A la mañana
muy temprano nos pasó a buscar con su camioneta, aclarándonos que debíamos
tomar un camino más largo que el habitual, ya que no quedaba combustible en las
estaciones de servicio de los pueblos del norte de San Luis, debido a que la
mayor parte de los turistas, y estábamos en temporada alta, llegaban en
automóvil. Así que tuvimos que ir hasta la ciudad de Villa Dolores, en la
provincia de Córdoba, para poder llenar el tanque, porque que entre ida y
vuelta tendríamos que hacer alrededor de quinientos kilómetros. Piénsese que en
2011, cuando nosotros estábamos allí, el pueblo más grande del norte de San
Luis era justamente la Villa de Merlo con treinta mil habitantes, mientras que
el aglomerado de Villa Dolores y localidades vecinas estaba próxima a los
cincuenta mil, teniendo muchos más comercios y servicios que los demás centros
urbanos de la región.
Villa
Dolores se encontraba a sesenta kilómetros al norte de Merlo, así que en poco
más de cuarenta minutos estuvimos allí.
Yendo de la Villa de Merlo a Villa Dolores
Habiendo cargado el tanque con
combustible y los bidones con agua, continuamos viaje por la ruta número 20,
llegando al pueblo de Quines en cincuenta minutos más, ya que durante el
trayecto de setenta kilómetros, no había casi tránsito.
Quines era una pequeña población de siete
mil quinientos habitantes, donde se realizaba la “Fiesta Nacional del Mate”. Hicimos una breve parada técnica y
tomamos fuerzas para proseguir por los ciento veinte kilómetros que restaban.
Monumento
al mate en Quines
Con una superficie de 73533 hectáreas, el
Parque Nacional Sierra de las Quijadas se encontraba hacia el noroeste de la
provincia de San Luis, había sido creado el 10 de diciembre de 1991, por Ley
24015, a fin de que integrara el sistema de Parques Nacionales para proteger las
especies que habitan el lugar y para conservar ambientes representativos de las
ecorregiones del monte de llanuras y mesetas, del monte de sierras y bolsones y
del chaco árido, además de preservar sus yacimientos arqueológicos y
paleontológicos. A esto debían agregarse 76467 hectáreas de Reserva Nacional.
Martín
junto al cartel de bienvenida al Parque Nacional Sierra de las Quijadas
El Parque poseía numerosas evidencias de
antiguas ocupaciones humanas, particularmente en el sector pedemontano de las sierras.
Justamente muy cerca de la entrada se encontraba un gran sitio arqueológico
caracterizado por el emplazamiento de más de veinte hornillos o botijas
comprendidos dentro del perímetro de un gran asentamiento de la cultura Huarpe.
Los estudios que se estaban llevando a
cabo indicaban que probablemente los hornos habrían funcionado para la
producción de piezas cerámicas que, a juzgar por los fragmentos hallados,
presentaban excelentes condiciones técnicas de fabricación. Se trataba de una
cerámica de color gris, de paredes finas y cocción pareja, con decoración de
tipo incisa en doble línea perimetral.
Al excavar el horno 6, se observó en su interior:
una capa
1, de tierra acumulada después de abandonado el lugar.
otras
capas con carbón vegetal y ceniza acumulada, restos de las sucesivas quemas.
La ausencia de otros restos significativos, y el
hallazgo de cerámica en los alrededores,
permiten suponer la utilización de los hornos para su
cocción
Los Huarpe fueron la antigua civilización
de la zona cuyana, y se dividían en Huarpe Allentiac (San Juan), al sur los
Huarpe Millcayac (Mendoza), y al este los Huarpe Puntanos o Huárpidos (San
Luis). De dicha etnia se sabía que eran de talla relativamente alta, cabeza
alargada, pilosidad más desarrollada y piel más oscura que la de otros pueblos
vecinos.
