miércoles, 1 de abril de 2020

Nevada en San Luis


  
A fines de mayo de 2008, junto con mi madre y mi hijo Martín, tomé un micro en la terminal de ómnibus de Retiro rumbo a la ciudad de San Luis. Se trataba de un coche cama con muy buen servicio, pero pese a eso, como era costumbre en casi todas las empresas, pasaron una película cargada de sangre, por lo que me tapé hasta la cabeza con la manta y me dormí. Y en medio de la madrugada, Martín me despertó para mostrarme la luna llena y una enorme cantidad de estrellas muy brillantes, que podían verse en un firmamento absolutamente negro. Siempre que viajábamos él solía permanecer mucho tiempo mirando a través de la ventanilla; y en esa oportunidad, estaba fascinado contemplando ese cielo del sur cordobés que realmente bien valía pasar la noche con los ojos bien abiertos.
Llegamos a San Luis el lunes 26 por la mañana temprano y comenzamos a caminar por las calles desiertas buscando hotel, y las únicas personas que había eran las famosas guardias urbanas. Y en cuanto nos vieron vinieron a preguntarnos de dónde veníamos, en qué medio habíamos llegado, qué buscábamos, qué tipo de hotel requeríamos, a qué habíamos ido, cuántos días nos íbamos a quedar, si teníamos conocidos en el lugar… ¡Ufffff! Evidentemente tenían razón quienes nos habían dicho que eran la vista y el oído del gobierno, ya que, al margen del interrogatorio, trataban de escuchar sin disimulo, lo que hablábamos entre nosotros.
Finalmente nos hospedamos en un hotelito sencillo que era el único que estaba a nuestro alcance porque la hotelería en San Luis Capital era escasa y muy cara. Y si bien nuestro destino final iba a ser la ciudad de Mendoza, hicimos esa escala para que mi madre conociera la ciudad, y fundamentalmente el famoso Vía Crucis del que yo le había hablado tiempo atrás.
El día estaba hermoso. La temperatura era baja, pero se soportaba muy bien porque estaba soleado y no había nada de viento.
Paseamos por la plaza principal, caminamos por el Centro, y después de almorzar, en un remis fuimos hasta la Villa de la Quebrada. Visitamos la capilla y comenzamos a subir lentamente para poder ver todas las estaciones.
En la Segunda Estación, donde Jesús carga con la cruz, hicimos un pequeño descanso, ya que Martín andaba con todas las energías porque tenía solo diecisiete años, pero mi mamá ya estaba cerca de los ochenta y cinco.

Mi mamá y Martín en la Segunda Estación del Vía Crucis


Mi madre quedó impactada no sólo por el tamaño de las esculturas, sino por la calidad de los materiales y lo bien logradas que estaban las expresiones de los personajes.

Una obra de arte de gran valor al alcance de todos


Sin embargo, debido a malas experiencias, habían tenido que proteger las esculturas mediante un fino enrejado.

Cristo crucificado en la cima del cerro Tinaja


Estaba tan despejado que se podía ver el valle en su extensión, lo que nos permitió disfrutar del panorama y tomar varias fotografías por un buen rato.

Martín y mi mamá en el mirador más elevado del cerro Tinaja


Pero al bajar nos encontramos con los residuos, esparcidos por el viento, que habían dejado los peregrinos durante los primeros días del mes.

Basura producto de la gran peregrinación anual de los primeros días de mayo


Luego recorrimos los locales de venta de artesanías y souvenirs y al regresar a San Luis Capital, como el tiempo seguía en muy buenas condiciones, le pedimos al remisero que nos dejara en la terminal de ómnibus.
Allí no estuvimos mucho tiempo, sólo el necesario para sacar los pasajes hacia la ciudad de Mendoza, donde continuaríamos viaje al día siguiente. Pero al salir, se levantó un fuerte viento muy frío que nos obligó a regresar y merendar en el bar de la terminal. Al rato, viendo que no amainaba, cruzamos con mucha dificultad la avenida España y reparándonos como podíamos recorrimos las pocas cuadras que nos separaban del hotel.
Nos quedamos en la habitación hasta las nueve de la noche, en que ya había comenzado a llover. Caminamos unas tres o cuatro cuadras hasta uno de los pocos restoranes que había abiertos y después de cenar regresamos rápidamente bajo una garua muy fría y finita.
Al día siguiente, martes 27, nos levantamos temprano y al salir a la calle, alrededor de las ocho, siendo aun de noche, ¡vimos que estaba nevando! Por lo que, a pesar de las pocas cuadras que nos separaban de la terminal, nos vimos obligados a tomar un taxi.

A las ocho a. m., de noche, y nevando


Mientras estábamos desayunando salió el sol y a las nueve y diez estábamos tomando el micro. Nosotros pensamos que avanzada la mañana la nieve se derretiría, porque ya no nevaba más y sólo quedaba en las veredas.

San Luis después de la nevada


Pero cuando aun no habíamos salido de la ciudad, el tiempo comenzó a cambiar nuevamente. Se empezó a nublar y todo indicaba que volvería a nevar.

Suburbio de San Luis con sus calles escarchadas


Y fue así. La nieve comenzó a caer suave y lentamente, hasta cubrir todo de blanco, desapareciendo las referencias entre la ruta y la banquina.

Suave nevada en las afueras de San Luis


Pero de repente, mientras estábamos atravesando el parque industrial puntano, comenzó a soplar viento y los copos de nieve se hacían cada vez más grandes.

Planta de Ultracomb en plena tormenta de nieve


Y en segundos se transformó en una terrible tormenta de nieve que pegaba sobre las ventanillas y el parabrisas, al punto que el chofer se vio obligado a detener el micro porque no podía ver absolutamente nada.

Nieve pegando con toda la furia sobre la ventanilla del micro


Lentamente las condiciones meteorológicas fueron mejorando y nosotros fuimos avanzando con cuidado extremo.

Área industrial bajo la nieve


Muchas veces yo había hecho ese trayecto, pero nunca había tenido la oportunidad de verlo en esas condiciones.

Hacia el este Villa Mercedes y hacia el oeste Mendoza


Y si bien al rato dejó de nevar en absoluto, el cielo se fue poniendo cada vez más oscuro. Eran poco más de las once de la mañana y parecía que ya estuviera anocheciendo.

Campos nevados en el camino entre San Luis y Mendoza


El paisaje me pareció maravilloso, a pesar de que todo estuviera cubierto de blanco, ya que se daban reflejos impensables en una zona tan árida.

Ruta nacional número siete


Para Martín, quien no despegó la cara de la ventanilla, fue una gran experiencia porque nunca había visto nevar. Mi madre y yo también lo habíamos disfrutado, pero para la gente del lugar era una maldición por todos los trastornos que traía la nieve para quien tenía que lidiar con ella.

Vegetación achaparrada bajo la nieve


Y de esa manera llegamos a Mendoza a las tres horas de haber salido a pesar de que habitualmente, el tiempo de viaje fuera de media hora menos.





No hay comentarios:

Publicar un comentario