Y después de pasar a
buscar a otros visitantes por diversos hoteles, nos encontramos en el sector
noroccidental de la ciudad, frente al Aeropuerto Internacional Marcos A.
Gelabert. Se trataba del segundo aeropuerto de Panamá tanto en cuanto a tráfico
aéreo como de pasajeros transportados. Los terrenos que ocupaba habían
pertenecido a la Estación de la Fuerza Aérea de Albrook, una ex instalación estadounidense,
acantonada en la Zona del Canal que fuera construida en 1932 y traspasada a
Panamá por los Tratados Torrijos-Carter del 30 de septiembre de 1997. El nombre
de Marcos Antonio Gelabert respondía al pionero de la aviación panameña y
fundador del aeropuerto de Paitilla, situado en pleno centro de la ciudad desde
1934. En enero de 1999, las instalaciones del Paitilla habían sido cerradas,
pasando las operaciones a este aeropuerto.
Hangares del Aeropuerto Internacional Marcos A.
Gelabert
En menos de diez
minutos nos encontrábamos en el barrio de San Felipe, también conocido como el
Casco Antiguo o Casco Viejo.
La primera impresión
que tuvimos no fue para nada agradable. Se trataba de un barrio popular, con
edificaciones deterioradas, lo que evidenciaba, no solo un abandono respecto
del Casco Antiguo, sitio que debiera preservarse adecuadamente, sino, lo que
era peor aún, la marginalidad en que se encontraba gran parte de la población
que lo habitaba.
Barrio de San Felipe
Edificios deteriorados en el barrio de San Felipe
Zona popular en el barrio de San Felipe
Abandono en el Casco Antiguo
Signos de pobreza en el barrio de San Felipe
El asentamiento
original de la ciudad, que conformaba el sitio arqueológico de Panamá Viejo,
había sido saqueado por piratas ingleses al mando de Henry Morgan en enero de
1671, a raíz de lo cual, fuera destruida casi en su totalidad. Por esa razón,
la Corona Española aprobó su traslado a una pequeña península a unos quince
kilómetros al sudoeste, que tenía la particularidad de estar rodeada de un
manto de arrecifes rocosos que quedaban expuestos cuando bajaba la marea,
dificultando así la aproximación de naves enemigas. De esta manera se llevó a
cabo la segunda fundación de la Ciudad de Panamá el 21 de enero de 1673.
Se contaba que cuando
un sacerdote de nombre Juan se enteró de la inminente llegada de Morgan y sus
secuaces a Panamá, se reunió con los fieles con el fin de salvar un altar
barroco que estaba cubierto con una lámina fina de oro, siendo su idea la de
pintarlo apresuradamente con una mezcla de óxido de plata para que se viera
ennegrecido y viejo. Y al ingresar a la iglesia el famoso pirata buscando el
famoso tesoro, solo halló a un viejo cura danto retoques de pintura a un feo
altar. Por lo cual la histórica joya aun se conservaba en la iglesia de San
José para la admiración de panameños y turistas.
El sistema de murallas
construido alrededor de esta ciudad tenía un propósito eminentemente militar, a
fin de evitar un nuevo ataque de los piratas. Fue así como se construyeron tres
poderosos baluartes: Barlovento, Mano de Tigre y la Puerta de Tierra. Sin
embargo, a pesar de todos los esfuerzos realizados por conservar a salvo la
ciudad de los peligros externos, la nueva ciudad fue víctima durante el siglo
XVIII de tres grandes incendios, algunos producidos por los piratas que
accedieron por tierra y otro, en que mandaron a incendiarla, para que éstos no
pudieran saquearla. Y debido a que esos siniestros la habían afectado
parcialmente modificando su estructura inicial, la configuración que estábamos
observando databa de finales del siglo XIX y de la primera mitad del siglo XX.
De ahí que, a diferencia de otras ciudades que en su casco histórico mantenían
un estilo casi exclusivamente colonial, en el Casco Viejo de Panamá convivían,
entre las ruinas y edificios coloniales, edificaciones neoclásicas, afroantillanas
y pequeñas muestras de art deco.
