sábado, 24 de junio de 2017

Nació Laurita, ¡y yo en México!


El autobús partió desde el D. F. pasada la medianoche. Era semicama y muy confortable. El camarero estaba por poner una película cómica, ya que había niños en el pasaje, pero todos pidieron una de mucha acción. Una mujer que tenía a mi lado gritaba: -“¡Una de miedo!” Así que me acomodé sobre la ventanilla y me dormí. Bien temprano arribamos a Guadalajara. Luis Felipe me había reservado una habitación en un hotel muy elegante junto con Cristina y Brisa, quienes llegaron en avión.
Como era domingo, Luis Felipe nos invitó a pasar el día en Tlaquepaque, una localidad en el área metropolitana de Guadalajara que se caracteriza por la elaboración de artesanías en papel maché, vidrio, latón, alfarería, hilados, barro, piel y madera.
El pueblo contaba con calles cortadas al tránsito motorizado por donde caminar con tranquilidad pudiendo observar la producción de sus habitantes, y varios centros comerciales para todos los bolsillos. Yo lamentablemente no podía comprar demasiado, no sólo porque los precios eran muy altos para los argentinos en ese momento, sino también por el tamaño, peso y fragilidad de algunas piezas realmente extraordinarias. De todos modos, disfruté mucho del paseo y de la compañía.
Era el 27 de abril de 2003. Habíamos caminado mucho, estábamos cansados y para relajarnos decidimos sentarnos en una mesita de bar en la calle para tomar algo fresco antes de partir. Ese día había elecciones en la Argentina, y si bien no habíamos podido votar, por lo menos queríamos enterarnos de los resultados. Pero los cybers estaban cerrados por ser feriado, cosa insólita en un lugar turístico; así que calculando que en Buenos Aires ya serían las ocho de la noche, llamé por teléfono a mi padre para que me informara.
Mi padre sintéticamente me dio todos los datos disponibles hasta el momento, y acto seguido me dijo: -“La nena está en incubadora”.
- “¡¿Qué nena?!”, pregunté.
-“¡¿Cómo, no sabías que nació Laurita?!
-“Si faltaba un mes y yo hablé anoche y …”.
-“Pero nació a la madrugada.”
¡No lo podía creer! Él me tranquilizó diciéndome que la madre y la nena estaban bien y que mi hijo Joaquín me había enviado un mail contándome que había presenciado el parto…
Yo regresé a la mesa donde estaban mis amigos. Les dije que no me acordaba los resultados de las elecciones pero que había sido abuela por segunda vez. Y brindamos por eso.
En cuanto volvimos a Guadalajara buscamos un cyber abierto y me puse en contacto con todos. Quería volverme esa misma noche porque mi familia está antes que todo, pero me convencieron de que era absurdo porque apenas la madre la podía ver un ratito.

Los dos días que siguieron hicimos las presentaciones académicas que nos habían llevado hasta allí, y continuamos visitando la ciudad, pero mi cabeza estaba en Buenos Aires.

De Mérida al D. F.

