lunes, 19 de junio de 2017

En San Clemente del Tuyú



En enero de 2003 fui a pasar unos días de vacaciones a San Clemente del Tuyú con mis hijos Martín y Joaquín, y mi nietita Ludmila de sólo once meses.
Nos ubicamos en un departamentito a una cuadra del muelle de pescadores, tal como me lo había pedido Joaco. Él compartía con nosotros algunos momentos de playa, pero gran parte del día y de la noche se iba a pescar.
Así que tanto Joaco como Martín y la beba, se lo pasaron comiendo corvinas almuerzo y cena, absolutamente todos los días. Menos mal que se me había ocurrido llevar un recetario para variarles el menú, aunque más no fuera, en la forma de preparación. Pero como a mí no me gusta nada que salga del mar, tenía que salir a comprarme alguna carne alternativa.

Ludmila, de sólo once meses


Ludmila descubriendo conchillas en la playa de San Clemente


San Clemente, si bien era una pequeña población durante todo el invierno, en el verano se cargaba de turistas debido a la gran superficie de arena y a que sus aguas eran relativamente menos frías que otra de la costa bonaerense.
Y si bien era un lugar bastante tranquilo, tal como sucedía en otros centros de veraneo, la mayor parte de la gente salía a “dar la vuelta al perro” caminando o en el auto, concentradamente en la calle principal, al bajar el sol de regreso de la playa. A mí eso me asustaba porque en ese entonces Martín (11) le tenía mucho miedo a los perros, y corría el riesgo de salir corriendo, pero cochecito en mano, hacía un gran esfuerzo para superarlo con el fin de cuidar a Ludmila.
Muy cerca de San Clemente se encontraba el parque Mundo Marino, donde una tarde concurrimos para poder observar tanto ejemplares de la fauna marina, como espectáculos destinados a los niños. Y si bien la presentación de la orca fue, sin duda, lo más impactante, a Martín lo que más le gustó fue el show de los delfines.

Martín en Mundo Marino


Martín en un puentecito colgante


Al cabo de unos días, tanto por variar un poco la rutina playera como por curiosidad personal, fui con Martín y Ludmila al parque Bahía Aventura, a pocos kilómetros del lugar, donde se encontraba el faro San Antonio sobre el cabo del mismo nombre, en la punta Rasa, límite sur de la desembocadura del río de la Plata en el océano Atlántico. El origen del topónimo procedía de la expedición de Hernando de Magallanes en el siglo XVI, ya que el cabo fuera descubierto por la nave capitana “San Antonio”.
Primeramente, deambulamos por el Parque y nos internamos en un bosque que nos protegió de los fuertes rayos solares, para después dirigirnos hacia el imponente faro.

Martín llevando a Ludmila en el cochecito en el parque Bahía Aventura


Añoso bosque permanentemente forestado


No había salida de Martín sin pochoclos


En uno de los muros había una placa y un mapa como referencia a los límites establecidos por el Tratado del Río de la Plata, firmado en el año 1973.


COMISIÓN ADMINISTRADORA DEL RÍO DE LA PLATA
LÍNEA PUNTA DEL ESTE – PUNTA RASA (CABO SAN ANTONIO)
HITO TESTIGO – PUNTA RASA
TRATADO DEL RÍO DE LA PLATA Y SU FRENTE MARÍTIMO


Mirador del cabo San Antonio


Durante la visita guiada nos dieron detalles de las características e historia del faro de San Antonio, que había sido habilitado por la Armada Argentina en 1892.
Su estructura constaba de una torre metálica tipo trípode o tronco piramidal, a rayas horizontales negras y blancas, teniendo una altura de cincuenta y ocho metros; y tenía una potencia de novecientas candelas, con alcance luminoso de nueve millas. Nos comentaron que no solía repetirse el diseño de los faros de todo el mundo; y que los casos excepcionales se encontraban en costas muy alejadas unas de otras, para que no pudiera existir confusión por parte de los navegantes.
Y si bien había una escalera caracol de doscientos treinta y nueve escalones para ascender, habían incorporado un elevador externo para doce personas, por lo que pude llegar a lo más alto del faro, y desde un mirador de cristal, apreciar la bahía de Samborombón, la punta Rasa, el arroyo San Clemente, y la costa de marismas.

Parte superior del faro de San Antonio


Faro de San Antonio en su base


La desembocadura del río de la Plata en el océano Atlántico desde el faro San Antonio


Punta Rasa en el cabo San Antonio, límite sur de la desembocadura del río de la Plata


La margen sur del río de la Plata, próxima a su desembocadura, se caracterizaba por la formación de marismas. Una marisma es un ecosistema húmedo con plantas herbáceas que crecen en el agua, que puede ser tanto salada como dulce, y en este caso, era salobre, debido a las ingresiones permanentes del mar sobre el río.
Las marismas son muy importantes para la vida salvaje siendo uno de los hábitats preferidos para la vida tanto de diminutas algas planctónicas como de variada fauna, fundamentalmente de aves. En el parque Bahía Aventura protegían los humedales por considerarlos lugar de recepción de las aves que venían desde el hemisferio norte.
Dentro de los ecosistemas de las playas, dunas costeras y marismas, se encontraban diversas comunidades vegetales adaptadas a esos ambientes que sufrían continuos cambios como inundaciones por mareas, desecaciones, temperaturas elevadas en veranos, alta salinidad, fuertes vientos, y continuas y fuertes ráfagas de arena. Y allí, además de la gran diversidad de aves, abundaban los cangrejales, reptiles como la yarará o víbora de la Cruz, y mamíferos como gatos monteses, zorros grises, hurones, comadrejas, cuises, y tucu-tucus.

Marismas del cabo San Antonio


Agua salobre en las marismas del cabo San Antonio


Un gran meandro de uno de los afluentes del arroyo San Clemente


Marisma en la desembocadura de uno de los tantos arroyuelos


Diversidad de aves, reptiles y mamíferos en las marismas del río de la Plata


Vista panorámica de la bahía de Samborombón


El camino hacia San Clemente desde el faro San Antonio


El cabo San Antonio y las playas de San Clemente eran equivalentes desde el punto de vista hidrográfico, a Punta del Este, en la margen norte del río de la Plata. En dicha ciudad balnearia uruguaya, también las aguas dulces y saladas se confundían permanentemente según las crecidas del río, las mareas y el sistema de vientos.

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