martes, 24 de septiembre de 2019

Semana Santa en Victoria y Rosario


  
En la Semana Santa del 2008, fuimos a descansar en familia a la localidad de Victoria, en el sudoeste de la provincia de Entre Ríos.
Llegamos casi al mediodía del jueves 20 de marzo, y una vez instalados en un hotelito sencillo, salimos a caminar. La ciudad se presentaba tranquila, por lo menos para quienes llegábamos desde Buenos Aires, ya que su población apenas superaba los treinta y cinco mil habitantes.

Tranquila calle próxima al Centro de Victoria


La plaza central era sencilla pero muy limpia y cuidada. En el sector central estaba los monumentos al General San Martín y a la Madre.


Plaza central de Victoria con los monumentos al General San Martín y a la Madre


Si bien la ciudad se caracterizaba por predominar bajas casonas, ya habían comenzado a aparecer algunos edificios de cierta altura, que, para mi gusto, eran elefantes blancos.
Y justo a las doce, los negocios comenzaron a cerrar y el tránsito a disminuir rápidamente, así que nos refugiamos en una especie de quincho y degustamos una espectacular carne asada. Y, después de almorzar, como era de esperar, la ciudad se vació totalmente, ¡todos se fueron a dormir la siesta! Así que imitamos a los locales, y recién volvimos a las calles cuando bajó el sol.



Viejas casonas y nuevos edificios


A la mañana siguiente dormimos hasta tarde, y luego salimos a la ruta provincial número once, desde donde pudimos ver algunas áreas de producción rural, como colmenares y gran cantidad de ganado vacuno. Esa vía había sido siempre el único vínculo con una ciudad relativamente grande, Paraná, capital de la Provincia, a 118 km al NNW.


Estrecha ruta provincial número 11



A la vera de esa ruta, y sobre una de las siete colinas de la ciudad de Victoria, se encontraba la Abadía Benedictina del Niño Dios, que contaba con más de cuatrocientas hectáreas de bosques y jardines. Había sido fundada por monjes benedictinos llegados de Francia en 1899.



Interior de la Abadía Benedictina de Victoria



Era de gran importancia para la ciudad, no sólo como lugar histórico, sino también como fuente de ingresos económicos derivados del turismo. En la abadía se realizaban retiros espirituales, y, además, los monjes producían su propia línea de productos comestibles como quesos, dulces, miel, licores y cerveza.


Abadía Benedictina del Niño Dios


Esa noche de Viernes Santo se iba a realizar una procesión de antorchas, pero mi madre y yo, cometimos la herejía de optar por ir al casino. Y como toda vez que concurrimos a algún lugar por el estilo, ganamos poca plata o perdemos poca plata, porque nunca llevamos demasiado. Así que cuando juntamos unas cuantas fichas, decidimos retirarnos antes de que nos cambiara la suerte. Y ese dinero nos alcanzó para pagar un almuerzo y comprar algunos regalos para el resto de la familia.
Todos los habitantes de Victoria hablaban permanentemente sobre los cambios que les habían producido el puente que los conectaba a Rosario, inaugurado en 2003, y la instalación del casino, que databa de 2005. Muchos de ellos destacaban los beneficios que ambos les habían significado, pero otro grupo no menos importante, tomaba a ambos como factores totalmente negativos.
Habían permanecido absolutamente aislados de una ciudad como Rosario, que en línea recta distaba menos de sesenta kilómetros, pero que, por los brazos del río en la zona del pre-delta, no les era factible atravesar. Y eso les había permitido llevar una vida pueblerina donde todos se conocían y no había prácticamente delitos. Pero tampoco había posibilidades de estudio y trabajo para los más jóvenes que terminaban migrando a centros urbanos de mayor jerarquía, por lo que ese sector de la sociedad consideraba una gran oportunidad poder ir y venir a estudiar o trabajar en Rosario, utilizando a Victoria como ciudad dormitorio. Pero la gente mayor sentía que todo se le iba de las manos, y afirmaban que el ingreso permanente de rosarinos que llegaban en busca del casino, les había aportado también una cuota de delincuencia. Por otra parte, los hoteleros y comerciantes dedicados a la venta de servicios y productos a los turistas, nunca se habían visto más beneficiados; mientras que quienes sólo se vinculaban con el mercado local, se lamentaban de que las mujeres gastaran sus excedentes en el casino y no en prendas, bijouterie o cosméticos, como lo habían hecho en otros tiempos.


