Buscamos por internet un alojamiento que fuera tranquilo pero que no estuviera alejado de los servicios urbanos que pudiéramos necesitar, y encontramos la posada La Ensenada, que estaba ubicada en el camino al cerro Los Linderos, a sólo cuatro cuadras de la plaza, el supermercado, los restoranes y demás servicios de Villa Yacanto, un pueblito de montaña de mil quinientos habitantes.
Martín
junto a la piscina de la posada “La
Ensenada”
Cuando llegamos, el lugar nos pareció maravilloso, no sólo por la infraestructura sino por el paisaje que lo rodeaba y la serenidad del ambiente.
Martín
feliz rodeado de montañas
Y prontamente se nos comentó que el complejo había sido construido íntegramente de acuerdo con la escuela del Feng Shui tradicional, con el objetivo de lograr el equilibrio energético y la armonía con el Universo, de manera que influyeran positivamente en la vida de las personas que lo habitaran. Esto implicaba no sólo la orientación de habitaciones y muebles, sino la elección de algunos materiales como la utilización de lámparas de sal que generaran iones negativos, neutralizando así la contaminación electromagnética.
Martín en los jardines de la posada “La Ensenada”, íntegramente diseñada en base al Feng Shui
Martín junto a las habitaciones
construidas en piedra y quebracho
Adoquines de madera en los caminos del jardín
Martín
deambulando por el predio, que en total contaba con siete hectáreas
Martín descansando en el bosquecito del complejo
Vista
panorámica de la posada “La Ensenada”
Pero además de haber sido rediseñada en base a
los lineamientos del Feng Shui, nos hicieron saber que nos encontrábamos en un
lugar de importancia histórica.
En primer lugar, entre las rocas de los
jardines se podían observar morteros comunitarios, fieles testigos de la
presencia de los Comechingones.
Posteriormente, en el siglo XVII el sitio
estuvo en manos de la Compañía de Jesús, que llevara a cabo las denominadas
misiones jesuíticas, formando parte de la Gran Estancia de San Ignacio de los
Ejercicios, hasta su expulsión en 1.767 por el rey Carlos III. De esa época se
mantenían en buen estado de conservación las construcciones de pircas de los
dos corrales, y un murallón en forma de arco que los unía frente al arroyo
Yacanto, a modo de ensenada, sirviendo de protección a los animales que allí se
criaban.
En el siglo XVIII la estancia se había vendido
a la familia Villagra, que se dedicó mayormente a la ganadería.
Y en el siglo XX, ya en poder de la familia
Marrero, se le dio el nombre de “La
Ensenada”, convirtiéndose en el epicentro de los primeros loteos realizados
en la zona, por lo que se la consideraba lugar fundacional.
En el predio quedaban morteros comunitarios
pertenecientes a los Comechingones
Los nuevos dueños decidieron mantener el
nombre “La Ensenada” por considerar
que era muy apropiado a su propuesta turística, ya que tal cual las
embarcaciones buscan una ensenada como lugar seguro donde estar a salvo de un
temporal, quienes allí se albergaran también buscarían un refugio, aunque fuera
en tierra firme, donde protegerse y aislarse de sus problemas.
Para lograr un ambiente relajado, al margen
del paisaje que ya lo predisponía, no aceptaban niños menores de doce años ni
mascotas, que pudieran perturbar la paz allí reinante; además de ofrecer
diversos tipos de masajes, Reiki, y otras terapias naturales.
Martín se mantuvo relajado todo el tiempo
El único inconveniente que se nos presentaba
era que no servían ni almuerzos ni cenas, y si bien el casquito del pueblo
estaba a sólo cuatro cuadras, había muchos perros sueltos y Martín estaba en la
etapa en que les tenía fobia. Así que, a los brincos, esquivando todos los
canes que nos fuera posible, o bien agradeciendo a quien nos llevara en algún
vehículo, llegábamos diariamente al área urbana que contaba con una oferta
gastronómica variada y de excelente calidad, incluyendo platos típicos de la
zona como cabrito, ciervo y truchas.
Martín
optó por probar la trucha de la zona
Si bien nos sentíamos muy bien dentro de la posada, y el primer día lo destinamos a descansar y relajarnos, no había sido el principal motivo de nuestro viaje. Así que, al día siguiente, en un vehículo, salimos a recorrer el área circundante.
Los campos serranos cercanos a la
posada
Habiendo recorrido diecisiete kilómetros desde
nuestra partida llegamos a El Durazno, un lugar mucho más tranquilo aún que
donde estábamos parando.