La demolición de las
murallas terrestres había sido autorizada mediante Ley del 11 de octubre de
1856, sin embargo, el baluarte de Jesús o Mano de Tigre fue comprado por la
Compañía del Ferrocarril en 1869, conservándose por muchos años, demoliéndose
con el tiempo para construir la calle Pedro A. Díaz. Pero la arista frente a la
casa Boyacá quedó en pie, siendo declarado Monumento Nacional mediante Decreto
del 22 de octubre de 1954.
Baluarte de Jesús o Mano de Tigre
A cien metros de allí
se encontraba la plaza Herrera, desde donde partía una de las líneas de ómnibus
tradicionales, pintados de varios colores, y con dibujos alusivos.
Típico ómnibus panameño
Clarita junto al ómnibus tradicional
La plaza Herrera no
existía en la colonia española. En su lugar había una manzana como otras, con
sus edificaciones. Pero el incendio de 1781 destruyó ese sector y las casas
nunca se reconstruyeron. Después de la Independencia, que tuviera lugar en 1821,
a ese espacio abierto se lo conocía como plaza del Triunfo, y allí se
celebraban corridas de toros y otras fiestas. La guía nos comentó que ya en ese
momento (2011) no se mataba a los toros sino que se los devolvía a su ámbito
natural.
En 1887 se rebautizó a
dicha plaza en memoria del General Tomás Herrera (1804-1854) héroe nacional que
había participado en la gesta emancipadora de América del Sur, en la Campaña
del Sur y en las batallas de Junín y de Ayacucho contra los realistas. Había
sido presidente de la República de la Nueva Granada y Jefe de Estado del Estado
Libre del Istmo, cuando se separó de ésta, durante los años 1840 y 1841.
Durante su corto gobierno se serenaron las relaciones exteriores, se organizó
la economía, se crearon instituciones públicas, y se mejoraron las condiciones
de salud y educación. Años después, Tomás Herrera regresó a la vida política
como Gobernador de Panamá, luego como Ministro de Guerra y Marina y como
Gobernador de la provincia de Cartagena. Posteriormente logró sofocar una
sublevación de las provincias conservadoras, lo que terminó elevando su nombre
como genio militar. Falleció en 1854, tras ser herido gravemente durante una
toma de la ciudad de Bogotá. En el centro de la plaza encontramos sobre un alto
pedestal de granito, la estatua ecuestre de bronce en su honor, obra del
artista francés Augusto Denis, colocada en el lugar en 1928. El caballo con la
pata levantada indicaba que el jinete había muerto en combate.
Monumento ecuestre al General Tomás Herrera en la
plaza homónima
Continuamos
recorriendo el barrio, y a pesar de que la guía tratara de disimularlas o
justificarlas, las manifestaciones de pobreza extrema eran muy evidentes, tanto
por la precariedad de las viviendas como en el tipo de actividades realizadas
por sus pobladores.
Durante la época
colonial, el Casco Antiguo de la Ciudad de Panamá se había destacado por ser
una urbe densa, funcional y diversa socialmente. Desde dicha ciudad partieron
las primeras expediciones hacia el Imperio Inca del Perú en 1532 y se
constituyó en la escala obligada de las rutas comerciales de América por donde
pasaba el oro y la plata rumbo a la Península Ibérica. Las residencias de la
elite incluían áreas de vivienda en los pisos superiores y comercio en la
planta baja que eran alquiladas a las clases populares. Esas condiciones
socioeconómicas habían determinado que, para el siglo XIX, el mercado
inmobiliario se desarrollara y estableciera, convirtiendo la propiedad de la
tierra en un factor esencial de dominio para los sectores económicos más
poderosos. Desde entonces, el modelo de aprovechamiento mercantil del suelo
urbano alejado de procesos de planificación, había determinado la evolución de
la ciudad, predominando el modelo de urbanización especulativa.
El Casco Antiguo
mostraba diversas influencias coloniales y su valor radicaba no solo en la
presencia de estructuras de orígenes y épocas diversas, sino en lo que
representaba como un conjunto de carácter único. Su primera época como urbe de
traza española había dado paso, a mediados del siglo XIX, a una mixtura de
influencias estadounidense, francesa, caribeña y colombiana. Y ya en 1903, al
haber sido separada de Colombia después de la Guerra de los Mil Días, con el
predominio de la presencia norteamericana se profundizó su influencia dejando
sus trazos especialmente a través de la Zona del Canal.
