martes, 17 de julio de 2018

Puerto Madryn con lluvia y sin ballenas



En cualquier parte del mundo donde yo fuera mi padre tenía algún amigo. Entonces antes de partir me daba el teléfono para que le hiciera llegar sus saludos. ¡Ni qué hablar dentro de Argentina! Los había en todos lados. Pero en el caso de Puerto Madryn se trataba de alguien muy especial, nada menos que de Roy Centeno Humphreys, a quien yo sentía como parte de mi familia.
Nacido en Esquel y descendiente de galeses, comenzó su carrera periodística en Bahía Blanca y había sido compañero de mi padre en el diario El Mundo de Buenos Aires, para años más tarde radicarse en Estados Unidos como redactor y reportero de United Press International (UPI), cubriendo eventos de gran significación a nivel mundial y habiendo entrevistado a grandes personalidades del arte, del deporte y de la política como Louis Armstrong, Gina Lollobrigida, Ava Gardner, Ringo Bonavena, Juan Manuel Fangio, Pascual Pérez, Arturo Íllia y Alfredo Stroessner, entre otros. Había fundado y dirigido el diario Noticias del Mundo en Nueva York y también había escrito cuentos y novelas por lo que se ganó un merecido reconocimiento en la Patagonia, y también se había destacado en los medios como fotógrafo. Él había tomado mi primera fotografía a una semana de mi nacimiento y había continuado haciéndolo durante mi niñez; y tanto me quería que siempre decía que esa era la actividad más importante que había hecho en su vida, ser mi “personal photographer”. Y él, junto con mi padre, habían sido quienes fomentaran en mí la pasión por los viajes y por la fotografía, además de inculcarme que estudiara inglés aunque no me gustara, porque era imprescindible para abrirme paso en todo el mundo. Cuando se jubiló, regresó a la Argentina y luego de pasar unos años en San Carlos de Bariloche, se radicó en Puerto Madryn.
Era el domingo 8 de enero de 2006 cuando llamé a su casa, y la conversación fue así:
-“Hola”, -atendió su mujer.
-“Hola Lina, ¿cómo estás? ¿Está el tío Roy?”
-“¡¿Quién habla…?!” –contestó sospechando de quién se trataba.
-“Habla Eo” – contesté emocionada porque ese era el sobrenombre que Roy me había puesto. Aparentemente había sido mi primer vocablo, o por lo menos, cuando me preguntaban cuál era mi nombre, yo contestaba “Eo”. Pero nunca nadie más me había llamado así. Era algo muy íntimo entre él y yo.
-“¡Eo! ¡Qué alegría!” – contestó Lina, quien lo fue a buscar rápidamente.
Pero fue ella quien volvió al teléfono: -“No puede hablar, se puso a llorar, hace mucho que no te ve. ¿Dónde estás?”
-“Estoy parando en Trelew, pero mañana iré a Madryn”.
-“¡Vení a casa! Preparo un té galés y festejamos los ochenta y cinco años que Roy acaba de cumplir el viernes pasado.”
Al día siguiente partí junto con Omar y Martín rumbo a Puerto Madryn en un colectivo de línea, que en una hora de desierto y viento nos dejó en destino.
Madryn era un mundo de gente que hablaba en diversidad de idiomas, nada más parecido a la Torre de Babel. Y las empresas de turismo ofrecían diferentes excursiones, pero ninguna conformaba nuestras expectativas, no sólo por las tarifas que equivalían a varios dólares o euros, sino porque además de no ser época de ballenas, demandarían gran parte del día y teníamos el compromiso de la visita al tío Roy a las “five o’clock”.
Entonces tomamos un taxi y le pedimos que nos llevara a Punta Loma, que quedaba a diecisiete kilómetros al sur de Puerto Madryn, donde yo había estado veinticinco años atrás.



En camino a la Reserva de Punta Loma


El mirador se encontraba sobre una barranca desde donde se podían ver, decenas de metros hacia abajo, lobos marinos de un pelo desplazándose o durmiendo sobre la playa de fino canto rodado.


Vista del golfo Nuevo desde el mirador de Punta Loma


Lo ideal hubiera sido visitar el lugar con marea totalmente baja debido a la cantidad de ejemplares que podrían haberse visto, pero ya había comenzado a bajar y eso nos permitió cumplir con nuestro objetivo, aunque fuera parcialmente.
Y mientras Martín se entretenía mirando los lobos marinos, a mí también me interesó observar las características geomorfológicas, tanto las grandes mesetas que llegaban al mar formando acantilados, como las grutas naturales producto de la erosión marina, algunas de las cuales habían servido de refugio a los primeros galeses que arribaron a la zona.


