad de agua y caía con mucha fuerza. Recuerdo que nuestro colega Vladimir Misetic se había ido al patio del hotel a disfrutar de la lluvia. Para él estar en un lugar donde llovían más de dos mil milímetros anuales era fascinante, porque residía en Antofagasta, pleno desierto chileno.
Todas las noches íbamos a caminar por Puerto Iguazú, que, a diferencia de su gemela brasileña, era una ciudad muy segura y conservaba sus locales abiertos hasta tarde a la noche. En esa región, por ser fronteriza, se mezclaban platos de uno y otro país, así que además de frutas y verduras tropicales, muchas veces salíamos a comer galetos, que se trataba de pequeños trozos de carne de vacuno o pollo y verduras, clavados en pinches de madera y asados.

Ese Encuentro que contó con alrededor de ciento cincuenta personas, permitió un mayor acercamiento con nuestros colegas y desde entonces, establecimos grandes amistades con muchos de ellos.

martes, 29 de noviembre de 2016

La Triple Frontera

  
Después de cuatro años regresé a la Triple Frontera llevando a mi hijo Martín de once años, quien sufría Síndrome de Autismo; y pensé que una nueva visita a las Cataratas podría agradarle mucho.
Nos hospedamos en la Residencial Paquita, frente a la terminal de ómnibus, que era un lugar modesto pero limpio y cómodo. Y aprovechando la suave temperatura del invierno, salimos a hacer una larga caminata. Pasamos por el puerto y luego fuimos hasta el punto tripartito. Desde el monolito argentino pudimos ver claramente la confluencia de los ríos Iguazú y Paraná, y los mojones de Brasil y de Paraguay.
Al día siguiente salimos hacia el Parque Nacional Iguazú. Al llegar tomamos el trencito “ecológico” cuya construcción demandó la tala de gran cantidad de árboles del Parque. El Hotel Cataratas abandonado, el Sheraton cual elefante blanco en medio de la selva y las nuevas pasarelas metálicas oxidadas a pocos meses de inauguradas, me produjeron un enorme desagrado. Para mí, que conocía el lugar desde hacía casi treinta años, todo me parecía un horror. También noté la disminución de aves, cuyos gorjeos había podido grabar en viajes anteriores. Durante muchos años, Argentina protestó ante Brasil por un helicóptero que sobrevolaba las Cataratas con fines turísticos, y ahora, de nuestro lado teníamos un aeropuerto internacional cuyos sonidos se expandían por toda el área, amén de los sistemas para dispersar aves que se utilizaban por razones de seguridad aeronáutica. No obstante, traté de quitarme la mufa de encima y disfrutar de lo que mucho que aún quedaba.
  Pero a poco de comenzar el recorrido, en medio de las pasarelas, un gran número de mariposas anaranjadas y azules comenzaron a revolotear a nuestro alrededor. Y fue así como Martín sufrió una fuerte crisis con gritos agudos y endurecimiento de sus miembros, sin poder seguir caminando. Lo abracé muy fuerte y traté de calmarlo. Como las mariposas no se iban, permanecí así un buen rato hasta que finalmente logró llorar (algo muy difícil para un autista), y luego, lentamente se tranquilizó y comenzó a sonreir. Era como un shock de sensaciones que brindaba este paradisíaco lugar. Él se cerraba al mundo, y el mundo le entraba por los poros. Un verdadero sacudón. El impacto fue tan positivo que comenzó desde ese momento a disfrutar de muchas más vivencias, incluso cuando las abejas se posaban en su vaso de 7UP en que largaba una carcajada…
Para él, que sólo existía el presente, le permitió desde entonces, recordar el pasado y aunque con pocas palabras, contar lo sucedido. Es lo que siempre sentí, que este paisaje se le mete a uno muy adentro. Agua, sol, vegetación, animales, tierra roja…, ¡mucha vida! Imposible estar deprimido.
