domingo, 10 de septiembre de 2023

Rumbo a Guayaquil

  Por ser pasajera frecuente de LAN solía recibir ofertas en mi correo electrónico, y fue así, que un día vi que por cuatrocientos cincuenta dólares podía tener un pasaje desde Buenos Aires a Caracas, ida y vuelta. Pero la idea que teníamos con Omar para ese verano era la de recorrer más de un país sudamericano, por lo que llamé a la empresa para preguntar si era posible sacar un pasaje Buenos Aires-Guayaquil y el regreso desde Caracas con un mes de diferencia, ya que en ese tiempo recorreríamos por tierra la distancia que separaba a ambas ciudades. Ellos me contestaron que sí, pero para poder conservar ese precio, y habiendo mucha demanda por ser temporada muy alta, no podría ser con escala en Santiago de Chile de dos horas como era la oferta original, sino que, de ida, deberíamos esperar dos días en Santiago, y volver a cambiar de avión en Lima. Así que el miércoles 4 de enero de 2012, tomamos el vuelo 400 de LAN rumbo a Santiago de Chile a las seis y media de la mañana, aterrizando en el Aeropuerto Internacional Arturo Merino Benítez, una hora y cincuenta minutos después, tras un vuelo excepcional.  

Comienzo del cruce de la Cordillera de los Andes

 

Casi nada de nieve y cirrus en el cielo

  

Hierro y cobre se visualizaban en las laderas peladas de vegetación

 

Atravesando la Cordillera del Límite

 

Sin nada de turbulencia a pesar del relieve montañoso

  

Profundos valles intermontanos

  

Nacientes de algunos ríos

 

 

Erosión glaciaria y fluvial en las laderas andinas

 

Sobrevolando territorio chileno

  

En pleno Valle Central de Chile

  

Cultivos intensivos

  

Una cantera aparentemente abandonada

  

Establecimientos agroindustriales

  

Cultivos protegidos por cortinas de árboles

 

¡La sombra de nuestro avión!

  

Tomamos un taxi hasta el hotel Imperio y enseguida salimos a caminar por la Alameda hacia el este. Vimos algunas vidrieras en el Portal Edwards, y continuamos hasta el vecino barrio República, donde había varios centros educativos y viviendas de buen nivel.

 

 Si bien desde 1992, año en que la visité por primera vez, hasta 2012, Santiago había cambiado mucho y para mejor, no era una ciudad que me gustara demasiado, sin embargo, había pequeños rincones que me parecían encantadores y justamente uno de ellos era el Conjunto Virginia Opazo, compuesto por treinta y tres casas pareadas de dos pisos, de estilo neoclásico, de color blanco, y con un ante-jardín protegido por rejas de hierro.

En 1944 el coronel del ejército Octavio Soto, estudiante de la Academia de Guerra, solicitó al Ejército un préstamo para poder comprar un terreno de la antigua Quinta Meiggs, con el fin de construir casas para él y sus compañeros de curso, quedando la obra a cargo del arquitecto Luciano Kulczewski; y ese mismo año, el Presidente Juan Antonio Ríos la inauguró. Los habitantes del nuevo conjunto residencial pidieron que el nombre de la calle de acceso se llamara Octavio Soto, pero las normas del Municipio de Santiago exigían que fuera alguien ya fallecido, por lo que se optó por el nombre de Virginia Opazo, madre del coronel. En 1992 fue declarado Monumento Nacional de Chile, en la categoría Zona Típica.  

Casas del Conjunto Virginia Opazo

 

Casas formando una isla en la calle Virginia Opazo

 

Volvimos sobre nuestros pasos y yendo hacia el oeste, llegamos a la Estación Central, donde compramos varias prendas ya que en ese momento Chile estaba barato para los argentinos. En un taxi nos trasladamos hasta el Centro, paseamos toda la tarde por la peatonal y alrededores, para regresar a cenar en el hotel.

