martes, 13 de diciembre de 2022

El Obelisco de Buenos Aires, visto desde otro lugar

   En febrero de 2011, por primera vez en mis cincuenta y ocho años, a pesar de haber nacido y residido la mayor parte de mi vida en la ciudad de Buenos Aires, tuve la oportunidad de ver al Obelisco desde la altura.

Desde el piso veintitrés de la avenida Corrientes 753, entre las calles Maipú y Esmeralda, comencé a recorrer con mi cámara diferentes sectores de la ciudad, comenzando por las vistas hacia el sudeste, es decir, hacia el río de la Plata.

En el barrio de Monserrat, el primer edificio emblemático que pude observar fue el Libertador, donde funcionaba el Ministerio de Defensa de la Nación Argentina, sito en la calle Azopardo entre las avenidas Paseo Colón e Ingeniero Huergo.

Su estilo arquitectónico era el renacentista francés con remate de mansarda de pizarra importada, que cubría los tres pisos superiores y su fachada en forma de sillería, revestido todo de cemento y mármol. Contaba con dieciséis pisos comunicados por ascensores instalados por la empresa Siemens.

Habiendo sido inaugurado en 1938, tomó ese nombre en 1950, cuando el Presidente Juan Domingo Perón lo decretara “Año del Libertador General San Martín”, por cumplirse el centenario de su fallecimiento.

El 16 de junio de 1955 se produjo un intento de golpe de estado durante el cual la plaza de Mayo fue bombardeada por aviones de la Marina, y Perón salvó su vida resguardándose en este edificio, al cual pudo acceder mediante el pasaje subterráneo que lo conectaba con la Casa de Gobierno.

El 3 de diciembre de 1990, durante la presidencia de Carlos Saúl Menem, el motín encabezado por Mohamed Alí Seineldín, tomó el edificio intentando derrocar a la cúpula del Ejército, momento en que se encontraba de visita George Bush padre, presidente de los Estados Unidos.

En 2009, la ministra de Defensa Nilda Garré, decidió que las oficinas del piso trece deberían ser desalojadas en un plazo perentorio por parte del Grupo Militar de los Estados Unidos en la Argentina, que se alojaba en ese lugar desde la década de 1960, instalados en el marco de la Guerra Fría. 

Barrio de Monserrat, en el sudeste de la ciudad de Buenos Aires,

donde se localizaba el Ministerio de Defensa de la Nación

  

Siguiendo el recorrido por el río de la Plata, pude ver el amplio predio de trescientas cincuenta hectáreas, que desde 1989, había pasado a ser la Reserva Ecológica Costanera Sur, habiéndose generado un espacio de protección de avifauna en ambiente de humedal, a la vera de la gran ciudad.

En ese distrito, el de San Nicolás, denominado así en alusión a la iglesia de San Nicolás de Bari que se encontraba en el lugar donde posteriormente se levantara el Obelisco, se destacaba la Torre Bouchard, un edificio realizado entre los años 1991 y 1994, con treinta plantas y ciento quince metros de altura, con remate piramidal, y que estaba siendo ocupado por las oficinas de varias entidades de gran importancia nacional e internacional. 

Mirando hacia el este, el barrio de San Nicolás con el fondo de la Reserva Ecológica y el río de la Plata,

donde se destacaba la Torre Bouchard con remate piramidal

  

Subiendo mi mirada hacia el norte, llegué al barrio de Retiro, donde, entre varias torres, aparecía el Sheraton Buenos Aires Hotel, de estilo racionalista, construido entre los años 1969 y 1972.

El barrio de Retiro, un importante nodo de comunicaciones, originalmente se encontraba en las afueras de las fundaciones de la ciudad, tanto de la de Pedro de Mendoza en 1.536 en el parque Lezama, como de la segunda, en 1.580 por Juan de Garay, en la plaza de Mayo. Fue área de mercado de esclavos hasta el siglo XVIII, campo de batalla durante la Segunda Invasión Inglesa en 1.807, comenzando su poblamiento a partir de 1.871 cuando, debido a la epidemia de fiebre amarilla, las familias adineradas comenzaron a abandonar el Centro de la ciudad. Posteriormente, debido a la cercanía a la City Porteña, se concentraron oficinas de diversas compañías, y confluyeron sectores sociales de diversos orígenes. 

