miércoles, 22 de agosto de 2018

Último adiós en Buenos Aires…


   
No elegimos donde nacemos, pero sí, donde morimos. Muchas veces nuestro “lugar en el mundo” puede haber sido por elección propia o por las circunstancias que nos obligaran a abandonar nuestro sitio de nacimiento o de crianza para buscar nuevos horizontes que nos permitan crecer personalmente.
Este fue el caso de mi padre, quien había tenido que migrar apenas cumplidos los treinta; y después de casi sesenta años, ya habiendo echado fuertes raíces, nos daba su último adiós en Buenos Aires, la ciudad que le había permitido desarrollarse profesionalmente y mantener una familia. Sin embargo, su corazón nunca se había apartado de su natal Ingeniero White (Guaite, para los nativos); por eso decidimos devolverlo a su tierra.
Era el 7 de diciembre de 2006 por la mañana cuando llegué con Omar y Martín a la terminal de ómnibus de Retiro a encontrarme con mi madre y mi hija Fernanda. Y después de abrazarnos fuertemente subimos al micro que nos llevaría a Bahía Blanca. Yo me senté junto a Martín, quien se entretenía mirando todo con atención por la ventanilla, por lo que pude ponerme a pensar sobre los maravillosos momentos que había compartido con mi padre, quien además, había sido mi amigo y mi compinche, tanto en las travesuras de niña como en las decisiones de adulta… Trataba de consolarme pensando que se había ido de viaje, como tantas veces, como tantos adioses…, en que yo esperaba ansiosa su regreso para disfrutar de sus relatos… ¡No quería creer que esta vez fuera para siempre…!
Entre otras cosas, se me venía permanentemente a la mente la imagen de la última fotografía que nos habíamos tomado juntos pocos días atrás, durante el festejo de su cumpleaños número ochenta y nueve. Ese día, a pesar de que su enfermedad ya lo estaba deteriorando demasiado, lució con alegría una camiseta del club Puerto Comercial, a quien siempre había amado, entre otras cuestiones, porque había nacido en la casa donde tuvo lugar la fundación de esa institución, estando entre sus gestores, su padre y tíos.
Mientras tanto, mi mamá, que se encontraba junto a Fernanda, no paraba de hablar, al punto que, a pesar de tratarse de un servicio diurno, algunos pasajeros le pidieron silencio repetidas veces; pero esa era la forma de descargar su angustia.

Última foto tomada con mi padre, a fines de noviembre de 2006,
quien lucía, como regalo de sus ochenta y nueve años,
la camiseta del Club Puerto Comercial de Ingeniero White


Llegamos a la vieja terminal de ómnibus de Bahía ya de noche. Y allí nos esperaban varios familiares. Quedaron en el departamento de la calle Alsina Martín y Omar, y yo junto con mi madre y mi hija pasamos toda la noche junto a la capilla ardiente.
¡No lo quise ver! ¡Imposible hacerlo! No quería recordar siquiera los últimos días que había estado con él en el hospital Durand. Quería conservar en mi mente esta imagen donde mostró, por última vez, la sonrisa que siempre lo había caracterizado. Tomé un calmante y me recosté sobre la falda de mi querida prima Nilda, que me estaba conteniendo sobremanera.
A la mañana siguiente Omar lo trajo a Martín para asistir al funeral. Había mucha gente, familiares, amigos, conocidos, los Bomberos Voluntarios de Ingeniero White con los que siempre había colaborado, y los Scouts de la Agrupación “Ernesto Pilling” de los que había formado parte, quienes colocaron su bandera sobre el cofre que lo transportaba. Y marchamos…
Traté de explicarle todo lo que pude a Martín, quien, al saber que el abuelo no iba a estar más entre nosotros, se había enojado mucho y había orinado una pared.
Mi madre echó tierra con sus manos para cumplir con el mandato tradicional de “enterrarás a tus muertos”. Y yo dije unas palabras…, las que pude. Agradecí a todos los que nos estaban acompañando, destaqué algunos aspectos de la vida de mi padre, y aclaré que me había puesto una prenda colorada, tal como él me lo había pedido en varias oportunidades, ya que odiaba dos colores, el negro y el violeta, por todos los lutos que le había tocado vivir cuando era niño.
Me mantuve bastante entera porque no sentía que él estuviera allí, y mientras Fernanda y mi madre se quedaron a descansar en el departamento, le pedí a Omar que, junto con Martín, me acompañara a Guaite.
Tomamos el colectivo que, por el viejo camino del empedrado, totalmente arbolado con eucaliptus, nos llevó hasta el “Centro” del pueblo; y lo primero que quise hacer fue caminar por la calle Mascarello, donde él había nacido. Frecuentemente me contaba anécdotas sobre los juegos de pelota con sus amigos y sobre los personajes que en su barrio habitaban en tiempos ha… Y después, quise ir a Comercial, y observar largamente el escudo verde y amarillo, colores de la tuna en flor que estaba en la casa de sus abuelos…
¡Y entonces, sí, allí me quebré! Allí sí, lo sentí a él, más presente que nunca… Allí estaba…, y seguirá estando…, ¡por siempre!