En el momento de la conquista española
los Huarpe se encontraban en pleno proceso de aculturación por influencia de
los Incas. Llevaban una vida sedentaria, cultivaban maíz y quinoa, cosechaban
algarroba, con la que elaboraban patay y chicha o aloja. Se alimentaban de
peces y patos y también cazaban venados siguiéndolos a pie y al trote. Las
viviendas eran de piedra en la montaña o de quincha en la llanura. Fabricaban
cestería apta para contener agua y cerámica polícroma. Adoraban a una divinidad
llamada Hunuc Huar, que suponían moraba en la Cordillera. Temida y respetada,
era invocada para satisfacer sus necesidades. El panteón huarpe tenía genios
menores como el sol, la luna, el lucero del alba, los ríos y los cerros. Los
muertos se enterraban en posición extendida y con la cabeza hacia la Cordillera,
rodeados de sus objetos personales y provisiones para el viaje al más allá; y
los parientes se pintaban la cara durante un tiempo en señal de duelo.
Yo les comenté a mis nietas que ellas
podían buscar allí parte de sus ancestros, ya que una de sus bisabuelas
paternas tenía ese origen. Y si bien ella siempre lo había negado, por temor o
por vergüenza, tantos sus rasgos étnicos como algunas de sus prácticas culturales,
tenían que ver con los pueblos originarios del norte de la provincia de San
Luis.
El Parque Nacional protege el patrimonio natural y cultural
de esta región.
La permanencia de los restos culturales en su lugar de
ubicación original;
permite investigar el modo de vida de los antiguos habitantes
de este lugar.
Este recurso cultural, en particular, se encuentra en proceso
de estudio y conservación
La jurisdicción sobre las tierras había
sido cedida a la Administración de Parques Nacionales por la provincia de San
Luis el 3 de julio de 1989, mediante un acuerdo firmado por el gobierno de San
Luis, ratificado por Ley Provincial No Vii-0226-2004 (4844 “R”).
Sin embargo, en setiembre de 2009,
representantes de la comunidad Huarpe-Guanacache de San Luis, solicitó al
gobernador la restitución de las tierras de las sierras de las Quijadas, donde
según antecedentes históricos, sus ancestros habitaron. Ese mismo año, el
gobernador realizó la gestión ante el gobierno nacional, sin lograrlo. En 2010
la provincia de San Luis decidió transferir 73534 hectáreas del área protegida
al pueblo Huarpe mediante la ley provincial Nro. V-0721-2010, revocando el
otorgamiento de las tierras al Estado Nacional. Tanto el Ministerio de Turismo
de la Nación y entidades conservacionistas como el Comité Argentino de la Unión
Mundial para la Naturaleza, Aves Argentinas y la Fundación Vida Silvestre,
mostraron un rotundo rechazo a la medida dispuesta por la Provincia, por lo que
la Corte Suprema dictó una medida cautelar de “no innovar”, evitando así el traspaso a la comunidad Huarpe.
En este lugar hubo un asentamiento de pobladores
originarios,
los veintitres hornillos de barro cocido son la
evidencia de esta ocupación.
Grandes herramientas de corte hechas en cuarcita,
indican la tala y corte de leña para alimentar los
hornos.
La erosión producida por pisoteo y, por el agua van
descubriendo las paredes de los hornillos
Las sierras occidentales de San Luis
formaban parte del sistema de las Sierras Pampeanas, pero con características
fisonómicas distintas a las de los cordones orientales y a las de Córdoba. Al
este del río Desaguadero, se extendían cuatro cadenas con orientación
noroeste-sudeste, que desde San Juan hacia el sur se denominaban sierra de
Guayagás, Cantantal, de las Quijadas y del Gigante.