Más tarde fuimos al barrio Bella Vista, donde había una gran cantidad de bares y boliches. Y a pesar de ser día de semana, había una gran cantidad de gente, lo que dificultaba caminar por las veredas de la calle Pío Nono. Todos los locales estaban atestados de jóvenes tomando energizantes, cerveza y otras bebidas alcohólicas de mayor graduación. Pero también, además del aroma a marihuana, era evidente que se estaban utilizando otras sustancias debido a ciertos comportamientos que comenzaban a ser un tanto expansivos. Así que como el ambiente no era para nosotros, caminamos unas cuadras hasta la Alameda, terminando en un bar con decoración propia de unas décadas atrás, tomando unas simples colas.

El jueves 5 por la mañana fuimos en taxi a Providencia donde anduvimos dando vueltas y tomando refrescos en los barcitos que tenían mesas en las veredas con sendas sombrillas, donde los precios tenían cierta paridad con los de zonas semejantes en Buenos Aires.

Más tarde fuimos a visitar a Ernesto a la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Chile con quien después tuvimos un agradable almuerzo en el restorán del séptimo piso del hotel Montecarlo, en la calle Victoria Subercaseaux, frente al cerro Santa Lucía.

Desde allí caminamos por la Alameda las treinta y siete cuadras que nos separaban del hotel, y antes de que cerraran los comercios fui a comprar un regalo de Reyes para Omar y resortes de colores para Martín, ya que el barrio donde nos hospedábamos era una zona de comercios mayoristas al estilo del Once en Buenos Aires.

A pesar de que durante el día la temperatura era elevada, a la noche refrescaba, y eso era ideal para volver a salir; pero esa madrugada teníamos que partir hacia el aeropuerto, por lo que cenamos temprano en el hotel y nos fuimos a dormir.

 

A las seis y media de la mañana decolamos en el vuelo 2634 de LAN, del cual lo único que supimos fue que tardamos tres horas y media, ya que dormimos profundamente hasta llegar a Lima. Como el aeropuerto “Jorge Chávez” de El Callao estaba saturado, no alcanzaron las mangas y tuvimos que bajar por la escalerita, además de que el vuelo LA 1630 a Guayaquil saliera con cuarenta y cinco minutos de atraso por la misma causa.  

Omar bajando las escalerrillas del avión en El Callao

  

Decolamos hacia el sudeste y pudimos ver a la ciudad de El Callao con toda claridad, así como al río Rímac desembocando en el océano Pacífico.  

Río Rímac en su paso por El Callao desembocando en el océano Pacífico

  

El Callao fue fundada por los colonizadores españoles en 1537, sólo dos años después de Lima, y un año después de la primera fundación de Buenos Aires. Y pronto se convirtió en el principal puerto para el comercio español en el Pacífico.

Durante el Virreinato del Alto Perú prácticamente todos los bienes producidos en los actuales Perú y Bolivia, se llevaban a través de los Andes a lomo de mula hasta El Callao, para ser enviados por el Pacífico a Centroamérica, y allí nuevamente por tierra hasta el mar de las Antillas para luego continuar por mar hacia España.  

Vista parcial del puerto de El Callao en el momento del decolaje

 

El Callao había sido escenario de un combate durante la Guerra Hispano-Sudamericana (1865-1866), en que sus excolonias (Perú, Chile, Ecuador y Bolivia), le declararan la guerra a España, cuando pretendía cobrarse la “deuda de la independencia”, para lo cual había ocupado en 1864 las islas de Chincha, donde se hacía la extracción de guano, principal producto de exportación del Perú de esa época. La batalla tuvo lugar el dos de mayo de 1866, entre una escuadra de la Armada Española, al mando del Almirante Casto Méndez Núñez, y las defensas locales conducidas por el entonces Jefe Supremo de la República del Perú, Mariano Ignacio Prado. Los resultados de dicho enfrentamiento han sido objeto de polémida desde entonces, ya que ambos contendientes se han adjudicado la victoria. Mientras la historiografía española ha sostenido que la escuadra se retiró sin daños graves tras arrasar las defensas del Callao dando por cumplido su cometido, los peruanos han afirmado que las baterías de tierra conservaron su capacidad de combare y que los españoles se retiraron debido a sus daños y falta de munición. 

Puerto de El Callao con barcos fondeados en el mar de Grau

  

Enseguida el avión viró hacia el mar, lo que nos permitió divisar un archipiélago conformado por la isla San Lorenzo separada de la Isla Callao o El Frontón por el canal del Boquerón, además de Cavinzas y Palomino, entre otras.