Ingreso a la conexión vial que unía a Victoria con Rosario



El puente que unía Victoria, en la provincia de Entre Ríos con Rosario, en la provincia de Santa Fe, formaba parte de la red vial de accesos, cuya traza se encontraba sobre la ruta nacional número ciento setenta y cuatro, a lo largo de sesenta kilómetros.


Zona de bañados a poco de salir de Victoria


En realidad, se trataba de doce puentes menores que partían desde Victoria, que atravesaban las islas pre-deltaicas, más uno principal que llegaba a la localidad de Granadero Baigorria, al norte de la ciudad de Rosario. El conjunto recibía el nombre de Conexión Vial Rosario-Victoria. El tramo oriental de la obra, junto a Victoria correspondía a una carretera de un solo carril por sentido, mientras que el occidental, de acceso a la ciudad de Rosario, era una autopista de dos carriles por sentido de circulación.



Brazos del área pre-deltaica del Paraná frente a Victoria



Mientras cruzábamos las islas podíamos ver el predominio de pasturas características de un clima templado húmedo, como era el de toda la región pampeana, pero con una selva en galería, producto de las semillas que el Paraná arrastraba desde sus nacientes en Brasil, para depositarlas en las fértiles tierras de su desembocadura. Y era así como crecían las mismas variedades que en el norte, donde los climas eran tropical y subtropical, pero con menor desarrollo a causa de condiciones no tan favorables.
Por otra parte, ya a lo lejos se visualizaban los edificios rosarinos que contrastaban totalmente con las casas bajas de Victoria.



Selva en galería y edificios de Rosario a la distancia



Y ya llegando al brazo principal del río, se podía ver con mayor nitidez la selva en galería en la margen izquierda, mientras que la urbanización de la margen derecha se encontraba sobre una zona de barrancas. Contrariamente, en el curso superior del Paraná, hasta la latitud de la ciudad de Santa Fe, las barrancas estaban en la margen derecha, y la zona baja, en la izquierda. Por esa razón las ciudades de Posadas, Corrientes y Paraná se encontraban edificadas en terrenos relativamente elevados, mientras que Encarnación del Paraguay, Resistencia y Santa Fe, estaban asentadas en tierras bajas sumamente inundables.

Brazo principal del río Paraná frente a la ciudad de Rosario



Desde el puente principal, se podía ver el color del Paraná, marrón rojizo, producto de la gran cantidad de sedimentos que llevaba en suspensión.



Vista del Paraná desde el puente principal Nuestra Señora del Rosario


Al arribar a Rosario, prontamente fuimos al Monumento a la Bandera ya que era horario de ascenso al mirador de la Torre. Y desde allí pudimos tener una vista panorámica del resto del complejo viendo en primer plano el Propileo Triunfal de la Patria, en el centro el Pasaje Juramento, a la izquierda la Catedral y a la derecha el Palacio Municipal en su parte posterior.



Monumento a la Bandera desde el mirador de la Torre


Entusiasmada por la hermosa vista y la diafanidad del día, comencé a tomar fotografías hacia todos los puntos cardinales. Y girando hacia el norte, pude ver a lo lejos, el puente principal Rosario-Victoria, que acabábamos de cruzar.


Vista de Rosario hacia el norte


Hacia el sur, estaban los parques y la Torre Aqualina en construcción, ubicada en la esquina de San Luis y Leandro N. Alem. Este edificio, de ciento veintisiete metros de altura y cuarenta pisos de departamentos, era en ese momento el más alto de Rosario y el más alto de la Argentina fuera de Buenos Aires. En el diseño y estudios previos, se tomaron serios recaudos en cuanto a la resistencia a los vientos, considerando las tormentas que se producían en la zona con una recurrencia de cincuenta años; sin embargo no ocurrió lo mismo respecto a un posible movimiento sísmico, ya que si bien la frecuencia e intensidad eran muy bajas, el hecho era que en 1888 se había producido el terremoto del río de la Plata, habiendo tenido un antecedente previo en 1848 y nuevos movimientos en 1988 y 1990, aunque mucho menores.