La construcción del
Canal de Panamá (1904-1914) y la creación de un territorio aledaño –la Zona del
Canal bajo jurisdicción estadounidense-, determinó que la ciudad se expandiese
a lo largo de la costa, dejando al centro histórico en el extremo occidental de
la nueva urbe, marginándolo geográfica y funcionalmente. La demanda de
viviendas proveniente de los miles de obreros llegados al país para trabajar en
la construcción, indujo a las elites económicas a construir grandes casas de
madera con cuartos de alquiler y baños comunes.
En los años ’20 del
siglo XX, el Casco acogía a las clases medias y a los inmigrantes rurales en
viviendas de alquiler. A partir de entonces, la elite económica comenzó a
abandonar el Casco Antiguo hacia los nuevos barrios de residencias
unifamiliares con jardín en los nuevos barrios.
Para 1950 el éxodo
había finalizado dejando al Casco Antiguo como un barrio de inquilinato donde
habitaban clases populares y clase media. Comenzó un proceso de deterioro y
abandono, tanto en la infraestructura básica como en las propiedades privadas,
y los edificios civiles se fueron perdiendo.
En 1973, una
legislación expedida por el gobierno populista del General Omar Torrijos,
congeló los arriendos provocando que el alquiler de cuartos dejara de ser buen
negocio, induciendo a que los propietarios de los inmuebles suspendieran el
mantenimiento o simplemente los abandonaran. Ello abrió el camino a un mercado informal
de cuartos y a la ocupación de hecho, incluso con apoyo del Estado que decidió
usar los edificios abandonados para acomodar a damnificados de los frecuentes
incendios que destruían las viviendas en los barrios populares. La ley agudizó
el incumplimiento del pago del alquiler y estimuló invasiones en la zona donde
predominaba la vivienda alquilada, deteriorándose los inmuebles al punto de
constituir una amenaza para sus habitantes.
Así, desde mediados
del siglo XX, el Casco Antiguo involucionó como centro urbano multifuncional
convirtiéndose en una zona de vivienda de inquilinato segregada económica y
socialmente, con una exigua vitalidad proveniente de los escasos edificios
gubernamentales como el de la Presidencia de la República, el Instituto Nacional
de Cultura y el Ministerio de Gobierno, que permanecieron allí a diferencia de
la mayoría que se trasladó hacia el este, a la nueva centralidad.
Manifestaciones de pobreza a cada paso
Balcón sumamente endeble
Precariedad de muchas viviendas
El edificio de la
escuela Nicolás Pacheco también se encontraba al borde del colapso.
Escuela Nicolás Pacheco
El Conjunto Conventual
de la Compañía de Jesús, había sido fundado en 1578 por parte del padre jesuita
Miguel de Fuentes. En 1582, la orden funcionaba con aproximadamente cinco
religiosos en una casa del vecindario, dedicándose principalmente, a la
catequización de los indígenas y a la enseñanza pública. Por mucho tiempo de
madera, no fue hasta principios del siglo XVII que el convento empezó a
rehacerse lentamente con piedra y estructuras de fábrica, participando en su
construcción todos los miembros de la orden y utilizando únicamente el dinero
de las limosnas, uniendo las piedras en la construcción de los muros con barro
en lugar de cal como argamasa en una iglesia que era de gran altura y con tres
naves. Esta construcción fue destruida por el terremoto de 1621, cuya
intensidad fue de VII en la escala de Mercalli. Para 1741 se construyó un
colegio, que ocho años más tarde fuera La Real y Pontificia Universidad de San Javier, siendo la
primera Universidad de la República de Panamá, que funcionó hasta 1767, cuando los jesuitas fueron expulsados
de todas las tierras españolas, por el rey
Carlos III. En 1781 el convento e iglesia de la
Compañía de Jesús fueron víctimas de un incendio. Luego, en 1882 un terremoto
agravó su estado. Jamás se reconstruyó el complejo y mucho quedó como un
caparazón sin nada en su interior.
Iglesia de la Compañía de Jesús
La ciudad, inicialmente,
había estado constituida por cerca de trescientas viviendas pertenecientes a
las familias pudientes de la época y rodeada por gruesas murallas que las
excluían del resto de la población. Y su punto central era ocupado por la Plaza
Mayor o Plaza de la Independencia, llamada por los locales Plaza Catedral por
encontrarse frente a ella dicho templo, en el sector occidental. También a su
alrededor se localizaban el Palacio Municipal y otros edificios emblemáticos,
como el hotel Central.
