domingo, 30 de julio de 2023

Afuera llovía..., y adentro... Adentro, también llovía...

  Hacía ya veintitrés años, que, con contadas excepciones, durante el segundo cuatrimestre del ciclo lectivo universitario, viajaba una vez por semana a la ciudad de Mar del Plata para dirigirme a la universidad nacional.

A las dos de la madrugada del sábado partía desde Retiro en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, llegaba a Mar del Plata a las siete y media de la mañana, me higienizaba y desayunaba en la terminal de ómnibus, ya que a esa hora otros lugares permanecían cerrados, y a las nueve ya estaba en el aula.

Dictaba clases hasta pasado el mediodía, me reunía con algunos colegas, a veces compartiendo un almuerzo de comida rápida, y tomaba el primer micro que me llevara nuevamente a mi ciudad, para regresar a casa antes de la hora de cenar.

La Universidad Nacional de Mar del Plata me entregaba una orden de pasaje con la cual yo podía acceder solamente a las empresas El Cóndor, Micromar y Empresa Argentina, que, si bien no eran las mejores, tampoco ofrecían malos servicios.

En el horario de mi conveniencia sólo contaba con el coche cama de El Cóndor, donde, además de tener toilette a bordo, aire frío-calor según la época del año y butacas individuales, repartían una cajita con dos alfajores de buena marca. Es decir, que, dentro del sacrificio que estos viajes frecuentes me significaban, yo podía encontrarme con ciertas comodidades como para reclinar el asiento, dormir durante todo el trayecto y llegar bastante descansada a mi tarea docente de la mañana siguiente.

Habitualmente ponían el coche en la plataforma a la una y cincuenta, es decir, diez minutos antes de partir, todos los pasajeros nos acomodábamos enseguida, y a las dos en punto, partíamos. No siempre se completaba, y prácticamente nadie llevaba equipaje, o muy acotado. Tampoco ponían películas en los televisores para que todos pudiéramos dormir, y la mayor parte de las veces, llegábamos a destino a la hora convenida.

Estas condiciones, durante tantos años, se mantuvieron bastante constantes, salvo alguna excepcionalidad, que en muchos casos era coincidente con la jornada previa a los fines de semana largos. En esas oportunidades, no siempre los micros eran los mejores, ya que, debido a la mayor demanda, no les alcanzaban las unidades más modernas y mandaban algunos con ciertas deficiencias.

Quienes viajaban circunstancialmente, solo por el fin de semana de tres días, llevaban valijas, sombrillas, cañas de pescar, salvavidas, tablas de surf, bicicletas, estufas, y otros accesorios, como si fueran a pasar una temporada de tres meses. Por todo esto, el micro estaba disponible con veinte minutos de antelación, pero, terminábamos partiendo con demora.

Todos subían al micro e iban directamente al baño, como si no lo hubiera en la terminal, dejándolo en pésimas condiciones a los pocos minutos, y muchas veces, sin cerrar la puerta. Luego pretendían que les pusieran una película, a pesar de la hora, porque decían que el precio del pasaje la incluía. A veces, los choferes accedían y otras veces, no. Pero, de todos modos, conversaciones en voz alta y risas perduraban durante toda la noche, con la consiguiente discusión con quienes reclamaban silencio con chistidos o voces alteradas.

Como yo venía de varios días de mucha actividad, pese a tales condiciones, apoyaba mi cabeza sobre una almohada improvisada y me entregaba prontamente a Morfeo, a tal punto, que más de una vez seguí de largo hasta el taller, o hasta la ciudad de Miramar.

Pero la noche del ocho de octubre de 2011, momento en que mucha gente decidió ir a pasar unos días a la costa, tanto para abrir su casa o departamento o bien buscar algo para alquilar durante el verano, sucedió todo tal cual como lo acabo de describir, pero con un agravante, el micro no era el que correspondía al servicio programado.

