domingo, 21 de junio de 2020

De Lima a Santiago de Chile


   
Ya estábamos en los primeros días de febrero y se nos estaban terminando las vacaciones. Habíamos hecho más de ocho mil kilómetros de llanura, montaña, volcanes, humedales y desiertos, habiendo recorrido parte de Argentina, Chile, Perú y Ecuador. Por un lado, estábamos cansados, pero por el otro, no teníamos ganas de volver, ¡y mucho menos de tomar exámenes! Así que decidimos permanecer unos días descansando de las vacaciones en Santiago de Chile, un verdadero ecotono entre la aridez de Lima y la humedad que nos esperaba en Buenos Aires.
Partimos de Lima con la empresa CIVA de la terminal de buses del distrito de La Victoria, desde donde podíamos divisar el Estadio Nacional del Perú, y encaramos rumbo al sur, donde la marginalidad socioeconómica se combinaba con la desértica, en una zona de elevada actividad sísmica.

Vendedor de huevitos de codorniz en las cercanías de la terminal de buses de Lima


Estadio Nacional del Perú


Suburbios del sur de Lima


Marginalidad en la aridez y en zona sísmica


Veinte horas después arribamos a la ciudad de Tacna, después de recorrer mil trescientos kilómetros de aridez y controles militares estrictos.
  
Terminal de buses de Tacna


En Tacna nuevamente tuvimos que realizar el cruce a Chile en viejos autos que operaban como remises para llegar a la terminal de ómnibus de Arica pasado el mediodía, donde almorzamos unos Barros Jarpa con unos refrescos. Y en cuanto pudimos tomamos otro ómnibus que nos llevara directo a Santiago.
Atravesamos el fascinante desierto de Atacama, y en poco más de cuatro horas llegamos a Huara, donde un pequeño valle de regadío hacía las veces de oasis entre tanta tierra seca.
  
Huara, pequeño valle de regadío en pleno desierto de Atacama


Y mientras recorríamos los ochenta kilómetros que nos separaban del mar, cruzando la Cordillera de la Costa, el sol comenzó a esconderse detrás de los cerros, hasta que, al llegar a la ciudad de Iquique, ya se había hecho totalmente de noche.

El sol escondiéndose detrás de los cerros


La ciudad de Iquique estaba ubicada en una franja costera limitada por el océano Pacífico por el oeste, y la Cadena de la Costa por el este, lo que le daba un marco muy bonito. Pero debido a las limitaciones de mi cámara y a los movimientos bruscos que el ómnibus realizaba para bajar por una ladera abrupta casi setecientos metros hasta llegar a nivel del mar, sólo pude registrar luces en movimiento, que de todas formas me parecieron una imagen muy interesante.

Vista de las luces de Iquique desde la Cadena de la Costa que la limitaba por el este


Como era costumbre en las empresas de ómnibus chilenas, no sirvieron absolutamente nada, y la parada en Iquique no alcanzaba para consumir ningún tipo de alimento. Así que nos dormimos profundamente, más que nada, por el cansancio que llevábamos ya que era nuestra segunda noche a bordo de un vehículo con escaso confort. Si bien las comodidades de los ómnibus chilenos eran bastante inferiores a las de los argentinos, existían rigurosas normas de control respecto del estado de los choferes, mostrando en cartel luminoso sus nombres y el tiempo que llevaban conduciendo, que no podía superar las cuatro horas.
A eso de la medianoche los carabineros hicieron detener el ómnibus, y nos hicieron bajar en medio del desierto, donde a pesar de estar en verano hacía un frío tremendo. Omar les pidió que permitieran que Martín continuara durmiendo, haciéndoles saber sobre su discapacidad, pero sólo consideraron que nos tomáramos más tiempo para despertarlo. Pidieron todos los documentos, revisaron el equipaje, demoraron a algunas personas, y continuamos viaje, llegando a Copiapó casi sobre el mediodía siguiente.
Allí, si bien la parada no duró más que veinte minutos, aprovechamos para comprar unos sándwiches, bebidas y algunos paquetes de galletitas, y así poder aguantar hasta el arribo a Santiago, que se produjo ya en horas de la noche.

Parada del ómnibus en Copiapó


Habiendo recorrido cerca de tres mil quinientos kilómetros en sesenta horas, llegamos a Santiago extenuados y nos alojamos, como casi siempre, en el hotel Imperio, cerca de la estación de metro “Unión Latinoamericana”. Tuvimos una cena apacible en su coqueto restorán y dormimos de un tirón hasta el día siguiente.



No hay comentarios:

Publicar un comentario