lunes, 19 de diciembre de 2022

Paseando por la ribera rosarina

   Ya avanzado el mes de marzo de 2011 Omar debía viajar a Rosario por una reunión universitaria y yo decidí acompañarlo para visitar una vez más la ciudad, organizar mis actividades del año fuera de las presiones de Buenos Aires, y pasar con él los ratos libres. Así que tomamos un micro durante la tarde y a la noche ya estábamos en nuestro destino.

Nos hospedamos en el Nuevo Hotel Imperio, que era tan caro y deficiente como casi toda la hotelería disponible en ese momento en toda Rosario. Lo que ocurría era que, con el auge de la soja, la infraestructura había quedado por debajo de la demanda y, a pesar de los precios, se completaban permanentemente casi todas las plazas.

La temperatura era agradable y enseguida salimos a caminar por la calle Urquiza. Ya habíamos hecho nueve cuadras y media cuando llegamos al Boulevard Oroño, mi calle preferida. Contaba con un cantero central alineado con palmeras y albergaba casonas históricas y mansiones de familias adineradas, aunque muchas de ellas habían sido transformadas en edificios institucionales, como centros educativos y de salud privados. Y tras doce cuadras admirando esa magnífica arquitectura, llegamos a la avenida Pellegrini donde cenamos en uno de los distinguidos restoranes que hacían furor en la noche rosarina. Después, por supuesto, un helado en uno de los locales puestos a todo trapo en la misma zona.

A pesar de ser ya tarde reanudamos nuestra caminata continuando por la avenida Pellegrini hasta bajar la barranca cercana al río y, bordeando los parques ribereños, nos detuvimos a tomar un café en el bar de la avenida Leandro N. Alem y La Rioja, ¡después de haber hecho alrededor de cuarenta cuadras! La zona, cercana al Monumento Nacional a la Bandera ya se había poblado de edificios de altura de muy buen nivel.

Todavía quedaban trece cuadras más para llegar al hotel, por lo que yo había decidido dormir toda la mañana siguiente. Sin embargo, siendo poco más de las siete, Omar me despertó diciéndome que había olvidado de poner en su valija la camisa de vestir. Evidentemente no había otra opción que salir a comprar una, ¿pero, dónde podría encontrar una camisería de turno?

Salí del hotel precipitadamente y tomé un taxi hasta la calle San Luis, a la altura de la plaza Sarmiento, que era la que concentraba más comercios textiles, muchos de ellos mayoristas, con características similares al barrio de Once en Buenos Aires. ¡Pero estaba todo absolutamente cerrado! Siendo ya las ocho comenzaron a abrir algunos locales, pero sólo tenían camisacos estampados o prendas demasiado ridículas. De pronto vi en una vidriera algo que me parecía adecuado, y aunque recién estaban lavando la vereda, entré en medio de baldazos de agua enjabonada. Obviamente no me querían atender, pero ante mi insistencia y desesperación, abrieron la caja para mí y pude regresar con el asunto solucionado.

Aunque no había sido mi intención, me encontraba levantada en horas muy tempranas para mi gusto, por lo que decidí desayunar y salir a disfrutar del día que estaba espectacular. Rumbeé hacia los parques ribereños atravesando el España y el de las Colectividades, hasta llegar al J. R. Rodríguez en la intersección de los boulevares Oroño Bis y Rivadavia.  

 

Boulevard Oroño Bis esquina Boulevard Rivadavia

 

 

Av. Arturo Íllia frente al parque de las Colectividades

 

 

Puente Rosario (Santa Fe) – Victoria (Entre Ríos)

 

 

Gorriones buscando alimento

 

 

Ya habiendo pasado largamente el mediodía, me encontré nuevamente con Omar para ir a almorzar al restaurante La Marina en 1ro. de Mayo y La Rioja, a sólo una cuadra del Monumento a la Bandera. Era un lugar tradicional, atendido por sus dueños de origen español y sus familiares, donde iban fundamentalmente los rosarinos ya que la variedad, calidad y precio eran más que satisfactorios.