La sierra de las Quijadas, que llegaba a
una altura de 1200 m.s.n.m. presentaba una estructura convexa formada por
pliegues del terreno donde se localizaban estratos de edad reciente que
rodeaban a los antiguos. A partir de una línea axial, esos estratos descendían
hacia ambos lados abruptamente, sobre todo en el sector oriental, donde
formaban enormes farallones. La causa de dicha formación sería una gran
fractura que corría paralela a esos cordones, y al curso del río Desaguadero,
por la ladera occidental, a lo largo de la cual se habría producido el
levantamiento de las sierras. Cada grupo de elevaciones estaba atravesado, a la
vez, por fracturas en sentido este-oeste, provocando discontinuidad entre
ellos. Y dentro mismo del Parque se presentaban distintas formaciones
geológicas con diferente origen, tectónica, fósiles y fisonomía.
La base de las Sierras estaría dada por
la formación geológica La Cruz, que la encontramos durante todo nuestro
trayecto. Los estratos estaban conformados por grava y arena cuyo origen había
sido producto de la acumulación de sedimentos de cursos fluviales. Su
antigüedad máxima era de ciento diez millones de años y en la zona superior de
la formación se habían encontrado restos de rocas basálticas, provenientes de
erupciones volcánicas, datadas entre ciento cinco y ciento ocho millones de
años.
Sierra de las Quijadas, de estructura compleja
Martín, Ludmila y Laurita junto a uno de los farallones
Las depresiones del terreno al pie de las
sierras, en las quebradas y torrentes, estaban rellenadas por sedimentos
pleistocénicos ocasionados por la meteorización (desintegración de las rocas
por factores atmosféricos) producida por los grandes cambios de temperatura y
otros factores propios de los climas áridos.
Los chicos y el guía desplazándose por una de las quebraditas
El guía llevando a los chicos por los escalones para sortear los desniveles del terreno
El clima árido serrano, con marcada
amplitud térmica, tanto estacional como diaria, se manifestaba a partir de las
temperaturas medias de 12°C en invierno (con mínimas de -3°C) y 23°C en verano
(con máximas medias de 35°C). Y los escasos 300 mm anuales de lluvia se
distribuían irregularmente concentrándose entre fines de la primavera y
principios del otoño.
Y estos cambios eran los que producían la
erosión mecánica, tanto por la imperceptible dilatación de las rocas como por
las gotas de rocío que al penetrar en sus fisuras y aumentar su volumen al
congelarse durante la noche, contribuían a resquebrajarlas. Por otra parte,
ante la escasa o nula cobertura vegetal, la erosión eólica le daba diferentes
formas. La fuerza del viento no sólo trasladaba pequeñísimos granitos de
arcilla o arena de un lugar a otro, sino que esas pequeñas partículas
contribuían a pulir las demás rocas que se encontraran a su paso.
Bloque rocoso erosionado por acción de las temperaturas
extremas y por el viento
Los suelos rojos indicaban la presencia de óxido de
hierro
Martín con sus sobrinas Ludmila y Laurita durante un
merecido descanso
Una de las curiosidades que teníamos era
el porqué del topónimo de las Quijadas. Y durante una breve pausa, se lo
preguntamos al guía.
Y él nos explicó que durante el siglo XIX
y principios del XX, esas sierras habían sido el refugio de bandidos que
asaltaban las carretas que cubrían el tramo Buenos Aires-San Juan. Las
interceptaban y luego partían a la zona de Potrero de la Aguada, donde los
intrincados laberintos rocosos les garantizaban esquivar la ley. Como premio,
los bandoleros faenaban vacunos para sus asados, y abandonaban allí los huesos,
conservándose por largo tiempo las mandíbulas, es decir, las quijadas. Por esa
razón, los carteles de búsqueda ofrecían recompensa por la captura de los “gauchos de las quijadas”, que pasaron a
formar parte de la historia folklórica, dándole el nombre al lugar.
Refugios
naturales en las rocas en Potrero de la Aguada
Ludmila,
Martín, el guía y Laurita en un cauce temporario
Después de descansar e hidratarnos convenientemente, iniciamos el recorrido por el sendero de los miradores del Potrero de la Aguada.