Todas esas islas no eran más que los picos de montañas sumergidas en una zona, donde además había profundas grietas de más de siete mil metros de profundidad, las fosas Central y Meridional o fosa de Arica, que continuaba paralela a la costa chilena. Y es en ellas donde se localizaban los principales hipocentros de los movimientos sísmicos producto del roce de la Placa de Nazca con la base de la Placa Continental Sudamericana. De hecho, en 1746, un tsunami había destruido la totalidad del puerto de El Callao. 

Canal del Boquerón entre las islas El Frontón y San Lorenzo. Detrás las islas Cavinzas y Palomino

  

La isla San Lorenzo con sólo ocho kilómetros de largo y dos de ancho era la más grande del Perú, pero no había sido urbanizada por no contar con fuentes de agua dulce. Su altura máxima se presentaba en el cerro La Mina con 396 m.s.n.m.

Los habitantes del Antiguo Perú (900-1532 d. C.) la usaron como cementerio, de hecho, en la mitología antigua de la costa central peruana, las islas estaban relacionadas con la vida de ultratumba.

Durante la Colonia, la isla había sido centro de reclusión enviando allí a los esclavos de mal comportamiento; y desde sus canteras se extrajeron piedras que fueron destinadas a la construcción de diversas edificaciones como el antiguo Presidio del Callao y la Fortaleza del Real Felipe.

En los siglos XVI y XVII, fue base de operaciones de corsarios y piratas como el inglés Francis Drake y el holandés Jacob Clerk L´Hermite, quien intentara saquear Lima, lo que no pudiera concretar debido a que tanto él como su tripulación murieron víctimas de una epidemia, siendo enterrados en la isla.

Charles Darwin la visitó en 1835 haciendo observaciones sobre aspectos geológicos y naturales.

En el Combate del Callao, la Armada Española enterró a sus muertos y reparó allí sus naves antes de regresar a Europa.

Y durante la Guerra del Pacífico o Guerra del Guano y del Salitre (1879-1883), la isla San Lorenzo fue centro de operaciones de la escuadra chilena al bloquear al puerto de El Callao entre abril de 1880 y enero de 1881, por lo que se produjeron algunos combates con trágico saldo para los peruanos. De todos modos, los muertos chilenos fueron enterraron allí.

Durante el Oncenio de Leguía (1919-1930), época del gobierno dictatorial ejercido por Augusto Bernardino Leguía, caracterizado por un estilo populista, de culto a la personalidad y dando excesiva apertura económica al capital extranjero, la isla San Lorenzo funcionó como centro de reclusión para sus opositores políticos.

En 1933, debido a una epidemia de cólera, el gobierno peruano creó un lazareto, donde cada nave era revisada, dejando a los enfermos en cuarentena hasta su recuperación, sin poder ingresar a la costa. Los que murieron también fueron enterrados en la isla.

En 2010, el Instituto Nacional de Cultura declaró como Patrimonio Cultural de la Nación a veinte monumentos arqueológicos existentes en la isla.

La isla de San Lorenzo contaba además con playas exclusivas sólo accesibles para quienes tuvieran embarcaciones de recreo. 

Isla San Lorenzo, la más grande del Perú

  

Virando sobre las islas San Lorenzo y El Frontón

  

La isla El Frontón, extremadamente seca y sin vegetación estaba situada a sólo siete kilómetros de la costa y tenía un área aproximada de un kilómetro cuadrado.

Sin ser habitada durante siglos, en 1917, durante el segundo gobierno de José Pardo, fue construida una prisión donde fueron encarcelados los más peligrosos criminales. Pero también estuvieron recluidos presos políticos como el ex – presidente Fernando Belaúnde Terry, quien fuera encerrado durante doce días en los años sesenta, por encabezar desde Arequipa una manifestación en contra del segundo gobierno del aristocrático Manuel Prado Ugarteche.

Pero el suceso por el cual más se ha hecho famosa es el motín ocurrido el 18 de junio de 1986, durante el gobierno de Alan García Pérez, de parte de los reclusos pertenecientes al Movimiento Sendero Luminoso, cuya mayoría pereciera en el proceso de recuperación del control de la isla por parte de la Marina de Guerra con asiento en el distrito de La Punta, a pocos minutos del lugar. Desde entonces fue materia de investigación judicial y periodística el posible hecho de ejecuciones ilegales, lo que involucraría al mismo presidente García.  