En esta plaza, en el
año 1926, se habían erigido los bustos de los terratenientes que habían
separado a Panamá de Colombia, el 3 de noviembre de 1903, tras que el Senado
colombiano hubiera rechazado por unanimidad el Tratado Herrán-Hay entre
Colombia y Estados Unidos, que implicaba la construcción del Canal en el istmo.
Dichos monumentos, con la leyenda “Fundador de la República”
fueron destinados a homenajear al Doctor Manuel Amador Guerrero (primer
Presidente de la República), al General Nicanor de Obarrio, al Ingeniero Carlos
C. Arosemena, al abogado José Agustín Arango, al abogado Federico Boyd López, al
especialista en negocios Tomás Arias Ávila y al comerciante Manuel Espinosa
Batista.
Para la historiografía
panameña, la proclamación de la República de Panamá fue ideada por su clase
política, que basada en una ideología liberal, habían venido constituyendo una
conciencia nacionalista y autonomista desde finales del siglo XVIII, teniendo
las condiciones de materializarse durante la coyuntura generada por la pretensión
del gobierno de los Estados Unidos de retomar las obras de construcción del
Canal de Panamá. En cambio, para la historiografía colombiana, la secesión de
Panamá, constituyó un atentado contra la integridad político-territorial de
Colombia, habiendo sido ideado por los Estados Unidos en asociación con la
oligarquía liberal y conservadora istmeña de la época.
Hotel Central frente a la Plaza de la Independencia
La Catedral de Santa
María la Antigua de Panamá, caracterizada por sus dos torres, era, además, la
sede episcopal de la Arquidiócesis de Panamá, y heredada de la erigida por el
Papa Adriano VI en la gran casa del Cacique Cémaco, cuando los españoles lo
enfrentaron en 1510 y le ofrecieron fundar una población dedicada a María. Posteriormente
al traslado de la ciudad a fines del siglo XVII, se impuso el levantamiento de
una nueva catedral, cuya construcción tomó ciento ocho años, es decir que
comenzó en 1688 y finalizó en 1796. Pero el nuevo templo fue afectado con
derrumbes parciales a causa del terremoto ocurrido en la madrugada del 7 de
septiembre de 1882, con una intensidad de aproximadamente 7,8 grados en la
escala de Richter, por lo que posteriormente tuvo que ser reparado. Se trataba
de un edificio con techo a dos aguas y paredes de piedra, con dos torres
revocadas con incrustaciones de madreperla. La fachada había sido tallada en
estilo renacentista con elementos clásicos de decorado a lo que usualmente se
lo llamaba estilo jesuítico, en la que se encontraban estatuas de los apóstoles
realizados en madera, pero solamente once, ya que faltaba Judas.
El techo estaba
sostenido por un verdadero bosque de cerca de sesenta y siete columnas
cruciformes hechas de piedra y ladrillo. El santuario y el Santísimo estaban a
siete escalones sobre el nivel de las naves por los siete pecados capitales; y
aunque todo estaba pintado de blanco, esa sección, en lo alto, era celeste, por
ser los colores de la Virgen.
Entre los cambios realizados en las diferentes refacciones que se hicieron en los últimos tiempos se destacaron la colocación de nuevas baldosas de arcilla en el atrio, la disposición de una enorme concha de nácar en los pináculos, la instalación de una nueva serie de campanas, se cambio el techo de zinc acanalado por uno de tejas, y se construyeron más puertas.
Catedral Metropolitana
Interior de la Catedral de Panamá La Vieja
Frente a la plaza
Independencia también se ubicaba el Palacio Municipal de Panamá Demetrio H.
Brid, de influencia neoclásica, construido entre los años 1907 y 1910, en el
solar donde se encontraba el Cabildo de la Ciudad de Panamá, sede del Concejo
Municipal de Panamá, albergando, además, al Museo de Historia de Panamá.
El nombre se debía en homenaje
al prócer de la Separación de Panamá de Colombia, quien, además, había sido
presidente del Concejo Municipal de Panamá y presidente de facto del país.