  
Entre la ciudad de Mérida y el D.F. había aproximadamente 1450 km por la carretera costera del Golfo de México, lo que implicaba veinticuatro horas de autobús. Ni el estado de la ruta ni las características del vehículo permitían hacer el trayecto en un tiempo menor. Como, entre otras incomodidades, el micro no tenía baño a bordo, se hacían muchas paradas en el camino que también tenían como objetivo comprar comida y subir y bajar pasajeros. Pero pese a todo, me pareció interesante el camino y utilicé ese medio para trasladarme a México Capital.
Como es mi costumbre, pedí ventanilla. Y justo a mi lado se sentó un profesor de Geografía del D. F. que había asistido al EGAL. ¡Genial! No había imaginado poder contar con explicaciones tan precisas sobre la zona rural mexicana.
Habiendo partido muy temprano a la mañana recorrimos la zona de producción de petróleo para llegar en las primeras horas de la tarde a Villahermosa. El calor era agobiante sumado a la humedad ambiente. Y allí debíamos almorzar y podíamos comprar productos elaborados en la región.
Para mi sorpresa, ¡encontré dulce de leche! Que en México se lo elaboraba también en forma de barritas duras y se hacía con leche de cabra, y no de vaca. Pero no se llamaba “dulce de leche”, sino que tenía otro nombre conflictivo para los argentinos. Su nombre era “cajeta”, que para nosotros era la versión grosera de denominar a la vagina.
El campo mexicano estaba bastante poblado. Tal vez sea una apreciación muy parcial, debido a que lo estaba comparando con la Región Pampeana. Pero pude observar un menor tamaño de las explotaciones, menor mecanización y más familias trabajando en los sembrados. Luego se hizo de noche, y arribamos a la Ciudad de México cerca de las ocho de la mañana.
Me alojé en Coyoacán en la casa de José Luis y compartí muy lindos momentos con su mujer y niños.
Coyoacán era un barrio del D. F. que estaba ubicado al sur de la ciudad y era un verdadero centro cultural. Allí se encontraban los principales centros universitarios, colegios, museos, iglesias y casas de gran valor histórico. Era realmente un gran placer caminar por sus calles empedradas y sus plazas y jardines.
Una de las visitas que no había podido realizar en mi viaje anterior a la Ciudad de México era la del Museo Casa de León Trotski, que se encontraba en la finca donde se exilió y fuera asesinado en 1940 por Ramón Mercader, bajo las órdenes de Stalin. Los boletos de ingreso al museo tenían un descuento del cincuenta por ciento para estudiantes, docentes y jubilados. Pero para poder tomar fotografías, cobraban un arancel aparte; así que terminé pagando casi lo mismo que una entrada general.
Yo conocía muchos detalles sobre el tema por haber leído “EL Asesinato de Trotski”, de Julián Gorkin, donde además de relatar los acontecimientos referentes al enfrentamiento entre ambos líderes en Europa, describía pormenorizadamente las características de ese predio. Y me imaginaba una mansión, una verdadera fortaleza. Sin embargo, me encontré con una casa cómoda pero sencilla.
En las salas de ingreso había muestras temporales y una biblioteca pública con las obras del viejo revolucionario. En la vivienda podían visitarse la cocina, el comedor, el baño y el dormitorio donde se visualizaban las marcas de bala del primer atentado fallido a manos del pintor David Alfaro Siqueiros y sus cómplices. Y en el escritorio donde trabajaba Trotski, se mantenía el mapamundi en la pared de su cabecera y se conservaban todos los elementos tal cual como estaban dispuestos en el momento del ataque mortal. En el centro del jardín donde se entretenía alimentando a sus gallinas y conejos, se encontraba un pequeño mausoleo con las urnas que contenían las cenizas de él y de su mujer. Y a un costado había una construcción que aparentaba ser un viejo galpón, donde se exhibían audiovisuales educativos. Allí permanecí un largo rato viendo películas sobre diferentes etapas de la vida de Trotski y de Stalin, así como de la historia de la oscura vida del asesino. En la casa de los guardias se había instalado una pequeña cafetería y un puesto de ventas de libros y souvenirs.
La otra asignatura pendiente era la de conocer el Museo Frida Kahlo, que se encontraba en la Casa Azul, donde la pintora nació y permaneció a lo largo de su vida, a pesar de que mientras estuviera casada con el muralista Diego Rivera, residiera en otros lugares, incluso en el exterior.
La Casa Azul, tal cual sus cuadros, eran un verdadero reflejo de la vida difícil que le tocó vivir a la destacada artista, debido a un accidente sufrido durante su juventud, que la dejó inmovilizada por largo tiempo, le impidiera tener hijos y que al cabo de los años le significara la amputación de su antepierna.
Sus obras mostraban de manera cruel, impactante, las temáticas propuestas.  Y era por eso que cuando los críticos la consideraron surrealista, ella respondió que no lo era, simplemente que pintaba su realidad, su sufrimiento…  Justamente parte de los objetos que se exhibían eran sus muletas, corsés y medicamentos dando cuenta de sus tormentos. También sus exvotos, juguetes, vestidos y joyas, entre ellas un par de aros que le regalara Picasso.
Si bien el estilo de la pintora no era de mi preferencia, siento una profunda admiración tanto por su fuerza ante los obstáculos de la vida, como por su valentía para expresarse en una sociedad y en un momento histórico muy restrictivos para el sexo femenino.
Al caer la tarde la placita de Coyoacán se pobló de gentes y de venta ambulante de artesanías y otros productos. Y también los barcitos con mesitas en las calles se llenaron de clientes que consumían todo tipo de refrescos, en especial alcohólicos. Todo muy agradable, muy coqueto, semejante al ambiente de la placita Serrano en el barrio de Palermo. Y aprovechando la melancolía que esto me produjera, me comuniqué telefónicamente y por chat con varios miembros de mi familia. Todo estaba bien en Buenos Aires, así que me quedé tranquila y continué con mi paseo.
Cené con José Luis y los suyos, y luego me llevó en su camioneta hasta la terminal, desde donde partiría en micro hacia Guadalajara.