Isla Callao o El Frontón, muy cerca de la costa

  

El avión direccionó ya con sentido norte y entonces tuvimos una vista panorámica donde aparecía en primer plano la península donde se encontraba el distrito de La Punta, el puerto, el río Rímac y la pista de aterrizaje del aeropuerto “Jorge Chávez”. 

Vista panorámica de El Callao donde podían verse la península, el puerto, el Rímac y la pista

  

En distrito de La Punta había un barrio residencial, espacios verdes, playas, y la Base Naval del Perú, en cuya prisión se encontraban Víctor Polay Campos y Manuel Rubén Abimael Guzmán Reynoso, líderes del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru y Sendero Luminoso respectivamente, y Vladimiro Ilich Montesinos Torres, el ex Director de Seguridad Interna durante el régimen de Fujimori.

Los dos primeros, acusados de terroristas, habían sido condenados a prisión perpetua; mientras que el tercero, autor de escándalos de corrupción que lo beneficiaron económicamente, y fundador del Grupo Colina, una entidad paramilitar genocida que cometiera violaciones a los derechos humanos y terrorismo de estado, fue sentenciado en 2010 a una pena de veinticinco años.  

Distrito de La Punta donde se encontraba la Base Naval del Perú.

Detrás, las avenidas Argentina y Oscar Benavides

  

Como en toda la costa del Pacífico, por tener altas montañas, las profundidades en el mar eran inmediatas, no contando así con plataformas submarinas extensas. Por esa razón, junto con Chile y Ecuador, Perú ha sido pionero en establecer una legislación que lo amparara en cuanto a su soberanía y jurisdicción de las aguas y subsuelo adyacentes a sus costas, siendo precursores dichos países en lo que se llamara “tesis de las 200 millas” ante la Convención de las Nacionaes Unidas sobre el Derecho del Mar.

Y si bien, desde el punto de vista oceanográfico no era propiamente un mar, a ese espacio donde el Perú ejercía su soberanía y jurisdicción se lo denominó Mar de Grau, en homenaje al Almirante Miguel Grau Seminario, máximo héroe peruano de la Guerra del Pacífico.

Ese ámbito presentaba características singulares que determinaban la existencia de una importante biomasa de zooplancton y fitoplancton, más de seiscientas especies de peces, moluscos, crustáceos, mamíferos marinos; además de petróleo, gas natural, y otros minerales. Allí las aguas eran más frías comparadas con las que corresponderían a su latitud debido a la presencia de la corriente de Humboldt o del Perú, ocasionando además una serie de efectos en el clima de la costa, ya que la temperatura promedio llegaba a sólo 18,2°C, en lugar de los 25 ó 26 que le corresponderían en función de su baja latitud. Como consecuencia de ello también se originaban neblinas y brumas, condensando en el mar y tornando a la costa sumamente árida.

Esa región del mar peruano se caracterizaba por el verdor de sus aguas debido a la gran carga de fitoplancton que contenía clorofila, hecho que tenía directa relación con la cadena trófica dando lugar así a la gran diversidad de especies. Más allá de las doscientas millas marinas, las aguas eran tropicales conservando un color azul intenso.

Dichas condiciones cambiaban cuando la corriente del Niño, de aguas cálidas por derivar de las corrientes ecuatoriales, se desplazaba con fuerza hacia el sur, desviando a la corriente de Humboldt y modificando el ecosistema del mar de Grau. Ese fenómeno, más frecuente a partir de la Navidad, producía lluvias regulares y repentinas, la muerte del plancton, migración de cardúmenes de anchoveta, sardinas y otras especies de aguas frías hacia el sur, generando graves consecuencias económicas y sociales en la costa peruana.  

Aguas verdes cargadas de fitoplancton frente a la costa peruana

 

Volar sobre la corriente de Humboldt generalmente resultaba muy placentero ya que casi no había turbulencia, pero a la vez, en muchas ocasiones, la nubosidad era muy grande, tal como nos sucediera durante las dos horas del tramo Lima – Guayaquil. 

