miércoles, 28 de diciembre de 2022

Peripecias en el EGAL de Costa Rica

    Sonia, Clarita y yo habíamos llegado pocos minutos antes desde la playa de Jacó y el río Tárcoles donde habíamos hecho la excursión con los cocodrilos. Nos habíamos levantado muy temprano y tomado mucho sol, por lo que estábamos cansadísimas, pero debíamos bañarnos y cambiarnos en tiempo récord para asistir al acto de apertura del XIII Encuentro de Geógrafos de América Latina. ¡Y lo hicimos! En menos de una hora estábamos listas para salir.

Y en el lobby del hotel nos encontramos con varios colegas y amigos de México y Argentina quienes también estaban por partir hacia el Teatro Popular “Melico Salazar”, donde tendría lugar la inauguración del Encuentro. 

Con Sonia Vidal en el lobby del Holiday Inn

 

  

Con Álvaro Sánchez Crispín y Susana Padilla de México

  

El Teatro Popular estaba a pocas cuadras del hotel, pero entre que estábamos bien vestidos y que todo estaba muy oscuro, sumado a la lluviecita, tomamos sendos taxis que nos cobraron tarifas diferentes.

Finalizado el acto, tratamos de encontrarnos con nuestros conocidos en el hall del teatro, pero era muy difícil dada la cantidad de gente. Y cuando habíamos logrado saludar a algunos, entre ellos a Gerusa Duarte, Magaly Mendonça, Hugo Romero…, los asistentes del lugar nos obligaron a salir y rápidamente cerraron las puertas. Así que, en la calle, y con una lluvia cada vez más fuerte, nos dispersamos rápidamente…

Cruzamos la avenida y tomamos un taxi. ¡Nos cobró el doble del más caro de los del viaje de ida! No hizo caso a nuestros reclamos, y tras tratarlo de ladrón, nos bajamos ofuscadas, pero habiendo pagado religiosamente.

Cenamos en el hotel con nuestros amigos y nos fuimos a dormir porque yo al día siguiente tenía que exponer mi ponencia a la mañana temprano en la ciudad de Heredia, en el conurbano de San José. Como me previnieron respecto de que el tránsito iba a ser pesado, me levanté muy temprano para salir con tiempo. Y me sorprendió la hermosa vista que tenía desde la ventana de mi habitación con el sol reflejado en los edificios.  

Vista parcial de San José en las primeras horas de la mañana

 

A las siete y cuarto salí y pedí presupuesto a los taxistas de la parada del hotel para ir a la Cámara de la Industria de Heredia, donde yo a las ocho y media debía hacer mi exposición. Dijeron saber dónde quedaba y subí a uno de los coches. Evidentemente, tal como me lo habían anunciado, el tránsito era realmente insoportable, en especial por la cantidad de enormes camiones que se desplazaban hacia todos lados. Comparando los tamaños de las ciudades de San José y Buenos Aires, era inaudito. Y en especial, yendo del Centro hacia las afueras durante la mañana.

Cuarenta y cinco minutos tardamos para recorrer solo diez kilómetros. Llegamos a Heredia y fuimos a la zona donde el taxista suponía que estaba la Cámara de la Industria. Pero no la encontramos, y al preguntar, nadie sabía respondernos. Entonces él supuso que quedaría en el parque industrial, y allí fuimos. Recorrimos de un lado para el otro la zona, pero nada… Yo tenía un plano medio confuso que nos habían entregado con los materiales del Encuentro, pero no quiso ni mirarlo. El machismo lo superaba, y no me permitía que le sugiriera nada… Consultó a la base y nos enviaron hacia otro lado, y tampoco… Yo me inquieté porque ya eran las ocho y media y no había ni miras de encontrarla. Entonces le pedí que me llevara a la Universidad Nacional para que allí nos indicaran, pero se negó y siguió dando vueltas por zonas cada vez más alejadas del Centro. Y viendo que ya eran casi las nueve, mi sangre tana entró en ebullición y le dije que me llevara a la plaza de Heredia desde donde iba a tomar un taxi local para llegar a destino, y que de lo contrario me bajaría allí mismo sin pagarle nada. Realmente era una locura, porque si me bajaba en ese lugar, todavía hubiera estado allí esperando algún medio de transporte que me llevara a alguna parte, pero al ver mi enfado, rápidamente fue a la plaza y le preguntó a uno de los taxistas dónde quedaba la Cámara de la Industria. Allí le respondieron que quedaba a pocas cuadras. No obstante, estando enfrente, no la encontrábamos, porque imaginábamos un edificio de mayor porte. Y al ver gente conversando en la vereda, le preguntamos, ¡y allí era! Una de esas personas era justamente Consuelo Alfaro, coordinadora del Eje Económico donde yo debía hacer la presentación.

