Una mañana bien temprano salimos a caminar por Lima. Primero
lo hicimos por la zona de las playas respirando el aire del Pacífico, que
siempre disfrutábamos cuando estábamos del otro lado de la Cordillera. Luego
continuamos sin rumbo para ir observando diferentes aspectos de la ciudad, que
no necesariamente estaban en los listados de lugares recomendados. Y al hacerlo
simplemente, sin disfraz de turista, es decir, sombrero ridículo, anteojos
enormes y ropa que de ninguna manera nos pondríamos en nuestro lugar de origen,
pudimos conversar con las gentes de todas las clases sociales muy
amigablemente. Cada uno nos contó su realidad que, de hecho, era muy diversa,
aunque todos estuvieran bajo el mismo cielo, lo que nos ayudó a comprender aún
más el porqué de la emigración hacia otros países, incluso a Argentina y a Chile
que no se caracterizaban por excelentes condiciones de vida, en especial para
los inmigrantes.
Zona de playas entre El Callao y Lima
En la caminata que abarcó diferentes barrios, encontramos
algunas costumbres, alimentos, vestimentas, carteles y empresas, muy distintos
respecto de Buenos Aires, y otras, semejantes.
El exacerbado machismo con todo lo que eso conllevaba, fue
uno de los aspectos que más me impactó. No sólo la aceptación por parte de las
mujeres de una situación de inferioridad, considerando normal que sus maridos
tuvieran otras relaciones y no permitirse opinar sobre diversos temas, como
política o deportes, sino, además, ante una falta de respeto por parte de un
hombre, no tener ninguna reacción de defensa o indignación.
La religiosidad extrema de un amplio sector de la sociedad
también era otra característica de casi toda la región andina y México, que,
sin duda, en parte contribuía a ese estado de sumisión. Pero, paralelamente, adivinos,
curanderos y otros sanadores del espíritu tenían una presencia superior que en
la Argentina.
El acompañamiento de las comidas con arroz blanco, lo que
para nosotros sería un plato principal, era otra de las diferencias. Para los
que proveníamos de la Pampa Húmeda, la falta de pan blanco en la mesa, era algo
inaudito. También el consumo de cuises y de otros animalitos enteros en el
plato y la exagerada cantidad de picantes, eran cosas que nos diferenciaban. También
la diversidad de frutas y sus respectivos jugos que nos complacía sumamente. Y
hablando de bebidas, teníamos que el llamado “mate de coca” que se
preparaba como un té sería el equivalente a nuestro mate de bombilla.
En cuanto a las vestimentas, si bien existían grandes
diferencias entre las clases sociales peruanas, había una menor dependencia de
las modas que en la Argentina.
También la cartelería ofrecía menor sofisticación. Lo que en
cualquier ciudad de Argentina estaría escrito en una placa de bronce, como el
anuncio de un médico o abogado, allí lo encontrábamos simplemente pintado en
una chapa de colores en letras muy grandes. Y en cuanto a los carteles
luminosos, eran muy escasos y con pocos juegos de luces. También era más
factible encontrar pizarras escritas informalmente para anunciar productos de
muy buena calidad. Y las vidrieras no estaban demasiado decoradas, salvo muy
escasos comercios céntricos dedicados al turismo o a la clase social más
elevada.
Y en cuanto a las empresas, si bien había muchas específicamente
peruanas, también existían algunas transnacionales como era el caso de Repsol,
que lamentablemente estaban en muchos de nuestros países. Era como una nueva
conquista de América, en todos los sentidos.
Curanderos y petroleros. Ambos,
estafadores…
Al llegar el mediodía, ya estábamos nuevamente en el Centro
de la ciudad, y encontramos un cartel que ofrecía un almuerzo por cinco soles,
que en enero de 2009 eran equivalentes a cinco pesos argentinos. ¡Entramos!
Era un lugar donde estaban comiendo los empleados jerárquicos
de la zona y varios turistas europeos. Comenzamos con un plato de sopa de
verduras y maíz, seguimos con un segundo a elegir entre pescado, pollo o carne
de vacuno, y todo acompañado con arroz blanco, ensalada de lechuga y tomate, papas
fritas y jugos naturales. Y además, tuvieron la gentileza de poner el picante
aparte, en pequeños potes. Un regalo para nosotros, pero no para la mayoría de
los limeños.
Omar y Martín disfrutando de la sopa de verduras y maíz
Además del buen precio y la calidad de los alimentos, el
lugar nos pareció precioso. ¡Ni hablar cuando descubrimos el cielorraso!
Cielorraso de un restorán del Centro de Lima
Después de su suculento
almuerzo continuamos caminando. Esta vez tomamos por el Jirón de la Unión, una
peatonal llamada así porque unía la Plaza Mayor o Plaza de Armas con la Plaza
San Martín. Y observamos el ritmo de la ciudad en horas de trabajo y actividad
comercial. Los limeños consideraban que era muy agitado, pero viniendo desde
Buenos Aires, no nos pareció para tanto. ¡Ni hablar si se viniera desde México
o Sao Paulo!
Jirón de la Unión
En esta peatonal se podían
encontrar restoranes, cines y varios centros comerciales. Decían que en otras
épocas había sido muy concurrida por las aristocracias para lucir sus
atributos.
Una cuestión en común que
teníamos con la nación peruana era la honra al General José de San Martín. Y
tal cual, como ocurría en muchos espacios de la Argentina, vimos un cine y una
plaza que llevaban su nombre, además de existir un monumento en su honor.
Multicines San Martín
Plaza San Martín con el monumento
al General
Y frente a la Plaza San Martín,
encontramos un rincón muy argentino. No sólo un hostal que se llamaba San
Martín, sino que, además, debajo de él había una parrillada.
Hostal San Martín y parrillada. ¡Como en casa!
Después de hacer algunas
compras, comenzamos a buscar un lugar donde tomar algo fresco debido a que la
temperatura en la ciudad era muy elevada, recurriendo a una zona donde había
restoranes y barcitos muy bien puestos. Y entre ellos estaba “Piquitos”, que
respondía a una tradición del centro limeño.
Zona de restoranes y barcitos coquetos
La historia hablada decía
que, en los albores de la Lima Colonial, existía un lugar mágico en el que las
parejas de enamorados sellaban su amor con el gesto más audaz que en la época
era permitido: UN BESO. Ese “lugar mágico”, “se encontraba a media
milla de la Iglesia de la Merced, camino al sur”, el que en ese momento ocupaba
la primera cuadra del Jirón Quilca, el que posteriormente se convirtiera en el Boulevard
Quilca, a pasos de la plaza San Martín. Allí, los observadores admitían que aún
en pleno siglo XXI, al ingresar las jóvenes parejas en este boulevard, se
sumergían en una suerte de “burbuja de pasión” y –como antes- se prodigaban
besos y muestras de cariño. Para perennizar ese ambiente mágico, a un
restaurante bar se lo denominó con el sugestivo nombre de “Piquitos”, sirviendo
comida y tragos peruanos a muy bajo precio.
Restaurante bar “Piquitos”
Ya cansados de haber
caminado durante todo el día, tomamos un vehículo y dejamos el Centro de la
capital peruana. Y en muchos lugares, incluso las autopistas, vimos carteles de
flores respondiendo a diferentes anuncios, lo que nos pareció muy atractivo y
agradable.
Carteles de flores en diferentes partes de la ciudad
Continuamos observando y
tomando nota de diferentes aspectos y no tuvimos ningún problema en todo el
recorrido, a pesar de las alertas que nos habían dado. Porque cuando en
Argentina, Chile y Bolivia, se producía un acto ilícito, se culpaba a algún
peruano. En el interior de Perú se culpaba a los limeños; y en Lima, a los del
río Rimac. Y si bien podía llegar a ser así en alguna ocasión, ese estereotipo
resultaba muy negativo para la mayor parte de estas personas que eran absolutamente
correctas.
Tránsito del fin de una jornada
Llegando la nochecita
volvimos a nuestro hotel en Miraflores para, al día siguiente, continuar
nuestro viaje rumbo al norte.
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