domingo, 19 de agosto de 2018

Último día en México y regreso a Buenos Aires



Era ya sábado 11 de noviembre y esa noche regresaría a Buenos Aires, pero, por esas cosas extrañas de las compañías aéreas, debía hacerlo vía Dallas, ya que ese había sido el destino de ida. Así que me levanté muy temprano y salí a aprovechar el último día de mi estada en la Ciudad de México. Caminé sin rumbo por las calles del Centro y aproveché los puestos de artesanías para comprar algunos regalitos para mi familia.


En pleno Microcentro de la Ciudad de México


Muchas calles eran convertidas en peatonales


Por ser sábado había puestos de venta de antigüedades y de artesanías


Desde pequeñas tarimas improvisadas, religiosos y políticos trasmitían su mensaje a quienes aceptaran escucharlos.


Había diferentes actos religiosos y políticos por todas partes


Tal como en Buenos Aires, en ciertas calles se concentraban comercios de un mismo rubro.


Vista de la Torre Latinoamericana desde la calle de las joyerías


Una zona donde predominaban las textiles


Los típicos sombreros mexicanos y guirnaldas con los colores de la bandera


Mucho movimiento comercial


Y muy a pesar de haberse desarrollado ciertas áreas de lujo extremo, como en gran parte de los países periféricos, continuaban circulando vehículos a tracción de sangre humana.


Y hasta en las avenidas circulaban vehículos a tracción de sangre humana


Pasado el mediodía me dirigí al Aeropuerto Internacional “Benito Juárez” ya que debía estar con mucha anticipación no sólo porque se trataría de un vuelo internacional, sino particularmente porque la empresa era American Airlines y debía ingresar a los Estados Unidos, aunque más no fuera para cambiar de avión. Los controles eran dobles o triples, y los sensores detectaron más metales en mi cuerpo que lo que lo habían hecho los de Ezeiza. Además, había que quitarse los zapatos y todos los pasajeros eran palpados por más de un agente.


En camino al Aeropuerto Internacional Benito Juárez


En cuanto despegamos pude ver con mayor nitidez el neblumo que cubría la Ciudad de México, el que tapaba casi permanentemente a los cerros que la rodeaban.

Despegando en medio del neblumo


Durante todo el viaje estuvimos sobre las nubes, por lo que no pude ver otra cosa que hermosos cúmulos. Y en poco más de dos horas y media aterrizamos en el Dallas-Fort Worth International Airport.

Sobre las nubes de Dallas


Hasta ese momento nadie había objetado que llevara un desodorante en mi equipaje de mano debido a que tenía menos de la mitad de su contenido. Pero en los controles de Dallas, una de las agentes lo olió y diciéndole a su compañera que el perfume era muy rico, me lo retiró. Y como sospeché que lo pretendía para su uso personal, se lo pedí por un momentito y lo vacié sobre mi cuerpo. Verdaderamente no me había equivocado, y lo demostró revolviendo todas mis cosas con mucha bronca, mientras los que estaban detrás de mí pasaban con cualquier cosa.
Lo bueno de American Airlines era la calidad de sus aviones, pero si bien había mejorado respecto de años anteriores, la atención y la comida continuaban dejando mucho que desear.

viernes, 17 de agosto de 2018

México, una ciudad contaminada y sísmica


  
La Ciudad de México me resultaba muy atractiva desde muchos puntos de vista, sin embargo, había dos aspectos que no me hacían sentir del todo cómoda. Uno de ellos era el smog combinado con la altura; y el otro, la de ser una zona sísmica de gran intensidad y frecuencia.
La primera tenía que ver con que habiendo sido fundada en el valle de México, en una alta meseta de 2240 m.s.n.m. rodeada por serranías volcánicas que superaban los tres mil metros de altura sobre el nivel del mar, el centro urbano ya contaba para el año 2006 con casi veinte millones de habitantes, siendo la segunda ciudad más poblada del mundo, después de Tokyo.
Se había constituido en el principal centro político, académico, económico, de la moda, financiero, empresarial y cultural del país, y ese movimiento había dado lugar a una densidad de tránsito que generaba una cantidad de smog que no podía ser disipado por los vientos.