¡Ese paseíto matinal me costó veinticinco dólares!, además del mal momento. Pero Consuelo muy amablemente me tranquilizó y me dijo que mi bloque venía a continuación por lo que no debía inquietarme… Expuse la ponencia que había elaborado con Omar Gejo y todo continuó sin inconvenientes. La mayor parte del público era brasilero, así que cuando lo vi a Álvaro López Gallero de Uruguay, ¡me sentí como en el río de la Plata! Aunque me dolió tener que felicitarlo porque la selección de fútbol uruguayo acababa de ganar la Copa América, dejando a la Argentina afuera.

 

Consuelo Alfaro junto a participantes del EGAL

  

Durante el transcurso de la mañana se continuó con el programa establecido y al mediodía nos llevaron a comer a un salón a unos doscientos metros de allí. Ese fue el primer EGAL en el cual nos dieron almuerzo a todos los participantes, que no fue poca cosa.

Y después de pasar un grato momento con los colegas, Consuelo me dio una invitación para una cena esa misma noche en el hotel La Condesa en las mismas laderas del monte de La Cruz, en las afueras de Heredia. Yo saqué cuentas. Ya eran más de las dos de la tarde. En este país se cenaba muy temprano. Si quería ir al hotel a San José a cambiarme, tendría una hora mínimo de ida más otra de vuelta, más setenta y cinco dólares de taxis, y no podría escuchar casi las ponencias de la tarde. Entonces le dije que no iría. Ella me ofreció llevarme con su auto directamente desde allí y a la noche tarde, volver a San José juntas. Pero yo no tenía ropa para cambiarme y tenía el pelo y la cara hechos un desastre producto del calor, la humedad y los nervios de la mañana. Pero ante su insistencia, acepté con la condición de ir a la peluquería que quedaba al lado. El tiempo que iba a tardar era muy inferior al perdido yendo a San José.

Entré al salón de belleza, que era unisex, y la persona que me atendió también. Aun no pude determinar si era hombre o mujer, pero realmente no importaba porque fue muy servicial. Estaba sola y hacía de todo. Me lavó la cabeza, me peinó, pintó mis uñas… Y cuando me estaba por ir, noté que tenía unas terribles ojeras y le pedí que me las disimulara. Entonces, me acosté en una camilla y en cuanto me puso paños calientes, ¡me quedé profundamente dormida! Al cabo de un buen rato me despertó y con gran satisfacción me dijo que me había maquillado. Me dio un espejo y… ¡qué horror! Parecía un payaso. Pero no podía darle mi verdadera opinión porque lo había hecho con todo esmero. Así que le pedí que lo rebajara un poco porque eso era para la noche y yo debía estar en un congreso durante el resto de la tarde. Rápidamente me complació y, además, me cobró muy poco.  

Mucha reja para un salón de belleza

 

Ya producida volví al salón de la Cámara de la Industria y escuché a los expositores del último bloque. Y mientras Consuelo y sus auxiliares terminaban de ordenar todos los materiales utilizados durante el día, salí a dar una vuelta por los alrededores.  