Primeramente, no era un coche-cama, sino semi-cama, lo que significaba que no había butacas individuales, por lo que la numeración no coincidía con la que figuraba en el pasaje, y el espacio disponible era menor. Así comenzaron los enfrentamientos entre los choferes y los pasajeros, y entre los pasajeros, porque en ese horario, todas las oficinas de reclamos estaban cerradas.

A pesar de los problemas de re-ubicación, había mayor disponibilidad de asientos, por lo que la boletería comenzó a vender algunos pasajes de último momento, lo que, además de todo, generó un atraso en más de cuarenta minutos. Yo traté de acomodarme donde pude, y dentro de todo, estaba satisfecha por haber conseguido un lugar junto a una ventanilla, lo que me permitiría dormir con más comodidad, y evitar que mi compañera de asiento me hiciera levantar para pasar en la mitad del viaje.

Pero, a casi una hora de haber llegado a la Autovía 2, me despertaron los relámpagos y los truenos de la tremenda tormenta que se había desatado. Corrí la cortinita y seguí durmiendo, pero me volví a despertar al rato con la cara mojada por el agua que salpicaba desde la ventanilla mal sellada. Traté de inclinarme hacia el otro lado, hasta que un griterío anunciara que había comenzado a llover dentro del micro tal como si estuviéramos afuera. Y al rato tuve que poner mis pies sobre el asiento, ya que el piso se había convertido en un verdadero río.

Así estuvimos durante casi cuatro horas. La tormenta no paró y, si bien se vieron obligados a reducir la velocidad, los choferes no buscaron ningún refugio en el camino. Y lo peor, en mi caso, fue que cuando busqué mi portafolios sobre el portaequipaje, los apuntes que llevaba para mis alumnos, estaban totalmente mojados.

Hecha una sopa, me sequé como pude y sin desayunar pretendí conseguir un taxi, lo que me significó un largo tiempo de espera. Estaba exhausta y en el camino a la facultad, me puse a pensar cómo iba a hacer para concentrarme sin haber podido descansar mínimamente. Pero al llegar, con media hora de atraso, encontré solo a dos estudiantes. Algunos, que eran de otras localidades de la provincia de Buenos Aires, se habían ido a pasar ese fin de semana con sus familias, y de los residentes en Mar del Plata, unos habían conseguido un trabajo ocasional para la atención de los turistas, y otros se habían acobardado por la lluvia. Por un lado, preferí que así fuera porque de esa manera, les pediría que solo plantearan sus dudas ya que no podría dar un tema nuevo, pero, por el otro, era frustrante haber sufrido esa situación para que no redundara en algo más productivo.

Pocos meses atrás había vivido una situación similar, en unos viajes realizados entre Retiro y la ciudad de Tandil, con motivo del dictado de un curso en la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires.

En esa oportunidad, había padecido a la empresa Río Paraná, en la cual, los neumáticos de los coches estaban lisos, las butacas desvencijadas y no se reclinaban, entraba aire frío a través de las hendijas de las ventanillas, y la puerta del toilette se abría y cerraba constantemente, entre todo lo que podíamos ver. ¡No quiero pensar el estado de la mecánica de las unidades!

También se había tratado de un viaje para no olvidar, pero al menos, ¡sin lluvia!

 

En micro de Iguazú a Buenos Aires

   Muchas veces me han criticado el hecho de que yo prefiriera viajar por tierra, siempre que fuera posible, en lugar de hacerlo por aire. Y en realidad, me encanta volar, pero no tanto en grandes aviones de línea desde los cuales muy pocas veces puedo ver algo. Y si lo logro, consiguiendo una ventanilla que esté lejos del ala, muchas veces las nubes no me permiten ver la superficie terrestre. Pero aun cuando todo eso fuera posible, y el paisaje me pareciera fascinante, me pierdo los detalles que me permiten tener una idea más aproximada de cada lugar, como puede hacerse desde el transporte terrestre. Y este es un artículo que pretende mostrar todo lo que uno se pierde cuando vuela entre Iguazú y Buenos Aires.

