Sonia, Clarita y yo habíamos
llegado pocos minutos antes desde la playa de Jacó y el río Tárcoles donde
habíamos hecho la excursión con los cocodrilos. Nos habíamos levantado muy
temprano y tomado mucho sol, por lo que estábamos cansadísimas, pero debíamos
bañarnos y cambiarnos en tiempo récord para asistir al acto de apertura del
XIII Encuentro de Geógrafos de América Latina. ¡Y lo hicimos! En menos de una hora
estábamos listas para salir.
Y en el lobby del
hotel nos encontramos con varios colegas y amigos de México y Argentina quienes
también estaban por partir hacia el Teatro Popular “Melico Salazar”, donde tendría lugar la inauguración del
Encuentro.
Con Sonia Vidal en el lobby del Holiday Inn
Con Álvaro Sánchez Crispín y
Susana Padilla de México
El Teatro Popular
estaba a pocas cuadras del hotel, pero entre que estábamos bien vestidos y que todo
estaba muy oscuro, sumado a la lluviecita, tomamos sendos taxis que nos
cobraron tarifas diferentes.
Finalizado el acto,
tratamos de encontrarnos con nuestros conocidos en el hall del teatro, pero era
muy difícil dada la cantidad de gente. Y cuando habíamos logrado saludar a
algunos, entre ellos a Gerusa Duarte, Magaly Mendonça, Hugo Romero…, los
asistentes del lugar nos obligaron a salir y rápidamente cerraron las puertas.
Así que, en la calle, y con una lluvia cada vez más fuerte, nos dispersamos
rápidamente…
Cruzamos la avenida y
tomamos un taxi. ¡Nos cobró el doble del más caro de los del viaje de ida! No
hizo caso a nuestros reclamos, y tras tratarlo de ladrón, nos bajamos
ofuscadas, pero habiendo pagado religiosamente.
Cenamos en el hotel
con nuestros amigos y nos fuimos a dormir porque yo al día siguiente tenía que
exponer mi ponencia a la mañana temprano en la ciudad de Heredia, en el
conurbano de San José. Como me previnieron respecto de que el tránsito iba a
ser pesado, me levanté muy temprano para salir con tiempo. Y me sorprendió la
hermosa vista que tenía desde la ventana de mi habitación con el sol reflejado
en los edificios.
Vista parcial de San José en
las primeras horas de la mañana
A las siete y cuarto
salí y pedí presupuesto a los taxistas de la parada del hotel para ir a la
Cámara de la Industria de Heredia, donde yo a las ocho y media debía hacer mi
exposición. Dijeron saber dónde quedaba y subí a uno de los coches.
Evidentemente, tal como me lo habían anunciado, el tránsito era realmente
insoportable, en especial por la cantidad de enormes camiones que se
desplazaban hacia todos lados. Comparando los tamaños de las ciudades de San
José y Buenos Aires, era inaudito. Y en especial, yendo del Centro hacia las
afueras durante la mañana.
Cuarenta y cinco
minutos tardamos para recorrer solo diez kilómetros. Llegamos a Heredia y
fuimos a la zona donde el taxista suponía que estaba la Cámara de la Industria.
Pero no la encontramos, y al preguntar, nadie sabía respondernos. Entonces él
supuso que quedaría en el parque industrial, y allí fuimos. Recorrimos de un
lado para el otro la zona, pero nada… Yo tenía un plano medio confuso que nos
habían entregado con los materiales del Encuentro, pero no quiso ni mirarlo. El
machismo lo superaba, y no me permitía que le sugiriera nada… Consultó a la
base y nos enviaron hacia otro lado, y tampoco… Yo me inquieté porque ya eran las
ocho y media y no había ni miras de encontrarla. Entonces le pedí que me
llevara a la Universidad Nacional para que allí nos indicaran, pero se negó y siguió
dando vueltas por zonas cada vez más alejadas del Centro. Y viendo que ya eran
casi las nueve, mi sangre tana entró en ebullición y le dije que me llevara a
la plaza de Heredia desde donde iba a tomar un taxi local para llegar a
destino, y que de lo contrario me bajaría allí mismo sin pagarle nada.