Estábamos en junio de 2002 y se estaba jugando en Japón la final del Mundial de Fútbol entre Brasil y Alemania. Por lo tanto, era un día muy especial para ir a Foz do Iguaçu.
Era increíble lo que se podía ver. Banderas que cubrían edificios de varios pisos, autos de buena marca y modelo, pintados de verde y amarillo, y absolutamente toda la gente cubierta con prendas, gorros y maquillajes en alusión al partido. Finalmente, Brasil se clasificó pentacampeón y la fiesta dio rienda suelta. Música, cantos, bailes, disfraces, comparsas, fuegos artificiales, semejaban un verdadero carnaval de invierno. Y como no podía ser de otra manera, las murgas cruzaban al lado argentino tirando petardos ¡por si no nos enteramos!, ya que la mayoría de los argentinos iba por los germanos. No era mi caso.
Nuevamente fuimos hacia el Puente de la Amistad, pero no a comprar nada, sino a observar y fotografiar, ya que me parecía un espectáculo felliniano.
Uno, dos, tres, otro, otro más, más y más camiones cargados de mercaderías cruzaban sin que nadie los controlara… Pero, algún turista desprevenido en un buen coche parecía el culpable de todos los males, y era revisado hasta los dientes. A algunos les desarmaban el tablero del auto, mientras a su lado pasaban multitudes cargando de todo en las manos, la cabeza y la espalda… La situación era realmente grotesca.
Ciudad del Este había crecido aún más y era el centro de compras de toda la región con un umland que abarcaba a Buenos Aires, Sao Paulo y Rio de Janeiro.
Tanto Ciudad del Este como Foz do Iguaçu presentaban altos grados de criminalidad, en especial de asesinatos referentes a mafias de contrabando de mercancías y prácticas ilegales con personas, ya fuera adultas o menores de edad.
Paraguay prácticamente carecía de industrias y recibía sin impuestos productos de todas partes del mundo, que en muchos casos se utilizaban como simples envases de sustancias que ofrecían mejor precio en el mercado.
Los medios de comunicación atribuían la inseguridad a la presencia de Bin Laden en la zona, lo que sinceramente sonaba al menos como ridículo, pero era la forma de justificar una base norteamericana.
Sin embargo, esta región, y en especial el Paraguay, no era solamente comercio ilegal y “malas costumbres”; era una zona muy rica en cultura, en especial la guaraní.
Tengo el convencimiento de que la expresión de la gente y en especial la música como forma de comunicación, reflejan la geografía en que se vive.
La música es una de las expresiones más singulares e identificadoras del Paraguay. Entre los siglos XVII y XVIII, los Jesuitas notaron que los guaraníes tenían buen talento musical, y en sus misiones los nativos se interiorizaban en la música europea con muy buenos intérpretes, aunque nunca compusieron. La misma apareció con connotaciones propias a mediados del siglo XIX. La Polca, que adoptó el nombre de un ritmo europeo, era la forma más típica, y tenía sus versiones ligeramente distintas en la Galopa, el Kyre’ÿ y la Canción Paraguaya. Los instrumentos principales eran la guitarra y el arpa.
Tanto en Misiones, Brasil como Paraguay, la gente gritaba al hablar y lo hacía velozmente. Tal vez necesitaban tapar con su voz los sonidos de la naturaleza. Las galopas, las guaranias, la batucada son rápidas, aparentemente alegres, aunque los temas que se interpreten sean tristes. Y esa era otra de las razones que me llevaban seguido a estas tierras.