El lunes 3 de octubre de 2011 a las 13,45, partí junto con Omar desde la terminal de ómnibus de Puerto Iguazú en el micro de la empresa Crucero del Norte. Y si bien, no era nuestra costumbre, tratándose de un camino tan bonito, para poder tomar fotografías, elegimos sentarnos en los primeros asientos del piso superior.

Tomamos la ruta nacional número 12, que iba siguiendo el curso del Alto Paraná. Y por allí circulamos hasta la ciudad de Posadas en que nos desviamos hacia el sudeste para tomar la ruta nacional número 14, que bordeaba el río Uruguay, hasta el sur de la provincia de Entre Ríos. Luego cruzamos el puente Zárate-Brazo Largo, y ya en la provincia de Buenos Aires, continuamos por la ruta nacional número 9 o Panamericana, hasta llegar a la ciudad de Buenos Aires.  

 

Mapa del tramo misionero de la ruta nacional número 12

  

Y a poco de andar comenzamos a ver el deterioro que sufría la selva o bosque subtropical. Como se trataba de una vegetación exuberante, pero escalonada hasta llegar a los ochocientos metros sobre el nivel del mar en el oriente de la provincia de Misiones, los biogeógrafos discutían si se trataba de un bosque subtropical o de una selva. Y los más coincidían que el rango de selva se le podía dar solo a la vegetación de los pisos inferiores, donde la diversidad de especies era mayor.  

Deterioro de la selva o bosque subtropical en las cercanías de Puerto Iguazú

  

Dicho deterioro tenía que ver con el intento de ganar tierras para la producción agropecuaria o bien para la creación de bosques artificiales, homogéneos y con especies de rápido crecimiento.

Entonces, con un ánimo de autosuficiencia y posibilismo extremo, se talaba un sector de la selva utilizando tractores con cadenas para tirar abajo los árboles, se quemaba con la técnica de rozado y se preparaba para próximas actividades. Claro que antes de aplicar el fuego, salían camionadas de buena madera, de las que se obtenían importantes sumas de dinero. Y dicha preparación consistía en la recuperación de la cobertura vegetal a partir de la plantación de especies que se denominaban “cicatrizantes”, que tenían la ventaja de crecer más rápidamente, como el ambay, el pata de buey, y el pasto elefante, entre otras. La función era dar sombra para que otras especies que no resistieran tanto el sol directo, pudieran prosperar. A estos espacios, en la región del Alto Paraná, se lo denominaba “capuera”. 

Hacia atrás la selva, y adelante la capuera

  

En la mayor parte de la provincia de Misiones, cuando se talaba la selva autóctona, compuesta por diversidad de especies de gran valor por su dureza y finura, como el peterebí, el palo rosa, el viraró, el cedro misionero, el guatambú, los lapachos, y diferentes palmeras, entre ellas el palmito, se reemplazaba por monocultivo de pinos, útiles para las empresas madereras y las papeleras.

Y si bien el gran cury, o Araucaria angustifolia, conífera de gran porte, se encontraba en los pisos más elevados de ese bosque subtropical, la habían plantado a la vera de los principales caminos logrando un monocultivo sin fauna, por lo que se denominaba “bosque muerto”, ya que, debido a la cantidad de plaguicidas utilizados, a las aves y otros animales propios del lugar, se les imposibilitaba su existencia.  

Bosque artificial de Araucaria angustifolia

  

La otra plantación que había reemplazado a la biodiversidad anterior ha sido la del Pinus Taeda o pino piñatero. La razón principal era que crecía muy rápidamente y antes de ser utilizado como poste o tablón, podían ralearse las ramas con el fin de enviar materia prima a las papeleras de la zona. 

Monocultivo de Pinus Taeda o pino piñatero, madera blanda y de mala calidad

  

Yo había recorrido esta zona por primera vez en el mes de julio de 1973, cuando el tramo Puerto Iguazú-Wanda era de tierra, lo que lo hacía absolutamente intransitable los días de lluvia, que eran muchos, ya que las precipitaciones rondaban alrededor de 2.000 mm al año, y de manera torrencial, pero la selva cubría la ruta como una enorme pérgola natural. Y si bien por un lado me seguía agradando atravesar ese camino, por otra parte, me daban ganas de llorar recordando lo que había sido y ya se había perdido irremediablemente. 