Sendero
Miradores del Potrero de la Aguada
Si bien se trataba de una senda de mil trescientos
metros de longitud de baja dificultad, tenía desniveles y cornisas con suelos
inestables, por lo que debía tener especial cuidado con las nenas.
Profundos precipicios que hacían muy peligrosa la
circulación
Suelos disgregables con riesgo de derrumbe
Cuevas formadas por algunos animales
En los bajos Laurita aprovechaba para soltarse de la
mano
No estaba permitida la recolección de ninguna planta
Como tampoco de las rocas
Ludmila ayudándose
con un largo bastón
y
sosteniendo el imprescindible sombrero que el viento se quería llevar
Martín
sintió vértigo en algunos tramos
El “Potrero de la Aguada” consistía en una microcuenca que confluía en una enorme depresión de más de cuatro mil hectáreas. Ese hoyo gigante alimentaba al río Seco de la Aguada o Torrente de la Aguada, que recorría el lugar sólo en época de lluvia, presentando arena y rocas en su curso durante el resto del año. Además de la garganta formada por el río, el paisaje incluía infinidad de grietas, graderías, cornisas y salientes que le daban un aspecto imponente. El cerro más alto era el Portillo con una altura aproximada de 1200 m.s.n.m., destacándose también El Mogote (1100 m.s.n.m.) y el Lindo (1050 m.s.n.m.).
Todos los cursos de agua que discurrían
por los faldeos eran temporarios debido a que recibían menos de 200 mm anuales
concentrados en época estival. Ellos alimentaban al río Seco de la Aguada, cuyo
cauce llegaba a tener un considerable volumen de agua cuando las
precipitaciones se producían en forma violenta, pero sólo por pocas horas
porque debido a la gran desecación del terreno y a la alta evapotranspiración,
la humedad desaparecía rápidamente.
Curso de arena del río Seco de la Aguada
Otro pequeño curso que también permanecía seco
Los
chicos extremaron cuidados al descender hacia los miradores del Potrero de la
Aguada
El conjunto de formaciones geológicas
tenía una antigüedad aproximada de 100 a 120 millones de años dejando su
testimonio en el espléndido anfiteatro denominado el Potrero de la Aguada,
situado en el corazón de la sierra. El conjunto de capas que componían las
sierras se elevó a partir de un plegamiento ocurrido veinticinco millones de
años atrás, y continúa, imperceptiblemente, levantándose en la actualidad.
Luego de los movimientos endógenos que dieran origen a las montañas, la erosión
ocasionada por el agua y el viento, generaron quebradas y valles que sacaron a
relucir los cortes sedimentarios.
Sin duda, el gran desierto rojo había
sido alguna vez un vergel cubierto de vegetación con ríos y lagos donde
vivieron varias especies de dinosaurios. Pero al levantarse la cordillera de
los Andes el clima de la región cambió sustancialmente, además de elevar los
estratos sedimentarios que permitieron llevar a la superficie los restos
fósiles de la flora y fauna de otros tiempos geológicos, tal cual lo sucedido
en Ischigualasto (San Juan) y Talampaya (La Rioja).
La formación de mayor antigüedad era Los
Riscos. De lejos podían verse elevados acantilados conformados por grandes
bloques sedimentarios.
Incontables capas de sedimentos al descubierto
semejando un pastel de hojaldre
Con Ludmila y Laurita en uno de los miradores del
Potrero de la Aguada
Mirando
hacia abajo
Lugar elegido por Adolfo Aristarain para filmar
secuencias de la película “Un Lugar en el
Mundo”
Martín, muy entusiasmado, se nos adelantaba permanentemente
Los
farallones, con sus acantilados, cornisas y terrazas de color rojo intenso,
apenas cubiertos de vegetación, formaban un inmenso anfiteatro natural.
