domingo, 11 de diciembre de 2022

Una escapada a Chascomús

  En los últimos días de enero de 2011, partí junto con Omar, hacia la ciudad de Chascomús, a poco más de cien kilómetros al sur de Buenos Aires.

La idea era tomarnos sólo unos días para mitigar, en parte, las calurosas jornadas de la metrópoli porteña, características de esa época del año. Sin embargo, la temperatura era tan elevada, incluso en esta ciudad pequeña con influencia de la brisa lacustre, que no atinamos más que a permanecer gran parte del día encerrados en una habitación con aire acondicionado, a pesar de que el hotel contaba con amplios jardines. Y recién, cuando bajó un poco el sol, caminamos hasta la laguna.

La laguna de Chascomús, bordeando la ciudad por el sur y parte del oeste, pertenecía al sistema de “Las Encadenadas”, un grupo de lagunas ubicadas en el centro-norte de la provincia de Buenos Aires, que se encontraban conectadas por aguas subterráneas, actuando como vasos comunicantes. Su formación estaba relacionada con una zona llana, en un ambiente de precipitaciones cercanas a mil milímetros anuales, con suelos arcillosos poco permeables, que generaba acumulación de aguas en las áreas deprimidas.

Según decían, los nativos de la zona, que hacia mediados del año 1.700 merodeaban el lugar, eran nómades, por lo que no estaban allí establecidos, utilizaban el vocablo araucano “chadi-comú”, que significaba “agua muy salada”, y de allí su fue derivando en “Chascomús”. 

Llegando a la laguna de Chascomús

  

Laguna de Chascomús

  

Entre la fauna ictícola, si bien había otras especies, se destacaba el pejerrey, que se capturaba tanto en forma deportiva como comercial, habiendo varios restoranes que se especializaban en su preparación.

Nosotros cenamos en “La Cuadra”, donde, además de saborear exquisitos platos, tuvimos una hermosa vista de la laguna y disfrutamos de una suave brisa que alivió los calores sufridos durante el día.

Vista panorámica del restorán La Cuadra, a la vera de la laguna

  

Restorán La Cuadra, especializado en pescados lacustres

  

Al otro día, la visita obligada era a la Capilla de los Negros, un lugar que yo ya había visitado en más de una oportunidad, desde niña, habiendo conocido a Doña Eloísa, quien cuidaba del lugar. Ella era la nieta de Luciano Alsina, esclavo que había sido comprado junto con su madre cuando tenía ocho años por la familia que le diera su apellido.

En su camino de conquista, Juan de Garay había avistado una zona donde abundaban las lagunas de agua salada cercanas al río Samborombón, construyendo el Fuerte “San Juan Bautista de Chascomús”, levantado por el Capitán de Blandengues Pedro Nicolás Escribano el 30 de mayo de 1779, como límite demarcatorio de frontera entre “la Civilización y el Indio”, en cuyo derredor se formara un caserío de adobe con horcones de algarrobo, considerándose esa fecha como la de la fundación de la ciudad.

Poco después comenzaron a autorizarse las vaquerías, que consistían en la cacería de hacienda cimarrona, siendo los nativos, cada vez más desplazados de su originario espacio ancestral, concediéndose, además, las primeras suertes de estancias.  Los nuevos terratenientes y pobladores se dirigían a los puertos a comprar en los tablados a negros esclavos, a lo que se denominó “La Trata Atlántica”, para ser destinados a los quehaceres domésticos, a criar a sus hijos o a trabajar en el campo.

Para mostrar propiedad sobre ellos, los bautizaban e inscribían en las iglesias, y les otorgaban sus apellidos, por lo que les pertenecían para toda la vida, pudiéndolos vender cuando ya no les sirviera.

Ya libertos, fuera por la Ley de Rescate, si sobrevivían a cinco años de servicio en el ejército en las primeras filas de combate, o, por la “Libertad de Vientres”, otorgada por la Asamblea del Año XIII, igualmente eran mantenidos a su servicio destinándose a diversos oficios de escasa calificación.

En el área de Chascomús, lograron establecerse en una Cofradía o Hermandad de los Morenos del Sur “Boyimbe de Ivenza”, encabezados por Luciano Alsina, quien, en ese momento, lideraba la “negrada”, dirigiendo las comparsas del Carnaval, cuyos nombres eran “Los Negros Alegres”, “Los Negros de la Primavera” o “Los Negros de Alsina”.

Y tras recibir un importante donativo, es que construyeron un templo en honor al Cristo de los Cielos, el Señor y Dios de los Morenos, inaugurado en 1832, que originalmente fue con paredes de adobe, techo de paja con cañas de tacuara y piso de tierra, sin contar con imágenes religiosas.