Conglomerado de edificios en el sector noreste de la ciudad de Buenos Aires.

A la izquierda se veía el Sheraton Buenos Aires Hotel

  

Hacia el norte, el barrio de Retiro

  

Y, debido a que el día era diáfano, hacia el horizonte, se vislumbraba la ribera uruguaya del río de la Plata, que en esa zona distaba solo de cincuenta kilómetros en línea recta. 

Vista del río de la Plata con la ribera uruguaya

  

Si bien a partir del año 1.976 se habían prohibido los incineradores en los edificios, por lo que disminuyó considerablemente el hollín que formaba grandes nubes sobre la ciudad, debido a la intensidad del tránsito, el neblumo continuaba siendo un problema por el cual lo de “buenos aires”, seguía siendo una utopía. 

Virando hacia el noroeste, se visualizaba el neblumo que rodeaba la ciudad

 

 Girando hacia el oeste-noroeste, si bien predominaban las construcciones modernas, de altura, posé mis ojos en el Palacio de Justicia, sede del Poder Judicial y de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Se trataba de un edificio de siete pisos de estilo neoclásico con influencias griegas y romanas, que mantenía una rigurosa simetría, acompañada por símbolos que remitían a la idea de justicia. 

Vista hacia el oeste-noroeste,

donde, a lo lejos, hacia la izquierda de la foto, se veía el Palacio de Justicia

  

Acercándome con el teleobjetivo al Palacio de Justicia

 

 Con mi mirada concentrada hacia el oeste, comencé a buscar el Obelisco, y aunque era seguro que estaba en esa dirección, no lo podía encontrar en semejante enjambre edilicio. 

Vista panorámica del oeste de la ciudad de Buenos Aires,

donde, a pesar de estar en la imagen, el Obelisco casi no se podía visualizar

  

¡Y apareció el Obelisco en medio del enjambre edilicio!

 

 Teniendo una vista panorámica, hacia el oeste-sudoeste del Obelisco, se notaba la cúpula del Palacio del Congreso de la Nación, sede de la Cámara de Diputados. De estilo ecléctico grecorromano, se distinguía justamente por su cúpula, que, alcanzando los ochenta metros de altura, lo había transformado en el edificio más alto de la Argentina en 1.906, cuando fuera inaugurado. Y debido a que estaba cubierta de cobre, al tratarse de una zona de clima húmedo, este metal se había transformado en óxido, de ahí, su color verde. La cúpula terminaba en una corona decorada con figuras quiméricas, en la que se había instalado un pararrayos. 

El Obelisco y la cúpula verde del Palacio del Congreso de la Nación

en una vista hacia el oeste-sudoeste

 

 

La verde cúpula del Palacio del Congreso de la Nación

 

 Pero, a pesar, de la cantidad e importancia de los edificios que lo rodeaban, mi principal objetivo era poder fotografiar el Obelisco, un símbolo de Buenos Aires como lo eran el Cristo Redentor en Rio de Janeiro, la Estatua de la Libertad en New York o la Torre Eiffel en Paris. 

El Obelisco, en la intersección de las avenidas 9 de Julio, Corrientes y Diagonal Norte

  

El Obelisco fue erigido en conmemoración del cuarto centenario de la Primera Fundación de Buenos Aires, llevada a cabo por el Adelantado Pedro de Mendoza el 3 de febrero de 1.536.

El Intendente Mariano de Vedia y Mitre, nombrado por el Presidente Agustín Pedro Justo (1.932-1.938), fue quien firmó el decreto de su creación el 3 de febrero de 1.936 determinando que fuera construido en la intersección de las avenidas Corrientes y la 9 de Julio, dos de las más importantes arterias de la ciudad, tratándose, además, de ser un lugar histórico, ya que allí se había levantado la iglesia de San Nicolás, y desde su campanario había flameado por primera vez la bandera nacional, el 23 de agosto de 1.812.