El tramo entre Puerto Iguazú y Eldorado presentaba la selva raleada y fuertes pendientes

  

La selva se había desarrollado sobre un manto de suelo rojizo de treinta centímetros de espesor, denominado “laterita”. Dicho término era una deformación de la palabra “alterita” que expresaba la alteración o transformación del hierro y alúmina en óxido, de ahí su tonalidad.

La exuberante cubierta vegetal actuaba como una esponja reteniendo el agua de las abundantes y torrenciales precipitaciones de la región. Y su desaparición no solo ocasionaba graves procesos de erosión que habían dejado la roca madre granítica al descubierto, sino que, además, aceleraban la escorrentía siendo la causa principal de mayores inundaciones.

Pero los negocios habían sido demasiado atractivos como para que la opinión de los especialistas y los movimientos ambientalistas tuvieran incidencia en las decisiones, que si bien generaban los principales beneficios en empresas privadas, los estados provincial y nacional, representantes de los grandes capitalistas, las amparaban mediante diferentes acciones. 

Camión cargando troncos en la Ruta Nacional número 12, entre Esperanza y Victoria

  

Al llegar a Colonia Victoria, una localidad fundada por ingleses en 1933, y llamada así en honor a la reina Victoria, se hacía pesaje de camiones. Pero muy a pesar de eso, la ruta se deterioraba constantemente por el exceso de peso.

Las principales actividades económicas desarrolladas en la zona de Victoria eran la forestal, y el cultivo de citrus y de yerba mate. 

Pesaje de camiones al llegar a Colonia Victoria

  

Una de las ciudades más importantes de la región era Eldorado, fundada en 1919 por Adolfo Julio Schwelm, como centro de colonización europea, predominando alemanes, suizos, holandeses, ucranianos, daneses y polacos.

La ciudad se desarrolló a lo largo de una carretera conocida como “picada maestra”, actualmente avenida San Martín, y extendida a lo largo de doce kilómetros comenzando desde el río. Y justo en el KM 6, se cruzaba con la ruta nacional número 12.

Fue diseñada para la producción agrícola. Sin embargo, a fines del siglo XX, ya la principal actividad económica era la forestal. La ciudad contaba con más de setenta aserraderos de los casi cuatrocientos que había en la provincia, además de laminadoras y fábricas de muebles.

Los productos derivados de la madera se exportaban a diferentes países del hemisferio norte, por lo que se le diera el título de Capital de la Madera. Pero también existían plantas de celulosa como la de Puerto Piray, muy próxima a Eldorado y la de Puerto Esperanza, cercana a Wanda, que eran abastecidas con las materias primas del bosque misionero.

Otras industrias se dedicaban a la elaboración del aceite de tung, de jugos cítricos, y consistían en secaderos y molinos yerbateros. 

Cruce de la ruta 12 con el KM 6 del camino sobre el cual se extendía Eldorado

  

El Grupo Ecologista Cuña Pirú publicó un informe donde se consideraba que en la provincia de Misiones se talaban más de treinta hectáreas de monte por día, es decir, que desaparecían doce mil hectáreas al año. Y que originariamente el territorio provincial contaba con dos millones setecientas mil hectáreas de selva subtropical, quedando para el año 2005, menos de la mitad.   

Área mixta donde convivían la selva con las nuevas plantaciones de pinos

  

Las lluvias torrenciales, las pendientes y lo angosto de la calzada por donde circulaban gran cantidad de camiones, la mayoría de ellos con grandes cargas de maderas, han hecho que esta ruta se caracterizara por el alto grado de accidentalidad. Por lo tanto. para disminuir los riesgos, en algunos tramos habían agregado un segundo carril alternadamente en cada mano de la ruta. 