Realmente era una locura, porque si me bajaba en ese lugar, todavía hubiera
estado allí esperando algún medio de transporte que me llevara a alguna parte,
pero al ver mi enfado, rápidamente fue a la plaza y le preguntó a uno de los
taxistas dónde quedaba la Cámara de la Industria. Allí le respondieron que
quedaba a pocas cuadras. No obstante, estando enfrente, no la encontrábamos,
porque imaginábamos un edificio de mayor porte. Y al ver gente conversando en
la vereda, le preguntamos, ¡y allí era! Una de esas personas era justamente Consuelo
Alfaro, coordinadora del Eje Económico donde yo debía hacer la presentación.
¡Ese paseíto matinal
me costó veinticinco dólares!, además del mal momento. Pero Consuelo muy
amablemente me tranquilizó y me dijo que mi bloque venía a continuación por lo
que no debía inquietarme… Expuse la ponencia que había elaborado con Omar Gejo
y todo continuó sin inconvenientes. La mayor parte del público era brasilero,
así que cuando lo vi a Álvaro López Gallero de Uruguay, ¡me sentí como en el
río de la Plata! Aunque me dolió tener que felicitarlo porque la selección de
fútbol uruguayo acababa de ganar la Copa América, dejando a la Argentina
afuera.
Consuelo Alfaro junto a
participantes del EGAL
Durante el transcurso
de la mañana se continuó con el programa establecido y al mediodía nos llevaron
a comer a un salón a unos doscientos metros de allí. Ese fue el primer EGAL en
el cual nos dieron almuerzo a todos los participantes, que no fue poca cosa.
Y después de pasar un
grato momento con los colegas, Consuelo me dio una invitación para una cena esa
misma noche en el hotel La Condesa en las mismas laderas del monte de La Cruz,
en las afueras de Heredia. Yo saqué cuentas. Ya eran más de las dos de la
tarde. En este país se cenaba muy temprano. Si quería ir al hotel a San José a
cambiarme, tendría una hora mínimo de ida más otra de vuelta, más setenta y
cinco dólares de taxis, y no podría escuchar casi las ponencias de la tarde.
Entonces le dije que no iría. Ella me ofreció llevarme con su auto directamente
desde allí y a la noche tarde, volver a San José juntas. Pero yo no tenía ropa
para cambiarme y tenía el pelo y la cara hechos un desastre producto del calor,
la humedad y los nervios de la mañana. Pero ante su insistencia, acepté con la
condición de ir a la peluquería que quedaba al lado. El tiempo que iba a tardar
era muy inferior al perdido yendo a San José.
Entré al salón de
belleza, que era unisex, y la persona que me atendió también. Aun no pude
determinar si era hombre o mujer, pero realmente no importaba porque fue muy servicial.
Estaba sola y hacía de todo. Me lavó la cabeza, me peinó, pintó mis uñas… Y
cuando me estaba por ir, noté que tenía unas terribles ojeras y le pedí que me
las disimulara. Entonces, me acosté en una camilla y en cuanto me puso paños
calientes, ¡me quedé profundamente dormida! Al cabo de un buen rato me despertó
y con gran satisfacción me dijo que me había maquillado. Me dio un espejo y…
¡qué horror! Parecía un payaso. Pero no podía darle mi verdadera opinión porque
lo había hecho con todo esmero. Así que le pedí que lo rebajara un poco porque
eso era para la noche y yo debía estar en un congreso durante el resto de la
tarde. Rápidamente me complació y, además, me cobró muy poco.
Mucha reja para un salón de
belleza
Ya producida volví al
salón de la Cámara de la Industria y escuché a los expositores del último
bloque. Y mientras Consuelo y sus auxiliares terminaban de ordenar todos los
materiales utilizados durante el día, salí a dar una vuelta por los
alrededores.