Anfiteatro
natural del Potrero de la Aguada
En otro
mirador con Ludmila, Martín y Laurita
La formación geológica El Toscal, ubicada
en la zona de acceso al Potrero de la Aguada, poseía una antigüedad de ciento
diez millones de años. Estaba compuesta por grava y arena que en algún momento
había formado parte de un río. Pero como consecuencia de la erosión fluvial y
la disgregación de las rocas, no poseía restos fósiles. Debido a la abundancia
de carbonato de calcio se diferenciaba de las demás por su tono blancuzco.
La formación Jume, con una antigüedad de
ciento veinte millones de años, estuvo originada por la acumulación de
arenisca, arcilla y fango en la cubeta sedimentaria; y se creía que había sido
surcada por ríos de gran caudal cuya erosión, sumada a la eólica, habrían
generado los sedimentos. Y esa era la formación que se caracterizaba justamente
por su riqueza en materia de fósiles, habiéndose rescatado allí, tanto restos
de vegetales como de dinosaurios y huellas, con diferente grado de
conservación.
HUELLAS DE NUESTRO PASADO
LEYENDO
LAS TRAZAS FÓSILES
Millones
de años atrás…
Los seres
que habitaron esta región dejaron diversos rastros de su presencia,
entre otros huesos fosilizados y distintos
tipos de huellas y trazas fósiles;
como las
que se observan en la foto y en el suelo frente a Usted.
La
formación geológica El Jume, donde Usted se encuentra parado;
fue
originalmente un barreal,
esto
significa que las lluvias arrastraron gran cantidad de sedimento
depositándolo en el fondo de una cuenca o
valle.
En este
ambiente se formaban grandes charcos que se secaban progresivamente
y en estos
sedimentos quedaron enterrados restos de vegetación
y dejaron
sus marcas los animales que allí habitaron.
En los
períodos entre temporadas de lluvia y de sequía,
grandes
dunas avanzaron sobre estos barreales
sepultando
todas esas marcas y resguardando sus formas.
En el
ambiente entre dunas, donde la humedad se conservaba en pequeños charcos,
habitaron organismos parecidos a los gusanos actuales, que dejaron marcas en el
barro del fondo,
los que
con el tiempo se compactaron y se convirtieron en roca sedimentaria.
Conservar esto es cuidar y valorar nuestro pasado…
Tronco fosilizado en la formación El
Jume
La formación de menor edad, era la Lagar,
compuesta por arena y fango originados por arrastre de cursos fluviales y como
depósito, en zonas lacustres. Se caracterizaba por contener colores rojizos,
verdes y amarillentos al mismo tiempo. Allí fueron encontrados restos fósiles
muy bien conservados en una cuenca originada por la acumulación de sedimentos
en el lecho de un lago de aguas estancadas, que a lo largo de miles de años se
habían evaporado.
Entre los tantos restos fósiles hallados,
se encontraban troncos y raíces petrificados, placas rocosas con improntas de
la posible acción de gusanos, dinosaurios y reptiles voladores como el curioso Pterodaustro
Guiñazui, que vivió en el Cretácico Inferior, y se caracterizaba por sus
notables mandíbulas recurvadas hacia arriba; y dos especies
de pterosaurios o lagartos alados, que existieron durante toda la era
Mesozoica, uno de los cuales tenía una dentición peculiar, con barbas que
formaban una especie de canasto, la cual le servía para retener los
microorganismos de los que se alimentaba filtrando agua.
Diversas manifestaciones fósiles a cada paso
Pero el Parque Sierra de las Quijadas no
constituía solamente un paraíso para los paleontólogos, sino también para los
estudiosos de los ecosistemas actuales, ya que se había creado para conservar
especies endémicas (exclusivas del lugar) y otras vulnerables o en vías de
extinción. Y a pesar de la aparente escasez de flora y fauna, se trataba de una
zona muy rica destacándose por ser un ecotono entre el Chaco Semiárido y el
Monte de Llanuras y Mesetas, donde convergían especies de ambas ecorregiones.
Los arbustos insignes de la ecorregión
del Monte y Mesetas eran las jarillas, mientras que los ejemplares
característicos del Chaco Seco lo eran los algarrobos y quebrachos blancos, a
los que se unían varias plantas endémicas como la zampa, el romerillo y la
rosetilla o mata piedra.
Una verdadera área de transición entre dos ecorregiones
Estepa arbustiva con plantas espinosas y de sabor amargo
Plantas halófitas en un cauce abandonado
Diversas plantas xerófilas (resistentes a las zonas áridas)
Las jarillas eran arbustos ramosos que
eran utilizados como fuentes de combustible, así como la sustancia resinosa
contenida en sus hojas se utilizaba como remedio veterinario para caballos y
mulas. Mientras que su infusión era consumida contra el cólera, las fiebres
intermitentes y para remitir el dolor causado por luxaciones y fracturas.
Jarilla hembra (Larrea
divaricata)
Chañar (Geoffroea
decorticans)
Cactáceas y otras plantas xerófilas
Arbusto de troncos retorcidos
Ya se habían censado en el Parque más de
ciento cincuenta especies de aves, y esa gran diversidad se presentaba por
verse favorecidas por las condiciones del lugar que les facilitaba su
alimentación, reproducción y refugio, siendo las más significativas el caserote
castaño y el verdón, la chuña chica, el hornero, el loro barranquero, las
martinetas, la monterita canela y la de collar, el ñandú, el vencejo de collar,
los cóndores y las águilas moras. Entre las aves de escasa distribución y con
un estatus de “especie problemática”
se destacaban la dormilona gris; el águila coronada categorizada
internacionalmente como “vulnerable”;
el halcón peregrino; el canastero castaño, considerado “vulnerable” y únicamente amparado por este Parque y El Leoncito; el
cardenal amarillo, considerado como “en
peligro” a nivel internacional y protegido sólo en tres áreas incluyendo esta;
y el burrito salinero, sólo amparado aquí. Y en cuanto a otras aves presentes
pero escasamente representadas en el sistema de áreas protegidas nacionales
cabe mencionar al inambú pálido, el pato gargantilla, el picaflor cometa, el
gallito arena, el cachudito pico amarillo, la dormilona cenicienta, el yal carbonero, el soldadito común, la
morenita canela, y el jilguero oliváceo, entre otras.
La fauna del Parque incluía variedad de
mamíferos como los armadillos, coipos, corzuelas pardas, gato montés, gato moro
o yaguarundí, guanaco, hurón menor, laucha colilarga baya, maras, mulitas, pecaríes
de collar, peludos, pichiciego menor, pumas, quirquincho chico, quiyá o nutria,
rata vizcacha colorada, tateto o morito, zorrino chico, zorros grises... Entre
los roedores muy poco representados en las demás reservas y parques nacionales
se encontraban el conejo de los palos, el tuco-tuco cuyano, la rata vizcacha
grande y la laucha de Roig, estas dos últimas sólo amparadas en este Parque. Y
se suponía que podrían existir más poblaciones de mamíferos chicos, como
roedores o murciélagos refugiándose en los recovecos de los inmensos farallones
aún inaccesibles para los científicos.
Entre los reptiles que habitaban allí se
encontraban el geko y otros tipos de lagartijas, el matuasto, y algunas
culebras y víboras como la falsa coral y la boa de las vizcacheras o ampalagua,
esta última encontrándose en condiciones críticas, categorizada a nivel
nacional como “en peligro”, por el
alto valor de su cuero. Pero la más afectada, sin duda, era la tortuga de
tierra, considerada “en peligro” a
nivel internacional y “vulnerable” en
la Argentina, por haberse convertido en una de las mascotas silvestres más
preciada.