jueves, 22 de junio de 2017

Visita a Campeche



Mientras estábamos en Mérida, Luis Felipe organizó una salida a la ciudad histórica y fortificada de San Francisco de Campeche. Así que fuimos con Cristina, Brisa, Irineo Martínez Barragán, Joaquín Bosque y su señora.
Partimos en una camioneta y nos dirigimos hacia el sudoeste hasta llegar al golfo de México, donde se encontraba ubicada la ciudad. Un bonito malecón con un boulevard de palmeras fue el acceso al centro urbano.
Los barrios históricos daban muestras del período colonial, en que por su composición se convirtiera en el principal puerto de la península de Yucatán, desde donde partían importantes cargamentos del llamado palo de Campeche, también conocido como “palo de tinte.” Este producto dio lugar a grandes haciendas. La sal fue otra carga destacada en este puerto, así como su industria de astilleros.



Recova frente a la plaza de Campeche


En Campeche se conservaba la antigua muralla que la rodeaba, así como puertas, fuertes y baterías. Por ser una de las pocas ciudades amuralladas de México, había sido declarada en 1999, Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.


Con Irineo Martínez Barragán, de la Universidad de Guadalajara



Debido a las restricciones que imponía el monopolio español, al prohibir comerciar a sus colonias no sólo con otras naciones, sino también entre ellas, se generaba una situación propicia para las actividades ilegales, particularmente la piratería. Y ninguna de las medidas tomadas pudieron contra esta práctica, sino que por el contrario, contribuyeron a su apogeo entre los siglos XVII y XVIII. En esa época se construyó el fuerte de San Miguel, con el fin de proteger la ciudad de los ataques de los piratas, siendo los más famosos Francis Drake, Henry Morgan, Laurens de Graff, Jean David Nau (alias El Olonés). Laurens de Graff era holandés y había servido al rey de España combatiendo filibusteros, pero tiempo después decidió cambiar de bando, y se dedicó él también a la piratería.

miércoles, 21 de junio de 2017

En Mérida

  
Mérida se encontraba en la península de Yucatán, a nivel del mar, en una zona de elevada temperatura durante todo el año.
Databa de 1542 y fue fundada sobre los vestigios de una ciudad maya. Justamente sobre las piedras de las construcciones mayas fue que los españoles levantaron sus edificios. Y su nombre se debía a la homónima española de donde procedían algunos de los conquistadores.
La ciudad conservaba la arquitectura colonial y a pesar de no superar el millón de habitantes, era la más poblada del sudeste mexicano.
Debido al impulso que le había dado a las actividades culturales, en el año 2000 fue nombrada Capital Americana de la Cultura, siendo la primera en recibir dicho honor.
Podían encontrarse edificios desde los siglos XVII y XVIII en adelante, estando representados diferentes períodos en que la urbe pasó por momentos de bonanza económica. También se mantenían antiguos arcos que pertenecieran a la muralla que protegía a la ciudad de los ataques de los nativos.
Mérida contaba con museos que guardaban piezas de gran valor, así como con la Catedral de San Ildefonso, la más antigua de México y la primera en ser construida en el continente americano. El templo se había consagrado en 1598.
Los yucatecos tenían ciertas diferencias respecto de sus compatriotas de otras regiones, no sólo a partir de su origen maya sino debido al aporte europeo y a la inmigración sirio-libanesa. Los giros idiomáticos les eran propios, así como su fama de pícaros, tercos y brutos. Al punto que se podían oír bromas tal cual en Argentina las hacíamos hacia los vascos y los gallegos.
Durante el EGAL, hubo una especie de exposición de fotografías de frases encontradas en la vía pública, que eran representativas de su idiosincrasia, como por ejemplo:
“El clima en Yucatán es agradable y fresco, lo que pasa es que no se siente por el calor.”
“el cistema de educación puvlica funciona muy vien”
“Orgullosamente Yucaterco”


