martes, 12 de marzo de 2024

En la frontera ecuatoriano-colombiana

 El 13 de enero íbamos a dejar la ciudad de Otavalo en Ecuador para continuar nuestro viaje por tierras colombianas. Y después de arreglar cuentas en el hotel, le pregunté a la recepcionista qué significaba el mural de la entrada. Ella me comentó que se trataba del “Pase del Gallo”, una festividad que tenía lugar entre el 17 y el 25 de setiembre. Era una chica muy amable y comunicativa, pertenecía a la comunidad otavala, hablaba quichua y rendía culto a la Pachamama.  

Recepcionista otavala junto al mural del Pase del Gallo, en el hotel Santa Fé

  

Salimos con nuestras maletas caminando por la vereda, rumbo a la terminal de buses, y en el camino nos topamos con gran cantidad de mujeres que vestían los trajes típicos, sin hacerlo en función del turismo sino auténticamente. 

Verdulera vistiendo traje típico

  

Mujer otavala cargando el producto de sus compras

  

Mujeres con trajes tradicionales y niños modernos

 

 

Madre otavala llevando a sus hijos

  

Con trajes tradicionales en las inmediaciones del mercado

  

La vestimenta de las viudas

  

Prontamente subimos al ómnibus, que no se caracterizaba por sus comodidades, y tomamos la ruta Panamericana, que en ese sector corría entre valles intermontanos.  

Nubes atravesando la ruta en las cercanías de la localidad de Cotacachi

  

A poco de andar llegamos a la localidad de San Miguel de Ibarra donde el ómnibus hizo una parada para que subieran y bajaran pasajeros. La ciudad históricamente ha sido conocida como “La Ciudad Blanca” por sus fachadas producto de las construcciones realizadas con la roca del volcán Imbabura, y por los asentamientos de españoles y portugueses en la villa. Sin embargo, y a pesar de haber recorrido bastante el país, era el primer lugar donde veía población negra, que si bien representaban un porcentaje muy bajo de la población, era evidente su tremenda marginalidad.  

Población negra comiendo del tacho de basura

  

Conversando con personas de la zona que iban en el micro, nos contaron que al tratarse de una ciudad blanco-mestiza los grupos étnicos afro e indígena eran discriminados por gran parte de la población, siendo comunes la burla y mofa, y que los colegios secundarios mostraban los casos de racismo más elevados, siendo la indiferencia y el insulto altamente frecuentes. Y que por otra parte, los clubes nocturnos de la comunidad afro de la ciudad eran comunes en el maltrato y los robos, la droga y el alcoholismo; y que además, muchos de esos bares y clubes eran reservados únicamente para los negros, por lo que el ingreso de un blanco podía terminar en agresión física. Que el gobierno nacional y el municipio habían intentado frenar el racismo, pero los prejuicios morales y físicos de los ibarreños tenían raíces muy bien cimentadas.  

Vendedores de frutas altamente discriminados por los blancos y mestizos

  

El tiempo también alcanzó para que pudiéramos comprarle alimentos a los vendedores ambulantes que se acercaban, pero en vistas de cómo los elaboraban, nos conformamos solamente con galletitas envasadas. 

Vendedora ambulante de alimentos

  

En Ibarra también era común la frase “La Ciudad a la que siempre se vuelve”, por su pintoresca campiña y clima placentero. Además de ser considerada una ciudad cultural destacándose el arte, la escritura, la pintura y el teatro.  

Volcán Imbabura cubierto de nubes y laguna de Yaguarcocha

  

San Miguel de Ibarra localizada en el faldeo del volcán Imbabura

  

Sembrados en las cercanías de San Miguel de Ibarra

 

Continuando hacia el norte volvimos a parar una y otra vez para el intercambio de pasajeros, y también para que la mayor parte de nuestros compañeros de viaje, se hicieran de algo más para comer. 

Numerosos puestos de comida al paso en el camino

  

Y ya ingresamos al valle del río Chota, a la localidad de Ambuqui, sólo a treinta y cinco kilómetros de Ibarra.  

Viviendas de la localidad de Ambuqui, en el valle del río Chota

  

El valle, muy cercano a la línea del Ecuador, tenía una temperatura media de 24ºC por encontrarse a más de 1500 m.s.n.m. 

Bellísimo valle de altura cercano a la línea del Ecuador

 

Meandroso río Chota

  

Se trataba de una de las zonas más pobres del país donde habían surgido varios jugadores de la selección de fútbol ecuatoriana.  

Precarias casas de Ambuqui

 


 

Valle del Chota con la localidad de Ambuqui en el fondo

  

La actividad principal de la población del lugar eran la agricultura y la elaboración de vinos y mermeladas.  

Sembradíos en el valle del río Chota

  

En unos kilómetros más llegamos al cantón Bolívar de la provincia de Carchi, limítrofe con Colombia. Bolívar era el cantón con mayor devoción católica, siendo el patrono el Señor de la Buena Esperanza.

Bolívar, la capital cantonal era conocida desde antes de la época de la colonia como Puntal, en honor a su cacique, para luego ser bautizada con el nombre cristiano de Nuestra Señora de la Purificación. Pero la estancia de Simón Bolívar en ese territorio en 1825, provocó que años más tarde se cambiara su nombre por el de Bolívar, en honor a ese acontecimiento, ya que los puntaleños colaboraron con la causa libertaria. 

