Abril
de 2009. Por segunda vez en su historia, el Encuentro de Geógrafos de América
Latina se realizaba en la ciudad de Montevideo. Yo venía asistiendo a todos
desde 1995, así que, teniéndolo enfrente de casa, con más razón. Al margen de
las conferencias y ponencias que pudiera escuchar, me interesaba encontrarme
con colegas y amigos de diferentes lugares del continente, y con otros que vivían
muy cerca, pero que por nuestros ritmos de vida, se nos hacía imposible vernos
asiduamente.
Con Marisol Gejo, de Argentina;, y Jussara Mantelli, de Brasil
Los EGALES reunían a una gran cantidad de geógrafos, en esta ocasión cerca de dos mil, lo que representaba un impacto fuerte para Montevideo. Si bien la ciudad tenía alrededor de un millón y medio de habitantes (el cincuenta por ciento de toda la población del país), la mayoría de los de afuera caminábamos concentradamente por el Centro, que era muy pequeño. Por esa razón, en cuanto llegamos, comenzamos a ver caras conocidas en el hotel, en los restoranes y por la calle.
Con Romina Cogley y Gabriel Videla, de Argentina; y Joao Villas Boas, de Brasil
Eran tres las sedes donde se hacían las exposiciones, por lo que teníamos que transitar por la avenida principal para ir de una a otra. Fue así como la 18 de Julio se convirtió en un amplio pasillo del Encuentro. Hubo momentos en que por tantos conocidos con los que nos poníamos a conversar en el camino, llegábamos tarde a las exposiciones que queríamos presenciar. Pero eso era lo más interesante de estos encuentros, ¡encontrarse! Y las más de las veces, un café al margen del evento, servía para establecer contactos a largo plazo.
Con Adriano Rovira Pinto, de Chile
Mi actividad principal en este EGAL, era la de presentar el libro “La Argentina como Geografía. Políticas Macroeconómicas y Sistema Regional (1990-2005)”, que había dirigido con Omar Gejo, contando con seis autores.
Con Beatriz Goldwaser (Universidad Nacional de Luján)
y Ana Laura Berardi (Universidad Nacional de Mar del Plata), durante la presentación
El libro surgió como resultado del proyecto de investigación del mismo nombre que habíamos llevado adelante en la Universidad Nacional de Mar del Plata, y que estaba relacionado con otros proyectos de la Universidad Nacional de Luján.
Firmando de ejemplares
Durante las noches salíamos a caminar y a comer “chivito montevideano”, que se trataba de un plato típico de la capital uruguaya consistente en un bife finito de vacuno, con agregados que podían variar, y que incluían huevos (fritos y duros), legumbres, papas fritas, ensalada rusa, tomate, lechuga, panceta, jamón, champignones. ¡Todo junto! Eran más las guarniciones que la carne, que era de la mejor calidad. Podía servirse en forma de sándwich o al plato. Los argentinos solíamos pedir una porción para dos personas porque era imposible terminarlo.
También aprovechamos para ir al teatro, que era otro de los lujos culturales que se podían vivir en Montevideo. En una de las caminatas, vimos en la plaza Cagancha, una ronda improvisada de tangos. Con un pequeño grabador, muchos vecinos salían a bailar y sacaban también a alguien que quiera participar del público que se juntaba a su alrededor. Tal cual como ocurría, en ese entonces, en Buenos Aires en la avenida Rivadavia en la vereda del bar de Los Angelitos.
Tango, una expresión rioplatense
De
tantas veces que había ido a Uruguay, muchas veces se me había pegado el típico
¡ta, ta, ta!, que era una de las pocas cosas que los distinguía de los
argentinos. Aunque mis amigos uruguayos se enojen, yo lo siento como si fuera
una provincia nuestra. ¡Y de hecho lo era! Toda una historia en común, peleando
ese territorio con los brasileros.
Dicen
que las casualidades no existen, pero lo cierto es que mi domicilio en Buenos
Aires era en la calle Montevideo a media cuadra de una chivitería uruguaya.
¡Para no extrañar!
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