Ya sabíamos que la empresa de ómnibus El Ormeño era poco
recomendable, pero era la única que unía en forma directa Perú con Ecuador. Así
que abordamos en Lima y partimos alrededor del mediodía de ese 14 de enero de
2009.
A medida que atravesábamos la periferia limeña el grado de
marginalidad se acentuaba, hasta que ya en las afueras de la capital peruana se
hizo más frecuente la existencia de viviendas en terrenos extremadamente áridos
y sísmicos, lo que seguramente contribuía a agravar la situación.
Viviendas
precarias al norte de la ciudad de Lima
Teníamos conciencia de que nos esperaría un largo camino por
el desierto junto al mar, por donde anduviera Alexander von Humboldt más de
doscientos años atrás.
Humboldt
en sus escritos destacaba la desertización creciente desde Cajamarca a la costa
Había sido cerca de Trujillo en que Humboldt midió en el mes
de septiembre la temperatura de las aguas, anotando que sólo tenían 16º Celsius
y que la corriente venía de la Antártida. Y fue gracias a esa anotación que el
geógrafo Ritter comenzó a hablar de la corriente de Humboldt.
Fue
en esta zona en que Humboldt descubrió que la temperatura del agua
era
más baja de lo normal
Esta corriente era la principal causa de la falta de lluvias
en las costas de la región. Las nubes cargadas de humedad que se desplazaban
por el océano Pacífico, condensaban en el mar sin dejar pasar una sola gota hacia
el continente. Solamente cuando la corriente del Niño la desviaba, las
precipitaciones eran frecuentes y causaban graves daños.
El
gran desierto a la vera del mar
Sólo algunas franjas bajo riego aparecían como oasis frente
al imponente desierto, ya que en esta región las precipitaciones anuales no
pasaban de cuatro milímetros. Y viendo ese majestuoso paisaje se hizo de noche
y nos dispusimos a dormir.
Pequeños oasis de cultivo
bajo riego en la inmensidad del desierto
Al amanecer estábamos en Piura, importante ciudad del norte
peruano, pero como en todo el país, con grandes desigualdades. Allí las lluvias
ya eran de aproximadamente sesenta y seis milímetros anuales, valor semejante
al de la provincia de San Juan en la Argentina.
Como en otras ciudades peruanas, en Piura había moto-taxis,
que permitían realizar viajes a un costo menor que con los vehículos de mayor
porte.
Moto-taxis en la ciudad de
Piura
Y muy pronto, el paisaje comenzó a cambiar repentinamente
para dar paso en muy pocos kilómetros a una vegetación exuberante, producto de la
influencia del río Chira y fundamentalmente, de las corrientes marinas ecuatoriales.
La temperatura comenzó a ascender y allí descubrimos que el aire acondicionado del
ómnibus no funcionaba.
Valle del río Chira, en el
norte peruano
Continuamos hacia el norte y al llegar a Sullana, un policía
informó al conductor de nuestro micro que la ruta estaba cortada y que no era
conveniente avanzar. Pero un inspector de la empresa El Ormeño le dio orden de
seguir. Y fue así como quedamos varados en la carretera sin poder avanzar, pero
tampoco retroceder.
Corte de ruta en la
Panamericana Norte - Perú
La cuestión era que estábamos en medio de la ruta en el norte
peruano sin saber cuándo esto se iba a resolver. Todos protestamos contra la
empresa porque nos había obligado a avanzar hasta ese lugar, denominado
Mallares donde no había ni alimentos ni lugar donde nos pudiéramos refrescar.
No había otros micros porque se habían quedado en la terminal
de Sullana, y no podíamos ir por cuenta propia en los moto-taxis, porque el
chofer decía que si le daban paso, lo aprovecharía.
Moto-taxis, única movilidad durante la protesta
El conflicto había surgido por la intención del presidente
Alan García, y avalado por el congreso peruano, de privatizar el agua. Pagar el
agua significaba para los productores de arroz no poder introducir el producto
ni en el mercado interno ni en el internacional. De ahí la razón de la
protesta. Paralelamente a esto, estábamos escuchando las radios donde se
trasmitían desde Lima los acontecimientos, no definiéndose una solución.
En determinado momento, la policía intentó disolver el corte,
pero la cantidad de gente era importante y hubiese sido un enfrentamiento muy
peligroso.
En determinado momento la policía intentó disolver el corte
Arrozal al noroeste de Sullana
Después de mucho protestar, y por desesperación del conductor
del micro en quien caían todos los reclamos, la empresa nos alcanzó algunos
alimentos y bebidas, pero aclarando que por única vez.
Las primeras horas de esa tarde fueron insoportables. El
calor, agobiante; y la sombra, escasa. El ómnibus era un horno, y todos nos
turnábamos para protegernos debajo de los pocos arbolitos del lugar.
Martín y estudiantes ingleses refugiándose del sol
Entre los pasajeros había gente del lugar que se trasladaba
por cuestiones comerciales o familiares, estudiantes ingleses en misión
solidaria, una pareja de cordobeses y nosotros. Los más irritados eran los
locales. La flema británica se apoderó de los jóvenes quienes permanecían
leyendo sentados en los bordes de la ruta como si nada pasara. Y los argentinos
hablábamos con todo el mundo para interiorizarnos sobre las causas de la
medida. Charla va charla viene, nos hicimos amigos de los cordobeses. Ella
docente y él, viajante.
