Nos
hospedamos en el Nuevo Hotel Imperio, que era tan caro y deficiente como casi
toda la hotelería disponible en ese momento en toda Rosario. Lo que ocurría era
que, con el auge de la soja, la infraestructura había quedado por debajo de la
demanda y, a pesar de los precios, se completaban permanentemente casi todas
las plazas.
La
temperatura era agradable y enseguida salimos a caminar por la calle Urquiza.
Ya habíamos hecho nueve cuadras y media cuando llegamos al Boulevard Oroño, mi
calle preferida. Contaba con un cantero central alineado con palmeras y
albergaba casonas históricas y mansiones de familias adineradas, aunque muchas de
ellas habían sido transformadas en edificios institucionales, como centros
educativos y de salud privados. Y tras doce cuadras admirando esa magnífica
arquitectura, llegamos a la avenida Pellegrini donde cenamos en uno de los
distinguidos restoranes que hacían furor en la noche rosarina. Después, por
supuesto, un helado en uno de los locales puestos a todo trapo en la misma
zona.
A pesar de
ser ya tarde reanudamos nuestra caminata continuando por la avenida Pellegrini
hasta bajar la barranca cercana al río y, bordeando los parques ribereños, nos
detuvimos a tomar un café en el bar de la avenida Leandro N. Alem y La Rioja,
¡después de haber hecho alrededor de cuarenta cuadras! La zona, cercana al
Monumento Nacional a la Bandera ya se había poblado de edificios de altura de
muy buen nivel.
Todavía
quedaban trece cuadras más para llegar al hotel, por lo que yo había decidido
dormir toda la mañana siguiente. Sin embargo, siendo poco más de las siete,
Omar me despertó diciéndome que había olvidado de poner en su valija la camisa
de vestir. Evidentemente no había otra opción que salir a comprar una, ¿pero,
dónde podría encontrar una camisería de turno?
Salí del
hotel precipitadamente y tomé un taxi hasta la calle San Luis, a la altura de
la plaza Sarmiento, que era la que concentraba más comercios textiles, muchos
de ellos mayoristas, con características similares al barrio de Once en Buenos
Aires. ¡Pero estaba todo absolutamente cerrado! Siendo ya las ocho comenzaron a
abrir algunos locales, pero sólo tenían camisacos estampados o prendas
demasiado ridículas. De pronto vi en una vidriera algo que me parecía adecuado,
y aunque recién estaban lavando la vereda, entré en medio de baldazos de agua
enjabonada. Obviamente no me querían atender, pero ante mi insistencia y
desesperación, abrieron la caja para mí y pude regresar con el asunto
solucionado.
Aunque no había sido mi intención, me encontraba levantada en horas muy tempranas para mi gusto, por lo que decidí desayunar y salir a disfrutar del día que estaba espectacular. Rumbeé hacia los parques ribereños atravesando el España y el de las Colectividades, hasta llegar al J. R. Rodríguez en la intersección de los boulevares Oroño Bis y Rivadavia.
Boulevard Oroño Bis esquina Boulevard Rivadavia
Av. Arturo Íllia frente al parque de las Colectividades
Puente Rosario (Santa Fe) – Victoria (Entre Ríos)
Gorriones buscando alimento
Ya habiendo
pasado largamente el mediodía, me encontré nuevamente con Omar para ir a almorzar
al restaurante La Marina en 1ro. de Mayo y La Rioja, a sólo una cuadra del
Monumento a la Bandera. Era un lugar tradicional, atendido por sus dueños de
origen español y sus familiares, donde iban fundamentalmente los rosarinos ya
que la variedad, calidad y precio eran más que satisfactorios.
Esa tarde
Omar volvió a sus obligaciones y yo me dediqué a hacer algunas compras; y al
día siguiente, por la mañana, regresamos a la ribera.
Paseando por los parques ribereños
Fiel
reflejo de la llegada del otoño
El paseo costero rosarino había sido renovado con objetivos muy diferentes a los de Puerto Madero en Buenos Aires, que tuvo su origen en la especulación inmobiliaria de terrenos revalorizados para un sector comercial, financiero y de población con elevado poder adquisitivo. En el caso de Rosario la puesta en valor de las áreas deprimidas se convirtió en una mayor oferta de espacio público, donde todos los habitantes de la ciudad podían disfrutar de paseos junto al Paraná, aun cuando no pretendieran consumir en los nuevos restoranes y bares que allí se instalaron.
Nuevos
restoranes en viejos edificios anteriormente abandonados
Coquetos
bares a la vera del río
Una
barcaza arenera navegando muy cerca del paseo ribereño
Varios veleros surcaban las aguas en un día muy
tranquilo
A diferencia del resto de la provincia de
Santa Fe, la ribera rosarina presentaba barrancas, mientras que la entrerriana,
una serie de islotes sedimentarios, absolutamente inundables.
Islotes sedimentarios en la provincia de Entre Ríos
Río Paraná,
límite entre las provincias de Santa Fe y Entre Ríos
El Paraná cargaba con sedimentos desde su alta cuenca en territorio brasileño sumados a los que le aportaba el río Paraguay, tornando a sus aguas de un color rojizo debido a los suelos lateríticos que arrastraba. Y paralelamente muchas semillas de zonas tropicales eran depositadas por el río en las islas deltaicas y en la ribera rosarina, adaptándose con menor tamaño y desarrollo florístico a un clima templado húmedo.
Sauces llorones y especies tropicales depositadas por
el río
Variedad
florística en la ribera rosarina
Abundante
vegetación higrófila
Además de los paseos el Paraná siempre ha
constituido un gran atractivo para los pescadores, ya que algunas de las piezas
más destacadas lo han sido el dorado, la boga, el surubí, el patí y el pacú,
siendo la mayoría de ellos muy peleadores a la hora de su captura, lo que daba
a los deportistas un plus de emoción.
Pero para nosotros, absolutamente alejados de la práctica de la pesca, lo único que nos interesaba era saborearlos. Y a mí, que no me gustaban los pescados de mar, me sabían muy agradables las especies de agua dulce por su suave y fino sabor. Y de entre ellos, mi preferido era el pacú, conocido como “el lechón del río”, que se lo encontraba en lugares con abundante vegetación ya que se alimentaba, además de pequeños peces y de caracoles, de frutas y raíces de plantas acuáticas. Y como se lo pescaba entre octubre y mayo, teníamos la posibilidad de conseguirlo en todos los restoranes de la ribera.
Con Omar almorzando pacú con papas y ensalada
Por buscar restos de pescado el gato le había perdido
miedo al agua
Por la tarde continuamos nuestro paseo por la ribera
Muelle recientemente remodelado
Nuevos edificios en torre cercanos a la ribera
Mucha gente en los barcitos durante la tarde del sábado
Desde el resto-bar Quillagua, a pasos del parque España
Disponibilidad de bancos de uso público
Caminamos gran parte de la tarde y después de un breve descanso regresamos a la ribera para cenar. Y fue tan gracioso como oportuno que el mozo, junto con el menú nos trajera repelente Off. De otra manera los mosquitos se hubiesen hecho un festín con nosotros.
Con Omar cenando junto al río
Siendo ya noche cerrada permanecimos junto al río viendo pasar enormes buques cargueros. Era algo muy impactante por la proximidad con que lo hacían ya que el río presentaba su canal más profundo muy cerca de la ciudad; y la estela que dejaban sacudía con fuerza la vegetación y algunas construcciones precarias que aun quedaban por reciclar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario