domingo, 28 de junio de 2020

A Catamarca y La Rioja. Una vez cada veinte años


   
La primera vez que había estado en Catamarca y La Rioja era julio de 1969, momento en que el Hombre llegaba a la Luna, y que yo estaba cursando el cuarto año de la escuela secundaria. La segunda vez, había sido en febrero de 1989, cuando la inflación y la disparada del dólar habían llegado a niveles nunca vistos. Y la tercera, en julio de 2009, en plena campaña contra la Gripe A, y en que existía un gran conflicto con la explotación de la minería a cielo abierto. Y tanto en una como en otra provincia, de hecho, a lo largo de cuarenta años, había habido importantes cambios, y a la vez, ciertas cuestiones y lugares permanecían exactamente iguales.
En 1969 había ido en un AVRO de Aerolíneas Argentinas, mi vuelo de bautismo, con mis padres y mi tía Teresa, desde Buenos Aires hasta La Rioja, con escala en Córdoba. Estuvimos varios días en La Rioja Capital, donde mi padre tenía algunos compromisos laborales, y viví allí un temblor producto de un sismo de mayor intensidad en San Juan. Hicimos una serie de proyecciones de audiovisuales tanto en la ciudad de La Rioja como en Anjullón, parando en la casa de Zenon Bazan, viudo de la Maestra María Esther Brizuela de Bazán, quien había creado, entre otras cosas, el Club de Correspondencia Interescolar “Ampelio Liberali”. Y desde allí, en un Ford Falcon, su hijo nos había llevado hasta San Fernando del Valle de Catamarca y a la cuesta del Portezuelo, donde tomamos las diapositivas para el armado del audiovisual Paisaje de Catamarca.
En 1989, venía bajando desde Jujuy, en un Fiat junto con Roberto, Omar y Marisol, y era el momento en que los Saadi y los Menem estaban en la cima de su poder en sendas provincias, paralelamente a la bajada en picada del alfonsinismo a nivel nacional.
Y en 2009, cuando supuestamente la Gripe A causaría estragos a nivel nacional y todo el mundo andaba con barbijos, junto con Omar y Martín volví a estas provincias de paso entre Santiago del Estero y Córdoba.
Salimos en micro de Las Termas de Río Hondo, y tras una parada técnica en la terminal de San Miguel de Tucumán, ingresamos a la provincia de Catamarca. Y a poco de andar, ya habíamos tomado el camino serpenteado de la cuesta del Portezuelo, en la sierra de Ancasti, que desembocaría en las proximidades de San Fernando de Catamarca. Cuando llegamos a la terminal de ómnibus, lo primero que vimos enfrente, fue un cartel de la residencial Menem, y aunque prometía buenos servicios, de ninguna manera pararíamos allí. Así que le pedimos a un taxista que nos recomendara algún lugar mejor y en el Centro. Y él nos llevó al hotel Colonial, en la intersección de las calles República y Tucumán, a tan sólo dos cuadras de la plaza principal.

Residencial Menem en Catamarca



La plaza principal se llamaba 25 de Mayo y tenía un monumento al General José de San Martín. Frente a ella se encontraba la Catedral Basílica, construida en honor a Nuestra Señora del Valle.


Monumento al General San Martín en la plaza 25 de Mayo




Catedral Basílica Nuestra Señora del Valle



La plaza estaba igual que siempre, veinte o cuarenta años, visualmente habían sido lo mismo, pero era evidente, que corrían otros aires. Justamente entre la plaza y la catedral desde fines de 1990 se habían realizado allí las “marchas del silencio” con el liderazgo de Marta Pelloni, una de las monjas del colegio donde asistía María Soledad Morales de diecisiete años, drogada, violada y asesinada. Y fueron justamente esas marchas las que habían llamado la atención del periodismo de todo el país y elevaron el crimen a una causa nacional, obligando al entonces presidente Carlos Saúl Menem, a intervenir la provincia, gobernada por Ramón Saadi, hijo del histórico caudillo del Partido Justicialista Vicente Saadi. La hipótesis que se barajó desde un principio y que nunca pudo ser legalmente probada, era que a María Soledad la habían matado “los hijos del poder”, que tenían nombres y apellidos: Arnaldito Saadi (sobrino del gobernador), Miguel Ángel Ferreyra (hijo del Jefe de Policía de la Provincia), Guillermo Luque (hijo de un diputado nacional), Luis Méndez, Hugo Ibáñez, y los hermanos Diego y Pablo Jalil (ambos sobrinos de Guido Jalil, el entonces intendente de Catamarca y dueño del sanatorio Pasteur), todos integrantes de destacadas familias de la sociedad provincial. Ocho años después del crimen, en 1998, Guillermo Luque había sido condenado a veintiún años de prisión por violación seguida de muerte; mientras que, a Luis Tula, novio de María Soledad, doce años mayor que ella, le habían dado nueve años por partícipe necesario o entregador. Los demás habían quedado libres gracias a sus vinculaciones, por lo que daba la sensación de que se trataba de un juicio parcialmente justo. De todos modos, esto había representado una caída del poder feudal provincial ejercido por los Saadi, pero, desde abril de 2009, Guillermo Luque gozaba de libertad condicional; y desde entonces, comenzaban a ir para atrás gran parte de los avances que se habían logrado para quebrar al clan, que, con algunas interrupciones, había controlado la provincia desde 1949.
En 1969 la población de la capital catamarqueña era de cincuenta y cinco mil habitantes, en 1989, apenas llegaba a cien mil y en 2009, tenía ciento cincuenta mil. Y si bien en cuarenta años casi se había triplicado, su ritmo lento y perezoso, no había cambiado para nada. Uno de los “adelantos” era que la calle Rivadavia se había convertido en peatonal, pero a la hora de la siesta, seguía tan vacía como el resto de la ciudad, a pesar de que estábamos en invierno.
  

Omar y Martín, únicos transeúntes de la peatonal a la hora de la siesta



Algo novedoso para los que residimos en las llanuras, era la existencia de un paredón, en pleno Centro de la ciudad, que semejaba un enorme nido de abejas, y era precisamente un lugar de entrenamiento para escalar las montañas. Y para tomar recaudos sobre el asunto, estaba prohibido utilizarlo sin la supervisión de un instructor calificado y sin el material adecuado.


Paredón de entrenamiento para escalar montañas



La ciudad era un centro cultural importante y se destacaba tanto por sus museos como por las obras pictóricas, exhibidas públicamente en diferentes lugares del espacio urbano.


Omar junto a una obra de Benito Quinquela Martín



Con el correr de los años, no había modificado ni su ritmo, ni sus luces. A la noche todos los negocios cerraban temprano y había contados lugares donde cenar. Prácticamente la Catedral y la Casa de Gobierno, que quedaban pegadas la una a la otra, eran algunos de los escasos sitios iluminados. Todo parecía tan tranquilo como triste.


¡Catedral y Casa de Gobierno juntas!



El hotel servía un típico desayuno con mate cocido, bollitos de grasa, manteca bien amarilla, y dulces de la zona. Y como el comedor estaba junto a la terraza, aprovechamos para tomar algunas vistas panorámicas de la ciudad, que se caracterizaba por su perfil parroquial con pocos edificios en altura.


Perfil parroquial con pocos edificios en altura



Y a pesar de ser un pueblo grande, a mí la ciudad me siguió pareciendo muy agradable, y adecuada para pasar unos días de descanso, sin stress, pero con servicios urbanos. Por otra parte, se conservaban viejas casonas con hermosas rejas que constituían un elemento de atracción.


Rejas de las ventanas catamarqueñas



Al día siguiente salimos de la capital catamarqueña rumbo al sur, y en cuanto dejamos la ciudad, las condiciones de pobreza aumentaban considerablemente.


Sur de Catamarca, donde la pobreza se presentaba más extrema



Nuestra intención era dirigirnos hacia el departamento Tinogasta, en el oeste de la provincia, pero como se trataba de una zona absolutamente fragmentada por cordones montañosos, tuvimos primeramente que ir hacia el sur, bordeando el cordón del Ambato.
Tanto el cordón del Ambato como el Ancasti pertenecían al encadenamiento Oriental o del Aconquija, del sistema de las sierras Pampeanas, que, a pesar de ser muy antiguas, habían sido ascendidas nuevamente durante la orogenia andina; y era por eso, que presentaban pendientes escarpadas hacia el oeste, llamadas cuestas, y más suaves en las laderas orientales, llamadas faldas.


Cordón del Ambato, perteneciente a las sierras Pampeanas



La zona no recibía casi vientos húmedos debido a las alturas, que encerraban valles totalmente áridos, con escasas precipitaciones concentradas en el verano.
Nosotros estábamos circulando por la ruta número treinta y ocho, camino a Chumbicha, y la vegetación era cada vez más xerófila.


Vegetación xerófila en el sur de la sierra de Ambato




Estribaciones de la sierra de Ambato, desde la ruta número treinta y ocho



Y a pesar de la sequedad, del frío y de la pendiente, la ladera se presentaba florecida, como un sentimiento de resistencia a la adversidad con que nos premiaba la naturaleza.


Ladera florecida y cielo bien azul en la sierra de Ambato



Las cactáceas se hacían cada vez más frecuentes, predominando en los conos de deyección característicos de gran parte de las laderas.
  

Cono de deyección en la ladera oriental del Ambato



Ya sobre el llano ingresamos a La Rioja, provincia por la cual pasaba la ruta nacional número sesenta, que nos llevaría al oeste catamarqueño, donde comenzamos a ver algunas plantaciones de olivos. Pese a eso, no había casi agricultores, ya que la mayor parte de las tareas estaban mecanizadas. No obstante, los escasos pobladores vivían en las cercanías de los campos en el mayor aislamiento y en condiciones de vida muy sacrificadas. Y el hecho de poder contar con una pantalla de televisión satelital, no sólo que amenizaba los tiempos libres, sino que constituía una importante fuente de información de temas relacionados tanto con la política, la economía, la educación y la salud.


Casa de campo en el sur catamarqueño



Villa Mazán era el centro olivícola, que se extendía por todo el valle, y estaba considerado como el productor de la mejor aceituna del país con su variedad Arauco.


Olivares en Villa Mazán



El ambiente se ponía cada vez más árido, y gran cantidad de médanos podían verse desde la ruta. En esa zona las precipitaciones anuales eran de alrededor de cincuenta milímetros y se producían solamente en el verano.


Mayor aridez en el norte riojano



Y desde ya que, tanto entre las estaciones como entre el día y la noche, la amplitud térmica era muy elevada.


Desierto riojano



Desde la primera vez que visitaba esta zona en 1969, y luego en 1989, los mayores cambios habían sido la demarcación de la ruta y la disminución de la población, que de por sí era escasa, debido al avance de la mecanización en la olivicultura.


Ruta demarcada, pero con banquinas de tierra



Acercándonos a Aimogasta parecía haber campos con ganado en la medida en que había alambrado, sin embargo, no habíamos podido divisar absolutamente ninguno.


Desierto riojano en las proximidades de Aimogasta



En la terminal de ómnibus de la ciudad de Aimogasta hicimos una breve parada, y continuamos camino a través del desierto.


Terminal de ómnibus de Aimogasta



Pero al salir de Aimogasta, además de un desierto, nos encontramos con un enorme basural, donde el viento desparramaba, entre otras cosas, bolsas de plástico que quedaban prendidas de las espinas de la vegetación xerófila. ¡Un verdadero desastre!


Basura esparciéndose en función del viento



En toda la zona se manifestaban situaciones de pobreza observables no sólo a partir de la precariedad de las viviendas, sino también del aspecto de los pobladores. A muchos les faltaban las piezas dentales, tenían muchas arrugas y cicatrices, y la vestimenta no era la adecuada para las bajas temperaturas que se estaban registrando. Y esas condiciones no se habían modificado en cuarenta años.
  

Viviendas precarias. Al fondo el cordón Velasco



En algunos kilómetros más de trayecto, cruzamos el meandroso río Salado, que limitaba a las provincias de La Rioja y Catamarca, volviendo a ingresar en esta última.


Río Salado en el límite entre La Rioja y Catamarca



Ya estando avanzada la tarde, arribamos a Tinogasta, que en la lengua de los pueblos originarios significaba “encuentro de pueblos”, porque allí convergían todas las localidades vecinas y era paso fijo para llevar ganado a Bolivia y Chile. Se ubicaba en la mitad sur del valle de Abaucán, precisamente donde confluían varios ríos cuyas márgenes han servido de rutas desde tiempos prehistóricos. La presencia de las aguas de los ríos estaba relacionada con los deshielos montanos, ya que las precipitaciones anuales promedio eran de treinta y tres milímetros. Y esto ha permitido que en el verano se alcancen temperaturas hasta de 44º C, mientras que en los inviernos se han registrado hasta -8ºC durante las madrugadas.


Bienvenidos a Tinogasta



Esos ríos corrían peligro de contaminación si el programa de aumentar las extracciones de minerales en la provincia se llevaba a cabo. Y justamente los tinogasteños, desde meses atrás, estaban desarrollando planes de lucha para impedirlo. La Asamblea de Vecinos Autoconvocados por la Vida, había salido a la ruta nacional sesenta, a emular la heroica resistencia calchaquí, para obstruir el paso de camiones que provenían de Chile, a través del paso San Francisco, con insumos que se dirigían hacia Bajo La Alumbrera, yacimiento de oro y cobre situado a ciento cincuenta kilómetros al noroeste de la localidad de Andalgalá. El principal temor de los vecinos estaba centrado en dos proyectos que estaban en etapa de cateo para la extracción de uranio. Uno de ellos era Río Colorado, ubicado a sólo ocho kilómetros de la plaza principal de Tinogasta bajo la lupa de la firma de origen australiano Jackson Gold Ltd., y Termas de Fiambalá. Por suerte, en muchas oportunidades la (in)justicia provincial no pudo actuar, declarándose incompetentes los fiscales, debido a que los vehículos retenidos se encontraban en una ruta nacional.
  
Plaza 25 de Mayo, en Tinogasta


Continuando por la ruta sesenta, la última localidad antes de seguir hacia el límite con Chile, era Fiambalá, construida a los 1500 m.s.n.m., en el comienzo del Altiplano Andino.
El pueblo y sus alrededores contaban con una población aproximada de cinco mil habitantes, muchos de los cuales vivían en condiciones de pobreza extrema, en viviendas de adobe, pese a que en la zona se desarrollara una importante actividad vitivinícola. Justamente la producción tanto de Syrah, Cabernet, Chardonnais y Malbec, se destacaba por sus premios y destino de exportación.

Viviendas precarias en Fiambalá


Nosotros nos hospedamos en un lugar limpio y bien calefaccionado, pero sencillo y sin ningún tipo de lujo. Estábamos prácticamente enfrente de la terminal de ómnibus, sobre la ruta y para llegar al Centro del pueblo, había que caminar unas diez cuadras, cruzando el puente sobre el río Abaucán, sin ningún reparo. Pero el precio era equivalente al de un hotel de varias estrellas en una gran ciudad.

Río Abaucán durante el estiaje invernal


La temperatura era bajísima y el viento muy fuerte. De hecho, Fiambalá significa “la casa del viento”.
  
Médanos en el área de Fiambalá


El pueblo en sí mismo no tenía ningún atractivo, salvo la pequeña y moderna Parroquia Nuestra Señora de Fátima frente a la plaza, sin embargo, Fiambalá era paso obligado para llegar a Antofagasta de la Sierra, en plena Puna Catamarqueña, excursión programada para el verano dado que en el momento en que nosotros estábamos allí, prácticamente todo el camino estaba cubierto de hielo.
  
Parroquia Nuestra Señora de Fátima


Alrededores de Fiambalá


Una de las razones por las cuales los precios eran muy altos en todo el pueblo era porque en enero de ese año, allí se habían instalado tanto organizadores como espectadores del Rally Dakar, que tuvo a Fiambalá como lugar de paso debido a las dificultades que el trayecto ofrecía, como pedregullo, médanos y todo tipo de inclemencias.
  
Pedregullo, médanos e inclemencias de todo tipo en Fiambalá


Y durante la época invernal, las Termas de Fiambalá que se encontraban a quince kilómetros del pueblo, constituían el otro atractivo que mantenía la temporada turística en alza.
  
El abrigo de Martín indica la temperatura exterior al agua termal


Las termas estaban rodeadas de altos paredones de rocas pertenecientes a la sierra de Fiambalá, cuya formación geológica era sumamente compleja.
  
Paredones rocosos reparando el área termal


Las aguas llegaban a temperaturas que oscilaban entre 28 y 51º C, concentrándose en varios piletones; tenían la ventaja de ser naturalmente mineralizadas y, por lo tanto, terapéuticas.

Vapor del agua termal


Sin duda esta era una zona desconocida para la mayoría de los argentinos, pero que realmente valía la pena. Muchas provincias como Catamarca no han tenido nunca buena divulgación a nivel nacional; y otras vecinas le han robado cámara en cuanto a la venta de paisajes. Pero aquí no había nada que envidiarle a nadie, a pesar de las limitaciones de la infraestructura. De todos modos, que existiera turismo no era garantía de nada, dependiendo de quiénes y cómo lo organizasen, porque de lo contrario, lejos de ser algo positivo, podría convertirse en una actividad expoliadora de recursos, sin dejar beneficios sociales y económicos en la zona.

Desde la Sierra de Fiambalá


Regresando por la ruta nacional sesenta, encontramos la estación Copacabana, ya abandonada, y que perteneciera al Ferrocarril General Belgrano, en la que en el viaje de ida no habíamos reparado. La localidad contaba con apenas quinientos habitantes, y su nombre original era Pituil; pero a mediados del siglo XVIII se levantó una capilla para honrar a una imagen de Nuestra Señora de Copacabana, de Bolivia, y ese hecho dio como resultado el cambio de nombre. 

Estación Copacabana


Continuamos camino rumbo a La Rioja, y desde la ruta pudimos ver los picos nevados del cordón del Famatina, en el extremo occidental de las sierras Pampeanas. 
  
Picos nevados del cordón del Famatina


La ciudad de La Rioja se presentaba bastante cambiada respecto de mis viajes anteriores. Había pasado de cuarenta y cinco mil habitantes en 1969, a cien mil en 1989, y a ciento ochenta mil en 2009. Pero además de ese crecimiento demográfico, la ciudad se había “modernizado” bastante en cuanto a la construcción de sus peatonales, el crecimiento en cantidad y calidad de su hotelería, el número de entidades bancarias que se habían instalado, y los nuevos barrios con arquitectura de vanguardia. 

Peatonal Buenos Aires


Los edificios emblemáticos continuaban igual, como la Casa de Gobierno, inaugurada en 1937, de estilo neocolonial, que presentaba sus techos de tejas españolas, sus balcones con rejas, y sus palmeras en el frente.

Casa de Gobierno de la provincia de La Rioja


La Catedral, construida en el lugar que ocupaba el templo anterior, destruido antes de ser terminado por el terremoto de 1894, estaba dedicada a San Nicolás de Bari. Y en sus paredes laterales estaban representados la fundación de La Rioja, la imagen del Niño Dios Alcalde rodeado de sacerdotes y fieles en la fiesta del Tinkunaco (Encuentro entre cristianos y nativos), la coronación de la imagen de San Nicolás y la construcción del templo.
Pero en los últimos años, la Basílica Menor de La Rioja había tomado trascendencia a nivel nacional porque allí se encontraban los restos de Enrique Angelelli, quien fuera Obispo de la Diócesis de La Rioja desde 1968 hasta el 4 de agosto de 1976, en que falleciera producto de un accidente intencional gestado por la dictadura y que contara con el silencio de las autoridades eclesiásticas nacionales. Angelelli había colaborado en crear sindicatos de mineros, de trabajadores rurales y de domésticas, así como cooperativas de trabajo, de telares, fábricas de ladrillos, panaderos, y para trabajar la tierra. Una de las cooperativas había solicitado la expropiación de un latifundio, que el Gobernador Carlos Menem había prometido transferir a la cooperativa. Pero en junio del ’73, cuando Angelelli fue a Anillaco para presidir las fiestas patronales del pueblo, fue recibido por una turba liderada por comerciantes y terratenientes, entre ellos Amado Menem y sus hijos, hermano y sobrinos del gobernador, quienes lo apedrearon. Carlos Menem suspendió el apoyo a la cooperativa so pretexto de “agitación social”. Pero los demás sacerdotes de la diócesis apoyaron a Angelelli. La causa por la muerte de Angelelli fue reabierta en setiembre de 2005, junto con las de otros sacerdotes asesinados durante la dictadura. En 2006, a treinta años de los hechos, el periodista Horacio Verbistky, en el diario Página 12 de Buenos Aires, publicaba lo siguiente:
Kirchner declarará día de duelo nacional la fecha del asesinato de Angelelli y Bergoglio presidirá un homenaje en La Rioja. La excursión angelizadora procura remover obstáculos en la marcha del cardenal hacia el papado. Este mismo año, un libro editado por Bergoglio mutiló un documento histórico sobre el proceso de liberación inspirado por Angelelli. Esto no quita significado político al tardío reconocimiento de su asesinato. La Iglesia lo negó mientras pudo y ahora intenta capitalizarlo.”
  
Basílica Menor de San Nicolás de Bari


La plaza principal, llevaba el nombre de 25 de Mayo, y allí se encontraba el monumento al General San Martín. Y si bien podía haber tenido algunos cambios físicos, lo más destacado era que había comenzado a ser centro de algunas protestas llevadas a cabo por las asambleas populares, respecto de las actividades mineras proyectadas en la provincia.
  
Plaza 25 de Mayo en la ciudad de La Rioja


Y en un rincón de la plaza, con motivo de cumplirse los treinta años del golpe militar del 24 de marzo de 1976, se había colocado un monolito, que decía “El Pueblo de La Rioja en Homenaje a sus Hijos detenidos-desaparecidos durante la dictadura”, lo que era muy loable. Sin embargo, los episodios de violencia de todo tipo generados desde el poder continuaron desde entonces, habiéndose profundizado en los últimos años contra quienes estuvieran en contra de la minería a cielo abierto.
  
Monolito por la Memoria, la Verdad y la Justicia


Mucha gente hacía referencia a que en la época en que Carlos Menem era presidente de la Nación, la ciudad había disfrutado de grandes reformas y de una actividad económica muy fuerte, ya que muchas reuniones con políticos nacionales e internacionales, así como de empresarios, tenían lugar allí. Y algunas de las inversiones habían derivado en la re-conversión de antiguos edificios en restoranes, bares y confiterías. Frente a la plaza se encontraba el Club Social de La Rioja, antiguamente Escuela de Aplicación de Varones, donde en su galería podía disfrutarse de una gastronomía del más alto nivel.

Edificio del Club Social de La Rioja


Para nuestro gusto, la ciudad había crecido perdiendo el encanto pueblerino que había tenido tiempo atrás, pero sus habitantes se mostraban orgullosos de contar con mayor cantidad de comercios y servicios que sus vecinos catamarqueños.
Como visión después de veinte años ya había sido suficiente, y debido a que nos quedaban pocos días libres, decidimos continuar viaje.
El micro tomó la ruta nacional treinta y ocho a través de los Llanos Riojanos, y pasando por Patquía y Chamical, arribamos a la provincia de Córdoba.

La ruta de los Llanos Riojanos



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