Heredia tenía una población de alrededor de 150.000 habitantes, y era la capital cafetalera de Costa Rica, produciendo el grano de Oro costarricense. Se encontraba a 1.150 m.s.n.m. por lo que las temperaturas no eran tan elevadas como en las zonas costeras, pero debido a que estábamos en plena época de lluvias, con la humedad, el calor se hacía sentir.

Primeramente. me detuve ante la iglesia de Nuestra Señora de Fátima, que había sido dedicada a la aparición de la virgen en dicha localidad portuguesa ante pastorcitos a quienes les habría entregado mensajes de salvación para toda la humanidad, recomendándoles rezar el Santo Rosario. Fue así, que, en 1952 diferentes juntas vecinales del barrio San Felipe le habían solicitado al cura párroco de Heredia, que llevara la imagen de la Virgen de Fátima al barrio, para lo cual se había recurrido a diversos medios para recaudar dinero y construir el templo. Se recogieron toda clase de chatarra de hierro, cobre y bronce para elaborar las campanas, mientras que la imagen fuera donada por los esposos Gámez Lobo, inaugurándose el templo el 15 de agosto de 1956. Esta movida de devotos había dato lugar a que el barrio pasara a llamarse Fátima. 

Iglesia Nuestra Señora de Fátima en Heredia

 

Al dar la vuelta a la manzana encontré la entrada principal de la Cámara de Industria y Comercio de Heredia, que, si bien no era nada ostentosa, tenía una apariencia más aceptable que el lugar por donde nosotros habíamos ingresado.  

Entrada principal de la Cámara de Industria y Comercio de Heredia

 

Si bien Consuelo me había prevenido acerca de posibles peligros porque ya habían pasado las cinco de la tarde, pensé que exageraba.  Pero la escasa gente en la calle y las normas de seguridad que había en la mayoría de los establecimientos, aun en los destinados a los niños, me dio la pauta de que las cosas no eran para nada sencillas. La mayoría de las casas contaban con gruesas rejas, alambres de puntas cortantes o electrificados, verdaderas cárceles… 

Casas con alambre de puntas cortantes

    

Construyendo fortalezas en cada edificio

  

Cada casa semejaba una cárcel

   

Casi todas las casas contaban con sistemas de seguridad extremos

  

Yo estaba de acuerdo con que en la Argentina los niveles de inseguridad habían aumentado de veinte o treinta años a esa parte, pero conociendo la mayoría de los de la región, creo que aun en ese momento, julio de 2011, seguía siendo el país más seguro. Y, desde ya, Buenos Aires la más confiable gran ciudad de América Latina. Y el que no me creyera, que saliera a recorrer, sin oficinas de turismo de por medio, Sao Paulo, Río de Janeiro, Santiago de Chile, Lima, Guayaquil, Bogotá, Caracas y México, entre las más importantes. Por eso cuando se decía que Costa Rica era la Suiza de Centroamérica, debía entenderse en comparación con Honduras, El Salvador y Guatemala, ¡pero nada más!

Retorné en busca de Consuelo y fuimos en su auto hasta la Universidad Nacional de Costa Rica, donde estaba el centro de operaciones del EGAL. Allí saludé a algunos organizadores y me encontré con Gustavo Buzai, también de Argentina, con quien conversé un buen rato ya que en Buenos Aires nunca teníamos tiempo. 

Con Consuelo Alfaro en la Escuela de Ciencias Agrarias de la UNA

  

Y junto con Consuelo y otros profesores, salimos rumbo a La Condesa. Ya era de noche y el camino, además de oscuro, bastante bacheado, pero ella no perdía el humor que la caracterizaba.

Allí estaban las autoridades de la Universidad Nacional de Costa Rica, de la Universidad de Costa Rica, los organizadores del Encuentro, los conferencistas y los que participábamos de mesas redondas.

A margen de las palabras formales, todos tuvimos la oportunidad de tener agradables conversaciones con nuestros compañeros de mesa. En la mía estaban, entre otros, José Seguinot Barbosa de Puerto Rico y Gilbert Vargas Ulate, de Costa Rica. 