Cuando estuvimos de vuelta en casa, para sorpresa de sus hermanos, Martín les dijo: “Cataratas…, mucha agua, mariposas anaranjadas, azules, ‘ovejas’ tomaban Seven Ap… Cohetes… ¡son los brasileros!!!"

lunes, 28 de noviembre de 2016

Nació Ludmila, mi primera nieta


En el mes de febrero de 2002, el país, y principalmente Buenos Aires eran un caos. La gente seguía en las calles caceroleando ya que los bancos continuaban con restricciones para retirar dinero, y a pesar de que el presidente Eduardo Duhalde había prometido devolver los ahorros en la moneda en que habían sido depositados, la realidad era que quienes habían puesto dólares, sólo veían pesos devaluados. Y si bien, en mi caso particular, yo no contaba con fondos en los bancos, mis cuotas de las tarjetas de crédito me las habían pasado repentinamente a dólares, cuatriplicando mis deudas.
Todo parecía ser el peor de los mundos. Y en ese ambiente político y económico tan complejo, el día doce llegó María Ludmila, mi primera nieta.

La situación no era para nada sencilla ya que tanto su papá, mi hijo Joaquín, como su mamá, Luciana, eran adolescentes; y, además de no contar con un ingreso suficiente para mantenerla, no tenían la madurez necesaria para afrontar semejante desafío. Sin embargo, Ludmila nos trajo nuevos aires de esperanza y fuerzas para llevar adelante el crítico momento, y sus progenitores asumieron, no sin dificultades, pero con mucho amor, buena voluntad, y apoyo familiar, la responsabilidad de su crianza.

lunes, 21 de noviembre de 2016

Vacaciones en San Bernardo

  
Todos los eneros de Buenos Aires habían sido muy desagradables para mí. El calor asfixiante, húmedo, sin casi descenso por la noche, y para peor, la mayor parte de los espectáculos se desplazaban hacia los centros turísticos costeros o serranos, y la calle Corrientes, la que “nunca duerme”, dormía hasta la siesta. Pero aquel enero de 2002 fue especialmente lúgubre, ya que el país estaba sufriendo una de las crisis más duras de su historia. Buenos Aires estaba literalmente desierta. Los espectáculos suspendidos, y los cacerolazos continuaban en todas las plazas del país.
Y en ese clima de incertidumbre y pesimismo, yo decidí no suspender las vacaciones porque de lo contrario no tendría fuerzas para llevar adelante todo lo que se me vendría encima. Y paradójicamente, conseguí alquilar un departamento en el balneario de San Bernardo, algo que me había sido prohibitivo en otras oportunidades, ya que todo estaba vacío y “regalaban” las locaciones.
Fue así como partí en micro al lugar elegido junto con mis hijos Martín (10) y Joaquín (17), mi madre (78), mi tía Velia (88), y mi ex - suegra Anita (86), para ocupar un departamento en planta baja a tres cuadras de la playa.

Martín y su abuela Anita en la puerta del departamento


Digamos que el elenco no era para nada sencillo, pero la intención era pasarla bien; así que, siendo muy temprano y no estando aún abiertos los locales comerciales, mientras las mujeres mayores acomodaban sus cosas, salí con Joaquín y Martín a hacer un reconocimiento del lugar.
San Bernardo era un pueblo muy bonito, y contaba con frondosa arboleda en todas sus calles, lo que permitía hacer largas caminatas sin sufrir las consecuencias del fuerte sol del verano, además de tener una playa extensa y medanosa.

A la mañana temprano, sombrillas y sillas descansaban de tanta actividad del día anterior



Calles con frondosas arboledas


Mucho verde por todas partes


El mar poco después del amanecer


La extensa playa sin gente por la mañana temprano


El tiempo estuvo espectacular, por lo que alquilamos una carpa y todos los días íbamos a la playa.

Mi mamá, mi tía Velia y la abuela Anita rumbo a la playa


Mi mamá y mi tía Velia en la carpa y Joaquín acostado sobre la arena


Martín animándose, de a poco, a pasar entre la gente


La abuela Anita, disfrutando un montón


Martín jugando con la arena


El sol estaba muy fuerte, aunque el viento lo atemperaba



Martín rumbo al mar


De a poquito, Martín fue al agua…


Martín saltando de alegría


La abuela Anita saliendo del mar mientras Martín continuaba saltando


Con la abuela Anita


Martín comiendo galletitas al regresar del mar


Martín descansando junto a la carpa


Martín se portó muy bien, como generalmente lo hacía, pero en una oportunidad, a causa de la presencia repentina de un perro, cruzó raudamente la calle, momento preciso en que circulaba a toda velocidad una moto. De hecho, la calzada era suficientemente ancha como para que lo pudiera esquivar, pero nosotros exageramos el peligro y lo retamos mucho para que no volviera a suceder.

Martín volviendo de la calle después de que pasara velozmente una moto


Martín quieto después de recibir nuestro reto


Joaquín y yo nos encargábamos de hacer las compras con el fin de llenar las alacenas, y para que nada fuera una carga concentrada siempre en la misma persona, las demás tareas imprescindibles de orden y limpieza las jugábamos a las cartas como prenda; aunque mi mamá quiso reservarse el derecho a cocinar.

Área medanosa en las proximidades de San Bernardo


Y así pasamos quince días disfrutando del mar y de la tranquilidad del lugar, teniendo largas conversaciones, y tratando de hacer de todo una diversión, a pesar de las permanentes quejas de mi madre.