Tramo de dos carriles en la mano en dirección a Posadas

  

Pero en ciertos sectores, la falta de demarcación y la tierra arcillosa que cubría el asfalto la convertían en una verdadera pista enjabonada durante los días de lluvia. 

Suelos lateríticos arcillosos que convertían a las banquinas en un barrial

  

La provincia siempre se había caracterizado por la pobreza rural extrema, pero el proceso de reforestación, seguido de la deforestación previa, había pauperizado más aun a las familias, que eran reemplazadas por pinos, obligándolas a migrar a los centros urbanos, formando así cada vez mayores cordones de marginalidad, muy a pesar del argumento de las empresas forestales que prometían gran cantidad de puestos de trabajo. De esa manera las empresas se habían quedado con las tierras dando lugar a la latifundización promovida por el estado a través de subsidios. 

Población rural en vías de extinción que pasará a conformar los cinturones de pobreza urbana

  

Por otra parte, las condiciones de trabajo de los obreros forestales eran realmente deplorables. No solo por los contratos informales y discontinuos, sino que los agrotóxicos que se aplicaban eran de los más dañinos para la salud humana, y no se les brindaba a los trabajadores una mínima norma de seguridad como ropa adecuada y máscaras. Desde ya que a los que presentaban quejas no se les ofrecía más trabajo.

Pero, además, la falta de conocimiento hacía que, al llegar al hogar, la ropa de trabajo, absolutamente contaminada fuera lavada junto con las demás prendas del grupo familiar, muy cargado de niños en la mayoría de los casos.  

La ropa de trabajo se mezclaba con las prendas del resto de la familia

  

A medida que avanzábamos aumentaba la densidad de camiones en ambos sentidos de la carretera, lo que comenzaba a complicar el tránsito. 

Camiones en las pendientes pronunciadas de la ruta 12

  

Y durante un largo rato los choferes del micro no tuvieron más remedio que permanecer detrás de uno de los camiones, ya que el doble carril se encontraba en la otra mano de la carretera, y era demasiado riesgoso adelantarse. 

Con mucha paciencia permanecimos largo rato detrás del camión

  

Pero al margen de los problemas de tránsito que generaban, un integrante de Cuña Pirú, definió a esos camiones como “…carros fúnebres que pasean al monte sobre ruedas”. 

Camión ingresando a la ruta en las proximidades de una curva cerrada

  

Era realmente chocante observar la homogeneización del paisaje en una región que justamente se había distinguido por su biodiversidad. Pero la rentabilidad económica se basaba en los bosques de una misma especie, la mayoría de los cuales eran pinos de origen norteamericano, con el fin de simplificar las tareas de procesamiento y unificar los mercados. 

Homogeneización del paisaje mediante la plantación de pinos

  

Cada vez se hacían más frecuentes los aserraderos, verdaderos cementerios del bosque, donde podían observarse grandes pilas de árboles del mismo tipo.  

Aserradero ubicado a la vera de las plantaciones

  

Avanzando en el camino, y ya a algo más de ciento veinte kilómetros de Iguazú, ingresamos a la ciudad de Montecarlo, conocida como la Capital Nacional de la Orquídea, también producto de la inmigración alemana, aunque de un tamaño mucho menor que Eldorado.  

Montecarlo, Capital Nacional de la Orquídea

  

Más al sur, arribamos a Puerto Rico, característica por la cantidad de lapachos y palmeras en sus calles, y también colonizada por alemanes en las primeras décadas del siglo XX. 

Calle de la ciudad de Puerto Rico, en la provincia de Misiones

  

El paisaje se mantuvo tal cual, hasta llegar a Garupá, localidad cercana a la ciudad de Posadas, donde la empresa Crucero del Norte tenía su terminal propia, su taller, panadería y comedor. Y allí bajamos para cenar, momento a partir del cual se hizo de noche y no pude tomar más fotografías, pero no por eso dejé de prestar atención sobre el camino.

Pasamos por la terminal de ómnibus de Posadas, y luego nos dirigimos hacia el sudeste para tomar la ruta nacional número 14, que bordeaba el río Uruguay.

