miércoles, 10 de junio de 2020

De Guayaquil a Quito


  Después de pasar el fin de semana en Guayaquil decidimos continuar viaje hacia Quito. A pesar de los nuevos atractivos guayaquileños, el calor húmedo y las limitaciones espacio-temporales en las salidas, no nos atrajeron para permanecer unos días más. Así que equipaje en mano, nos dirigimos a la terminal-shopping para abordar el micro que nos llevaría a la región andina.

Terminal-shopping de Guayaquil


Salimos a la mañana muy temprano y pasamos por áreas de cultivo de arroz, que requerían de calor y gran cantidad de agua.

Producción de arroz en los alrededores de Guayaquil


Se trataba de una región de grandes precipitaciones con terrenos de escaso declive, por lo que muchas casas estaban preparadas para soportar las consecuencias y habían sido construidas en forma de palafito, con pilares de la altura de las crecidas.


Casa en forma de palafito marcando el límite de las crecidas


A las inundaciones se les sumaba la prevalencia de población con necesidades básica insatisfechas, en particular, los trabajadores de las plantaciones.
Viviendas precarias junto a las plantaciones


A la vera del camino, sendos puestos informales, ofrecían diversas comidas como caldo de torreja, seco de carne, corvina frita, además de gaseosas y jugos naturales de frutas.

Puestos de comida a ambos lados de la ruta


Nos dirigimos hacia el norte, por la ruta número veinticinco. En muchos de los pueblos que atravesamos, había ferias y mercados callejeros donde se vendía absolutamente de todo.

Mercado callejero en un pueblo del centro de Ecuador


Muchas localidades aun continuaban inundadas. Dicho fenómeno se producía habitualmente entre enero y abril, mientras que, en el resto del año, si bien no había una estación absolutamente seca, las lluvias eran moderadas o escasas.

Pueblo inundado sobre la ruta número veinticinco


Las características climáticas y la fertilidad de los suelos permitían una importante producción de tipo tropical, que en muchos casos era de subsistencia. Y eran un ejemplo las casas, que, con sus pilotes, estaban construidas en medio de los campos de cultivos.

Casas con pilotes en medio de los cultivos


Muchas construcciones eran de madera con techo de chapa. Si bien en parte eran más endebles, la madera aislaba el calor tal como ocurría con las cañas, cuando no se disponía de aire acondicionado u otros elementos de refrigeración.

Construcción en cañas y hamacas para soportar las altas temperaturas


Estamos en la ruta de los bananales. Una de las principales empresas allí instaladas era Dole, que también se había constituido en la mayor exportadora.

En las bolsas de nylon estaban los cachos de bananas bien protegidos


En Ecuador, como en el resto de los países andinos del Pacífico, no había fábricas de automóviles, y la mayor demanda era cubierta con automotores de origen asiático. El caso de Toyota era uno de los más destacados.

Concesionaria Toyota en una ciudad del valle central


Muchos pueblos y caseríos, producciones tropicales, con alta densidad rural, fue lo que pudimos observar a lo largo de todo el camino.
Elevada densidad rural en el camino


A medida que transcurrían las horas, la temperatura aumentaba y la humedad no disminuía. Por otra parte, el micro no era muy confortable, así que el calor de la tarde fue realmente agobiante. Y una nueva tormenta nos amenazaba.

Caserío en la ruta número veinticinco


Evidentemente la naturaleza ofrecía lo que se necesitaba en cada lugar, porque consumir plátanos, que aportaban magnesio al organismo, ayudaba a que uno recuperara las fuerzas perdidas por la deshidratación.

Plátanos a la parrilla en el Ecuador tropical


Plátanos a la parrilla, asados, fritos, dulces, salados, en forma natural o secos envasados como papas fritas, se consumían en forma permanente. Muchos platos los contenían enteros, mientras en otros aparecían pisados o hechos bolos con carnes en su interior. También podían consumirse caldos o sopas elaboradas con bananas de diferentes variedades. Eso era lo extraño para los argentinos, que, si bien importábamos bananas de Brasil y de Ecuador, sólo las comíamos crudas como postre.

Venta de plátanos por todas partes


Pero no todo era pobreza en la zona de las plantaciones, sino muy por el contrario, una pequeña franja de la población gozaba de todos los beneficios de los grandes negocios que allí se realizaban.
Islas de lujo en un mar de pobreza


Sólo con una parada en Quevedo para comprar alimentos y pasar por los sanitarios, continuamos viaje. Pero el camino de montaña no lo pudimos apreciar ya que en ese tramo se hizo de noche.
Cuando llegamos a Quito nos alojamos en un hotel pequeño, con decoración autóctona y muy bien atendido, que nos había reservado Paola Maldonado, geógrafa a quien no conocíamos personalmente sino sólo a través de la Red Humboldt.

Martín en el hotel de Quito


Y ya siendo muy tarde, cansados por el viaje y algo mareados por la altura, nos sumergimos entre las sábanas y permanecimos allí hasta la mañana siguiente.





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