Colchón de nubes en casi todo el tramo Lima – Guayaquil

  

Comenzó a abrirse casi llegando a Guayaquil…

  

Al llegar al delta del río Guayas las nubes se disiparon lo suficiente como para observarlo nítidamente. Se trataba de una gran planicie de terrenos aluviales donde había una gran diversidad de cultivos tropicales como caña de azúcar, banano, cacao, algodón, arroz, cítricos y otros frutales.  

Sobrevolando el delta del río Guayas, ya en territorio ecuatoriano

  

Meandro en el delta del Guayas

  

Variedad de cultivos en las fértiles tierras deltaicas

  

Volando muy bajito

  

Detrás de los arrozales, las montañas

  

Y ya casi sobre el aeropuerto, llegamos a la confluencia de los ríos Babahoyo y Daule, principales afluentes del Guayas. Ambos ríos estaban separados por la península donde se encontraba el cantón de Samborondón, nombre derivado de un esclavo mulato conocido con el nombre de Sambo, y de apellido Rondón.

El lugar se caracterizaba por estar habitado por una población de clase medio-alta y alta, además de los centros comerciales, educativos y deportivos de alto nivel, ubicados allí. Ese era el sector más criticado por el presidente Rafael Correa, a cuyos habitantes les diera el apodo despectivo de “pelucones”. Si bien “pelucón” hacía alusión al uso de pelucas por parte de la aristocracia, el término se había extendido al bando político conservador; y en el caso de los pelucones de Guayaquil o pelucones de la elite porteña mercantilista, se trataba de quienes se habían enriquecido a partir de montar grandes negocios de exportación e importación de diversos productos como la madera, el tabaco, el alquitrán, el cacao, el café, el azúcar, el añil, el vino, el aguardiente, el hierro, las telas, las pasas y los higos, entre otros.  

Puente de la Unidad Nacional sobre el río Babahoyo

 

 

Avenida Samborondón en la península que separaba los rios Babahoyo y Daule

  

En primer plano las urbanizaciones Palmar del Río y Torres del Sol

y detrás, Guayaquil Tenis sobre el río, y San Isidro a la vera de la avenida

 

En primer plano, la urbanización Tornero, detrás de la arboleda Palmar del Río,

y sobre el Daule, la Guayaquil Tenis

  

Barrio Fontana, que contaba con un espejo de agua y seguridad privada como los demás

 

 En pocos minutos más de ese sobrevuelo por los barrios más selectos de Guayaquil, estábamos aterrizando en el Aeropuerto Internacional José Joaquín de Olmedo, cuya cabecera de pista se encontraba cruzando el río Daule justo enfrente de Samborondón.

Habíamos reservado el hotel Las Américas en la avenida 9 de octubre y Machala a dos cuadras del parque Centenario, pero el taxista, que cobró cuatro dólares por el viaje, lo convenció a Omar de ir al hotel Versailles, en la esquina de las calles Quisquís y Ximena. Era de dos estrellas y el precio era bastante más bajo que el otro y no estaba mal, pero si bien se encontraba cerca de la avenida principal, el lugar era bastante fulero.

Guayaquil era tan desagradable como insegura. Tuvimos que hacer pie en ella por ser el principal centro de comunicaciones del Ecuador, pero nuestra intención era permanecer allí lo menos posible, así que dejamos las cosas en el hotel y fuimos a la terminal terrestre, que era lo mejor que tenía la ciudad, y así averiguar horarios y precios para continuar viaje hacia las playas de Manta al día siguiente.

Merendamos un sanduche de jamón y queso que compartimos dado el tamaño, tomamos unas frescas gaseosas, y llamé a mi hijo Enrique para que avisara al resto de la familia que habíamos llegado bien.

Entre el cansancio, lo poco atractivo del lugar, la humedad y el calor asfixiante, no tuvimos otro deseo que encerrarnos en la habitación del hotel bajo el aire acondicionado.

Cuando oscureció, y antes de que cerraran los locales, que allí sucedía bastante temprano, buscamos un sitio donde cenar y terminamos haciéndolo donde tres años atrás habíamos estado con Martín, Maruca y Jorge. Omar se dio el gusto de comer pescado fresco, y yo carne con ensalada, arroz, papas fritas, y por supuesto, con agregado de plátanos fritos. 

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