domingo, 7 de junio de 2020

Caminando por Lima


  
Una mañana bien temprano salimos a caminar por Lima. Primero lo hicimos por la zona de las playas respirando el aire del Pacífico, que siempre disfrutábamos cuando estábamos del otro lado de la Cordillera. Luego continuamos sin rumbo para ir observando diferentes aspectos de la ciudad, que no necesariamente estaban en los listados de lugares recomendados. Y al hacerlo simplemente, sin disfraz de turista, es decir, sombrero ridículo, anteojos enormes y ropa que de ninguna manera nos pondríamos en nuestro lugar de origen, pudimos conversar con las gentes de todas las clases sociales muy amigablemente. Cada uno nos contó su realidad que, de hecho, era muy diversa, aunque todos estuvieran bajo el mismo cielo, lo que nos ayudó a comprender aún más el porqué de la emigración hacia otros países, incluso a Argentina y a Chile que no se caracterizaban por excelentes condiciones de vida, en especial para los inmigrantes.


Zona de playas entre El Callao y Lima


En la caminata que abarcó diferentes barrios, encontramos algunas costumbres, alimentos, vestimentas, carteles y empresas, muy distintos respecto de Buenos Aires, y otras, semejantes.
El exacerbado machismo con todo lo que eso conllevaba, fue uno de los aspectos que más me impactó. No sólo la aceptación por parte de las mujeres de una situación de inferioridad, considerando normal que sus maridos tuvieran otras relaciones y no permitirse opinar sobre diversos temas, como política o deportes, sino, además, ante una falta de respeto por parte de un hombre, no tener ninguna reacción de defensa o indignación.
La religiosidad extrema de un amplio sector de la sociedad también era otra característica de casi toda la región andina y México, que, sin duda, en parte contribuía a ese estado de sumisión. Pero, paralelamente, adivinos, curanderos y otros sanadores del espíritu tenían una presencia superior que en la Argentina.
El acompañamiento de las comidas con arroz blanco, lo que para nosotros sería un plato principal, era otra de las diferencias. Para los que proveníamos de la Pampa Húmeda, la falta de pan blanco en la mesa, era algo inaudito. También el consumo de cuises y de otros animalitos enteros en el plato y la exagerada cantidad de picantes, eran cosas que nos diferenciaban. También la diversidad de frutas y sus respectivos jugos que nos complacía sumamente. Y hablando de bebidas, teníamos que el llamado “mate de coca” que se preparaba como un té sería el equivalente a nuestro mate de bombilla.
En cuanto a las vestimentas, si bien existían grandes diferencias entre las clases sociales peruanas, había una menor dependencia de las modas que en la Argentina.
También la cartelería ofrecía menor sofisticación. Lo que en cualquier ciudad de Argentina estaría escrito en una placa de bronce, como el anuncio de un médico o abogado, allí lo encontrábamos simplemente pintado en una chapa de colores en letras muy grandes. Y en cuanto a los carteles luminosos, eran muy escasos y con pocos juegos de luces. También era más factible encontrar pizarras escritas informalmente para anunciar productos de muy buena calidad. Y las vidrieras no estaban demasiado decoradas, salvo muy escasos comercios céntricos dedicados al turismo o a la clase social más elevada.
Y en cuanto a las empresas, si bien había muchas específicamente peruanas, también existían algunas transnacionales como era el caso de Repsol, que lamentablemente estaban en muchos de nuestros países. Era como una nueva conquista de América, en todos los sentidos.


Curanderos y petroleros. Ambos, estafadores…


Al llegar el mediodía, ya estábamos nuevamente en el Centro de la ciudad, y encontramos un cartel que ofrecía un almuerzo por cinco soles, que en enero de 2009 eran equivalentes a cinco pesos argentinos. ¡Entramos!
Era un lugar donde estaban comiendo los empleados jerárquicos de la zona y varios turistas europeos. Comenzamos con un plato de sopa de verduras y maíz, seguimos con un segundo a elegir entre pescado, pollo o carne de vacuno, y todo acompañado con arroz blanco, ensalada de lechuga y tomate, papas fritas y jugos naturales. Y además, tuvieron la gentileza de poner el picante aparte, en pequeños potes. Un regalo para nosotros, pero no para la mayoría de los limeños.