Torre Aqualina, que en 2008 estaba en construcción



Mirando al sudeste, se veía la zona parquizada de la avenida ribereña, el Paraná y a lo lejos las islas.


La bandera argentina flameando a orillas del Paraná


Y cerrando el círculo en 360º hacia el este, pudimos ver de frente el Paraná, que en los puertos rosarinos tenían el límite para las embarcaciones de mayor porte, pudiendo continuar aguas arriba sólo los que cargaban menos de mil quinientas toneladas.




Brazo principal del Paraná desde el mirador


La Hidrovía Paraná-Paraguay, estructurada a lo largo de casi tres mil quinientos kilómetros desde el río de la Plata, límite entre Argentina y Uruguay, hasta Puerto Cáceres en el estado de Mato Grosso, Brasil, constituía la principal vía fluvial que proporcionaba una salida al océano a ciudades del interior de Argentina y Paraguay. El mantenimiento del dragado se realizaba a través del cobro de peaje en relación con la tonelada de registro neto. La profundidad de la hidrovía era de 10,5 metros hasta Rosario (kilómetro 416), y de 7,5 metros hasta Santa Fe, (kilómetro 580).



Buques de gran porte llegando a los puertos rosarinos


Bajamos del Mirador y fotografiamos la escultura en homenaje a Manuel Belgrano que se encontraba en la parte inferior del Monumento a la Bandera.

Manuel Belgrano en el Monumento a la Bandera


Almorzamos en un restorán cercano, atendido por sus dueños, que eran de origen asturiano, denominado “La Marina”, donde además de gran variedad y calidad de platos, los precios eran muy accesibles.
Y después de comer, mientras los rosarinos se abocaban a dormir la siesta, salimos a hacer una lenta caminata cercana a la ribera, pasando por algunos arroyitos donde estaban amarradas pequeñas lanchas y veleros.

Pequeño arroyito con desembocadura en el Paraná


Pero lamentablemente, lejos de ser cristalinas, las aguas estaban contaminadas por ser la descarga de los efluentes de la ciudad.

Botes con motor de quienes tenían una economía de subsistencia


No podíamos irnos de Rosario sin dar un paseo por el Parque de la Independencia. Pero como estábamos bastante cansados y cortos de tiempo, lo hicimos a bordo de un taxi.



Lago del Parque de la Independencia



El Parque contaba con cinco sectores principales. La plaza del laguito y un mirador que se denominaba la montaña. Era uno de los sectores más visitados por la posibilidad de pasear en bote y ver la fuente de aguas danzantes. El resto estaba dividido en otros cuatro que representaban a las principales comunidades europeas que formaron la ciudad. Esos estaban conformados por el Jardín Francés, semejante a los de los palacios y edificios más destacados de París; el Británico, integrado por importantes instituciones que identificaban a la comunidad inglesa de principios del siglo XX, el club Newell’s Old Boys y el Hipódromo; el Español representado a través de un precioso paseo rosedal que formaba la Plaza Española, con una fuente de cerámicos donados por la Corona Española; y el Italiano, que se identifica por la figura del gran libertador Giuseppe Garibaldi. El parque también contaba con un centro de convenciones, museos y otros clubes de fútbol.
Y con el mismo taxi nos dirigimos a la terminal de ómnibus para regresar así a Victoria.

El Parque de la Independencia al caer la tarde



En la mañana del domingo fuimos caminando hacia la Iglesia Catedral que estaba a pocas cuadras desde el hotel. Sin embargo, tardamos bastante en recorrerlas porque nos parábamos en cada casa o edificio institucional a observar las rejas de las ventanas. Y era que a Victoria se la conocía como “la ciudad de las rejas”, y no era por la inseguridad, ya que todavía la mayoría de las casas permanecían con las puertas abiertas, sino por una cuestión de modas de sus primeros habitantes, a quienes gustó decorar los frentes con esa ornamentación.
En Argentina no existía un patrimonio de rejas tan grande y vasto como el que poseía Victoria donde se fabricaban desde 1848. Y esto se debió por una parte al estilo colonial de los españoles, sumado a la radicación de herreros italianos quienes fueron incorporando nuevos diseños de vanguardia, pasando a ser no sólo italianas sino también de estilo francés, alemán y vasco.