Vista de la Catedral y edificios públicos envueltos en el neblumo típico de la ciudad




Oscuro perfil de la Catedral Metropolitana


Muchas construcciones estaban teñidas por el hollín que permanecía en el aire


Hasta las flores estaban cubiertas por ese tizne


En pleno mediodía todo lucía muy oscuro


El mes de noviembre era interesante para visitar la capital azteca debido a su escasa cantidad de precipitaciones. Sin embargo, ese hecho iba en contra de la contaminación debido a la baja cantidad de oxígeno del aire.


La Torre Latinoamericana en un día con mucho smog


Entre la altura y el neblumo se me hacía complicado caminar a la velocidad que solía hacerlo en Buenos Aires, y se me secaba la boca a cada instante. Así que paré en un puesto callejero a comer algunas frutas frescas y tomar jugo. Y allí al lado encontré un teléfono público desde donde llamé a mi padre, quien a pesar de estar muy avanzada su grave enfermedad, disfrutaba del viaje tanto como yo. Él me había dado los teléfonos de viejos amigos para que les enviara sus saludos y me había recomendado varios lugares a visitar. Y cuando le dije que me encontraba cerca de la Torre Latinoamericana, me dijo que no podía dejar de subir.
Le dije: -“Me da miedo, es una zona sísmica”.
A lo que me contestó: “¡No, nena! Esa torre sobrevivió a todos los terremotos.”
Él de eso sabía bastante, no solamente por haber tenido que trasmitirlos por radio en más de una oportunidad, sino porque en el terremoto de setiembre de 1985, había fallecido uno de sus más queridos amigos.


Puesto de frutas y teléfono desde el cual llamé a mi padre


Así que continué caminando, pasé por el Palacio de Bellas Artes, un magnífico edificio art decó, en el Centro Histórico de la ciudad, frente a la Torre Latinoamericana. Estaba considerado como la máxima expresión de la cultura, el teatro lírico más relevante y el centro más importante del país dedicado a todas las manifestaciones de las bellas artes, por lo que fuera declarado por la UNESCO como monumento artístico en 1987. Si bien su construcción había sido encargada por el presidente Porfirio Díaz al final de su mandato, con motivo de la celebración del Centenario del Inicio de la Independencia de México, el edificio no fue finalizado hasta 1934.
Por sus escenarios habían pasado destacados artistas del mundo como María Callas, Luciano Pavarotti, Plácido Domingo, Rudolf Nuréyev, así como las orquestas filarmónicas de Londres, Nueva York, Viena, Moscú, Los Ángeles, la de la Juventud Venezolana Simón Bolívar, y las Nacionales de España y China, entre otras. Pero sus espectáculos habían sido muy variados, ya que se habían presentado tanto ópera como música popular, jazz, danza tradicional, ballet clásico, e incluso el grupo argentino Les Luthiers. Además, era la sede del Museo del Palacio de Bellas Artes y del Museo Nacional de Arquitectura.


El Palacio de Bellas Artes, declarado Monumento Artístico por la UNESCO


La Torre Latinoamericana tenía una altura de ciento ochenta y ocho metros contando su antena. Tomé uno de sus ocho ascensores, y llegué al piso cuarenta y cuatro donde se encontraba la terraza, y allí obtuve una visión del Palacio de Bellas Artes desde la altura, así como de vistas de la ciudad hacia los cuatro puntos cardinales, sin impedimentos.



Palacio de Bellas Artes desde la Torre Panamericana


Vista de la Ciudad de México con su permanente smog desde la Torre Latinoamericana


El edificio, encargado por la Compañía de Seguros La Latinoamericana, se encontraba ubicado en la esquina que formaban las calles de Madero y el Eje Central Lázaro Cárdenas. Había sido inaugurado en 1956, por lo tanto, en 2006, año en que yo estaba allí, había cumplido cincuenta años. En sus comienzos estaba entre las seis torres más altas del mundo, y hasta 1972 había sido la más alta de México.