Siendo ya muy tarde me dormí. Pero al pasar la localidad de Paso de los Libres, en la provincia de Corrientes, me volví a despertar a causa de las constantes frenadas, debidas a que el tránsito había aumentado su densidad de una manera desmedida por la cantidad de camiones de gran longitud procedentes de Brasil. Y si bien muchos llamaban a ese tramo la “Ruta del Mercosur”, otro apelativo era lamentablemente más representativo, y era el de “Ruta de la Muerte”, debido a la cantidad y gravedad de los accidentes que registraba.

Recién al sur de Entre Ríos, la 14 se convertía en autopista, lo que me generó nuevamente cierta tranquilidad como para conciliar el sueño. Pero ya faltaba relativamente poco para que amaneciera, y a primera hora de la mañana estábamos llegando a la terminal de ómnibus de Retiro en la ciudad de Buenos Aires, después de diecisiete horas de un interesante e instructivo recorrido. 

sábado, 29 de julio de 2023

Volviendo a visitar las Cataratas del Iguazú

   Era el primer domingo de octubre y el día había amanecido espectacular. No sólo por la presencia de febo sino por lo fresco del ambiente, aunque por tratarse de un clima subtropical sin estación seca y con temperaturas medias que iban de los 24°C en verano a los 14°C en invierno, con precipitaciones cercanas a los 2000 mm anuales, el tiempo podía variar permanentemente. Así que, por temor a que eso ocurriera, con Omar y Solange tomamos un ómnibus local y nos dirigimos al Parque Nacional Iguazú.

El Parque Nacional Iguazú poseía una superficie de 67720 hectáreas en el extremo norte de la provincia de Misiones, limitando con el río Iguazú, que en guaraní significa “agua grande”, y desemboca en el Paraná en un barranco de lava, formado hace más de ciento veinte millones de años.

El primer propietario de esas tierras había sido Gregorio Lezama quien, por considerarlas de escaso valor, las vendió en un remate público cuyo anuncio rezaba “bloque de selva que linda con varios saltos de agua”. Su siguiente dueño, Domingo Ayarragaray, lo promovió parcialmente colocando un hotel y caminos para que los visitantes pudieran ver los saltos y explotó el tesoro maderero del lugar hasta que fuera adquirido por el gobierno del presidente Hipólito Yrigoyen. Y luego de esa incorporación al patrimonio nacional, el 9 de octubre de 1934 fue declarado Parque Nacional a través de la Ley 12103.

A pesar de haber visitado las Cataratas en varias oportunidades, nunca las había visto de la misma manera, no sólo por la temperatura sino por la cantidad de agua que llevaban. No se trataba meramente de un paisaje visual sino de todos los sentidos; tanto los sonidos, los perfumes y las sensaciones en la piel siempre habían sido diferentes.

Ya era la segunda vez que debía tomar el denominado “tren ecológico”, ya que se habían anulado las sendas peatonales anteriores. El cuestionamiento respecto de su rol de protección del ambiente tiene que ver con que para su construcción fuera talada parte de la selva, lo que diera origen al crecimiento de pastizales, al margen del negociado que las empresas hicieran con la madera. Y, además, con que de esa manera se concentraba en demasía la densidad de visitantes generando una mayor presión sobre el ecosistema.

 

Con Omar en el trencito de las Cataratas

 

 

Pastizales crecidos después de talar la selva para construir el “tren ecológico”

  

El trencito nos dejó en el área de acceso a los circuitos inferior y superior, donde la Selva Paranaense, que era la de mayor biodiversidad de la Argentina, aún estaba presente.

La vegetación era verdaderamente exuberante, abundando lianas, epífitas y helechos. En determinados sitios presentaba bosques de palmito y palo rosa, árbol gigante que buscando luz llegaba a los cuarenta metros de altura, o el del laurel y el de guatambú.  