Palacio Municipal “Demetrio H, Brid”
En 1990, recién
recuperada la democracia en el país después de veintidós años de régimen
militar, se renovó el interés en el Casco Antiguo, y pocos meses después, y en
gran parte, como reacción al título de Patrimonio de la Humanidad, se inició un
lento pero sostenido proceso de gentrificación que se fue intensificando con el
tiempo. En efecto, en diciembre de 1997, el Casco Antiguo había sido inscripto
en la Lista del Patrimonio Mundial de la Humanidad como bien cultural, bajo la
denominación de “Distrito Histórico de la Ciudad de Panamá con el Salón
Bolívar”, por la UNESCO. Se llamó Salón Bolívar a la Sala Capitular del
Convento de San Francisco donde se celebrara el Congreso Anfictiónico de
Panamá, convocado por el Libertador Simón Bolívar el 22 de julio de 1826,
habiéndose declarado Monumento Histórico Nacional en 1914. El nuevo marco legal
fortaleció las políticas que favorecían un proceso de valorización del suelo y
la creación de plusvalía urbana a favor de propietarios privados, es decir, que
la política impulsada incidía en la formación de la renta favoreciendo la
especulación inmobiliaria y la expulsión de las clases populares.
Reaccionando a estos
hechos, los pobladores se organizaron como una ONG con el nombre de Asociación
de Moradores de San Felipe, el 18 de diciembre de 1998, como estrategia
para combatir los desalojos que comenzaron después de la declaración del Casco
Antiguo como Patrimonio de la Humanidad. Los precios de la tierra se habían
triplicado desde la década de 1980, y los de las viviendas terminadas competían
con los de las áreas más costosas de la ciudad como el exclusivo barrio de
Punta Pacífica. El urbicidio se ejecutaba a través de agresiones premeditadas
usando estrategia militar, económica, cultural o política, cuyos objetivos eran
la destrucción de valores culturales y políticos para anular la identidad, los
símbolos y la memoria colectiva concentrada en el barrio, originándose tensiones
en la propia estructura de la sociedad. No era lo mismo vivir en el casco donde
se podía disfrutar de muchos de los bienes y servicios públicos existiendo una
vida social intensa, que ser reubicado en una urbanización de viviendas
sociales a veinte o treinta kilómetros del centro de la ciudad. Era claramente
una forma de exclusión.
En la primera década
del siglo XXI, Panamá se situaba como un país con las tasas de crecimiento más
altas del continente, con participación del sector de la construcción en el Producto
Bruto Interno del 22,1% en 2006, alcanzando al 31,2% en 2008. Este espectacular
auge mostraba al sector inmobiliario capitalista avanzado afincado en el apoyo
del Estado, particularmente a través del financiamiento a la demanda. Y ese
proceso de gentrificación del Casco Antiguo estaba contribuyendo a que el
patrimonio urbano se fragmentara y deteriorara debido al crecimiento
desenfrenado y depredador que transformaba a las zonas urbanas y sus entornos,
donde se evidenciaba la subordinación de la acción pública a los agentes del
mercado. Se convertía así al Casco Antiguo en una zona donde se había generado una
gran pobreza social y el deterioro de la calidad de vida manifestada en
espacios tugurizados, edificaciones deterioradas, inseguridad y degradación del
espacio público, y que, simultáneamente, atravesaba una etapa de restauración y
puesta en valor con una creciente actividad comercial y de servicios.
La multiplicación
desequilibrada de actividades turísticas en desmedro del desarrollo de actividades
de desarrollo local, había provocado resultados adversos en términos de pérdida
de identidad debido a la migración de la población originaria que, al
marcharse, quebrantó la memoria del barrio, lo que conducía a que se
convirtiera en un Casco Histórico vaciado de sociedad. El proceso de
gentrificación del Casco Antiguo negaba a su población sus derechos culturales,
así como el disfrute de derechos urbanos tales como el derecho al lugar, a la
identidad colectiva, a la belleza, al espacio público y a la monumentalidad. La
persistente vinculación entre promoción del turismo y conservación del
patrimonio histórico es una combinación que no siempre es oportuna ni eficaz
para los fines de la conservación patrimonial; y muy particularmente, la
ausencia de consideraciones sociales dirigidas a la clase popular. Había
existido, sin lugar a dudas, una coherencia de acciones y consenso tácito
establecido desde hace muchos años entre el gobierno y el sector privado para
lograr un objetivo claro, el de expulsar a los residentes de las clases
populares y aburguesar y comercializar la zona con locales especialmente
dirigidos al turista, proceso que ha seguido de cerca el modelo de las ciudades
de San Juan de Puerto Rico y Cartagena de Indias en Colombia.