Heredia tenía una
población de alrededor de 150.000 habitantes, y era la capital cafetalera de
Costa Rica, produciendo el grano de Oro costarricense. Se encontraba a 1.150 m.s.n.m.
por lo que las temperaturas no eran tan elevadas como en las zonas costeras, pero
debido a que estábamos en plena época de lluvias, con la humedad, el calor se hacía
sentir.
Primeramente. me
detuve ante la iglesia de Nuestra Señora de Fátima, que había sido dedicada a la
aparición de la virgen en dicha localidad portuguesa ante pastorcitos a quienes
les habría entregado mensajes de salvación para toda la humanidad,
recomendándoles rezar el Santo Rosario. Fue así, que, en 1952 diferentes juntas
vecinales del barrio San Felipe le habían solicitado al cura párroco de
Heredia, que llevara la imagen de la Virgen de Fátima al barrio, para lo cual
se había recurrido a diversos medios para recaudar dinero y construir el templo.
Se recogieron toda clase de chatarra de hierro, cobre y bronce para elaborar
las campanas, mientras que la imagen fuera donada por los esposos Gámez Lobo, inaugurándose
el templo el 15 de agosto de 1956. Esta movida de devotos había dato lugar a
que el barrio pasara a llamarse Fátima.
Iglesia Nuestra Señora de
Fátima en Heredia
Al dar la vuelta a la
manzana encontré la entrada principal de la Cámara de Industria y Comercio de
Heredia, que, si bien no era nada ostentosa, tenía una apariencia más aceptable
que el lugar por donde nosotros habíamos ingresado.
Entrada principal de la
Cámara de Industria y Comercio de Heredia
Si bien Consuelo me
había prevenido acerca de posibles peligros porque ya habían pasado las cinco
de la tarde, pensé que exageraba. Pero
la escasa gente en la calle y las normas de seguridad que había en la mayoría
de los establecimientos, aun en los destinados a los niños, me dio la pauta de
que las cosas no eran para nada sencillas. La mayoría de las casas contaban con
gruesas rejas, alambres de puntas cortantes o electrificados, verdaderas cárceles…
Casas con alambre de puntas
cortantes
Construyendo fortalezas en
cada edificio
Cada casa semejaba una
cárcel
Casi todas las casas contaban
con sistemas de seguridad extremos
Yo estaba de acuerdo
con que en la Argentina los niveles de inseguridad habían aumentado de veinte o
treinta años a esa parte, pero conociendo la mayoría de los de la región, creo
que aun en ese momento, julio de 2011, seguía siendo el país más seguro. Y,
desde ya, Buenos Aires la más confiable gran ciudad de América Latina. Y el que
no me creyera, que saliera a recorrer, sin oficinas de turismo de por medio,
Sao Paulo, Río de Janeiro, Santiago de Chile, Lima, Guayaquil, Bogotá, Caracas
y México, entre las más importantes. Por eso cuando se decía que Costa Rica era
la Suiza de Centroamérica, debía entenderse en comparación con Honduras, El
Salvador y Guatemala, ¡pero nada más!
Retorné en busca de
Consuelo y fuimos en su auto hasta la Universidad Nacional de Costa Rica, donde
estaba el centro de operaciones del EGAL. Allí saludé a algunos organizadores y
me encontré con Gustavo Buzai, también de Argentina, con quien conversé un buen
rato ya que en Buenos Aires nunca teníamos tiempo.
Con Consuelo Alfaro en la
Escuela de Ciencias Agrarias de la UNA
Y junto con Consuelo y
otros profesores, salimos rumbo a La Condesa. Ya era de noche y el camino, además
de oscuro, bastante bacheado, pero ella no perdía el humor que la caracterizaba.
Allí estaban las
autoridades de la Universidad Nacional de Costa Rica, de la Universidad de
Costa Rica, los organizadores del Encuentro, los conferencistas y los que
participábamos de mesas redondas.
A margen de las
palabras formales, todos tuvimos la oportunidad de tener agradables
conversaciones con nuestros compañeros de mesa. En la mía estaban, entre otros,
José Seguinot Barbosa de Puerto Rico y Gilbert Vargas Ulate, de Costa Rica.