 

Vista de la Selva Paranaense o Bosque Subtropical Misionero

  

Los distintos estratos selváticos servían de hábitat para una variadísima fauna como monos, coatíes y ardillas, entre otros. En el suelo había cuises, corzuelas, zorros de monte, lagarto overo, y por sus huellas era posible adivinar la presencia del yaguareté. En el agua algún yacaré, biguá cuello de víbora, tortugas y peces. Y desde el cielo enjambres de vencejos de cascada (emblemático del área protegida), tucanes y urracas, entre las cuatrocientas cincuenta especies detectadas.

De todos modos, ya se encontraba bastante limitada debido a la construcción de los aeropuertos internacionales de Puerto Iguazú (Argentina) y de Foz do Iguazú (Brasil) en sus cercanías, que además del sonido de los aviones en un ambiente húmedo, utilizaban petardos para evitar que las aves se introdujeran en las turbinas. Pero, además, el ingreso de contingentes de turistas que hacían bullicio, acompañados por guías que megáfono en mano daban vacías explicaciones o lo que era peor, contaban chistes, terminaban por ahuyentar a la mayor parte de los animales. Todo lo contrario de lo que había experimentado en los parques nacionales costarricenses, en que se pedía absoluto silencio durante las caminatas, y los guías hacían las indicaciones en voz moderada a pequeños grupos, y de esa manera se podía avistar a gran parte de la fauna. Así que pretendiendo dedicarme a la caza fotográfica, traté de separarme lo más posible del resto de la gente, y poder obtener así mis tomas. 

 

Un mono trepado en las ramas de un frondoso árbol

  

Si bien en el sector brasileño de las Cataratas estaba permitido alimentar a los coatíes, no era así del lado argentino. Pero estos atrevidos animalitos trataban de hurtar comida a los turistas, en muchos casos, arrebatándola de las manos de los niños. Y en determinado momento, uno de ellos encontró sobre la silla de uno de los barcitos una mochila semi-abierta y sigilosamente se acercó y sacó un sándwich que había dentro de ella. ¡No quieran saber la indignación de su dueño! Un hombre mayor que le reboleó la mochila por la cabeza y pretendía correrlo, siendo contenido por quienes estábamos a su alrededor. 

 

Un coatí en busca de comida

  

La cantidad de aves del Iguazú era elevadísima, pero con tanto bochinche era difícil poder escuchar sus gorjeos, y mucho menos verlos. Sin embargo, en determinados momentos, las urracas aparecían posadas en las ramas de los árboles. 

 

Una Urraca Común posada en la rama de un árbol

 

 

Otra Urraca Común a corta distancia

  

Comenzamos el recorrido por el Circuito Inferior, y a poco de andar pasamos por el salto Lanusse, llamado así en honor a don Juan José Lanusse, segundo gobernador de la provincia de Misiones y responsable de llevar vía fluvial a las primeras corrientes turísticas a las Cataratas y a las ruinas de San Ignacio; fundador además de las colonias de Apóstoles y Azara.  

 

Salto Lanusse en honor a quien fuera el segundo gobernador de Misiones

  

Le pedí a Solange que me tomara una fotografía junto a Omar en el puentecito que estaba sobre ese bonito salto, pero mientras estábamos posando alguien nos advirtió desesperadamente que había una víbora a nuestro lado; y lejos de salir corriendo, primero la fotografié y recién entonces descendimos.

 

Con Omar en el puentecito donde había una víbora

 

 

Víbora desplazándose por una de las pasarelas

  

En 1984 el Parque Nacional Iguazú fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) para la preservación y difusión universal de su importancia natural y cultural excepcional para la herencia común de la humanidad.

Mientras nosotros estábamos allí, año 2011, se estaba llevando a cabo la votación mundial organizada por la fundación suiza “New Seven Wonders”, para declarar a las Cataratas del Iguazú “Nueva Maravilla Natural del Mundo”. 