Reja de una casa de familia de Victoria



Victoria era una especie de exposición artística permanente donde se exhibían elementos decorativos de distintas épocas y estilos. Los maestros de la herrería habían dejado su arte a la vista de todos, y eso sólo merecía conocer la ciudad. Las líneas arquitectónicas iban desde las más simples, horizontales y verticales de corte ibérico de Castilla y su zona de influencia, hasta las renacentistas cuyas rejas, vitraux y otros ornamentos mostraban una época en que el lujo era moneda corriente ya  que el trigo valía como el oro. Por esa razón las primeras rejas más complejas, hechas con hierro achatado, llegaron primero a las grandes estancias, y luego a las calles de las ciudades entrerrianas, siendo Victoria la más destacada de todas.


Simple pero tan bonita como todas las rejas de Victoria


Y como por mirar rejas se nos había pasado el tiempo, entramos a la iglesia apresuradamente para escuchar la misa de Pascuas. Y allí, ese día, mi hijo Martín tomó su segunda comunión.



Una de las torres de la Catedral



Recién al salir, reparamos en la arquitectura del templo, que era una pequeña joya arquitectónica. Tenía características del arte romántico del Medioevo, torres macizas, sólidas, con dos pequeñas ventanas ojivales perforadas, y un rosetón que imitaba al vitral clásico y simbolizaba el naciente de toda iglesia cristiana.

Frente de la Iglesia Catedral de Victoria


Anduvimos dando vueltas por la plaza como era la costumbre de todos los habitantes del lugar, aunque ahora se encontraban con un montón de gente que ya no conocían y eso, era una de las tantas cosas que no les gustaban de la fácil conexión con Rosario y el crecimiento del turismo.

 

Mi mamá y mi hijo Martín en la plaza de Victoria



Y como en toda ciudad hispanoamericana, además de la iglesia, frente a la plaza se encontraban los principales edificios públicos y las entidades de mayor importancia, como la Municipalidad.



Municipalidad de Victoria, frente a la plaza central



Pero pese a que la gente se quejaba de que la ciudad ahora era insegura y que se había convertido en un centro urbano con “mucho ruido”, a pocas cuadras del “Centro”, las calles continuaban siendo de tierra y manteniendo un estilo de vida absolutamente rural.


La periferia de Victoria a pocas cuadras de la plaza central


Y en ese sector, también se conservaban los antiguos caserones y almacenes de campo, que fueron los antecesores de los supermercados, ya que eran de “ramos generales” y se podían conseguir tanto alimentos, como ropa o elementos de ferretería.


Antiguo Almacén de Ramos Generales con vivienda incorporada



Muchos de esos edificios, al no existir agua de red, se proveían a partir de aljibes en sus patios centrales.


Aljibe en el patio de un antiguo caserón


Al hacerse la noche de ese Domingo de Pascuas, la plaza comenzó a colmarse de gente porque la Banda Municipal iba a ofrecer un espectáculo a cielo abierto. Todos los integrantes tenían otros trabajos, como solía ocurrir en la Argentina con la mayoría de los músicos, por mejores que éstos fueran.


Banda Municipal de la ciudad de Victoria


Y por ser la última noche de nuestra estada, recorrimos los puestos de artesanos que se habían instalado en la plaza, y compramos algunos objetos como mates, carteras, monederos, llaveros, y hebillas para el pelo, hechos con cuero de pescado y con mondongo. Todos muy bonitos, y, sobre todo, originales.

Trabajando el cuero de pescado y el mondongo


El lunes 24 de marzo a la mañana, tomamos el micro rumbo a Buenos Aires, pero al llegar a la altura de Gualeguay, nos encontramos con un corte de ruta por el famoso conflicto del campo, que paralizó gran parte de las actividades durante meses.


Corte en la ruta número once a la altura de Gualeguay



Estuvimos detenidos algunas horas, pero como se trataba de una protesta de la Sociedad Rural de Gualeguay, es decir, de un corte realizado por los ricos, al llegar el mediodía, cuando el asado estuvo listo, abandonaron el lugar dando paso a las larguísimas filas que se habían formado.



Corte de ruta por la Sociedad Rural de Gualeguay


La Sociedad Rural en la Argentina, siempre representó a los terratenientes, dueños de las mayores extensiones dedicadas, en su mayoría, a la ganadería vacuna. Y constituían el sector socioeconómico de mayor peso político e históricamente económico del país. Por eso siempre se había dicho que la clase alta argentina tenía olor a bosta. Sin embargo, en los últimos años, debido a los altos precios coyunturales de la soja, no habían tenido reparo en destinar la mayor parte de sus tierras a esa oleaginosa, dejando de lado la producción de carne y leche, con las consiguientes consecuencias para los trabajadores del sector como para los consumidores, además del deterioro ambiental. Y pese a sus pingües ganancias, se estaban resistiendo al pago de mayores impuestos por sus exportaciones.
No obstante, esa era la clase de gente que acusaba de vagos y de quitar el derecho de desplazamiento cuando los pobres cortaban calles o rutas. Y la gendarmería, que a los más necesitados había reprimido siempre sin asco, ¡a estos personajes los protegía!


Uno de los pocos campos con ganado que perduraban en la zona


Cruzamos el puente Zárate-Brazo Largo e ingresamos a la provincia de Buenos Aires. Lo que en otras épocas fueran campos para la cría de ganado lechero o grandes trigales, estaban absolutamente reemplazados por el cultivo de soja. Y esas grandes extensiones verdes, además de deteriorar los suelos, no generaban trabajo rural por estar totalmente mecanizado todo el proceso. Y una de las consecuencias era que los trabajadores rurales con sus familias habían pasado a engrosar los conurbanos más pobres de las principales ciudades.



Río Paraná desde el puente Zárate-Brazo Largo


Ya en la ruta nacional número 9, más conocida como la Panamericana, atravesamos la zona de parques industriales más importante del país.

Planta automotriz de Ford en la ruta Panamericana


Ingresamos a la ciudad de Buenos Aires por el norte y bordeamos el Aeroparque “Jorge Newbery”, desde donde operaban los vuelos de cabotaje.


Aeroparque “Jorge Newbery”, situado entre la vía del ferrocarril y el río de la Plata


Antes de llegar al puerto, encontramos gran cantidad de contenedores esperando ser cargados.



Contenedores que indicaban la proximidad al puerto de Buenos Aires

  
Pasamos por el acceso a una de las terminales del puerto de Buenos Aires, que había perdido peso relativo desde la segunda mitad del siglo XX por el crecimiento de Santos, el puerto de Sao Paulo, y por el desvió del tráfico comercial desde el Atlántico hacia el Pacífico.

Uno de los accesos al puerto de Buenos Aires


Por último, vimos la Casa de la Moneda de la Nación, lugar de emisión de monedas y billetes argentinos.


Casa de la Moneda de la Nación


Y finalmente, aunque con retraso por el corte de ruta, llegamos a destino y nos preparamos para comenzar las actividades de la semana con renovadas energías.