La obra comenzó el 20 de marzo de 1.936 y fue inaugurada el 23 de mayo de ese mismo año, es decir que se levantó en solo sesenta y cuatro días, y estuvo a cargo del consorcio alemán GEOPÉ Siemens Bauunion-Grun & Bilfinger. El arquitecto que lo diseñó en un estilo racionalista fue Alberto Prebish, quien se refiriera a su obra de la siguiente manera: -“Se adoptó esta simple y honesta forma geométrica porque es la forma de los obeliscos tradicionales… Se llamó Obelisco porque había que llamarlo de alguna manera. Yo reivindico para mí el derecho de llamarlo de un modo más general y genérico ‘Monumento…’”

De todos modos, la palabra “obelisco”, derivada del latín “obeliscum”, según el diccionario de la Real Academia Española, significaba “pilar muy alto, de cuatro caras iguales y terminado por una punta piramidal muy achatada, que sirve de adorno en lugares públicos”.

La altura del Obelisco alcanzaba los sesenta y siete metros y medio, de los cuales, sesenta y tres y medio se extendían hasta la iniciación del ápice, que era de tres metros y medio por otros tres metros y medio, con una base de seis metros con ochenta centímetros de cada lado. La punta, de cuarenta centímetros, era roma y culminaba en un pararrayos cuyos cables corrían por su interior. 

El Obelisco, donde se destacaba su altura respecto de los edificios vecinos

  

Tal cual como había sucedido con la torre Eiffel en Paris, cuyas diatribas por parte de artistas de la época, habían comenzado durante su construcción, el Obelisco no fue aceptado originariamente ni por el público ni por la prensa, llamándolo “armatoste sin sentido”, “bodrio en perspectiva” o “feo punzón”, entre otros epítetos.

Solamente Baldomero Fernández Moreno, le encontró poesía:

“Dónde tenía la ciudad guardada

Esta espada de plata refulgente

Desenvainada repentinamente

Y a los cielos azules asestada”.

Sin embargo, la mayor parte de los porteños no lo digería, al punto que un verso popular, decía así:

“En el medio de la calle

Hay una mole parada

La llaman el Obelisco

Y no sirve para nada”.

Fue tan mal recibido, que en 1.939 fue votada su demolición por el Concejo Deliberante de la Ciudad Buenos Aires por veintitrés votos contra tres. Pero el Intendente Arturo Goyeneche, quien fuera nombrado por Roberto M. Ortiz, el nuevo presidente desde 1.938, vetó la ordenanza argumentando que tal decisión carecía de valor y contenido jurídico, ya que alteraba el estado de las cosas, y que el monumento se encontraba en jurisdicción nacional. Debe tenerse en cuenta, que previamente a 1.994, en que fuera nuevamente reformada la Constitución Nacional, la ciudad de Buenos Aires no contaba con autonomía, siendo que era territorio federal, por lo que el Intendente era elegido por el Presidente de la Nación.

La enorme aguja también sobrevivió a la premonición de un tal Jorge Osvaldo Delio Krasnoff, quien afirmara en un escrito que hizo llegar al diario Clarín, que decía así: “El Obelisco desaparecerá el domingo 12 de marzo de 1.978”. Sobre esto hubo un gran revuelo mediático, nadie supo más nada de ese personaje, pero el Obelisco siguió en su lugar.

Otra cosa que generó discordia sobre este monumento fue el considerarlo un símbolo masón. Además de su forma, esto tuvo asidero en que en toda América se habían creado, desde finales del siglo XVIII, gran cantidad de sociedades masónicas con la llegada de las ideas de la Ilustración. Algunas de ellas fueron de corte francés, y otras, más conservadoras, pero, si bien se ha tratado de asociaciones dedicadas a la exaltación y perfeccionamiento de las virtudes del hombre, apoyándose en los ideales de LIBERTAD, IGUALDAD y FRATERNIDAD, en muchos casos se les atribuyeron tormentosos secretos destinados a dominar el destino de las naciones.

En Buenos Aires, se instalaron varias órdenes masónicas, siendo una de ellas, la Gran Logia de Libres y Aceptados Masones, que se llevaba el trofeo del mal del continente por considerarse que la organización arquitectónica de la ciudad fue trazada por ellos, sumado a que su sede se encontraba en la calle Tte. Gral. Perón 1,242, a poco más de cuatrocientos metros del Obelisco.