José Seguinot Barbosa
Gilbert Vargas Ulate era
el Director de la Escuela de Geografía de la Universidad de Costa Rica, y su
especialidad era la Biogeografía y Ecología Tropical. Así que le hice infinidad
de preguntas sobre la flora y fauna que había visto y sobre otras especies del
país.
Gilbert Vargas Ulate
Y como yo era la única
mujer del grupo, el tema del fútbol fue inevitable, con el agravante de que
quienes estaban a mi lado, a pesar de ser ticos, simpatizaban por Boca Juniors,
¡cuando yo era de River Plate!
Para quienes no lo
saben, les cuento que “tico” era un gentilicio popular hacia los
costarricenses, que devenía de su forma de hablar. Ellos sustituían la
terminación “tito” por “tico” en algunos diminutivos, por ejemplo, chiquitico
por chiquitito, ratico por ratito, gatico por gatito… Sonaba muy simpático y en
algunos casos, hasta cariñoso.
Finalizada la cena,
saludé a otros colegas a los que veía solo en esos encuentros, como Guillermo
Carbajal de Costa Rica y Delfina Trinca de Venezuela…, y como estaba previsto,
nos fuimos en el auto de Consuelo.
Con Guillermo Carbajal
Ya eran las once de la noche y en ese viaje venía con nosotras hasta
San José, Álvaro Sánchez Crispín, pero primeramente íbamos a llevar a otro
profesor a un barrio de Heredia. Y cuando estábamos cerca de su casa, Consuelo
vio que a mitad de cuadra había un grupo de muchachones en motos con armas
largas. Aceleró y se desvió hasta dejar a ese compañero en su casa, quien
comentó que tiempo atrás lo habían asaltado en ese lugar. Pero nuestro temor no
cesó ya que Consuelo tomó la autopista por un atajo a gran velocidad para
evitar cualquier inconveniente. Nos comentó además que era muy común que
estacionaran autos debajo de los puentes para obstruir el tránsito y así desvalijar
a sus víctimas. Pero sin más que un poco de miedo, llegamos sanos y salvos a
San José.
Y en cuanto entré al
hotel justo había un cuadro en exposición de una de las ranitas rojas sobre las
que habíamos hablado con el Prof. Vargas Ulate, que eran venenosas para los
enemigos naturales que se las comían, pero no para los demás.
Cuadro de una ranita
roja
Los demás días
transcurrieron sin contratiempos. Y el viernes, habiendo realizado la reunión
de la Unión Geográfica de América Latina, elegimos Presidente a Hildegardo
Córdova Aguilar de Perú y Vicepresidente a Álvaro Sánchez Crispín, de México.
Con Hildegardo
Córdova Aguilar y Álvaro Sánchez Crispín
Ese día las
actividades se desarrollaron en la Universidad de Costa Rica, en la ciudad de
Cartago, en el sector oriental del conurbano de San José. En esa zona caían al
año alrededor de 1.400 mm, de los cuales cerca del 10% se concentraban en el
mes de julio. La Universidad contaba con inmensos jardines que separaban un
pabellón de otro, que era tan ecológico como molesto cuando caía una lluvia
tropical torrencial como la que se produjo justo en el momento en que debíamos
llegar al sector donde Álvaro y yo teníamos que participar de la Mesa Redonda
sobre Asociaciones Geográficas Latinoamericanas. Ergo, nos empapamos. Y pese a
ese inconveniente, hubo bastante público y todo salió muy bien.
Con Álvaro Sánchez Crispín
de México, y Carlos Morera y Eduardo Bedoya de Costa Rica
Luego se realizó la
ceremonia de clausura donde se hizo un balance de toda la actividad a nivel
académico y organizativo.
Yo continué
encontrando conocidos como Carlos Amaya de Venezuela, una enorme delegación de
catamarqueños, Norma Medus de Argentina, y muchos más. Pero no pude ni
participar de muchas actividades por su superposición y lejanía como tampoco
ver a muchas otras personas con quienes pretendía dialogar. Y si bien a nivel
personal en términos generales me resultó positivo, en cierto sentido lo viví
como un gran desencuentro.