lunes, 8 de junio de 2020

De Lima a Guayaquil


  
Ya sabíamos que la empresa de ómnibus El Ormeño era poco recomendable, pero era la única que unía en forma directa Perú con Ecuador. Así que abordamos en Lima y partimos alrededor del mediodía de ese 14 de enero de 2009.
A medida que atravesábamos la periferia limeña el grado de marginalidad se acentuaba, hasta que ya en las afueras de la capital peruana se hizo más frecuente la existencia de viviendas en terrenos extremadamente áridos y sísmicos, lo que seguramente contribuía a agravar la situación.



Viviendas precarias al norte de la ciudad de Lima


Teníamos conciencia de que nos esperaría un largo camino por el desierto junto al mar, por donde anduviera Alexander von Humboldt más de doscientos años atrás.



Humboldt en sus escritos destacaba la desertización creciente desde Cajamarca a la costa


Había sido cerca de Trujillo en que Humboldt midió en el mes de septiembre la temperatura de las aguas, anotando que sólo tenían 16º Celsius y que la corriente venía de la Antártida. Y fue gracias a esa anotación que el geógrafo Ritter comenzó a hablar de la corriente de Humboldt.

Fue en esta zona en que Humboldt descubrió que la temperatura del agua
era más baja de lo normal


Esta corriente era la principal causa de la falta de lluvias en las costas de la región. Las nubes cargadas de humedad que se desplazaban por el océano Pacífico, condensaban en el mar sin dejar pasar una sola gota hacia el continente. Solamente cuando la corriente del Niño la desviaba, las precipitaciones eran frecuentes y causaban graves daños.



El gran desierto a la vera del mar


Sólo algunas franjas bajo riego aparecían como oasis frente al imponente desierto, ya que en esta región las precipitaciones anuales no pasaban de cuatro milímetros. Y viendo ese majestuoso paisaje se hizo de noche y nos dispusimos a dormir.


Pequeños oasis de cultivo bajo riego en la inmensidad del desierto


Al amanecer estábamos en Piura, importante ciudad del norte peruano, pero como en todo el país, con grandes desigualdades. Allí las lluvias ya eran de aproximadamente sesenta y seis milímetros anuales, valor semejante al de la provincia de San Juan en la Argentina.
Como en otras ciudades peruanas, en Piura había moto-taxis, que permitían realizar viajes a un costo menor que con los vehículos de mayor porte.

Moto-taxis en la ciudad de Piura


Y muy pronto, el paisaje comenzó a cambiar repentinamente para dar paso en muy pocos kilómetros a una vegetación exuberante, producto de la influencia del río Chira y fundamentalmente, de las corrientes marinas ecuatoriales. La temperatura comenzó a ascender y allí descubrimos que el aire acondicionado del ómnibus no funcionaba.



Valle del río Chira, en el norte peruano


Continuamos hacia el norte y al llegar a Sullana, un policía informó al conductor de nuestro micro que la ruta estaba cortada y que no era conveniente avanzar. Pero un inspector de la empresa El Ormeño le dio orden de seguir. Y fue así como quedamos varados en la carretera sin poder avanzar, pero tampoco retroceder.

Corte de ruta en la Panamericana Norte - Perú


La cuestión era que estábamos en medio de la ruta en el norte peruano sin saber cuándo esto se iba a resolver. Todos protestamos contra la empresa porque nos había obligado a avanzar hasta ese lugar, denominado Mallares donde no había ni alimentos ni lugar donde nos pudiéramos refrescar.
No había otros micros porque se habían quedado en la terminal de Sullana, y no podíamos ir por cuenta propia en los moto-taxis, porque el chofer decía que si le daban paso, lo aprovecharía.



Moto-taxis, única movilidad durante la protesta


El conflicto había surgido por la intención del presidente Alan García, y avalado por el congreso peruano, de privatizar el agua. Pagar el agua significaba para los productores de arroz no poder introducir el producto ni en el mercado interno ni en el internacional. De ahí la razón de la protesta. Paralelamente a esto, estábamos escuchando las radios donde se trasmitían desde Lima los acontecimientos, no definiéndose una solución.
En determinado momento, la policía intentó disolver el corte, pero la cantidad de gente era importante y hubiese sido un enfrentamiento muy peligroso.

En determinado momento la policía intentó disolver el corte




Arrozal al noroeste de Sullana


Después de mucho protestar, y por desesperación del conductor del micro en quien caían todos los reclamos, la empresa nos alcanzó algunos alimentos y bebidas, pero aclarando que por única vez.
Las primeras horas de esa tarde fueron insoportables. El calor, agobiante; y la sombra, escasa. El ómnibus era un horno, y todos nos turnábamos para protegernos debajo de los pocos arbolitos del lugar.



Martín y estudiantes ingleses refugiándose del sol


Entre los pasajeros había gente del lugar que se trasladaba por cuestiones comerciales o familiares, estudiantes ingleses en misión solidaria, una pareja de cordobeses y nosotros. Los más irritados eran los locales. La flema británica se apoderó de los jóvenes quienes permanecían leyendo sentados en los bordes de la ruta como si nada pasara. Y los argentinos hablábamos con todo el mundo para interiorizarnos sobre las causas de la medida. Charla va charla viene, nos hicimos amigos de los cordobeses. Ella docente y él, viajante.
A pesar de las molestias causadas, nosotros acordábamos con la medida; pero tanto los locales como los responsables de la empresa, no. Y forzaron al chofer para que avanzara a pesar de los elementos que hacían de barricada. Y fue así como apedrearon a nuestro micro, por suerte, sin consecuencias.