Plazoleta de ingreso a la ciudad de Bolívar, en la provincia de Carchi

  

Ya estábamos por sobre los 2.500 m.s.n.m., por lo que la temperatura promedio apenas alcanzaba a los 14ºC. La población predominante era rural, y tal como en el valle anterior, se dedicaba a la agricultura. 

Ciudad de Bolívar, con sus montañas sembradas y una cancha de fútbol local

  

Finalmente llegamos a Tulcán, ciudad límite con Colombia. Y como no habíamos comido otra cosa más que galletitas, decidimos tener un almuerzo tardío en la terminal de ómnibus antes de cruzar la frontera. Los precios eran muy bajos para nosotros, ya que un ceviche de camarón costaba cuatro dólares, lo mismo que un bistec de carne, mientras que una fritada de pollo se conseguía por tres dólares y medio.  

Los precios que figuraban en la carta estaban en dólares, moneda oficial de Ecuador

  

Desde allí tomamos un bus local, que nos dejó directamente del otro lado de la frontera. Nadie nos había pedido ninguna documentación para salir de Ecuador, y ya estábamos en Colombia. Así que fuimos a registrarnos en la Oficina de Migraciones donde nos pidieron el sello de salida de Ecuador en el pasaporte. Dijimos que nos habían llevado sin darnos cuenta siquiera del momento del cruce, y nos indicaron que eso era lo que hacía la gente del lugar para comerciar entre un país y otro. Por lo cual regresamos caminando a través del Puente Internacional Rumichaca sin que nadie hiciera caso alguno a nuestro desplazamiento. 

Puente Internacional Rumichaca desde el sector ecuatoriano

 

Hicimos una larga fila de una hora reloj en la oficina ecuatoriana. Había muy poca gente atendiendo y lo hacían muy lentamente. Y ya con nuestro sellito de salida, volvimos a cruzar el puente internacional a pie.  

Vuelta a retomar el puente internacional ecuatoriano-colombiano

 

Cruzando a pie el Puente Internacional Rumichaca

 

Desde el puente pudimos ver el río Carchi, principal límite entre Ecuador y Colombia.  

Río Carchi, límite natural entre Ecuador y Colombia

  

Ya en tierra colombiana volvimos a la oficina migratoria y obtuvimos el sellito de ingreso legal al país. Cambiamos algunos dólares por moneda colombiana a quienes lo ofrecían a viva voz, y continuamos viaje… 

Puente Internacional Rumichaca en territorio colombiano

  

Nos quedaban sólo tres kilómetros para llegar a la localidad de Ipiales. Los hicimos en una buseta que nos dejó en la terminal, desde donde tomamos otro ómnibus que tras ochenta kilómetros más nos llevara a San Juan de Pasto. 

Ciudad de Ipiales, gemela colombiana con la fronteriza ecuatoriana Tulcán

 

Campos de cultivo en los alrededores de la ciudad de Ipiales

  

La distancia en el mapa entre Ipiales y San Juan de Pasto parecía muy corta, pero estábamos en pleno Nudo de Pasto, ese que tanto había estudiado desde la escuela secundaria y que había podido divisar desde un avión poco más de un año y medio atrás. Y eso me produjo una gran emoción. Era uno de los tantos sueños en conocer personalmente lugares de los que sólo había sabido a través de los libros. 

 

Nudo de Pasto

  

Allí tomé verdadera conciencia de lo que significaba un nudo montañoso. Inimaginable desde los textos, la cartografía y la fotografía…  

Las montañas perecían enganchadas unas con otras

  

En ese punto se unían las cadenas de los Andes Septentrionales de Colombia y Ecuador, y eso se vislumbraba en cada tramo del camino. 

Valles profundos entre abruptas laderas

 

Las subidas, bajadas, curvas y contracurvas eran permanentes, sin tener siquiera el respiro de una recta… Y el ómnibus parecía no contar con las condiciones de seguridad que requería el medio.  

El camino era tan hermoso como peligroso

  

A medida que nos acercábamos a la ciudad de Pasto, comenzaron a divisarse complejos vacacionales de diferente nivel socioeconómico.   

Complejos vacacionales en plenos Andes Colombianos

  

Piscinas en medio del paisaje montañoso

  

Y después de todo un día de viaje, arribamos a la ciudad de San Juan de Pasto, donde los sembradíos trepaban por las montañas, ya que no había un solo lugar llano donde cultivar.  

Sembradíos en las cercanías de San Juan de Pasto

  

Absolutamente cansados aceptamos el consejo de alojarnos en el hotel Capitolio Real, cerca de la terminal de buses. La tarifa era de 12U$S, equivalentes en ese momento, enero de 2012, a 25000 colombianos. La zona era bastante fulera, pero era lo único posible en ese momento. 

Vista panorámica de la ciudad de San Juan de Pasto

  

Prontamente se hizo de noche, y no sin temor, cruzamos hasta la parada de taxis para trasladarnos hasta el Centro, que resultó ser muy agradable y con mucho movimiento.

Ya eran las 19,15 y estaban cerrando todos los locales gastronómicos, así que entramos rápidamente a un restorán/pizzería donde comimos un sandwich de hamburguesa cada uno en pocos minutos. Tenía muchos ingredientes pero como nos los sirvieron en platitos muy pequeños y sin cubiertos, fue toda una aventura llevarlos a la boca.

Y a las ocho de la noche de un día viernes ya estábamos en la cama porque no había nada para hacer. Vimos la CNÑ y TLNOVELAS: ¡culebrones mexicanos! 

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