José Seguinot Barbosa

  

Gilbert Vargas Ulate era el Director de la Escuela de Geografía de la Universidad de Costa Rica, y su especialidad era la Biogeografía y Ecología Tropical. Así que le hice infinidad de preguntas sobre la flora y fauna que había visto y sobre otras especies del país.  

Gilbert Vargas Ulate

  

Y como yo era la única mujer del grupo, el tema del fútbol fue inevitable, con el agravante de que quienes estaban a mi lado, a pesar de ser ticos, simpatizaban por Boca Juniors, ¡cuando yo era de River Plate!

  Para quienes no lo saben, les cuento que “tico” era un gentilicio popular hacia los costarricenses, que devenía de su forma de hablar. Ellos sustituían la terminación “tito” por “tico” en algunos diminutivos, por ejemplo, chiquitico por chiquitito, ratico por ratito, gatico por gatito… Sonaba muy simpático y en algunos casos, hasta cariñoso.

Finalizada la cena, saludé a otros colegas a los que veía solo en esos encuentros, como Guillermo Carbajal de Costa Rica y Delfina Trinca de Venezuela…, y como estaba previsto, nos fuimos en el auto de Consuelo.    

Con Guillermo Carbajal

  

 Ya eran las once de la noche y en ese viaje venía con nosotras hasta San José, Álvaro Sánchez Crispín, pero primeramente íbamos a llevar a otro profesor a un barrio de Heredia. Y cuando estábamos cerca de su casa, Consuelo vio que a mitad de cuadra había un grupo de muchachones en motos con armas largas. Aceleró y se desvió hasta dejar a ese compañero en su casa, quien comentó que tiempo atrás lo habían asaltado en ese lugar. Pero nuestro temor no cesó ya que Consuelo tomó la autopista por un atajo a gran velocidad para evitar cualquier inconveniente. Nos comentó además que era muy común que estacionaran autos debajo de los puentes para obstruir el tránsito y así desvalijar a sus víctimas. Pero sin más que un poco de miedo, llegamos sanos y salvos a San José.

Y en cuanto entré al hotel justo había un cuadro en exposición de una de las ranitas rojas sobre las que habíamos hablado con el Prof. Vargas Ulate, que eran venenosas para los enemigos naturales que se las comían, pero no para los demás.     

Cuadro de una ranita roja

 

Los demás días transcurrieron sin contratiempos. Y el viernes, habiendo realizado la reunión de la Unión Geográfica de América Latina, elegimos Presidente a Hildegardo Córdova Aguilar de Perú y Vicepresidente a Álvaro Sánchez Crispín, de México. 

Con Hildegardo Córdova Aguilar y Álvaro Sánchez Crispín

  

Ese día las actividades se desarrollaron en la Universidad de Costa Rica, en la ciudad de Cartago, en el sector oriental del conurbano de San José. En esa zona caían al año alrededor de 1.400 mm, de los cuales cerca del 10% se concentraban en el mes de julio. La Universidad contaba con inmensos jardines que separaban un pabellón de otro, que era tan ecológico como molesto cuando caía una lluvia tropical torrencial como la que se produjo justo en el momento en que debíamos llegar al sector donde Álvaro y yo teníamos que participar de la Mesa Redonda sobre Asociaciones Geográficas Latinoamericanas. Ergo, nos empapamos. Y pese a ese inconveniente, hubo bastante público y todo salió muy bien.  

Con Álvaro Sánchez Crispín de México, y Carlos Morera y Eduardo Bedoya de Costa Rica

  

Luego se realizó la ceremonia de clausura donde se hizo un balance de toda la actividad a nivel académico y organizativo.

Yo continué encontrando conocidos como Carlos Amaya de Venezuela, una enorme delegación de catamarqueños, Norma Medus de Argentina, y muchos más. Pero no pude ni participar de muchas actividades por su superposición y lejanía como tampoco ver a muchas otras personas con quienes pretendía dialogar. Y si bien a nivel personal en términos generales me resultó positivo, en cierto sentido lo viví como un gran desencuentro.

 


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