jueves, 8 de diciembre de 2022

Por la sierra de San Luis

   De regreso del Parque Nacional Sierra de las Quijadas, atravesamos la depresión central del norte de la provincia de San Luis. Martín, Ludmila y Laurita estaban cansados, y en ese tramo de paisaje árido, se quedaron profundamente dormidos en el asiento trasero. Yo debo confesar que también sentí el sueño del reptil, a pesar de que el almuerzo había sido frugal, pero hice un gran esfuerzo para no imitarlos y poder darle charla al chofer-guía, tarea fundamental de los copilotos.

En casi una hora y media de viaje llegamos al piedemonte del sector occidental de la sierra de San Luis, y el paisaje había cambiado totalmente. Nos encontrábamos en el cordón de Michilingües, donde la estructura serrana estaba conformada por bloques escalonados, remanentes de pedimentos y estructuras volcánicas; y la vegetación, además de achaparrada, presentaba formaciones arbóreas, signo de que las precipitaciones superaban los quinientos milímetros anuales, aunque como en toda la región de las Sierras Pampeanas, estuvieran concentrados en la primavera y el verano.

Enseguida ingresamos a Luján de San Luis, una tranquila población de poco más de dos mil habitantes, donde la siesta formaba parte de una de sus ancestrales tradiciones. Había sido fundada sobre la margen derecha del río Seco como un vecindario de ganaderos que tenían sus estancias en la llanura pastoril del noroeste de la provincia, donde les era muy difícil asentarse con sus familias. De todos modos, debido a las fuertes crecidas que el arroyo tenía durante el período estival, se habían trasladado un poco más hacia el sur donde, tanto la toma de agua para el consumo doméstico como para el riego de sus huertas, les era mucho más apropiada.

En Río Seco, nombre originario de la localidad, el 21 de setiembre de 1816 se había realizado la ceremonia del Juramento de la Declaración de la Independencia Argentina que había tenido lugar en Tucumán el 9 de julio. El acto fue presidido por el alcalde de hermandad Don Juan de la Rosa Ochoa firmando el acta Bonifacio Puertas, Faustino Muñoz y Juan Francisco Loyola, siendo testigos Don Fernando Almeyda y Don José Luis Loyola.   

Arco de ingreso a Luján de San Luis

  

Tranquila calle de Luján de San Luis a la hora de la siesta

  

A mediados del siglo XIX, uno de los fundadores del paraje, el Coronel Juan Francisco Loyola, comenzó la construcción de una iglesia dedicada al culto de Nuestra Señora de Luján, en cumplimiento de una promesa que el militar le había hecho a la Virgen de Luján, en momentos en que se encontraba en una situación de aprieto. Sin embargo, la obra tardó más de veinte años, culminándose a posteriori de la muerte de quien fuera su artífice; y desde entonces, tanto el pueblo como el río comenzaron a llamarse Luján.

La histórica iglesia estaba situada en la calle Pringles, frente a la plaza Mitre. Despertamos a los chicos, y entramos a conocer su interior.

   

Parroquia Nuestra Señora de Luján

  

Entrada lateral de la histórica iglesia

 

Recorrimos los alrededores del pueblo que se caracterizaban por la producción de naranjos; y así llegamos hasta la ladera del cerro donde habían construido un Vía Crucis, íntegramente erigido en piedras extraídas del lugar, con imágenes hechas en cerámica.  

Camino arbolado y con aroma a naranjos en los alrededores de Luján de San Luis

  


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Vía Crucis sobre la ladera un cerro de la sierra de San Luis

  

Otro de los atractivos de ese lugar era el dique-embalse Luján, encajonado entre los cerros Bandera, de 1550 m.s.n.m., y el Independencia, de 1420 m.s.n.m., cuya cola aparecía ideal para el desarrollo de actividades náuticas así como para la pesca de truchas y pejerreyes. 

Dique-embalse Luján, encajonado entre dos cerros de la sierra de San Luis

 

 

Ludmila sobre el paredón del dique Luján

 

 

Hacia un lado del paredón se veían las riberas escarpadas del río Luján

 

 

Hacia el otro lado del dique se podía observar el espejo de agua

  

Proseguimos viaje por la ruta número veinte, que bordeaba el piedemonte de la sierra de San Luis, y en quince minutos estuvimos en la localidad de Quines, emplazada en las estribaciones del cordón del mismo nombre.

Pero no nos detuvimos en el pueblo sino que nos desviamos unos cinco kilómetros para pasar un rato en el balneario El Muro, a la vera de un dique nivelador sobre el río Quines, donde las aguas se presentaban cristalinas y de poca profundidad, ideales para los chicos. 

 

El valle del río Quines era un verdadero vergel

 

 

Un burro y varias vacas pastando en las márgenes del río Quines

 

 

Y si bien en un sector del río había ganado, otras partes eran utilizadas como balneario

 

 

Ludmila preparándose para meterse al agua

 

 

En una especie de hoya, Laurita, Ludmila y el guía se sumergieron

 

 

Ludmila y Laurita se tiraron por el tobogán de roca como los demás chicos

 

 

Dique nivelador del río Quines

 

 

Balneario El Muro sobre el río Quines

 

 

Laurita y Ludmila en un río sin peligros y con el cordón de Quines de fondo

 

 

Laurita y Ludmila jugando con otros chicos en el balneario El Muro

 

 

Debíamos regresar a la Villa de Merlo, ¡pero Laurita y Ludmila no se querían ir!

 

 

Retomamos la ruta 20 y, antes de regresar a la Villa de Merlo, fuimos hasta Villa Dolores a cargar combustible, aprovechando para hacer una breve recorrida. Y después, por el Camino de la Costa del valle de Traslasierra, arribamos a nuestro destino final.

 

 

Boulevard de ingreso a Villa Dolores

 


Avenida Presidente Arturo Íllia esquina P. C. Molina

 

 

Centro Cívico de Villa Dolores

 

 

Llegamos al complejo felices después del hermoso día que habíamos vivido. Yo estaba agotada, ¡pero los chicos tenían cuerda para rato!

 

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