Vista de las mesetas formando barrancas al llegar al mar





La playa cuando comenzaba a bajar la marea y las grutas producto de la erosión marina


La Reserva de Punta Loma fue creada el 29 de setiembre de 1967 por la Ley Provincial número seiscientos noventa y siete, siendo una de las primeras del sistema de conservación de la Provincia de Chubut, y su objetivo principal había sido el de proteger a los lobos marinos de un pelo (Otaria flavescens) siendo el único apostadero permanente.
Según la época del año podían observarse la formación de harenes, los apareamientos o los nacimientos. Y en el mes de enero, momento en que nos encontrábamos, nacían las crías.
Permanecimos allí un buen rato y Martín se entusiasmó mirándolos de cerca a través del teleobjetivo de mi cámara por lo que terminó sacándoles una foto.


Fotografía tomada por Martín con un teleobjetivo de doscientos cinco milímetros


Pero además allí también habitaba una colonia de cormoranes roqueros, denominados así por formar sus nidos en las paredes de arcilla, y no por ser fanáticos del rock. Y entre otras aves marinas y terrestres había gaviotines sudamericanos, gaviotas grises o australes, ostreros y garzas que no anidaban en el lugar.



Cormoranes haciendo sus nidos en las paredes de arcilla de la barranca


Cormorán sobre el paredón de la barranca


Y en la parte esteparia se podían identificar especies de la flora local como zampa, quilembay, falso tomillo, jume, llaollín y la típica jarilla; mientras que cuando no había mucho movimiento, también se podían observar animales autóctonos como guanacos, choiques, maras, zorros y piches.



Flora típica del área esteparia


Si bien el tiempo se había presentado inestable desde temprano, ya había comenzado a caer una garúa finita pero lo suficiente como para abandonar el lugar, así que decidimos regresar a Puerto Madryn.



En camino de Puna Loma a Puerto Madryn


Al ingresar a Puerto Madryn nos detuvimos en Punta Cuevas donde se encontraba el monumento al Indio Tehuelche, realizado por el escultor argentino Luis Perlotti, y que fuera colocado en 1965 al cumplirse el centenario de la llegada de los galeses a esas tierras. La placa de mármol que lo identificaba decía: “El reconocimiento de la ciudad de Puerto Madryn a los visionarios que entre 1965 y 1967 unieron dos culturas la Aborigen y la Galesa a través de los monumentos que las recuerdan en la ciudad”. Pero el escultor lo vistió con sólo un taparrabo que no acordaba con las prendas de los nativos del lugar, que por cuestiones climáticas usaban quillangos y cuero de guanaco.


Monumento al Indio Tehuelche, un tanto desabrigado


Observamos la vista panorámica y tomé algunas fotos, pero subimos nuevamente al auto porque la lluvia se había intensificado, por lo que le pedimos al taxista que nos dejara en el Centro donde seguramente encontraríamos más reparo.


Vista de Puerto Madryn desde Punta Cuevas


Mástil de Punta Cuevas


Bordeando el mar en camino hacia el Centro de la ciudad


La fundación de la ciudad databa del 28 de julio de 1865, cuando llegaron a sus costas ciento cincuenta galeses en el velero “Mimosa”, denominando al puerto natural en que desembarcaron “Puerto Madryn”, en referencia a Love Jones Parry barón de Madryn, terrateniente galés miembro del parlamento representando al condado de Caernarfon por el partido liberal, y uno de los promotores de la colonización galesa en la Patagonia.
El asentamiento creció como resultado de la llegada del tren que la conectaba con Trelew, siendo Madryn la conexión portuaria por presentar aguas profundas naturalmente.



Casona tradicional convertida en local gastronómico donde nos reparamos de la lluvia


A medida que nos acercábamos al casco céntrico yo había notado poblados gran cantidad de terrenos que eran puro campo en enero de 1981, cuando había visitado la ciudad por última vez, y se habían construido varios edificios de altura. Claro que en ese entonces sólo había veintidós mil habitantes, mientras que ahora, en 2006, superaba los setenta mil. Si bien en 1961 el ferrocarril había sido cerrado definitivamente, y en los ’70, habían desaparecido las empresas marítimas que operaban el puerto al levantarse las franquicias que lo sustentaban, paralelamente se había incentivado el turismo como circuito no tradicional y se había asentado la planta de ALUAR (Aluminio Argentino).



Modernos edificios en la zona céntrica de la avenida costanera


Nuevas edificaciones y localización de comercios y servicios para turistas


Un sector de la costanera se llamaba Julio Argentino Roca, lo que nos pareció una flagrante contradicción que mientras se le hiciera un monumento al indio tehuelche, se le dedique una de las avenidas principales al mayor genocida de los pueblos originarios patagónicos.


Avenida Julio Argentino Roca y calle 28 de Julio, pleno Centro de Puerto Madryn


Después de almorzar en un restorán céntrico destinado al turismo recorrimos la costanera que estaba llena de charcos, algo no muy frecuente en un lugar donde las precipitaciones apenas llegaban a doscientos milímetros anuales.

Plazoletas a la vera del mar


Y aprovechando que la lluvia había parado caminamos por el muelle Comandante Luis Piedrabuena, que habiendo sido sólo pesquero, fuera reacondicionado para recibir a los cruceros con pasajeros de todo el mundo, teniendo desde allí una vista panorámica de la ciudad.