Eje Central Lázaro Cárdenas


Avenida Juárez, Alameda Central y edificios del Paseo de la Reforma


Ni desde las alturas se podían ver los volcanes a causa del smog


Después de tomar varias fotografías descendí hasta el piso treinta y ocho para visitar el Museo de Exposición Permanente “La Ciudad y la Torre a través de los siglos”.


Tenochtitlan en 1519


La Ciudad de México en 1628


Fue el primer y más grande edificio en el mundo con fachada de vidrio y aluminio, además de ser el primer rascacielos construido en una zona de alto riesgo sísmico, lo que sirviera de experiencia para futuras construcciones, ya que, a sólo quince meses de ser inaugurado, el 28 de julio de 1957, se produjera uno de los terremotos más devastadores de México, de magnitud 7.7 (Mw), al que resistiera sin inconvenientes, gracias a su estructura de acero. Por esa razón recibió el premio del American Institute of Steel Construction (Instituto Americano de la Construcción de Acero).


Imagen del terremoto del 28 de julio de 1957


El terremoto dejó un saldo de setecientos muertos y dos mil quinientos heridos


La Torre Latinoamericana intacta, en medio de una ciudad destruida


El estado de la columna reflejaba la intensidad del movimiento telúrico


El mayor problema del suelo de la Ciudad de México era su composición lodosa, con consistencia esponjosa, que complicaba la construcción sobre ese terreno. Por eso se contrató a un grupo de profesionales muy avezados, como lo eran el Doctor Leonardo Zeevaert y los arquitectos Augusto H. Álvarez y Alfonso González Paullada. Fue por ese motivo, que para realizar la construcción de la Torre Latinoamericana tuvieron que hincar trescientos sesenta y un pilotes muy profundos que llegaran hasta la roca madre, a una profundidad de treinta y tres metros. Además, se colocó una cimentación de concreto que permitiera que el edificio flotara en el subsuelo, y setenta y cinco amortiguadores sísmicos. Y todo eso fue lo que le permitiera resistir el terremoto del 19 de setiembre de 1995, cuya magnitud fuera de 8,1 (Mw) con una réplica de 7,5 (Mw) al día siguiente.


Gráfico que representaba la estructura de la Torre Latinoamericana


Luego de pasar por la confitería y comprar algunos souvenirs, salí a dar unas vueltas por la ciudad y regresé por la noche, ya que con el mismo ticket se podía ingresar durante el día cuantas veces se deseara.


Edificios iluminados desde la Torre Latinoamericana


Eje Central Lázaro Cárdenas durante la noche


Cuando regresé al hotel, ubicado detrás de la Catedral, sabiendo que me encontraba en una de las zonas de mayor riesgo sísmico de la ciudad, dormí vestida y con un solo ojo.

miércoles, 15 de agosto de 2018

La Ciudad de México en la Semana de los Muertos


  
Apenas salimos de Monterrey me dormí profundamente, pero al llegar a San Luis Potosí, a eso de las seis de la mañana, me desperté y bajé a desayunar. Y si bien la mayor parte del pasaje se sirvió tortillas con rellenos salados muy contundentes, yo simplemente tomé un café con algo dulce. Pero lo que más me llamó mi atención fue ver a un hombre con un atuendo típico como sólo había visto en las películas o en algún espectáculo destinado al turismo.


Parada para desayunar en San Luis Potosí


Continuamos viaje y volví a dormirme para despertarme al ingresar al Distrito Federal. Yo estaba en los primeros asientos y oí por la radio que tenía encendida el conductor, que hacían referencia a dos detonaciones que se habían producido durante la madrugada de ese lunes 6 de noviembre de 2006. Una de ellas había sido en el local del PRI nacional, y otra en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. Y aclaraban que otras habían sido desactivadas, y que no había habido ni víctimas fatales ni heridos, pero que habían generado importantes destrozos; sin embargo, hasta ese momento, nadie se había adjudicado los atentados.
Ya sobre el mediodía el ómnibus arribó a una de las terminales de la Ciudad de México, desde donde en un taxi me dirigí hacia el Centro donde me hospedaría.


Antiguos y modernos edificios de la Ciudad de México


Cámara de Diputados de México


Si bien la mejor forma de trasladarme en México hubiese sido en el metro, debido a la carga de libros que llevaba en mi maleta me había sido imposible, por lo que tuve que soportar más de un embotellamiento, tan frecuentes en esa ciudad.