Omar y Martín disfrutando de la sopa de verduras y maíz


Además del buen precio y la calidad de los alimentos, el lugar nos pareció precioso. ¡Ni hablar cuando descubrimos el cielorraso!


Cielorraso de un restorán del Centro de Lima


Después de su suculento almuerzo continuamos caminando. Esta vez tomamos por el Jirón de la Unión, una peatonal llamada así porque unía la Plaza Mayor o Plaza de Armas con la Plaza San Martín. Y observamos el ritmo de la ciudad en horas de trabajo y actividad comercial. Los limeños consideraban que era muy agitado, pero viniendo desde Buenos Aires, no nos pareció para tanto. ¡Ni hablar si se viniera desde México o Sao Paulo!


Jirón de la Unión


En esta peatonal se podían encontrar restoranes, cines y varios centros comerciales. Decían que en otras épocas había sido muy concurrida por las aristocracias para lucir sus atributos.
Una cuestión en común que teníamos con la nación peruana era la honra al General José de San Martín. Y tal cual, como ocurría en muchos espacios de la Argentina, vimos un cine y una plaza que llevaban su nombre, además de existir un monumento en su honor.

Multicines San Martín




Plaza San Martín con el monumento al General


Y frente a la Plaza San Martín, encontramos un rincón muy argentino. No sólo un hostal que se llamaba San Martín, sino que, además, debajo de él había una parrillada.

Hostal San Martín y parrillada. ¡Como en casa!


Después de hacer algunas compras, comenzamos a buscar un lugar donde tomar algo fresco debido a que la temperatura en la ciudad era muy elevada, recurriendo a una zona donde había restoranes y barcitos muy bien puestos. Y entre ellos estaba “Piquitos”, que respondía a una tradición del centro limeño.



Zona de restoranes y barcitos coquetos


La historia hablada decía que, en los albores de la Lima Colonial, existía un lugar mágico en el que las parejas de enamorados sellaban su amor con el gesto más audaz que en la época era permitido: UN BESO. Ese “lugar mágico”, “se encontraba a media milla de la Iglesia de la Merced, camino al sur”, el que en ese momento ocupaba la primera cuadra del Jirón Quilca, el que posteriormente se convirtiera en el Boulevard Quilca, a pasos de la plaza San Martín. Allí, los observadores admitían que aún en pleno siglo XXI, al ingresar las jóvenes parejas en este boulevard, se sumergían en una suerte de “burbuja de pasión” y –como antes- se prodigaban besos y muestras de cariño. Para perennizar ese ambiente mágico, a un restaurante bar se lo denominó con el sugestivo nombre de “Piquitos”, sirviendo comida y tragos peruanos a muy bajo precio.


Restaurante bar “Piquitos”


Ya cansados de haber caminado durante todo el día, tomamos un vehículo y dejamos el Centro de la capital peruana. Y en muchos lugares, incluso las autopistas, vimos carteles de flores respondiendo a diferentes anuncios, lo que nos pareció muy atractivo y agradable.


Carteles de flores en diferentes partes de la ciudad


Continuamos observando y tomando nota de diferentes aspectos y no tuvimos ningún problema en todo el recorrido, a pesar de las alertas que nos habían dado. Porque cuando en Argentina, Chile y Bolivia, se producía un acto ilícito, se culpaba a algún peruano. En el interior de Perú se culpaba a los limeños; y en Lima, a los del río Rimac. Y si bien podía llegar a ser así en alguna ocasión, ese estereotipo resultaba muy negativo para la mayor parte de estas personas que eran absolutamente correctas.

Tránsito del fin de una jornada


Llegando la nochecita volvimos a nuestro hotel en Miraflores para, al día siguiente, continuar nuestro viaje rumbo al norte.



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