Quienes adoptaban esta postura afirmaban que, cuando en la segunda mitad del siglo XIX, se consolidó el estado argentino, el Poder Judicial fue ubicado en el Palacio de los Tribunales, el Poder Legislativo en el edificio del Congreso de la Nación, y el Poder Ejecutivo permaneció en la Casa de Gobierno, antiguo Fuerte de la ciudad. Y que estas grandes obras habían sido puestas en el plano urbano con la forma de un triángulo rectángulo, en cuyo centro se localizaba la Casa de la Logia Masónica. Que dicho ordenamiento espacial había sido trazado por masones que creían en un orden armónico para todo el país, y que, sin embargo, cuando, por un golpe de estado tumbaron al Presidente Hipólito Yrigoyen, quien pertenecía a la Logia Docente, ingresó al país un grupo de gobernantes que ejercieron el poder por medio de métodos infames. En este caso se referían a Agustín Pedro Justo, quien también era masón.

Además, consideraban que el famoso Obelisco había terminado desencantando a la ciudad de su trazado perfecto y orden dado, ya que este monumento había coaptado toda la energía del triángulo anterior, formando otro triángulo rectángulo, permitiendo repartir injustamente el poder hacia una elite más violenta, y desatando una maldición para todos los argentinos. También fueron atribuidas tanto las crisis económicas como las políticas por las que atravesó el país a la mala energía que el Obelisco le generara, por ser un elemento punzante.

Sin embargo, durante el gobierno de Justo, se emprendieron muchas más obras correspondientes a un ambicioso proyecto de organización urbana, que fueron más allá de la construcción del Obelisco y de la apertura de las diagonales Norte y Sur, el ensanchamiento de la calle Corrientes y el primer tramo de la avenida 9 de Julio; y éstas fueron la construcción de edificios públicos como los ministerios de Economía y de Obras Públicas, el Concejo Deliberante, la creación y modernización de hospitales, las líneas C y D de subterráneos y la iniciación del trazado de la línea E, la rectificación del Riachuelo y los tres puentes sobre él uniendo la ciudad con la provincia de Buenos Aires; y a nivel privado, el estadio Monumental del Club Atlético River Plate, y la Bombonera del Club Atlético Boca Juniors, entre las más destacadas.

También había generado duras críticas el hecho de suponer que la demolición de la iglesia de San Nicolás de Bari se había realizado, expresamente, para erigir el Obelisco, sin embargo, ese hecho había ocurrido, junto con más de cien edificios, en 1.931 con el fin de ensanchar la calle Corrientes, siendo erigido el nuevo templo en 1.935 en la avenida Santa Fe, entre las calles Talcahuano y Uruguay.

A la vez, también se ha investigado sobre las inversiones nazis en la Argentina, durante el período en que estuvo en el poder Adolf Hitler, casi coincidente con la “modernización” de Buenos Aires.

Los alemanes habían fundado en nuestro país asociaciones con ideologías diversas, tanto de una postura liberal contra el nazismo, como socialistas, comunistas, progresistas, así como también organizaciones nazis.

En 1931 se fundó el Landesgruppe Argentinien del NSD, la rama argentina del partido nazi, que, en un comienzo, no solo hizo todo lo posible para atacar a socialistas y republicanos alemanes, sino también al grupo conservador de empresarios germanos en el país. Las filiales de grandes empresas alemanas en la Argentina, crearon el Firmen-Ring para la provisión sistemática de fondos destinados a la propaganda en el país. A fines de la década de 1930, se alegaba que agentes económicos y testaferros de destacadas figuras del movimiento nazi europeo habían transferido clandestinamente capitales privados a la Argentina. Entre ellos, Ludwig Freude fue uno de los nombres más llamativos de la lista de doce mil adherentes a la filial local del partido nazi, y que aportaron dinero a una cuenta única en Suiza, cuyos fondos, podrían haber surgido de la expoliación de los judíos durante el régimen.

Algo que resultó significativo fue que la construcción del Obelisco quedó a cargo de Siemens-Bauunión, filial de la empresa alemana, involucrada con el Holocausto, que venía participando en la realización de otras importantes obras de infraestructura, así como de la provisión de los trenes subterráneos que se expandieron en la ciudad. Y también se centraron cuestionamientos sobre el arquitecto Prebish, quien, si bien había nacido en la Argentina, era de ascendencia alemana. 