Denso tránsito de lunes al mediodía


Avance de las construcciones en altura


Empujando un vehículo al cruce de una avenida


Espacios verdes, un verdadero desahogo


En camino hacia el Zócalo


Por fin llegamos al Zócalo. Y qué grande fue mi sorpresa cuando vi dos enormes esqueletos pintados de vivos colores, como forma de contribuir a la festividad de la Semana de los Muertos. Si bien ya había visto varios altares en Monterrey, no pensé que en la capital también tuviera tanta fuerza esa tradición.


Pasando con el taxi por el Zócalo


La Catedral de México, frente al Zócalo


Y al ingresar al hotel Catedral, de cuatro estrellas, también había en el lobby un altar dedicado a todos los empleados difuntos del establecimiento.
Ante mi curiosidad, el conserje me contó que la celebración del Día de los Muertos en México provenía de por lo menos los últimos tres mil años. Que los Aztecas, Mayas, Purepechas, Nahuas y Totonacas conservaban los cráneos como trofeos mostrándolos durante los rituales que simbolizaban la muerte y la resurrección, presididas por el dios Mictecacihuatl, conocido como la “Dama de la Muerte”, y que se realizaba durante el noveno mes del calendario solar azteca, equivalente al inicio del mes de agosto. Pero cuando los conquistadores españoles llegaron a América en el siglo XV, quedaron aterrados por las prácticas paganas de los nativos, y en un intento de convertirlos al catolicismo, movieron el festival hacia el dos de noviembre para que coincidiese con la festividad católica del Día de Todas las Almas y con la de Todos los Santos (primero de noviembre), que se celebraba al día siguiente de Halloween (Día de las Brujas), ritual pagano de Samhain, el día céltico del banquete de los muertos.





Altar en el lobby del hotel Catedral


Dejé los bártulos y salí a caminar. Y en la esquina me tenté con la comida al paso, que además de gastar poco dinero me permitía ahorrar tiempo para poder hacer un recorrido más exhaustivo por la ciudad.



Productos típicos de venta callejera


Oferta de servicios sanitarios en diferentes partes del Centro


¡Casi imposible desplazarse por las calles céntricas!, ya que en México el sector administrativo y bancario característico del microcentro de cualquier ciudad, era coincidente con la zona de venta mayorista y minorista más importante del país. Tal como si en Buenos Aires el área circundante al Obelisco coincidiera con los negocios del barrio de Once. Sinceramente un caos. Sumado a eso, una infinidad de vendedores ambulantes ofrecían cargosamente sus mercancías a cada transeúnte. Y cuando no se les contestaba, repetían su discurso en inglés. Así que al sentirme atocigada no me quedó otra opción que regresar  al Zócalo.
Se denominaba Zócalo a la Plaza Mayor o Plaza de Armas de la ciudad de México, debido a que a mediados del siglo XIX, el presidente Antonio López de Santa Anna ordenara que en su centro se construyera una columna conmemorativa de la independencia; pero el presupuesto y la precaria estabilidad política de la época permitieron que sólo se colocara en ella la base o zócalo quedando inconclusa la obra. Había sido la plaza principal desde Tenochtitlan y se convirtió en sede de distintos eventos artísticos, celebraciones cívicas y religiosas, manifestaciones políticas y sindicales, así como de concentraciones culturales, sociales y deportivas.
Al norte de la plaza se encontraba la Catedral, que databa del siglo XVII, habiendo sido construida con piedras de lo que fueran edificios pre-hispánicos. Las ruinas y el suelo lodoso sobre los que se encontraba le provocaron, ya desde su construcción, graves problemas estructurales que obligaron a hacer periódicamente importantes labores de rescate y nivelación.


Detalle del frente de la Catedral de México


Sobre la puerta principal se encontraba en relieve la imagen de Nuestra Señora de la Asunción, patrona de la Catedral.



Relieve de Nuestra Señora de la Asunción, sobre la portada principal


Y contiguo hacia el este de la catedral se levantaba otro templo, el Sagrario Metropolitano, construido entre 1749 y 1768 por Lorenzo Rodríguez.


Sagrario Metropolitano


En el sector oriental del Zócalo se encontraba el Palacio Nacional. Fue en 1562, que durante el período del segundo virrey, don Luis de Velasco, comenzara a funcionar como sede del gobierno, albergando oficinas, la cárcel y la Casa de Moneda. Pero anteriormente había sido la residencia de Hernán Cortés, y aún antes, la casa de Moctezuma Emperador de México Tenochtitlan. El palacio, que más bien parecía una fortaleza, fue construido usando los materiales de los templos mexicas derribados. Pero desde entonces, los diferentes gobernantes que lo sucedieron le hicieron grandes reformas.


Palacio Nacional en el sector oriental del Zócalo


Y hacia el sur de la plaza se encontraba el Antiguo Ayuntamiento, uno de los primeros edificios de la ciudad. Incendiado en 1692, fue reconstruido en 1724, para luego, a principios del siglo XX, agregarle dos pisos.


Antiguo Ayuntamiento


Al margen de los edificios emblemáticos que la rodeaban, en la plaza del Zócalo había carpas que representaban la disconformidad con el resultado de las elecciones presidenciales desarrolladas a mitad de ese año, que según el candidato de la Coalisión “Por el Bien de Todos”, Andrés Manuel López Obrador, carecían de validez alegando la existencia de fraude. Pero el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, desestimando los recursos presentados, había emitido un fallo inapelable a favor de Felipe Calderón Hinojosa, representante del PAN, con lo cual pasara a ser oficialmente presidente electo de México. Ante dicha sentencia, López Obrador y sus seguidores desconocieron el fallo y durante varios meses instalaron un campamento permanente impidiendo el tránsito vehicular en su totalidad por el Paseo de la Reforma, una de las principales avenidas de la capital.


Campamento de López Obrador en el Zócalo


Detalle del campamento de López Obrador frente a la Catedral


Además, frente al Palacio Nacional se había instalado otro campamento referido al conflicto magisterial de Oaxaca, que se iniciara seis meses antes por parte del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, que pedía la mejora de la calidad de las escuelas oaxaqueñas, además de un mejor mantenimiento de las escuelas rurales, agrupando a ochenta mil maestros. Pero el catorce de junio, bajo las órdenes del gobernador Ulises Ruiz Ortiz, intentando cumplir un compromiso de campaña de no permitir manifestaciones en el Centro Histórico, y tras varios reclamos de comerciantes afectados, se reprimió con gases lacrimógenos y balas de goma. Ante la violencia de la mayoría de los agentes de las fuerzas estatales, los maestros respondieron con piedras y palos forzando la retirada de los policías. Ese hecho desató una ola de protestas dentro y fuera del estado de Oaxaca en contra de la fuerza pública para acallar manifestaciones sociales, y los maestros pidieron la dimisióin del gobernador, quien ya había sido cuestionado dos años atrás por una elección no muy transparente y actos de violencia con el asesinato del Profesor Serafín en la región de la Cañada. Habiendo fracasado las negociaciones tendientes a la normalización de la situación, el movimiento se radicalizó sumándose diversas organizaciones sociales, políticas y populares que en conjunto formaron la APPO (Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca), que recibiera el apoyo del Subcomandante Marcos. La APPO, además de encabezar marchas, había tomado varias oficinas del gobierno, vehículos oficiales, estaciones de radio estatales y privadas e incluso, carreteras. Después de varios enfrentamientos que dejaran un saldo de varios muertos y desaparecidos, los explosivos colocados en diferentes puntos de la ciudad de México fueron asumidos por la Coordinación Revolucionaria, que aglutinaba a cinco grupos guerrilleros que demandaban la salida del gobernador oaxaqueño y de las fuerzas federales de ocupación, la presencia inmediata de los desaparecidos y presos políticos en Atenco y Oaxaca, y el castigo para los responsables intelectuales y materiales de las torturas, violaciones y abusos sexuales contra los activistas de los distintos movimientos sociales del país.


Carpas de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca frente al Palacio Nacional


Hacia el oeste del Zócalo, antiguos edificios convertidos en hoteles y centros comerciales


Me acerqué a los esqueletos y me puse a conversar con la gente que se paraba a observarlos, pidiéndoles más detalles sobre la festividad, ya que a pesar de ser un tema morboso, se llevaba a cabo alegremente. Y así como en España y demás países católicos se iba al cementerio, en México se hacían ofrendas de alimentos y bebidas para agasajar a los fallecidos. Se los servía cumpliendo con las preferencias del difunto y si no los consumía, se le quitaban el día dos por la noche, ingiriéndolos sus allegados.
¡No podían creer que en la Argentina no se hiciera algo similar!, y que ya hasta los puestos de flores estuvieran desapareciendo de la puerta de los cementerios porque casi nadie concurría ni siquiera en las fechas en que tradicionalmente se hacía una visita. Que cuando yo era chica eran feriados los días primero y dos de noviembre, pero que posteriormente habían pasado a ser días comunes y corrientes.