La localidad no contaba con una estructura turística muy desarrollada por lo que eso mismo se convertía en un sitio ideal para disfrutar del ambiente serrano pudiendo realizar caminatas, cabalgatas, mountain bike, safari fotográfico, senderismo, avistamiento de aves, pesca de truchas…
Ambiente
serrano en El Durazno
Se podían
hacer caminatas por las zonas arboladas
Junto a Omar en El Durazno
Animales de buena raza para las
cabalgatas
Caballos
pastando al pie del cerro Los Linderos
La práctica de la pesca debía realizarse con mosca y
señuelos,
y como en toda la región, con devolución obligatoria
En una
parte del río El Durazno, la vegetación podía reflejarse en sus tranquilas aguas
Pero en
otros sectores aumentaba su velocidad produciéndose rápidos
Y en algunos corría encajonado formando
pequeños saltitos y se volvía más profundo
Omar y el
guía bajando hacia el lecho del río
La
flora original estaba representada por el bosque chaqueño empobrecido,
conformado por algarrobos blanco y negro, quebracho blanco, mistol, itín,
tintinaco, tala, brea, garabato, sombra de toro, piquillín… Pero tanto por la
extracción de madera como por abrir paso a la agricultura, el bosque original
había sido degradado generando un principio de desertificación. Y paralelamente
existían zonas reforestadas con cedros, pino ponderosa y eucaliptos, que se
adaptaban perfectamente tanto al clima como a las condiciones edáficas.
Si bien reforestar suele ser más positivo que dejar la tierra yerma, las nuevas especies no necesariamente cuentan con los mismos eslabones de la cadena alimentaria o bien de las necesidades de nidificación de las aves que habitaban el bosque nativo. Además, en muchos casos, las plantaciones, al estar destinadas a la extracción de maderas, suelen ser fumigadas para evitar que insectos u otros animales alteren o deformen los futuros postes o tablones.
La zona había sido reforestada
luego de la extracción de especies nativas
Área forestada con fines
extractivos
Respecto de la devastación del bosque nativo, se estaban haciendo reclamos a las autoridades municipales debido a la evidencia de desmontes indiscriminados argumentando que sólo se estaban talando los árboles quemados por los últimos incendios de las sierras, dudosos accidentes muy convenientes para los buenos negocios.
Bosques quemados en la zona de El
Durazno
Tétrica imagen de un arbol muerto
en pie
Los
vecinos acordaban que se talaran, de forma controlada, algunas zonas boscosas
para favorecer la instalación de infraestructura turística, ya que bien
llevada, contribuiría a mantener la belleza natural del lugar. Pero de la
manera que se estaba llevando a cabo no sólo se estaba disminuyendo un pulmón
verde, sino que se ponía en riesgo a la zona ya que los árboles eran los que
contenían la humedad del suelo evitando aludes e inundaciones; además, los
bosques eran una muralla natural para vientos y tormentas, a la vez que
constituían la única forma de vida de muchas especies animales, y, en
consecuencia, para las personas que allí habitaban.
Respecto de la fauna podían encontrarse, aunque cada vez menos, zorros, liebres, tucu-tucus, comadrejas, armadillos, escuerzos, perdices, zorrinos, patos criollos, lechuzas, loros, halcones, cóndores, y en las zonas más apartadas, pumas.
Áreas boscosas junto al río El
Durazno
Parte de la vegetación había sido
implantada
Diversidad de fauna habitaba en
los bosques y en el río
Área reforestada luego de un
incendio
Los
bosques implantados cubrían gran parte de las sierras
El Durazno era una villa veraniega que contaba en ese momento con poco más de cien habitantes estables, muchos de ellos residiendo en casas de muy buen nivel.
Algunas
casas de muy buen nivel en ese alejado paraje
Otras más
sencillas…
Pero todas con un paisaje
espectacular a su alrededor…
Y con una flora tan agreste como
bonita…
Las
viviendas tenían grupos electrógenos propios
ya que en
ese momento aún no contaban con energía eléctrica
Y después de un buen rato de disfrutar del entorno y de respirar aire puro, retomamos el zigzagueante camino para emprender el retorno, antes de que los cúmulos que nos habían acompañado durante todo el paseo, se convirtieran en nimbos.
Muchos habitantes de la zona
circulaban en bicicleta sin correr ningún peligro
Camino
zigzagueante por las Sierras Grandes
Siguiendo
las curvas del camino hasta la cima de la sierra
El
alambrado indicaba la presencia de ganado hasta en las cumbres
Vista de
la Sierras Grandes desde el valle de Calamuchita
Ya de
vuelta en el complejo, Martín en el lobby, cansado pero muy contento
Esa noche, por suerte después de que volviéramos de cenar en el pueblo, se largó una fuerte tormenta, con todos los condimentos: relámpagos, truenos y rayos. Algo absolutamente frecuente durante el verano cordobés.
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