Y si bien en América Latina supuestamente hablábamos el mismo idioma, evidentemente teníamos grandes diferencias. Y los argentinos encontramos un cartel en un negocio de Mérida, que decía: “Hay pijas de todas las medidas.” Primero le tomamos una fotografía y luego averiguamos de qué se trataba. En México, el sinónimo de “pija” era “tornillo”, mientras que en la región rioplatense era “pene” en su expresión más grosera.

También los yucatecos mostraban cultura propia en la gastronomía. Como en el resto del país estaba presente el maíz en casi todas las recetas, pero allí se combinaban con productos tropicales y frutos del mar. Y sus pimientos eran mucho más fuertes. Al extremo de que el resto de los mexicanos se quejaba de lo picante que estaban las comidas. ¡Imagínense lo que podía pensar yo! Así que debido a eso y al calor intenso, opté por alimentarme a base de frutas.

martes, 20 de junio de 2017

A Mérida por el EGAL

  
En abril de 2003 se hacía en Mérida - México, el IX Encuentro de Geógrafos de América Latina. Pero mis posibilidades de asistir eran prácticamente nulas. No tenía ningún financiamiento y tampoco ahorros personales. La crisis de 2001 con la consecuente devaluación del peso respecto del dólar imposibilitaba por completo salidas al exterior, al margen de no estar aun repuestos ni las instituciones ni los particulares de todas las consecuencias de ese sacudón.
Y dada esa situación no había enviado ninguna ponencia, dado que no está en mí aparecer en un programa del que no vaya a participar. Pero cuando faltaba ya poco para que se venciera el plazo de recepción de presentaciones, me llegó una carta de British Airways, donde decía que, debido al millaje acumulado por mis viajes en años anteriores, el Executive Club me concedía un pasaje gratis a Europa. Al principio no hice caso, dado que no podía viajar a Europa sin llevar dinero para mantenerme allí, pero pasados unos días se me ocurrió llamar y plantear mi necesidad de viajar a México. Del otro lado del teléfono me dijeron que como la aerolínea era miembro de “One World”, podían ofrecerme el vuelo gratis a México por American Airlines hasta Cancún vía Miami, y que además, me sobrarían millas para otra ocasión. ¡Me cayó del cielo!
Debido a la cantidad de argentinos que emigraban para ese entonces, EEUU había comenzado a exigir visa para entrar a su territorio. Debían depositarse cien dólares en el Citibank, hacer el trámite y luego esperar si estaba o no aprobado. Y en caso de rechazo, no devolvían el dinero. No tenía ningún sentido. Pero era factible llegar a Miami y estando en tránsito sin visa, quedar encerrada en una sala hasta la partida del otro avión, con lo que estuve de acuerdo.
El vuelo partió a las nueve de la noche de Ezeiza. Yo ya había hecho otros viajes por American y si bien los aviones eran nuevos, la ruta y el servicio no habían sido de mi agrado. A poco más de una hora del despegue comencé a sentir olor a fritanga. Estaban calentando las hamburguesas estilo Mc Donald’s, que con guarnición y una manzanita, ofrecían en una “cajita feliz”. En otras oportunidades me había limitado a comer sólo la fruta y listo. Pero justo ese día era viernes santo, por lo tanto, no solamente protestamos quienes detestamos la comida chatarra, sino casi todo el pasaje ya que no había otra opción que no tuviera carne roja. El revuelo fue enorme y las azafatas contestaban de mala manera como era habitual en esa empresa. Y todo se terminó cuando la turbulencia envió a todos a sus asientos, y a nadie le quedaron ganas de comer. American cruzaba en forma directa el Amazonas y generalmente los vuelos solían ser bastante movidos.