Barricadas en la ruta en la zona de Mallares


Entonces, junto con nuestros nuevos amigos nos enfrentamos a todos y decidimos irnos por nuestra cuenta en los moto-taxis hasta la ciudad, con la intención de pasar la noche allí. Pero ya los pocos hoteles estaban ocupados por los pasajeros de las otras empresas, que desde un principio se quedaron en Sullana. El lugar era muy precario y sucio, la comida mala y escasa; pero por lo menos teníamos baño e internet, que no era poco.

Jorge, Maruca, Martín y Omar en el bar de la terminal de Sullana


Y se hizo la noche y como nuestro micro no regresaba, tomamos taxis hasta el primer corte, y desde allí comenzamos a caminar hacia él. La noche era oscurísima. Teníamos una sola linternita para los cinco. Había muchos pocitos y estábamos muy cansados. Permanentemente nos ofrecían llevarnos por pocos soles en los moto-taxis, pero no aceptábamos. Hasta que Maruca, Martín y yo decidimos subirnos a uno de ellos ante la crítica de Omar y Jorge. Y cuando estábamos a mitad de camino, los vimos pasar a ellos en un moderno auto que los recogió sin cargo.

Conductor de nuestra moto-taxi quien posó muy contento


Subimos al micro y todavía estaba la gente que no se había querido ir. Pero ahora, todos juntos, obligamos al chofer a regresar a Sullana. Dormimos en el ómnibus en la playa de estacionamiento de la terminal, y al hacerse de día todo seguía igual.

Terminal de ómnibus de la ciudad de Sullana donde pernoctamos


Con los cordobeses fuimos a un restorán que quedaba a una cuadra de la terminal, pero nos dijeron que no nos podían servir el almuerzo porque no tenían arroz. Nosotros les dijimos que no queríamos comer arroz, pero debido a que tanto en Perú como en gran parte de América Latina se utilizaba el arroz blanco como acompañamiento imprescindible de todos los platos, no aceptaron la excepción. Así que nos fuimos al Centro de la ciudad a almorzar en un lugar mejor, y cuando estábamos de sobremesa con Maruca y Jorge, nos llamaron al celular para decir que nos darían paso. Tomamos sendos taxis y llegamos justo cuando nuestro ómnibus se iba, porque adujeron que tardábamos mucho en llegar y que como éramos turistas, no importaba que nos quedáramos. Menos mal que lo alcanzamos porque nuestro equipaje estaba a bordo. Varios pasajeros habían regresado a Piura o a Lima porque su viaje ya no tenía sentido, así que quedaban muchos asientos libres, lo que por lo menos, nos dio más comodidades.



Con Jorge, Maruca, Martín y Omar en el restorán del centro de Sullana


En realidad, todo era una falsa alarma porque el conflicto continuaba y ya había en la carretera filas y filas de vehículos esperando el paso.



A la vera de la ruta, esperando el paso


Y en determinado momento, sin conocer demasiado el estado de las aguas, nos sumergimos en grandes charcos cercanos a los campos de cultivo de arroz, diciendo: “¡Apurémonos antes de que nos cobren por hacer esto!”

Martín con Maruca y Jorge


Y por fin, hacia el fin de la tarde, abrieron el paso y lentamente se fue normalizando el tránsito.

Atardecer en el norte de Perú


A la noche comimos algo ligero en un parador y continuamos viaje, avanzando por la Panamericana Norte hasta Tumbes, lugar considerado peligroso por los lugareños. Por un pequeño puente cruzamos el río Zarumilla, y por una calle comercial en Huaquillas, vacía por ser de madrugada, pasamos a Ecuador. Enseguida estuvimos en Machala, centro turístico de importancia, en especial para quienes practicaban surf. Y en cuanto tomamos nuevamente la carretera, me dormí profundamente.
Sólo faltaba algo más de cincuenta kilómetros para llegar a Guayaquil, cuando me desperté por los resplandores en la ventanilla y el ruido de los truenos. Estaba empapada, el agua caía del techo del micro, como si fuera de lona. Martín había usado un asiento doble frente al mío, pero ahora no estaba. Muy precavidamente se había mudado a otro donde no llovía y asimismo se había llevado consigo todos nuestros abrigos. El chofer no quiso bajar la velocidad a pesar de la intensidad de la lluvia y del mal estado del camino. Fue un tramo extremadamente peligroso, que no nos permitió seguir durmiendo… En esa zona las precipitaciones eran de más de mil milímetros al año, poco más que en la ciudad de Buenos Aires, pero concentradas fundamentalmente entre enero y abril, de ahí lo habitual de esas tormentas.
Y por fin, desde lejos vimos unas luces muy brillantes, que correspondían a la terminal de ómnibus de Guayaquil. Pero para nuestra sorpresa el ómnibus fue estacionado a dos cuadras, en plena oscuridad. El conductor aseguró que no tenía autorización para ingresar, y bajo la intensísima lluvia que no había menguado, allí mismo nos abandonó. ¡Nunca más El Ormeño!
Los demás se dispersaron; y nosotros mojados, sucios y cargando nuestros petates, entramos triunfantes en ese shopping lujoso que era la terminal de Guayaquil.



No hay comentarios:

Publicar un comentario