Esa tarde Omar volvió a sus obligaciones y yo me dediqué a hacer algunas compras; y al día siguiente, por la mañana, regresamos a la ribera.  

Paseando por los parques ribereños

 

 

Fiel reflejo de la llegada del otoño

 

 

El paseo costero rosarino había sido renovado con objetivos muy diferentes a los de Puerto Madero en Buenos Aires, que tuvo su origen en la especulación inmobiliaria de terrenos revalorizados para un sector comercial, financiero y de población con elevado poder adquisitivo. En el caso de Rosario la puesta en valor de las áreas deprimidas se convirtió en una mayor oferta de espacio público, donde todos los habitantes de la ciudad podían disfrutar de paseos junto al Paraná, aun cuando no pretendieran consumir en los nuevos restoranes y bares que allí se instalaron. 

 

Nuevos restoranes en viejos edificios anteriormente abandonados

 

 

Coquetos bares a la vera del río

 

 

Una barcaza arenera navegando muy cerca del paseo ribereño

 

 

Varios  veleros surcaban las aguas en un día muy tranquilo

 

 

A diferencia del resto de la provincia de Santa Fe, la ribera rosarina presentaba barrancas, mientras que la entrerriana, una serie de islotes sedimentarios, absolutamente inundables.  

Islotes sedimentarios en la provincia de Entre Ríos

 

 

 

 

Río Paraná, límite entre las provincias de Santa Fe y Entre Ríos

 

 

El Paraná cargaba con sedimentos desde su alta cuenca en territorio brasileño sumados a los que le aportaba el río Paraguay, tornando a sus aguas de un color rojizo debido a los suelos lateríticos que arrastraba. Y paralelamente muchas semillas de zonas tropicales eran depositadas por el río en las islas deltaicas y en la ribera rosarina, adaptándose con menor tamaño y desarrollo florístico a un clima templado húmedo. 

 

 

Sauces llorones y especies tropicales depositadas por el río

 

 

Variedad florística en la ribera rosarina

 

 

Abundante vegetación higrófila

 

 

Además de los paseos el Paraná siempre ha constituido un gran atractivo para los pescadores, ya que algunas de las piezas más destacadas lo han sido el dorado, la boga, el surubí, el patí y el pacú, siendo la mayoría de ellos muy peleadores a la hora de su captura, lo que daba a los deportistas un plus de emoción.

Pero para nosotros, absolutamente alejados de la práctica de la pesca, lo único que nos interesaba era saborearlos. Y a mí, que no me gustaban los pescados de mar, me sabían muy agradables las especies de agua dulce por su suave y fino sabor. Y de entre ellos, mi preferido era el pacú, conocido como “el lechón del río”, que se lo encontraba en lugares con abundante vegetación ya que se alimentaba, además de pequeños peces y de caracoles, de frutas y raíces de plantas acuáticas. Y como se lo pescaba entre octubre y mayo, teníamos la posibilidad de conseguirlo en todos los restoranes de la ribera. 

 

Con Omar almorzando pacú con papas y ensalada

 

 

Por buscar restos de pescado el gato le había perdido miedo al agua

 

 

Por la tarde continuamos nuestro paseo por la ribera

 

 

Muelle recientemente remodelado

 

 

Nuevos edificios en torre cercanos a la ribera

 

 

Mucha gente en los barcitos durante la tarde del sábado

 

 

Desde el resto-bar Quillagua, a pasos del parque España

 

 

Disponibilidad de bancos de uso público

 

 

Caminamos gran parte de la tarde y después de un breve descanso regresamos a la ribera para cenar. Y fue tan gracioso como oportuno que el mozo, junto con el menú nos trajera repelente Off. De otra manera los mosquitos se hubiesen hecho un festín con nosotros. 

 

Con Omar cenando junto al río

 

 

Siendo ya noche cerrada permanecimos junto al río viendo pasar enormes buques cargueros. Era algo muy impactante por la proximidad con que lo hacían ya que el río presentaba su canal más profundo muy cerca de la ciudad; y la estela que dejaban sacudía con fuerza la vegetación y algunas construcciones precarias que aun quedaban por reciclar.

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