La situación económica
de la vieja población del Casco había sido siempre zona de tensiones que se
agudizaron por el creciente conflicto entre el proceso de gentrificación, los
intereses inmobiliarios y la persistente pobreza de las clases populares que lo
habitaban. Los indicadores económicos de pobreza en el Casco Antiguo eran
contundentes, siendo similares a las zonas periféricas más pobres de la ciudad.
La disparidad de ingresos no era de extrañar considerando a Panamá como uno de
los países con mayor desigualdad económica en América Latina.
A simple vista
pareciera recuperarse el espacio público, creándose infraestructura para la
movilidad peatonal, sin embargo, el panorama era más perverso, en el fondo de
las permutaciones se encontraban el capital inmobiliario y su alianza con el
capital financiero que amenazaban asaltar la ciudad, destruyendo lo poco que
existía de valor de uso para pasar a un valor de cambio, donde el mercado fuera
el ente que distribuyera a la población dentro del espacio, agudizando la
segregación.
Transitando por una calle del Casco Viejo
Sector del Casco Antiguo en proceso de
gentrificación
Detalle de un antiguo edificio puesto en valor
El Palacio de Las
Garzas, también conocido como Palacio Presidencial de Panamá, era la sede no
solo de la Casa de Gobierno de la República de Panamá sino que también
albergaba la residencia del presidente y su familia, así como el Ministerio de
la Presidencia y el Servicio de Protección Institucional.
La construcción del
edificio original había comenzado en 1673 siendo su destino el de Aduana para
pasar en 1740 a ubicarse allí la Contaduría, pero, desde entonces, sufrió varias
transformaciones ya que en 1756 había sido prácticamente destruido por un
incendio. Posterior a su reposición, manteniendo su estilo colonial, fue
utilizado sucesivamente como depósito en 1821, Escuela Normal de varones entre
1872 y 1875, y sede del Banco Nacional hasta convertirse en Palacio
Presidencial en 1875. En 1951, a causa de un Golpe de Estado, recibió varios
orificios de bala.
La guía consideraba
que se trataba de una ciudad segura en la medida de poder estar a una cuadra de
la casa de gobierno y que los policías no hayan revisado nuestros bolsos. Algo
que a muchos nos pareció insólito, incluso a varios latinoamericanos, ya que en
nuestros países era algo habitual transitar sin ningún tipo de controles en las
cercanías de edificios gubernamentales.
Palacio Presidencial o Palacio de las Garzas visto
desde la avenida Eloy Alfaro
La Cinta Costera era
un tramo de tierras ganadas al mar. La primera fase, que incluyó una nueva
vialidad, constó de varios carriles vehiculares, ocho canchas y parques
recreativos, una ciclovía, fuentes y espejos de agua, áreas verdes con árboles
y plantas tropicales y un monumento al descubridor del Mar del Sur, Vasco Núñez
de Balboa. La segunda fase estuvo a cargo de la empresa brasileña Oderbrecht, incluyéndose
estacionamientos soterrados, canchas de juegos, un muelle multipropósito,
nuevas vialidades, ciclovías, y nuevos espacios para los pequeños comerciantes.
Y la tercera fase había comenzado a construirse en marzo de 2011, cuatro meses
antes de que nosotras estuviésemos allí, agregando espacios verdes y una
mejoría en la circulación vehicular, canchas de baloncesto, voleibol, parques
infantiles, gimnasios, un área de fritódromo, canchas de fulbito, multijuegos, y
más estacionamientos públicos.
Desde el mirador de la Cinta Costera, pudimos tener una vista panorámica de la bahía de Panamá, así como de Punta Pacífica, colmada de edificios de primer nivel, donde Donald Trump estaba inaugurando su Trump Ocean Club International Hotel & Tower Panama, de cinco estrellas. Construido como un rascacielos de uso mixto con doscientos ochenta y cuatro metros y setenta plantas, pasaba a ser el edificio más alto de América Latina. Vista panorámica de la bahía de Panamá desde el mirador de la Cinta Costera
La Panamá rica de Punta Pacífica
Trump Ocean Club International Hotel & Tower Panama en Punta Pacífica
La Calzada de Amador consistía
en una vía que conectaba la parte continental de la ciudad con tres islas del
océano Pacífico, que conformaban un pequeño archipiélago, y eran Naos, Perico y
Flamenco.
Esta calzada había
sido construida en 1913 por el gobierno de Estados Unidos con rocas extraídas
de los trabajos de excavación en el Corte Culebra durante la construcción del Canal
de Panamá. El sitio formaba parte, originalmente, de un conjunto militar
estadounidense conocido como Fuerte Amador, establecido para proteger la
entrada al canal. El lugar había sido transformado en una floreciente atracción
turística, después de que esas áreas fueran revertidas en virtud de los
Tratados Torrijos-Carter, creándose numerosas instalaciones recreativas, como
restoranes, bares, discotecas y un centro de convenciones.
Circulando por la calzada de Amador
Desde el muelle de Amador
Vista de la bahía de Panamá desde el muelle de
Amador
De todos los barcos
que ofrecían tours por el Canal de Panamá, se destacaba uno en particular, el “Isla
Morada”, un centenario buque que había pertenecido a Al Capone. El archiconocido
mafioso, quien dominara el hampa de Chicago en la década del ’20, usaba esa
nave para contrabandear bebidas alcohólicas, especialmente ron y whisky, desde
el Caribe cuando imperaba la Ley Seca en Estados Unidos. El nombre del buque
hacía referencia a un pequeño cayo de Florida, conocido por sus aguas
violáceas, donde descargaba todo el material para distribuirlo por el resto del
país.
Al entrar el capo en
la prisión de Atlanta en 1932 acusado de evadir impuestos, el barco fue
requisado por la Marina de Estados Unidos y utilizado como “barre minas”
durante la Segunda Guerra Mundial.
En 1960 llegó a
Panamá, cuando el Canal estaba bajo dominio estadounidense, y se convirtió en
una especie de hotel flotante. Y desde 2003 pertenecía a la empresa panameña
Canal and Bay Tour que se dedicaba a hacer recorridos por el Canal y la Bahía.
También se alquilaba para celebrar bodas y fiestas privadas en las que la gente
se ha disfrazado de gángster.
“Isla Morada” era el barco más antiguo que transitaba por
el Canal de Panamá, habiendo sido construido en 1912, en madera y de tres
pisos, en un astillero de Massachusetts, y tras tener distintos propietarios,
había terminado en manos de Al Capone. Pesaba noventa y cuatro toneladas, medía
noventa y seis metros de eslora, tenía cinco camarotes de lujo, un fastuoso
comedor revestido de caoba y una pequeña biblioteca. De su estructura original,
el barco conservaba la madera de la cubierta, las escaleras de caoba que
bajaban al salón, la luz de búsqueda, las claraboyas redondas, el timón de
cadena, un mecanismo que ya no se encontraba en ningún lado, y el “winch”
manual para recoger y echar el ancla.
“Isla
Morada”, el barco de Al Capone
Retornando a la Cinta
Costera, pasamos por la torre del BBVA y nos dirigimos a un centro de compras
con el fin de adquirir una laptop para el proyecto sobre “Movilidad y
Pobreza” que dirigía con Sonia en la Universidad de Buenos Aires. La UBA
admitía compras en el exterior tanto si no fuera factible conseguir ese producto
dentro del país por corresponder a una tecnología de punta, o bien, si el
precio era considerablemente menor. Y, en ese caso, la computadora que
requeríamos cumplía con esas dos condiciones, ya que, además de no haber
llegado a la Argentina una máquina con esas herramientas, su precio era
sustancialmente menor que las obsoletas que se encontraban en el mercado de
nuestro país.
Torre BBVA
Y después de un breve
descanso en el hotel, siendo solo las seis de la tarde, Patricia Solís con su
marido e hijitos, nos pasaron a buscar para invitarnos a cenar en un restorán
de la isla Flamenco, donde previamente, los niños se entretuvieron dándoles de
comer migas de pan a los peces que se encontraban en grandes cantidades en la
bahía.
Con
Patricia Solís, su marido e hijitos
Patricia
Solís, marido, hijitos y Sonia Vidal con su hija Clarita
Alimentando peces desde el muelle de la isla Flamenco
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