Cuando me desperté ya estábamos sobre la Florida y aterrizamos sin dificultades. Pero al descender, a los siete pasajeros que debíamos hacer conexión y no teníamos visa, nos rodearon varios custodios y nos llevaron por pasillos laberínticos a una salita totalmente cerrada donde solamente había un televisor. Debíamos permanecer allí algo más de dos horas y al pedir pasar por el baño, nos acompañaron de a dos guardias por cada uno de nosotros. A mí no me preocupó. Prefería eso y no regalarles cien dólares, pero algunos se sentían muy mal y dos mujeres no podían parar de llorar.
El tramo a Cancún fue muy bueno, nos acompañó el buen tiempo y pude tomar muchas fotos. Pero al llegar, tal vez porque llevaba tubos con mapas y varios libros para intercambiar, el agente del aeropuerto me hizo mil preguntas sugiriendo que me iba a instalar en México. Eso me irritó bastante y le dije que, por ser descendiente de italianos, en caso de emigrar, tenía la posibilidad de hacerlo hacia Europa. Lo que surtió efecto porque inmediatamente me dejó pasar.
 Tomé un taxi y me alojé en un hostel en el sector viejo de la ciudad. Y una vez que descargué los bultos, salí a caminar.
La zona del corredor de alojamientos de lujo me pareció bastante insípida por lo que fui directamente a la costa. Si bien parecería que los hoteles tuvieran playa propia, en realidad eran públicas ya que podía llegarse a ellas por entremedio de cada edificio. Las arenas eran blancas y muy finitas, tanto que se tenía la sensación de que fueran talco. Las aguas, transparentes y la temperatura muy agradable. Pero los turistas, en general, muy superficiales y soberbios. Un ambiente social similar al de Miami Beach. Puro efecto mostración.
Todo muy caro, aunque la calidad no estuviera acorde con los precios. Debido a la elevada temperatura gasté un dineral en refrescos, ¡y cuatro dólares en un heladito! La cena la tuve en una especie de rancho mexicano donde pedí comida típica, pero con salsa de guacamole sin picante.
Muy cansada volví a la habitación del hostel donde había seis cuchetas. Si bien era sector de mujeres, en la cama de al lado había una pareja en plena actividad. No tenía recursos para pagar por algo mejor, así que tal como me dijeron una vez en Inglaterra, pensé: “Mientras no fumen…, todo es tolerable; puedo mirar para otro lado”. Y me dormí.
Al día siguiente era 20 de abril, 30mo aniversario de Cancún y coincidía con el domingo de Pascua. A la mañana hubo un acto protocolar con banda de música y palabras alusivas y durante todo el día cantos y bailes.
Mientras recorría el lugar recordé el diálogo entre Leandro y Crispín en “Los Intereses Creados”, de Jacinto Benavente, que decía así:
Leandro: Gran ciudad ha de ser ésta, Crispín; en todo se advierte su señorío y riqueza.
Crispín: Dos ciudades hay. ¡Quiera el Cielo que en la mejor hayamos dado!
Leandro: ¿Dos ciudades, dices, Crispín? Ya entiendo, antigua y nueva, una de cada parte del río.
Crispín: ¿Qué importa el río ni la vejez ni la novedad? Digo dos ciudades como en toda ciudad del mundo: una para el que llega con dinero, y otra para el que llega como nosotros.

Y visité ambas ciudades, la turística y la otra. La habitada por quienes trabajaban en el lugar. La diferencia era abismal, tanto en precios como en comportamientos.  Mientras en las playas las turistas toman sol casi desnudas, en la otra Cancún se conservaban tradiciones de otro momento histórico.
Fui a la misa pascual. Había muchísimos bautismos, y para mi sorpresa los niños estaban vestidos con atuendos similares a los que usaba el Papa. Comencé a tomar fotos casi horrorizada, ya que yo lo veía casi como un disfraz además de que tuvieran que soportar los casi 30ºC que hacían en ese momento con semejante vestimenta. Y como estaba con mi cámara Minolta profesional, muchos padres creyeron que era una fotógrafa del evento y me querían contratar.
Al mediodía comí sola en una pollería de comidas rápidas por lo que me vino la angustia de estar sin mi familia en un domingo de Pascuas.
A la tarde fui a Playa del Carmen. Me gustó mucho. Me pareció más real y con un público menos fashion. Había más familias y gente más mezclada. Tomé refrescos en la playa y disfruté de espectáculos de música tropical en escenarios montados sobre la costa. Muchos salían a bailar de manera más auténtica.
El lunes a primera hora de la mañana estaba tomando un micro de línea que me llevaría hasta Mérida. Allí Luis Felipe Cabrales me había reservado una habitación en un hotelito muy coqueto donde me alojaría con Cristina Carballo y Brisa Varela.
El EGAL se realizaba en los salones de un importante hotel y allí me recibieron Álvaro Sánchez y José Luis Palacio a quienes había conocido en eventos realizados años anteriores en otros países. Ellos nos facilitaron las cosas ya que permitieron que los argentinos pagáramos como estudiantes, además de muchas otras atenciones, dada nuestra situación financiera catastrófica.
Allí me encontré con muchos de mis colegas y amigos a los que solía ver de cuando en cuando en ese tipo de reuniones. Pero entre la exposición de mi ponencia, la asistencia a muchas otras presentaciones y las reuniones de la Unión Geográfica de América Latina, no me quedó demasiado tiempo para hacer todas las salidas que hubiera querido.

lunes, 19 de junio de 2017

En San Clemente del Tuyú



En enero de 2003 fui a pasar unos días de vacaciones a San Clemente del Tuyú con mis hijos Martín y Joaquín, y mi nietita Ludmila de sólo once meses.
Nos ubicamos en un departamentito a una cuadra del muelle de pescadores, tal como me lo había pedido Joaco. Él compartía con nosotros algunos momentos de playa, pero gran parte del día y de la noche se iba a pescar.
Así que tanto Joaco como Martín y la beba, se lo pasaron comiendo corvinas almuerzo y cena, absolutamente todos los días. Menos mal que se me había ocurrido llevar un recetario para variarles el menú, aunque más no fuera, en la forma de preparación. Pero como a mí no me gusta nada que salga del mar, tenía que salir a comprarme alguna carne alternativa.

Ludmila, de sólo once meses


Ludmila descubriendo conchillas en la playa de San Clemente


San Clemente, si bien era una pequeña población durante todo el invierno, en el verano se cargaba de turistas debido a la gran superficie de arena y a que sus aguas eran relativamente menos frías que otra de la costa bonaerense.
Y si bien era un lugar bastante tranquilo, tal como sucedía en otros centros de veraneo, la mayor parte de la gente salía a “dar la vuelta al perro” caminando o en el auto, concentradamente en la calle principal, al bajar el sol de regreso de la playa. A mí eso me asustaba porque en ese entonces Martín (11) le tenía mucho miedo a los perros, y corría el riesgo de salir corriendo, pero cochecito en mano, hacía un gran esfuerzo para superarlo con el fin de cuidar a Ludmila.
Muy cerca de San Clemente se encontraba el parque Mundo Marino, donde una tarde concurrimos para poder observar tanto ejemplares de la fauna marina, como espectáculos destinados a los niños. Y si bien la presentación de la orca fue, sin duda, lo más impactante, a Martín lo que más le gustó fue el show de los delfines.

Martín en Mundo Marino


Martín en un puentecito colgante


Al cabo de unos días, tanto por variar un poco la rutina playera como por curiosidad personal, fui con Martín y Ludmila al parque Bahía Aventura, a pocos kilómetros del lugar, donde se encontraba el faro San Antonio sobre el cabo del mismo nombre, en la punta Rasa, límite sur de la desembocadura del río de la Plata en el océano Atlántico. El origen del topónimo procedía de la expedición de Hernando de Magallanes en el siglo XVI, ya que el cabo fuera descubierto por la nave capitana “San Antonio”.
Primeramente, deambulamos por el Parque y nos internamos en un bosque que nos protegió de los fuertes rayos solares, para después dirigirnos hacia el imponente faro.