La Capilla fue convertida en hospital improvisado durante la Batalla de Chascomús, librada el 7 de noviembre de 1839, (en que los Libres del Sur, un vasto movimiento en contra de Rosas, fueran vencidos), así como en lazareto durante la epidemia de cólera en 1858 y en la de fiebre amarilla en 1871.

La Constitución Nacional de 1853 abolió la esclavitud, pero legalmente recién con la reforma de 1860, la abolición fue completada, al establecerse la libertad de esclavos extranjeros introducidos por sus amos en el territorio argentino, pudiendo pasar a ser propietarios de terrenos y casas.

De todos modos, para esa época ya no quedaban demasiados afrodescendientes en el territorio argentino, ya que, a posteriori de la libertad de vientres, muchas madres con sus hijos fueron vendidos al Brasil, donde la esclavitud fue abolida recién en 1888. Pero, lo más significativo fue que gran parte de los hombres habían muerto durante las Guerras de la Independencia, ya que, a las familias blancas, se les pedía la donación de sus esclavos para no ser confinados sus hijos en los ejércitos. Al respecto, fue famosa la frase de San Martín: “Pobres mis negros”, ya que éstos fueron carne de cañón tanto en el Ejército de los Andes como en muchas otras batallas.

A partir de 1910/12 se hizo cargo del cuidado de la Capilla, Eloísa, quien comenzara a pagar los impuestos de los terrenos, construyendo su vivienda en la parte de atrás, hasta que, en 1945, debido a la ley treintañal, se convirtió en propietaria del lugar, se casó con un español que la ayudó mucho, y tuvo diez hijos.

A pesar de no ser reconocida por la Curia, hasta 1922, momento de su fallecimiento, el Cura Párroco de Nuestra Señora de la Merced, Julián Quintana, cuyos restos descansaban en el atrio, dio misa todos los domingos. Desde entonces, pasó a ser solo un lugar de oración.

Pero en 1950, un fuerte temporal arrasó al templo primitivo. Inmediatamente, la comunidad de Chascomús dispuso su reconstrucción conservando las características originales, pero con paredes de ladrillos. Entonces se le construyó un altar donde se exhibían las imágenes de la Virgen del Rosario, de la Virgen Morena de los Milagros, la de San Martín de Porres (el Santo Moreno de la Escobita), la Virgen Gaucha de Luján, la de San Benito de Palermo, y un retrato de Ceferino Namuncurá. Y luego de su deceso, se agregó un cuadro de Doña Eloísa.

Fue declarado Monumento Histórico Nacional en 1962; y elegido por la UNESCO en 2010, como uno de los cuatro sitios de memoria de la Argentina, dentro del programa “La Ruta del Esclavo”, además de las iglesias de Alta Gracia que junto con los Jesuitas fueran levantadas por negros, la ciudad de Buenos Aires en cuyo puerto se comercializaban los esclavos como piezas de Indias, y el tango y la milonga como instituciones musicales de raigambre negra.

En sus casi cien años de vida, Doña Eloísa había salido una sola vez de Chascomús, y lo hizo para visitar a “Raulito”, como lo llamaba a Alfonsín, padrino de una de sus nietas, quien, cuando fue presidente, le mandó una combi para que pudiera conocer la Casa Rosada.

Eloísa Guillerma González Soler de Luis falleció en 1990, haciéndose cargo del cuidado de la “Capilla”, su hijo Antonio, a quien pertenecieron algunos de los relatos que acabo de contar. 

Capilla de los Negros


Frontispicio de la Capilla de los Negros


 

Interior de la Capilla de los Negros


Cuadro de Doña Eloísa, quien cuidara de la capilla durante toda su vida

 

 El resto de la jornada lo pasamos junto a la laguna paseando por la costanera y disfrutando de la sombra de los frondosos árboles, pero, a la vez, tuvimos la desagradable sorpresa de que los efluentes de la ciudad eran descargados en sus aguas. 

Regresando a la laguna


Omar junto a la laguna


 

Efluentes de la ciudad descargando en la laguna

  

Y cuando cayó la tarde, el sol mostró sus reflejos en la laguna, en una rojiza puesta de sol.

Atardecer en la laguna 


El sol reflejándose en la laguna 


Hermosa puesta de sol


Reflejos rojos en el firmamento

  

A la mañana siguiente, después de desayunar, emprendimos el regreso. Y esperamos el tren junto a un grupo de mochileros, que, como nosotros, había hecho solo una escapada.

Esperando el tren junto a los mochileros

  

Y a pesar de la escasa distancia a recorrer, tardamos más de dos horas y media en llegar a la estación Constitución, en la zona sur de la Ciudad de Buenos Aires. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario