miércoles, 14 de diciembre de 2022

En Yacanto de Calamuchita

  Eran los primeros días de marzo de 2011 en que teníamos algunos días libres debido al feriado de carnaval, y en menos de dos meses de haber estado en Yacanto de Traslasierra, Martín, Omar y yo fuimos a Yacanto de Calamuchita, en la ladera oriental de las Sierras Grandes de Córdoba, precisamente en el cordón Comechingones.

Buscamos por internet un alojamiento que fuera tranquilo pero que no estuviera alejado de los servicios urbanos que pudiéramos necesitar, y encontramos la posada La Ensenada, que estaba ubicada en el camino al cerro Los Linderos, a sólo cuatro cuadras de la plaza, el supermercado, los restoranes y demás servicios de Villa Yacanto, un pueblito de montaña de mil quinientos habitantes.   

Martín junto a la piscina de la posada “La Ensenada

  

Cuando llegamos, el lugar nos pareció maravilloso, no sólo por la infraestructura sino por el paisaje que lo rodeaba y la serenidad del ambiente.  

Martín feliz rodeado de montañas

  

Y prontamente se nos comentó que el complejo había sido construido íntegramente de acuerdo con la escuela del Feng Shui tradicional, con el objetivo de lograr el equilibrio energético y la armonía con el Universo, de manera que influyeran positivamente en la vida de las personas que lo habitaran. Esto implicaba no sólo la orientación de habitaciones y muebles, sino la elección de algunos materiales como la utilización de lámparas de sal que generaran iones negativos, neutralizando así la contaminación electromagnética. 

Martín en los jardines de la posada “La Ensenada”, íntegramente diseñada en base al Feng Shui

   

Martín junto a las habitaciones construidas en piedra y quebracho

   


Adoquines de madera en los caminos del jardín

  

Martín deambulando por el predio, que en total contaba con siete hectáreas

  

Martín descansando en el bosquecito del complejo

  

Vista panorámica de la posada “La Ensenada

 

Pero además de haber sido rediseñada en base a los lineamientos del Feng Shui, nos hicieron saber que nos encontrábamos en un lugar de importancia histórica.

En primer lugar, entre las rocas de los jardines se podían observar morteros comunitarios, fieles testigos de la presencia de los Comechingones.

Posteriormente, en el siglo XVII el sitio estuvo en manos de la Compañía de Jesús, que llevara a cabo las denominadas misiones jesuíticas, formando parte de la Gran Estancia de San Ignacio de los Ejercicios, hasta su expulsión en 1.767 por el rey Carlos III. De esa época se mantenían en buen estado de conservación las construcciones de pircas de los dos corrales, y un murallón en forma de arco que los unía frente al arroyo Yacanto, a modo de ensenada, sirviendo de protección a los animales que allí se criaban.

En el siglo XVIII la estancia se había vendido a la familia Villagra, que se dedicó mayormente a la ganadería.

Y en el siglo XX, ya en poder de la familia Marrero, se le dio el nombre de “La Ensenada”, convirtiéndose en el epicentro de los primeros loteos realizados en la zona, por lo que se la consideraba lugar fundacional.  

En el predio quedaban morteros comunitarios pertenecientes a los Comechingones

  

Los nuevos dueños decidieron mantener el nombre “La Ensenada” por considerar que era muy apropiado a su propuesta turística, ya que tal cual las embarcaciones buscan una ensenada como lugar seguro donde estar a salvo de un temporal, quienes allí se albergaran también buscarían un refugio, aunque fuera en tierra firme, donde protegerse y aislarse de sus problemas.

Para lograr un ambiente relajado, al margen del paisaje que ya lo predisponía, no aceptaban niños menores de doce años ni mascotas, que pudieran perturbar la paz allí reinante; además de ofrecer diversos tipos de masajes, Reiki, y otras terapias naturales.   

Martín se mantuvo relajado todo el tiempo

  

El único inconveniente que se nos presentaba era que no servían ni almuerzos ni cenas, y si bien el casquito del pueblo estaba a sólo cuatro cuadras, había muchos perros sueltos y Martín estaba en la etapa en que les tenía fobia. Así que, a los brincos, esquivando todos los canes que nos fuera posible, o bien agradeciendo a quien nos llevara en algún vehículo, llegábamos diariamente al área urbana que contaba con una oferta gastronómica variada y de excelente calidad, incluyendo platos típicos de la zona como cabrito, ciervo y truchas.    

Martín optó por probar la trucha de la zona

 

Si bien nos sentíamos muy bien dentro de la posada, y el primer día lo destinamos a descansar y relajarnos, no había sido el principal motivo de nuestro viaje. Así que, al día siguiente, en un vehículo, salimos a recorrer el área circundante. 

 

Los campos serranos cercanos a la posada

  

Habiendo recorrido diecisiete kilómetros desde nuestra partida llegamos a El Durazno, un lugar mucho más tranquilo aún que donde estábamos parando.

La localidad no contaba con una estructura turística muy desarrollada por lo que eso mismo se convertía en un sitio ideal para disfrutar del ambiente serrano pudiendo realizar caminatas, cabalgatas, mountain bike, safari fotográfico, senderismo, avistamiento de aves, pesca de truchas…  

 

Ambiente serrano en El Durazno

 

 

 

Se podían hacer caminatas por las zonas arboladas

  

Junto a Omar en El Durazno

 

 

Animales de buena raza para las cabalgatas

 

 

Caballos pastando al pie del cerro Los Linderos

 

 

 

La práctica de la pesca debía realizarse con mosca y señuelos,

y como en toda la región, con devolución obligatoria

 

 

 

 

 

En una parte del río El Durazno, la vegetación podía reflejarse en sus tranquilas aguas

 

 

Pero en otros sectores aumentaba su velocidad produciéndose rápidos

 

 

 Y en algunos corría encajonado formando pequeños saltitos y se volvía más profundo

 

 

Omar y el guía bajando hacia el lecho del río

 

 

La flora original estaba representada por el bosque chaqueño empobrecido, conformado por algarrobos blanco y negro, quebracho blanco, mistol, itín, tintinaco, tala, brea, garabato, sombra de toro, piquillín… Pero tanto por la extracción de madera como por abrir paso a la agricultura, el bosque original había sido degradado generando un principio de desertificación. Y paralelamente existían zonas reforestadas con cedros, pino ponderosa y eucaliptos, que se adaptaban perfectamente tanto al clima como a las condiciones edáficas.

Si bien reforestar suele ser más positivo que dejar la tierra yerma, las nuevas especies no necesariamente cuentan con los mismos eslabones de la cadena alimentaria o bien de las necesidades de nidificación de las aves que habitaban el bosque nativo. Además, en muchos casos, las plantaciones, al estar destinadas a la extracción de maderas, suelen ser fumigadas para evitar que insectos u otros animales alteren o deformen los futuros postes o tablones. 

 

 

 

La zona había sido reforestada luego de la extracción de especies nativas

 

 

Área forestada con fines extractivos

 

 

Respecto de la devastación del bosque nativo, se estaban haciendo reclamos a las autoridades municipales debido a la evidencia de desmontes indiscriminados argumentando que sólo se estaban talando los árboles quemados por los últimos incendios de las sierras, dudosos accidentes muy convenientes para los buenos negocios. 

 

 

Bosques quemados en la zona de El Durazno

 

 

Tétrica imagen de un arbol muerto en pie

 

 

Los vecinos acordaban que se talaran, de forma controlada, algunas zonas boscosas para favorecer la instalación de infraestructura turística, ya que bien llevada, contribuiría a mantener la belleza natural del lugar. Pero de la manera que se estaba llevando a cabo no sólo se estaba disminuyendo un pulmón verde, sino que se ponía en riesgo a la zona ya que los árboles eran los que contenían la humedad del suelo evitando aludes e inundaciones; además, los bosques eran una muralla natural para vientos y tormentas, a la vez que constituían la única forma de vida de muchas especies animales, y, en consecuencia, para las personas que allí habitaban.

Respecto de la fauna podían encontrarse, aunque cada vez menos, zorros, liebres, tucu-tucus, comadrejas, armadillos, escuerzos, perdices, zorrinos, patos criollos, lechuzas, loros, halcones, cóndores, y en las zonas más apartadas, pumas. 

Áreas boscosas junto al río El Durazno

 

 

Parte de la vegetación había sido implantada

 

 

Diversidad de fauna habitaba en los bosques y en el río

 

 

Área reforestada luego de un incendio

 

 

 

Los bosques implantados cubrían gran parte de las sierras

 

 

El Durazno era una villa veraniega que contaba en ese momento con poco más de cien habitantes estables, muchos de ellos residiendo en casas de muy buen nivel. 

 

Algunas casas de muy buen nivel en ese alejado paraje

 

 

Otras más sencillas…

 

 

Pero todas con un paisaje espectacular a su alrededor…

 

 

Y con una flora tan agreste como bonita…

 

 

Las viviendas tenían grupos electrógenos propios

ya que en ese momento aún no contaban con energía eléctrica

 

 

Y después de un buen rato de disfrutar del entorno y de respirar aire puro, retomamos el zigzagueante camino para emprender el retorno, antes de que los cúmulos que nos habían acompañado durante todo el paseo, se convirtieran en nimbos. 

 

 

Muchos habitantes de la zona circulaban en bicicleta sin correr ningún peligro

 

 

Camino zigzagueante por las Sierras Grandes

 

 

Siguiendo las curvas del camino hasta la cima de la sierra

 

 

El alambrado indicaba la presencia de ganado hasta en las cumbres

 

 

Vista de la Sierras Grandes desde el valle de Calamuchita

 

 

Ya de vuelta en el complejo, Martín en el lobby, cansado pero muy contento

 

 

Esa noche, por suerte después de que volviéramos de cenar en el pueblo, se largó una fuerte tormenta, con todos los condimentos: relámpagos, truenos y rayos. Algo absolutamente frecuente durante el verano cordobés. 

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