Martín llevando a Ludmila en el cochecito en el parque Bahía Aventura


Añoso bosque permanentemente forestado


No había salida de Martín sin pochoclos


En uno de los muros había una placa y un mapa como referencia a los límites establecidos por el Tratado del Río de la Plata, firmado en el año 1973.


COMISIÓN ADMINISTRADORA DEL RÍO DE LA PLATA
LÍNEA PUNTA DEL ESTE – PUNTA RASA (CABO SAN ANTONIO)
HITO TESTIGO – PUNTA RASA
TRATADO DEL RÍO DE LA PLATA Y SU FRENTE MARÍTIMO


Mirador del cabo San Antonio


Durante la visita guiada nos dieron detalles de las características e historia del faro de San Antonio, que había sido habilitado por la Armada Argentina en 1892.
Su estructura constaba de una torre metálica tipo trípode o tronco piramidal, a rayas horizontales negras y blancas, teniendo una altura de cincuenta y ocho metros; y tenía una potencia de novecientas candelas, con alcance luminoso de nueve millas. Nos comentaron que no solía repetirse el diseño de los faros de todo el mundo; y que los casos excepcionales se encontraban en costas muy alejadas unas de otras, para que no pudiera existir confusión por parte de los navegantes.
Y si bien había una escalera caracol de doscientos treinta y nueve escalones para ascender, habían incorporado un elevador externo para doce personas, por lo que pude llegar a lo más alto del faro, y desde un mirador de cristal, apreciar la bahía de Samborombón, la punta Rasa, el arroyo San Clemente, y la costa de marismas.

Parte superior del faro de San Antonio


Faro de San Antonio en su base


La desembocadura del río de la Plata en el océano Atlántico desde el faro San Antonio


Punta Rasa en el cabo San Antonio, límite sur de la desembocadura del río de la Plata


La margen sur del río de la Plata, próxima a su desembocadura, se caracterizaba por la formación de marismas. Una marisma es un ecosistema húmedo con plantas herbáceas que crecen en el agua, que puede ser tanto salada como dulce, y en este caso, era salobre, debido a las ingresiones permanentes del mar sobre el río.
Las marismas son muy importantes para la vida salvaje siendo uno de los hábitats preferidos para la vida tanto de diminutas algas planctónicas como de variada fauna, fundamentalmente de aves. En el parque Bahía Aventura protegían los humedales por considerarlos lugar de recepción de las aves que venían desde el hemisferio norte.
Dentro de los ecosistemas de las playas, dunas costeras y marismas, se encontraban diversas comunidades vegetales adaptadas a esos ambientes que sufrían continuos cambios como inundaciones por mareas, desecaciones, temperaturas elevadas en veranos, alta salinidad, fuertes vientos, y continuas y fuertes ráfagas de arena. Y allí, además de la gran diversidad de aves, abundaban los cangrejales, reptiles como la yarará o víbora de la Cruz, y mamíferos como gatos monteses, zorros grises, hurones, comadrejas, cuises, y tucu-tucus.

Marismas del cabo San Antonio


Agua salobre en las marismas del cabo San Antonio


Un gran meandro de uno de los afluentes del arroyo San Clemente


Marisma en la desembocadura de uno de los tantos arroyuelos


Diversidad de aves, reptiles y mamíferos en las marismas del río de la Plata


Vista panorámica de la bahía de Samborombón


El camino hacia San Clemente desde el faro San Antonio


El cabo San Antonio y las playas de San Clemente eran equivalentes desde el punto de vista hidrográfico, a Punta del Este, en la margen norte del río de la Plata. En dicha ciudad balnearia uruguaya, también las aguas dulces y saladas se confundían permanentemente según las crecidas del río, las mareas y el sistema de vientos.