Acercándome al Obelisco con el teleobjetivo

 

 Yo debo confesar que coincido con varios de los conceptos vertidos en este relato. El Obelisco de Buenos Aires me parece una obra faraónica, un verdadero “elefante blanco”, insulso, un mastodonte, y realmente poco estético, tal cual lo que me pareció la torre Eiffel cuando la vi por primera vez, aunque posteriormente, de noche, muy iluminada, tuve otra impresión. Pero en el caso del Obelisco, ¡ni de noche! A lo que le sumo el adjetivo de “inservible” ya que tampoco ha sido utilizado como mirador, por haber estado vedado su ascenso al público en general, mientras que desde la torre Eiffel se obtienen hermosas imágenes de Paris.

Verdaderamente hubiese preferido otro tipo de monumento si se quería homenajear a la Primera Fundación de Buenos Aires, aunque tampoco elegiría ese lugar central para conmemorar un acontecimiento mal avenido y, además, frustrado. Que se trata de un símbolo de la masonería, por las características de su forma, no tengo la menor duda, pero, de ahí a creer que ha sido la causa de los problemas políticos y económicos de la Argentina, me parece una interpretación absolutamente desatinada. Por otra parte, la simbiosis entre el estado argentino de la década del ’30 con las empresas alemanas nazis, si bien no estoy en condiciones de afirmarlo académicamente, no me parece descabellada, ya que existen evidencias demasiado sospechosas sobre las grandes inversiones realizadas y el origen de los capitales.

Pero pese a todo lo que se ha dicho y se dirá, el Obelisco continúa siendo el epicentro convocante, desde eventos artísticos y festejos de triunfos electorales y campeonatos de fútbol, hasta manifestaciones de protesta, porque, para bien o para mal, pasó a ser el mayor símbolo de Buenos Aires, aunque en los últimos años se había intentado reemplazarlo con el Puente de la Mujer en Puerto Madero, o con la Floralis Genérica en Recoleta, dos lugares carentes de historia y de gracia.

Al Obelisco se lo ha decorado como árbol de Navidad, se le han colocado inscripciones referidas a la limpieza de la ciudad, al cambio climático, se lo ha cubierto con un enorme preservativo como lucha contra el SIDA, con las banderas de Argentina y de Alemania como símbolo de buenas relaciones bilaterales, se hicieron campañas publicitarias del mundo del espectáculo…

Obviamente que no responde a mis gustos, sin embargo, debo reconocer, que me he criado bajo su sombra.

Que, siendo niña, uno de los paseos habituales era llegar a la plaza de la República, donde estaba emplazado, y desde allí observar el multicolorido de los carteles de neón que siempre caracterizaron a Buenos Aires.

Que, en la adolescencia, ya verlo desde lejos significaba que estaría en presencia de los cines y teatros que formaban parte de mis entretenimientos preferidos.

Ya de adulta, como todos, salí a festejar un sinnúmero de acontecimientos, y a protestar por diferentes causas.

Que, al visitar otros países, cuando menciono que soy de Buenos Aires, me preguntan por Gardel y por el Obelisco, aunque ellos nunca estuvieron juntos, ya que el cantor de Buenos Aires había fallecido el 24 de junio de 1.935, cuando ni siquiera estaba en los planes del gobierno su construcción.

Y que, a pesar de haber residido, ya sea en diferentes barrios como en otras ciudades del país, desde 2.007 vivo a sólo diez cuadras del Obelisco, y con solo caminar doscientos cincuenta metros hasta la avenida Corrientes, lo tengo ante mí, casi todos los días.

Siempre había querido que lo demolieran, pero ese día de febrero de 2011, insólitamente, al tener una visión de la ciudad desde la altura, inconscientemente, busqué el Obelisco ansiosamente en medio de la selva de cemento. Era como que el paisaje de Buenos Aires no estaba completo sin su presencia. Y, en realidad, esto ya no pasaba por mi racionalidad, por su forma, por su estética, ni por su historia, sino por la mía.

 

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