Así lo indicó el guía, pero los chicos se
decepcionaron porque no vimos absolutamente ninguno. Tal vez por la hora, aunque
seguramente muchos de ellos estaban mimetizados con los arbustos, agazapados
detrás de ellos, o bien, debido a estar en vías de extinción, su número ya era
muy escaso.
Gran parte de la fauna se mimetizaba con la vegetación
Si bien dentro del Parque se podían hacer
más recorridos, varios de ellos implicaban permanecer el día entero y tener
mejor disposición física. Por lo que pasado el mediodía, cuando ya las piernas,
el estómago y las bocas secas lo pidieron a gritos, regresamos a la playa de
estacionamiento y buscamos nuestras viandas para tener un apacible almuerzo en
el área de quinchos.
Martín junto al vehículo que nos transportaba en la
playa de estacionamiento del Parque
Laurita y Ludmila en la mesa del quincho que ofrecía el
Parque
Ya saliendo del Parque visitamos un
centro de información construido en piedras lajas encajadas, sin ningún tipo de
cemento, tal cual lo hacían los pueblos originarios.
Edificación realizada en base a piedras lajas
encajadas, sin cementación
Con
Ludmila, Martín y Laurita junto a la pared de lajas encajadas
Allí
se nos informó acerca de las lagunas o bañados de Huanacache, otrora lagunas
encadenadas que abarcaban el noreste de la provincia de Mendoza, el sudeste de
la provincia de San Juan, y el noroeste de la de San Luis, sector este que pasó
a pertenecer al Parque Nacional Las Quijadas. Esas lagunas habían estado
habitadas por el pueblo Huarpe, que las navegaba con embarcaciones semejantes a
los caballitos de totora que usaban los Uru en el lago Titicaca. Pero desde
fines del siglo XIX dichas cuencas lacustres se fueron secando debido a la
sobreexplotación de las aguas de los ríos Desaguadero, Mendoza y San Juan, por
lo que desde 1999 fueron integradas al sistema Ramsar, cuya misión era la
conservación y el uso racional de humedales mediante acciones locales y nacionales
con cooperación internacional.
Junto al edificio de piedras se exponían
algunos tradicionales vehículos utilizados en la zona, como el sulky y el
carro.
“El Sulky”
Puesto “El Remanso. Lagunas de Huanacache”
Con Martín
y Laurita que hacía como que tiraba del carro
De repente se levantó viento, y Laurita salió corriendo
a buscar su sombrero
Cerca de allí se encontraba la Escuela
Rural Nro. 137 “Ministro José M. Ojeda”
y algunas pocas viviendas alimentadas en base a energía solar o eólica.
Escuela
Rural Nro. 137 “Ministro José M. Ojeda”
Pantalla
solar, ideal para una zona con tanta heliofanía
Molinillo que
con pequeñas ráfagas de viento podía generar energía de consumo doméstico
La visita al Parque había sido una
experiencia increíble, muy difícil de expresar con palabras. Habíamos aprendido
mucho acerca de la geología, la paleontología, el clima, la hidrografía y la
biogeografía del lugar; y habíamos aprehendido el paisaje con todos nuestros
sentidos.
Habíamos visto inmensos farallones de
color rojo intenso, con variadas formas, con el fondo de un cielo azul intenso,
pudiéndolos capturar con la cámara fotográfica.
Habíamos sentido en nuestras manos la aspereza
de las rocas al apoyarnos en ellas para que nos sostuvieran, y evitar así alguna
caída.
Habíamos cerrado nuestras bocas para
escuchar los silbidos del viento cuando pasaba entre los farallones.
Nos habíamos detenido a oler el aroma de
plantas extrañas para nosotros, quienes habitábamos en una zona húmeda.
También habíamos sentido en nuestros
labios cortajeados un intenso sabor salado que nos obligaba a hidratarnos
constantemente.
Y por sobre todas las cosas habíamos disfrutado de nuestra compañía, algo absolutamente independiente del lugar en que nos encontráramos. ¡Qué más podíamos pedir!
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