Esqueletos de vivos colores en el Zócalo durante la Semana de los Muertos


El martes 7 muy temprano me pasó a buscar el chofer de la UNAM para trasladarme hasta el Instituto de Geografía en el campus universitario. Y si bien viajábamos en sentido contrario al tránsito, tardamos una hora y media en llegar.


Eje Central Lázaro Cárdenas


En camino hacia el campus de la Universidad Nacional de México


Jardines del Campus de la UNAM


Edificio de la Biblioteca de la UNAM


Al llegar al Instituto, recibí una calurosa bienvenida de mis colegas y de sus colaboradores; y nuevamente sorprendida, vi que como en el resto de la ciudad, tenían un altarcito en homenaje a todos los investigadores fallecidos. Ellos me comentaron que no dependía del nivel de instrucción ni de la clase social sino que se trataba de una manifestación cultural muy fuerte que también se había extendido a otros países de Centroamérica.
Y ya siendo las diez de la mañana me dispuse a dar la charla “Geografía del Comercio en las Américas”, ante los estudiantes de la carrera de Geografía.




Anuncio de la charla “Geografía del Comercio en las Américas”


Con Álvaro Sánchez Crispín durante mi presentación
en el salón de actos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM


Almorcé con mis amigos casi a las tres de la tarde; y por la noche, después de asistir a una obra de teatro, fui a cenar con Álvaro López López a un restorán de categoría donde también hacían honor al culto a los muertos.
El lugar estaba dedicado a Sor Juana Inés de la Cruz, y contaba con cuadros y vitrales de destacados artistas mexicanos. Junto con las exquisiteces, música mexicana y una amena charla con Álvaro. Un verdadero placer.



Con “Sor Calavera” y Álvaro López López en la entrada del restorán



Exquisitos platos y hermosos vitrales


Muy buena música mexicana como acompañamiento


Valiosas obras pictóricas decoraban el lugar


Retrato de la Madre Juana Ynes de la Cruz


Con Álvaro antes de retirarnos


Las confiterías reemplazaban diferentes bocadillos por el tradicional “pan de muerto”


Al salir del restorán encontramos más campamentos referidos al conflicto de Oaxaca, en diferentes lugares del Centro Histórico.

No queremos un gobierno tirano - FUERA URO (Ulises Ruiz Ortiz)


Fuimos hasta el Zócalo para ver los principales edificios iluminados y luego nos detuvimos junto al Templo Mayor.

Frente de la Catedral de México


Torre oriental de la Catedral y Cúpula del Sagrario Metropolitano



El Antiguo Ayuntamiento


En la calle Seminario, a un costado de la Catedral, se encontraba una pequeña zona arqueológica donde se podían admirar los restos del Templo Mayor de los aztecas, el edificio más importante de Tenochtitlán. Estaba dedicado a Huitzilopochtli, la principal deidad relacionada con el sol, y Tláloc, dios de la lluvia y de la tierra. En ese espacio sagrado se ubicaban los edificios principales de la antigua ciudad, destruida durante la guerra de Conquista, y erigida nuevamente sobre las ruinas prehispánicas, utilizando las mismas piedras.


El Templo Mayor de los aztecas dedicado a los dioses Tláloc y Huitzilopochtli


Al día siguiente, que lo tenía libre, pasé gran parte de la jornada en Coyoacán. Visité mercados artesanales, la iglesia de San Juan Bautista y la zona de antiguas residencias de la clase alta mexicana.