Vista de Puerto Madryn desde el muelle Comandante Luis Piedrabuena


Mientras estábamos tomando fotografías y conversando con algunas personas que también paseaban por el lugar, el cielo comenzó a cambiar de color, tornando rosa a todo el paisaje. Otra tormenta se avecinaba. El viento aumentó su velocidad, algunas gotas comenzaron a caer sobre nuestras cabezas y el mar comenzó a picarse. Así que nos obligó a refugiarnos nuevamente en un bar hasta que pasara.


Tormenta en ciernes sobre Puerto Madryn


Pequeñas embarcaciones amarradas en el muelle Comandante Luis Piedrabuena


Nos daba mucho temor que los barcos partieran en semejante tempestad


En menos de una hora todo se normalizó y volvimos a la costanera caminándola hacia el norte, donde encontramos una boca de efluentes sobre una de las playas del Centro, junto a algunas algas pardas que habían quedado sobre la arena. Sin embargo, ese no era ni el único ni el principal foco de contaminación. La empresa ALUAR constituía el gran problema y su expansión atentaba contra la fauna del lugar, pero el mayor crecimiento de la ciudad y las mayores fuentes de trabajo provenían de allí, lo que generaba enfrentamientos entre quienes dependían de la metalúrgica y quienes vivían del turismo ecológico, además de poner también en peligro la actividad pesquera, otra de las fuentes de recursos de la región. Justamente en esos días no había pulpo en los restoranes porque al ponerse ácidas las aguas, era el primero en desaparecer.


Efluente sobre una playa céntrica con presencia de algas pardas


Siguiendo nuestra marcha encontramos el Monumento a los Caídos en Malvinas donde todos los años, el día dos de abril se hacían actos conmemorativos con la presencia de excombatientes residentes en la ciudad.


Monumento a los Caídos en Malvinas


Ya eran casi las cinco de la tarde y nos esperaban Roy y Lina. Ellos vivían en la zona norte de la ciudad en una casita modesta pero muy cómoda y bonita. Lina había preparado el té galés con tortas elaboradas con sus propias manos, y como era su costumbre, nos llenó de atenciones.
Nos quedamos conversando un largo rato, tanto del pasado como del presente y el futuro inmediato. Me dijeron que en Madryn ya no se podía vivir, que era muy inseguro, y que estaban por mudarse a Gaiman, que era el tamaño ideal para gente de su edad. Después Roy nos mostró los recuerdos traídos desde diferentes partes del mundo durante el ejercicio de su profesión y nos acompañó hasta el Centro porque debía entregar una nota para un medio periodístico local. Con un fuerte abrazo y un saludo para mi padre nos despedimos lagrimeando. Fue la última vez que lo vi.


Martín me tomó esta foto junto al tío Roy y Lina degustando un té galés


Junto con Martín y el tío Roy con los souvenirs de todo el mundo


Ya era tarde, pero por ser verano y la elevada latitud en que nos encontrábamos, todavía era de día, por lo que regresamos a la costanera desde donde vimos cómo la gente poblaba las playas porque las condiciones meteorológicas eran ideales. ¡Con sol y sin viento!


Con sol y sin viento cuando ya había avanzado la tarde


Puerto Madryn se caracterizaba por su gran amplitud térmica, producto de la escasa humedad ambiente, a pesar de encontrarse a la vera del mar. Lo que ocurría, como en toda la Patagonia Extraandina, que los vientos predominantes eran los provenientes del oeste, que con mayor fuerza por derivar de la rotación de la Tierra, no permitían casi ingresar a los del Atlántico.
En el verano y durante el día las temperaturas solían ser elevadas por lo que las playas eran muy concurridas, y donde además de los baños de sol y agua, se practicaban deportes náuticos como kayak, canotaje, windsurf, kitesurf y motosky, entre otros. Además, los golfos San José y Nuevo eran visitados para realizar “bautismos submarinos”, siendo Puerto Madryn denominada “Capital Nacional del Buceo”, ya que poseía aguas cristalinas y serenas, permitiendo una penetración de la luz hasta los setenta metros de profundidad.



Turistas y locales disfrutando de la playa al atardecer


Y si bien las aguas de Madryn eran menos frías que las de playa Unión por estar encerradas en los golfos, no satisfacían a nuestros termostatos por lo que permanecimos en la arena y al solcito.


Con Martín en la playa a la hora de las sombras largas


Dimos otra vuelta por la ciudad y desde la terminal de ómnibus emprendimos el regreso a la ciudad de Trelew.


Antigua estación del Ferrocarril Patagónico



Vértebra de ballena franca austral en la terminal de ómnibus de Puerto Madryn


Habíamos pasado un día con las condiciones contrarias a las que se promocionaba turísticamente a Puerto Madryn a nivel nacional e internacional, ya que se la vendía mediante un afiche que mostraba la cola de una ballena asomando en el mar y a pleno sol. Sin embargo, no siempre la realidad era esa, y a pesar de que la ciudad como tal no era muy atractiva, el paseo había sido muy agradable, digno de ser repetido en otra ocasión.

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