domingo, 22 de septiembre de 2019

Un fin de semana de febrero en Mar del Plata



Como todos los años, un viernes de fines de febrero, debía tomar examen en la Universidad Nacional de Mar del Plata. Y debido a que muchos estudiantes eran del interior de la provincia de Buenos Aires y permanecían en sus casas por alquilar departamentos sólo de marzo a diciembre, y a que los locales conseguían empleos temporarios durante la temporada estival, generalmente se presentaban uno o dos alumnos a la mesa. Y, por lo tanto, quedaba libre rápidamente. Fue por esa razón, que, en el año 2008, decidí viajar con mis hijos Joaquín (23) y Martin (17), y mis nietas Ludmila (6) y Laurita (4).
Salimos a la madrugada de la terminal de ómnibus de Retiro, que estaba repleta, con la empresa El Cóndor y llegamos a Mar del Plata cinco horas después. Desayunamos juntos y mientras yo tomaba los exámenes, mi familia salía a caminar por la ciudad.
Y ya por la tarde, aprovechando un hermoso día de sol, fuimos juntos a la playa Varese, que se encontraba sobre el boulevard Peralta Ramos y la avenida Colón, en una bahía curva, formada por dos largas escolleras de piedra entre el Torreón del Monje y el cabo Corrientes, muy cerca del Centro.
Esta era la famosa playa de los Ingleses que tenía ese nombre debido a una odisea sufrida por un grupo de marinos británicos a mediados del siglo XVII durante la Guerra del Asiento, en que se enfrentaban con el Imperio español. Habían naufragado con la fragata HMS Wager en las proximidades de la isla de Chiloé, pero se las arreglaron para construir una pequeña balandra, la Speedwell, con los restos de la embarcación y con ella doblar el cabo de Hornos. Tras varias peripecias, ocho de ellos fueron abandonados en la playa contigua al cabo Corrientes, terminando dos muertos y otros dos tomados cautivos por los tehuelche, mientras que los demás fueron llevados prisioneros por los españoles a Buenos Aires.
Y si bien, ya para muchos era conocida como Varese, por el nombre de la familia propietaria del hotel Centenario, construido a principios del siglo XX en la ladera de la loma que daba a la playa, la Guerra de Malvinas, terminó de imponer este nuevo apelativo.

Vista parcial de la playa Varese


En este lugar, durante gran parte de la primera mitad del siglo XX, veraneaban los miembros de la clase alta porteña, hasta que, a fines de los años 40, con las vacaciones pagas, el aguinaldo y los hoteles de las obras sociales, pudo también hacerlo gran parte de la sociedad.

Laurita a punto de ingresar al mar en la playa Varese


Martín se divertía chapoteando…


Ludmila y Laurita frente a las olas


Las playas marplatenses tenían la particularidad de disminuir su extensión debido a la fuerte erosión marina, por lo que se habían construido escolleras tipo T de piedra para tratar de contener ese proceso, además del refulado que permitiera recuperar una porción importante de arena.

Espigón de piedras en playa Varese



Fuerte oleaje en la costa atlántica bonaerense


Ludmila chapaleando en la ola


Joaquín con su hijita Ludmila después de salir del mar


Ludmila jugando en la arena


Laurita jugando en la arena


Arena mojada durante la bajamar


Laurita y Ludmila haciendo castillitos con la arena mojada


Y al bajar el sol, rápidamente bajó la temperatura, lo que indicaba el fin de nuestra jornada playera.

Con Ludmila y Laurita al final de la jornada playera


Pero Mar del Plata no era únicamente playa, y por la noche había una gran cantidad de atractivos. Y para los chicos, el barco (terrestre) de la alegría era una buena opción porque con música y personajes recorría un buen sector de la ciudad.

Martín en el barco de la alegría


La música estridente atentaba contra los oídos de Martín


La alegría de la payasa Ludmila


La muy seria payasa Laurita


Ludmila se animó a cantar con micrófono


Ludmila con el Hombre Araña Traje Negro


Ludmila bailando con el Hombre Araña Traje Negro


Martín, Ludmila y Laurita junto al barco de la alegría “El Acantilado”


Ludmila y Laurita con Spider-Man


Típico de la costa bonaerense, el sábado amaneció nublado y con pronóstico de tormenta, y lo que nos salvó fue la existencia de lugares de recreación infantiles bajo techo, previendo estas condiciones meteorológicas.

Y se vino la tormenta…


Joaquín y Martín cuando el viento comenzaba a soplar


Ludmila en un centro de recreación infantil


Expresión de arte en un centro de recreación infantil


Laurita y Ludmila con mariposas pintadas en sus caritas


El domingo el tiempo tampoco nos acompañó, pero, de todos modos, buscando alternativas, logramos pasarla bien, que era lo único importante.