Marionetas y muñecos en un mercado de Coyoacán


Altar de la iglesia de San Juan Bautista, de estilo churrigueresco



En una zona de antiguas residencias de lujo


Pese a las insistencias de mis colegas para que me pasara a buscar nuevamente el chofer de la UNAM, preferí tomar el metro debido a que tardaba exactamente la mitad del tiempo, y para mí, dormir media hora más a la mañana, siempre había sido fundamental. Ellos adujeron que era complicado el viaje en ese medio porque existía la posibilidad de que alguien me faltara el respeto de alguna manera, a lo que yo contesté que en ese caso, armaría un escándalo y le daría un carterazo a quien se atreviera, lo que evidentemente no era costumbre en esa sociedad.
Así que el jueves 9 por la mañana salí del hotel y yendo hacia la estación del metro, al costado de la Catedral, encontré a un manosanta que estaba haciendo su trabajo con una mujer, mientras había una larga fila en espera. Sinceramente me causó mucha gracia, porque recordé la parodia que hacía el cómico Alberto Olmedo; sin embargo allí era todo muy serio, y a pesar de mi postura, la situación merecía respeto. Si bien en Argentina también los había, nunca podría haberlos imaginado en la puerta de ninguna iglesia, y mucho menos junto a la catedral de Buenos Aires.



Un manosanta de verdad


En el metro había uno o dos vagones destinados sólo a mujeres, pero estaban repletos, por lo que subí a uno de los generales. Y pude observar, que en más de una oportunidad ciertos hombres antes de bajar pasaban su mano por las nalgas de mujeres de cualquier edad. Sin embargo, y a pesar de estar algunas de ellas acompañadas, ¡nadie decía nada! Lo peor de todo fue que cuando yo hice comentarios en voz alta, las mujeres de mi alrededor acusaron a las víctimas de ser muy provocativas. Y esas acciones se incrementaron en las últimas estaciones donde prácticamente quedaban en el vagón inocentes jovencitas munidas de libros que se dirigían a la UNAM. Eso no era común en el subte de Buenos Aires, y si muy esporádicamente podía suceder, se armaba flor de escándalo.
Por otra parte, los letreros que indicaban las estaciones, además de palabras tenían símbolos, debido al elevado número de analfabetos. Algo similar ocurría en las estaciones de la línea A del subte de Buenos Aires, que junto con el nombre en letras, tenían una guarda de diferente color que las individualizaban; pero eso se había hecho cuando se construyó, en 1913, momento en el cual gran parte de la población era inmigrante y hablaba otras lenguas.


Símbolos que marcaban las estaciones en el metro


Me bajé en la última estación, ya dentro del campus de la UNAM. Y caminando en busca del Instituto de Geografía, me topé varias veces con afloramientos basálticos sobre los cuales fue construida la Universidad. Ese emplazamiento había tenido lugar en medio de un océano de lava conocido como El Pedregal de San Ángel, atribuído a la erupción del volcán Xitle. El lugar, ubicado al sur del valle de México, había sido considerado como agreste e inaccesible, incluso en la época de los aztecas en que se enviaba allí a los condenados con el fin de que murieran mordidos por las víboras de cascabel que abundaban por doquier. Sin embargo, había llamado la atención de muchos viajeros y exploradores célebres como Alexander von Humboldt, por tratarse de un ecosistema de alto valor geomorfológico y biológico. Pero fue Diego Rivera quien a mediados del siglo XX, incentivara la urbanización del lugar respetando las características naturales del sitio.


Afloramientos basálticos sobre las que estaba construido el campus de la UNAM


En camino al Instituto de Geografía


Edificio del Instituto de Geografía de la UNAM


Anuncio de mi charla sobre
“Impacto geográfico de la localización de actividades económicas en la Cuenca del Plata”
en la cartelera del Instituto de Geografía


Y tras dar la charla ““Impacto geográfico de la localización de actividades económicas en la Cuenca del Plata” en el auditorio del Instituto de Geografía, ante la presencia de mis colegas, fui a almorzar y dar un paseo con José Luis Palacio Prieto, quien en ese momento era Vicepresidente de la Unión Geográfica Internacional.


José Luis Palacio Prieto


Finalizadas las actividades académicas continué deambulando por la ciudad y en diversos sitios se encontraba la imagen de una calavera con una enorme capelina. Y ante mis preguntas, me comentaron que se trataba de la Catrina, cuya versión original era un grabado en metal del caricaturista José Guadalupe Posada, que la había bautizado con el nombre de “Calavera Garbancera”. “Garbancera”era la palabra con la que se conocía a las personas que vendían garbanza y que teniendo sangre indígena pretendían ser europeas, renegando de su propia etnia, herencia y cultura. Pero Diego Rivera la había popularizado en su mural “Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central”, llamándola la Catrina.
Si bien el Día de los Muertos había sido el dos de noviembre, durante toda la semana continuaba la festividad, que sin duda, se había convertido en una atracción más de ese multifacético país.