sábado, 17 de junio de 2017

A Neuquén por las Jornadas Nacionales sobre La Región

  
La noche del 19 de noviembre de 2002, Omar y yo subimos en la terminal de ómnibus de Retiro a un coche cama rumbo a la ciudad de Neuquén. Sirvieron la cena, y mientras pasaban una película me dormí profundamente. Cuando me desperté, ya estábamos en la ciudad rionegrina de Cipolletti, justo enfrente, río Neuquén de por medio, de nuestro destino.
Buscamos un alojamiento de nivel medio, pero en la capital neuquina, todo era muy caro, y no existían temporadas bajas. Evidentemente los petroleros eran quienes levantaban los precios de todo por su capacidad adquisitiva. Así que nos ubicamos en un hotel de la zona comercial adyacente a la terminal de ómnibus, pero que a pesar del precio y de su fachada dejaba bastante que desear.
Ese día comenzaban las Jornadas Nacionales sobre “La Región: un ámbito para la Planificación y la Acción”, en la Universidad Nacional del Comahue, y si bien la actividad estaba a cargo de varios colegas de esa universidad, el Prof. Julio Anguita era quien llevaba la batuta. Nosotros tendríamos las funciones de moderadores y expositores por lo que le dedicamos todo el tiempo. Las discusiones fueron tan fuertes como interesantes, y conocimos a gente muy valiosa, que trataba el tema de la región desde diferentes disciplinas y puntos de vista.
En los escasos momentos libres salimos a caminar por la ciudad. Yo conocía Neuquén desde casi treinta años atrás cuando estaba en su mejor momento, con un gran movimiento, y mucha esperanza en las calles. Pero, en los últimos tiempos, la notaba cada vez más caída, y sin duda, esto se debía a las crisis que le habían impactado, tanto la referida a la actividad frutícola del Alto Valle del Río Negro, como a la privatización de YPF en manos de Repsol. Por otra parte, la estación de ferrocarril que ya no funcionaba, y que fuera una de las utilizadas por el famoso tren zapalero, era otro indicio de las consecuencias de las nefastas políticas económicas llevadas a cabo durante la década de los ’90.
Una de las cosas que nos llamó la atención fue no sólo que había menos librerías, sino la gran cantidad de clínicas privadas especializadas en cirugía plástica. Obviamente la población local no era suficiente mercado para una localización de ese nivel. Pero lo que ocurría era que debido al tipo de cambio que las beneficiaba, una gran cantidad de chilenas cruzaban la Cordillera para hacerse el lifting en la ciudad de Neuquén, en manos de profesionales de Buenos Aires, que viajaban periódicamente. Es decir, que se utilizaba el territorio simplemente como un lugar de encuentro. Y para eso, en muchos casos, se organizaban actividades académicas o empresariales, a las cuales asistían los hombres mientras sus mujeres renovaban su apariencia.
Las Jornadas se cerraron el viernes 22 al mediodía con un servicio de lunch donde aprovechamos para hacer un brindis por el Día del Geógrafo. Pero, además, yo ese mismo día cumplía medio siglo y nunca había pasado esa fecha sin apagar velitas. Por lo tanto, compramos una torta y fuimos a hacer un mini e improvisado festejo a la casa de Gerardo de Jong y Susana Bandieri.
Al día siguiente Julio nos llevó en su auto a recorrer diferentes localidades que ya habían quedado unidas a Neuquén Capital, debido a un crecimiento demográfico más que acelerado, aumentando así su marginalidad, que en muchos casos era extrema. Pero cuando llegamos a Cinco Saltos, lugar de su residencia, el impacto fue mayor. Cinco Saltos era una localidad que si bien pertenecía a la provincia de Río Negro, siempre había sido una pequeña perlita de sosiego a tan sólo veinte kilómetros del conurbano neuquino. Pero se había convertido en un lugar semejante a los barrios más peligrosos de Nueva York. El deterioro social era tremendo, tanto en jóvenes de bajos recursos como de quienes pertenecían a familias de buen pasar. Los graffiti, las jeringas y los rostros con miradas perdidas, así lo demostraban.
Antes de tomar el micro de regreso, Julio nos despidió con una cena en un restorán tan sencillo como bonito en el Centro de Neuquén. Nosotros habíamos mantenido con él una muy buena relación por años, ya que muchos sábados almorzábamos juntos en Mar del Plata, después de dictar nuestras respectivas clases en la Universidad. Julio, al margen de su gran responsabilidad, mostraba un gesto adusto en el aula, pero fuera de ella era muy abierto y divertido. Y era un placer conversar con alguien que no perdiera el sentido del humor a pesar de los malos tragos que le habían tocado vivir.