A pesar de las molestias causadas, nosotros acordábamos con
la medida; pero tanto los locales como los responsables de la empresa, no. Y
forzaron al chofer para que avanzara a pesar de los elementos que hacían de
barricada. Y fue así como apedrearon a nuestro micro, por suerte, sin
consecuencias.
Barricadas en la ruta en la
zona de Mallares
Entonces, junto con nuestros nuevos amigos nos enfrentamos a
todos y decidimos irnos por nuestra cuenta en los moto-taxis hasta la ciudad,
con la intención de pasar la noche allí. Pero ya los pocos hoteles estaban
ocupados por los pasajeros de las otras empresas, que desde un principio se
quedaron en Sullana. El lugar era muy precario y sucio, la comida mala y
escasa; pero por lo menos teníamos baño e internet, que no era poco.
Jorge, Maruca, Martín y Omar
en el bar de la terminal de Sullana
Y se hizo la noche y como nuestro micro no regresaba, tomamos
taxis hasta el primer corte, y desde allí comenzamos a caminar hacia él. La
noche era oscurísima. Teníamos una sola linternita para los cinco. Había muchos
pocitos y estábamos muy cansados. Permanentemente nos ofrecían llevarnos por
pocos soles en los moto-taxis, pero no aceptábamos. Hasta que Maruca, Martín y
yo decidimos subirnos a uno de ellos ante la crítica de Omar y Jorge. Y cuando
estábamos a mitad de camino, los vimos pasar a ellos en un moderno auto que los
recogió sin cargo.
Conductor de nuestra
moto-taxi quien posó muy contento
Subimos al micro y todavía estaba la gente que no se había
querido ir. Pero ahora, todos juntos, obligamos al chofer a regresar a Sullana.
Dormimos en el ómnibus en la playa de estacionamiento de la terminal, y al
hacerse de día todo seguía igual.
Terminal de ómnibus de la
ciudad de Sullana donde pernoctamos
Con los cordobeses fuimos a un restorán que quedaba a una
cuadra de la terminal, pero nos dijeron que no nos podían servir el almuerzo
porque no tenían arroz. Nosotros les dijimos que no queríamos comer arroz, pero
debido a que tanto en Perú como en gran parte de América Latina se utilizaba el
arroz blanco como acompañamiento imprescindible de todos los platos, no
aceptaron la excepción. Así que nos fuimos al Centro de la ciudad a almorzar en
un lugar mejor, y cuando estábamos de sobremesa con Maruca y Jorge, nos llamaron
al celular para decir que nos darían paso. Tomamos sendos taxis y llegamos
justo cuando nuestro ómnibus se iba, porque adujeron que tardábamos mucho en
llegar y que como éramos turistas, no importaba que nos quedáramos. Menos mal
que lo alcanzamos porque nuestro equipaje estaba a bordo. Varios pasajeros
habían regresado a Piura o a Lima porque su viaje ya no tenía sentido, así que
quedaban muchos asientos libres, lo que por lo menos, nos dio más comodidades.
Con Jorge, Maruca, Martín y
Omar en el restorán del centro de Sullana
En realidad, todo era una falsa alarma porque el conflicto
continuaba y ya había en la carretera filas y filas de vehículos esperando el
paso.
A la vera de la ruta, esperando
el paso
Y en determinado momento, sin conocer demasiado el estado de
las aguas, nos sumergimos en grandes charcos cercanos a los campos de cultivo
de arroz, diciendo: “¡Apurémonos antes de que nos cobren por hacer esto!”
Martín con Maruca y Jorge
Y por fin, hacia el fin de la tarde, abrieron el paso y
lentamente se fue normalizando el tránsito.
Atardecer en el norte de
Perú
A la noche comimos algo ligero en un parador y continuamos
viaje, avanzando por la Panamericana Norte hasta Tumbes, lugar considerado
peligroso por los lugareños. Por un pequeño puente cruzamos el río Zarumilla, y
por una calle comercial en Huaquillas, vacía por ser de madrugada, pasamos a
Ecuador. Enseguida estuvimos en Machala, centro turístico de importancia, en
especial para quienes practicaban surf. Y en cuanto tomamos nuevamente la
carretera, me dormí profundamente.
Sólo faltaba algo más de cincuenta kilómetros para llegar a
Guayaquil, cuando me desperté por los resplandores en la ventanilla y el ruido
de los truenos. Estaba empapada, el agua caía del techo del micro, como si
fuera de lona. Martín había usado un asiento doble frente al mío, pero ahora no
estaba. Muy precavidamente se había mudado a otro donde no llovía y asimismo se
había llevado consigo todos nuestros abrigos. El chofer no quiso bajar la
velocidad a pesar de la intensidad de la lluvia y del mal estado del camino.
Fue un tramo extremadamente peligroso, que no nos permitió seguir durmiendo… En
esa zona las precipitaciones eran de más de mil milímetros al año, poco más que
en la ciudad de Buenos Aires, pero concentradas fundamentalmente entre enero y
abril, de ahí lo habitual de esas tormentas.
Y por fin, desde lejos vimos unas luces muy brillantes, que
correspondían a la terminal de ómnibus de Guayaquil. Pero para nuestra sorpresa
el ómnibus fue estacionado a dos cuadras, en plena oscuridad. El conductor
aseguró que no tenía autorización para ingresar, y bajo la intensísima lluvia
que no había menguado, allí mismo nos abandonó. ¡Nunca más El Ormeño!
Los demás se dispersaron; y nosotros mojados, sucios y
cargando nuestros petates, entramos triunfantes en ese shopping lujoso que era
la terminal de Guayaquil.
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