 

Vista panorámica de las Cataratas del Iguazú desde el mirador del Circuito Inferior

 

 

Con Omar en el mirador del Circuito Inferior

 

 

Salto San Martín, en homenaje al Padre de la Patria

 

 

Una lancha con turistas navegando en las proximidades del salto San Martín

 

 

Acercándose peligrosamente…

 

 

A tanto no nos animamos…

 

 

Formación de arco iris en cada cascada

 

 

Salto Bossetti, en honor al pionero naturalista y gran explorador de la Selva Paranaense

 

 

Con Omar en el mirador del salto Bossetti

 

 

Con Solange en el salto Bossetti

 

 

Salto Chico

 

 

Salto Dos Hermanas, en homenaje a María y Teresa, las hijas de Juan José Lanusse

 

 

Omar en los jardines del hotel Sheraton, un verdadero elefante blanco

 

 

Antiguo hotel Cataratas, en mejor relación con el paisaje

  

Después de tomar un refrigerio iniciamos el recorrido por el Circuito Superior, que, si bien también gozaba de gran belleza, no era tan impactante como el Inferior donde las aguas caían casi encima de nosotros.

 

Salto Ramírez desde arriba

 

 

Manuel Antonio Ramírez fue un periodista y poeta que le cantó al río

 

 

Río Iguazú marcando el límite entre la Argentina y Brasil

 

 

Salto Mbiguá

 

 

El mbiguá era un ave parecida a un pato cuyo hábitat eran las islas del río Iguazú Superior

 

 

Detalle del salto Mbiguá

 

 

Salto Mbiguá visto desde arriba

 

 

Agua y selva, un espectáculo maravilloso

 

 

Más lanchitas acercándose a los saltos

 

 

El Sheraton desentonando con el paisaje

 

 

Vista panorámica de los saltos Mbiguá y Adán y Eva

 

 

Saltos Adán y Eva y Bossetti

 

 

El mirador del Salto Bossetti

 

 

Vista de la Selva Paranaense desde el Circuito Superior

  

Ya de tarde volvimos al trencito y nos dirigimos a las pasarelas que nos conducirían a la Garganta del Diablo. Y en el camino nos topamos con algunos otros ejemplares de la fauna de la región.

 

Lagartija de la lava o Teyú Taragüí

  

Se habían encontrado más de ciento treinta especies de mariposas diurnas

 

 

Un nido de avispas

 

 

Con Omar en la pasarela que nos conducía a la Garganta del Diablo

 

 

Llegando a la Garganta del Diablo

 

 

¡La Garganta del Diablo!

 

 

Se denominaba “Garganta del Diablo” a un sector de las Cataratas del Iguazú

donde convergían varios saltos

 

 

Salto Mitre, en honor a quien fuera militar, político, periodista e historiador,

nombrado presidente de la República Argentina por el Congreso Nacional en 1862

 

 

Una lancha navegando muy cerca del salto Mitre

 

 

Detalle del salto Mitre

 

 

Arco iris sobre el salto Mitre

 

 

Increíble la fuerza del agua

 

 

Salto Unión que debía su nombre a que se encontraba ubicado sobre la línea demarcatoria fronteriza que dividía la República Argentina y la República Federativa del Brasil

 

 

Mirador del sector brasileño visto desde el mirador de la Garganta del Diablo en Argentina

 

 

Con Solange en el mirador de la Garganta del Diablo, en el sector argentino

 

 

La Garganta del Diablo (Aña Ragio) debía su nombre a que, para los guaraníes,

habitantes originarios del lugar, el diablo era el rey de las tinieblas

  

Nos mantuvimos en el Parque hasta la hora de su cierre. Quisimos aprovechar al máximo el día que se había mantenido excepcional. Estuvimos en silencio en todo el recorrido hasta Puerto Iguazú. Yo cerraba los ojos para imaginarme que me encontraba aún al pie de los saltos de agua. Y sin haber llegado a destino, ya estaba pensando cuál sería la próxima vez en que podría volver. Porque conociendo toda la Argentina, y en ese entonces, treinta y tres países más, si me decían que podía viajar sólo a un lugar más, sin duda que elegía Iguazú.