miércoles, 4 de mayo de 2022

Por la Costa Riojana

   Los riojanos no tenían mar, pero tenían costa. Ellos llamaban así al camino de la cuesta que bordeaba la ladera oriental del Velazco, pasando por una serie de pequeños pueblos silenciosos, rodeados de árboles que los resguardaban de las inclemencias de la aridez predominante en la región.

 De La Rioja a Aimogasta, la Ruta Nacional Nro. 75 era el “camino de la costa”

 

Se trataba de una ruta tan bonita como peligrosa, en la cual se habían producido muchos accidentes, lo que se ponía de manifiesto por la cantidad de cruces y oratorios en las banquinas. Y tal cual como en muchas otras carreteras argentinas, en especial en el sector árido del país, se rendía culto a la Difunta Correa, cuya principal ofrenda era el agua. Esto se debía a que “la milagrosa mujer” muriera en el desierto sanjuanino mientras que su hijo continuara amamantándose, salvando así su vida.

   La principal ofrenda a la Difunta Correa era el agua

 

En este viaje, durante septiembre de 2010, la Ruta Nacional Nro. 75 ya estaba totalmente asfaltada. Cuando yo la había recorrido en julio de 1969, había un extenso tramo de ripio que obligaba a presionar fuertemente el parabrisas con los dedos, para amortiguarlo ante las piedras que pudieran despedirse a partir de la circulación de otro vehículo por la mano contraria; pero continuaba tan angosta como entonces, con un solo carril de cada mano. 

Rura Nacional Nro. 75

   

Estábamos circulando por un valle longitudinal que marcaba el límite entre la ladera montañosa y los llanos.

 
La costa se encontraba en el borde oriental del Velazco

 

La principal característica de la costa eran los precipicios, muy profundos e impactantes. La carretera serpenteaba entre las montañas, pudiéndose tener una vista diferente en cada curva. 

 


Plantas xerófilas en primer plano e higrófilas en las márgenes del arroyo

  

Debido a las particularidades topográficas y climáticas, La Rioja siempre se había caracterizado por la abundancia de caprinos que se criaban en grandes extensiones, donde los animales pastaban libremente, ya que se adaptaban perfectamente tanto a los desniveles del terreno como a la aridez. 

 

Cría de cabras en la costa riojana

  

Pero últimamente habían surgido establecimientos donde se realizaba una producción intensiva utilizando menor espacio y mayor capital. Los animales se concentraban en establos y disponían de un estrecho lugar para desplazarse. 

 

Criadero de cabras capital intensivo

  

No existía en estas granjas pastaje natural, sino que los alimentos eran proveídos artificialmente, en horarios pre-determinados.

Productor de origen francés dándole el biberón a un pequeño cabrito

  

La reproducción de los animales se hacía mediante inseminación artificial, y se respetaban todas las normas sanitarias consideradas a nivel internacional.

 

Ejemplar macho con su cornamenta

 

De esa manera se habían mejorado sustancialmente las condiciones de trabajo de quienes estaban a cargo de su cuidado y la calidad de los subproductos. 

Se había mejorado la sanidad animal estando a cargo de veterinarios

  

De este ganado se aprovechaban tanto la lana para tejidos rústicos como la piel para la elaboración de carteras, alfombras y cubrecamas. 

Tanto la lana como la piel eran muy abrigadas

  

La carne y la leche también eran muy consumidas en la zona. Eran típicos los asados de cabrito, así como los quesillos de cabra.

A partir de las ordeñadoras mecánicas se había aumentado el rendimiento y mejorado los niveles de higiene. Las cabras una vez determinado su lugar, se ubicaban solas junto a la ordeñadora que les correspondía. 

Ordeñadoras mecánicas para la obtención de leche de cabra 

 

El dulce de leche de cabra era otro de los productos que habían comenzado a comercializarse en los últimos tiempos.

  Elaboración de dulce de leche de cabra 

 

Seguimos rumbo al norte y al llegar a Aminga, cabecera del departamento Castro Barros, vimos las consecuencias sobre las casas más viejas, del terrible terremoto que se había producido en Chile meses atrás. 

Las casas de los pueblos de la costa no eran sismoresistentes

 

En pocos minutos más llegamos a Anillaco, pero no entramos al pueblo, sino que seguimos un trecho más hasta llegar al aeropuerto. 

 Entrada al Aeropuerto Internacional de Anillaco

  

El Aeropuerto Internacional de Anillaco fue la obra más faraónica del menemismo. Se construyó en 1997, con un costo de casi un millón de dólares, sufragados por la Fuerza Aérea Argentina. La pista tenía una longitud de dos mil cuatrocientos metros, mayor que la del Aeroparque “Jorge Newbery” de la ciudad de Buenos Aires, que sólo alcanzaba los dos mil cien metros. Pero la gran diferencia estaba en que el Área Metropolitana de Buenos Aires alcanzaba los trece millones de habitantes, mientras que Anillaco apenas llegaba a mil. Y que el Aeroparque sostenía todos los vuelos de cabotaje, llegando a más de trescientas operaciones diarias, y que el riojano, fuera usado casi con exclusividad por Carlos Menem y sus secuaces, mientras fue presidente. Y aunque podía soportar a un Hércules, nunca se exportaron desde allí las famosas aceitunas por las cuales, supuestamente, se había justificado su construcción.  


Imagen satelital de Anillaco y de la pista de aterrizaje, más larga que el pueblo

 

 

Cuando nosotros llegamos hacía casi una década que no se utilizaba, lo único que podía verse era un portón metálico cerrado con candado y un paredón de piedra.

 

Portón cerrado con candado en el Aeropuerto Internacional de Anillaco

  

De lejos vimos unos carteles pegados y supusimos que brindaban alguna información respecto de posibles ingresos, pero sólo se trataba de anuncios de venta de cuchillos artesanales y otras cosas dirigidas a los turistas, que, como nosotros, por una cuestión de curiosidad se acercaban al lugar. 

Con Solange y Omar en la puerta del Aeropuerto Internacional de Anillaco

  

No había vigilancia, el asfalto estaba agrietado, con bosta de animales, y no quedaban rastros de las balizas que la iluminaron, sólo cables arrancados; apenas si había un contenedor, pintado de rojo y blanco para que se divisara desde el aire, con gabinetes desarmados de artefactos electrónicos y circuitos integrados, desguazados de lo que alguna vez fuera una estación meteorológica, donde los pájaros hicieron sus nidos.

 

Cabecera de pista en el Aeropuerto Internacional de Anillaco

 

Las malas lenguas del lugar decían que la pista estaba siendo utilizada para vuelos clandestinos. Pero nosotros les dijimos que eso no podía ser factible debido al mal estado de las instalaciones, a lo que nos respondieron que se trataba de aproximaciones sin aterrizaje, volcando el cargamento desde el aire. Todo era posible, porque tanto en La Rioja como en gran parte del territorio argentino había muchas otras pistas naturales que respondían a esos objetivos.

La pista, paralela a la Ruta Nacional Nro. 75

 

 

Y ya el cartel de bienvenida, no estaba dirigido a quienes llegaran vía aérea, sino vía terrestre, por visitarse el aeropuerto como ruina de los tiempos del sultanato.

  

 

Omar junto al cartel de bienvenida situado en las ruinas del aeropuerto

 

 

El guía nos propuso continuar hacia el norte para conocer otras pequeñas poblaciones, y fue así como retomamos la ruta, pasamos por Anjullón, hicimos diez kilómetros más, doblamos hacia el oeste, y al cabo de otros siete kilómetros llegamos a San Pedro, último pueblo de la costa riojana.

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario