jueves, 18 de junio de 2020

El Chimborazo


   
Yo decidí estudiar Geografía cuando sólo tenía quince años. Era el año sesenta y ocho y estaba cursando el tercer año de la escuela secundaria cuando la Profesora Alicia Giudice de Solari, quien dictaba Geografía de América, me generó un gran interés por estudiar sistemáticamente lo que mi padre me había enseñado a partir de sus viajes. Fue ella quien por primera vez me habló de Humboldt y del Chimborazo.
Y a partir de 1971, ya cursando la carrera de Geografía en la Universidad de Buenos Aires, el Profesor Horacio Difrieri primero, y otros docentes después, reforzaron mi interés por conocer al gran coloso ecuatoriano, en especial a partir de la lectura de las obras de Alexander von Humboldt.

 El Chimborazo con niebla


Y recién en 1995, volviendo de Cuba de día y con muy buen tiempo, lo pude divisar. De lejos, pero ahí estaba, imponente, destacándose entre los demás cerros.
En otras ocasiones, siempre volando hacia y desde el hemisferio norte lo volví a ver, incluso de noche durante un plenilunio, pero todavía estaba pendiente poder llegar hasta él.

El Chimborazo entre nubes


En junio de 1802, Alexander von Humboldt, noble prusiano interesado en las ciencias, Aimé Bonpland, médico francés aficionado a las plantas, Carlos Montúfar, un joven aristócrata quiteño comenzaron el ascenso del Chimborazo junto con un indio que les ofició de guía.

En junio de 1802, Humboldt y sus compañeros ascendieron al Chimborazo


 El Chimborazo era considerada, en ese entonces, la montaña más alta del mundo. Los tres exploradores habían dejado diminuto al campamento base, las mulas, el arenal y al guía indígena cuando llegaron a los glaciares del gigante andino.

Los glaciares del gigante andino


La altura del Chimborazo era de 6310 m.s.n.m. Al mediodía del 23 de junio tuvieron que interrumpir el ascenso. La temperatura había descendido a 3º C bajo cero. Sentían náuseas y vértigo… Habían alcanzado los cinco mil ochocientos cincuenta y dos metros, marcando un record de altitud.

Cumbre del Chimborazo cubierta por las nubes


 No llegaron a la cumbre, pero pudieron verla. Por el mal tiempo, las falencias del equipo disponible en aquella época, y confundidos por el cansancio y la altitud realizaron sus mediciones rápidamente.
Hasta ese momento sólo los indígenas apacentadores de ganado, cazadores, recolectores ocasionales o buscadores del hielo glaciar habían subido a las heladas montañas, pero ninguno había superado los 5000 m.s.n.m.

El aire comenzaba a enrarecerse al superar los cuatro mil quinientos metros de altura


“Transportamos instrumentos hasta una altura considerable aunque estábamos rodeados por una bruma densa y muy incómodos por lo enrarecido del aire. El punto donde nos detuvimos para observar la inclinación de la aguja imantada parece más elevado que todos aquellos a los que ningún hombre había llegado escalando las montañas, pues es superior en 100 m al Mont-Blanc, sitio al que llegó Saussure, el más sabio e intrépido de los viajeros, luchando con mayores dificultades de las que nosotros habíamos vencido para dominar aquella parte del Chimborazo”, relataba Humboldt.

La bruma densa era característica de todas las épocas del año


 La admiración que el joven Humboldt sintió por el coloso se manifestaba en el siguiente relato: “Cuando después de largas lluvias aumenta súbitamente la transparencia del aire, a orillas del Mar del Sur aparece el Chimborazo en el horizonte como una nube que se destaca de las demás cimas de la cadena de los Andes, como se levanta sobre los monumentos antiguos que rodean el Capitolio aquella cúpula majestuosa del inmortal genio de Miguel Ángel.”

EL Chimborazo, de 6310 m.s.n.m.


Pero no sólo Humboldt se sintió atraído por el Chimborazo, sino que a Simón Bolívar tras haberlo escalado, se inspiró para escribir su ensayo intitulado “Mi Delirio por el Chimborazo”, en 1822:
“Yo venía envuelto en el manto de Iris, desde donde paga su tributo el caudaloso Orinoco al Dios de las aguas. Había visitado las encantadas fuentes amazónicas, y quise subir al atalaya del Universo. Busqué las huellas de La Condamine y de Humboldt; seguílas audaz, nada me detuvo; llegué a la región glacial, el éter sofocaba mi aliento. Ninguna planta humana había hollado la corona diamantina que pusieron las manos de la Eternidad sobre las sienes excelsas del dominador de los Andes. Yo me dije: este manto de Iris que me ha servido de estandarte, ha recorrido en mis manos sobre regiones infernales, ha surcado los ríos y los mares, ha subido sobre los hombros gigantescos de los Andes; la tierra se ha allanado a los pies de Colombia, y el tiempo no ha podido detener la marcha de la libertad. Belona ha sido humillada por el resplandor del Iris, ¿y no podré yo trepar sobre los cabellos canosos del gigante de la tierra?
¡Si podré!
Y arrebatado por la violencia de un espíritu desconocido para mí, que me parecía divino, dejé atrás las huellas de Humboldt, empañando los cristales eternos que circuyen el Chimborazo. Llego como impulsado por el genio que me animaba, y desfallezco al tocar con mi cabeza la copa del firmamento: tenía a mis pies los umbrales del abismo. Un delirio febril embarga mi mente; me siento como encendido por un fuego extraño y superior. Era el Dios de Colombia que me poseía.”
 
Monolito en homenaje a Simón Bolívar y placas a andinistas desaparecidos


Desde que habíamos pisado suelo ecuatoriano mi ansiedad por llegar al Chimborazo iba en franco ascenso. Y estando en Riobamba tuvimos que esperar a que el tiempo mejorara para poder subir. Contratamos un remise con chofer-guía, que una mañana nos llamó para avisarnos que podríamos salir en ese mismo momento porque se estaba despejando y nunca se sabía por cuánto tiempo, ya que enero no era el mejor mes para visitarlo, sino a partir de junio, tal cual lo hiciera la expedición de Humboldt.
Con el auto llegamos hasta los 4800 m.s.n.m., lugar donde estaba el primer refugio. La temperatura, bajísima y la emoción, muy grande.

Con Martín en el Chimborazo a los 4800 m.s.n.m.


Los primeros en llegar a la cumbre fueron el inglés Edward Whymper y los italianos Louis y Jean Antoine Carrell, el 4 de enero de 1880. Y como muchos dudaban de este buen éxito, Whymper subió otra vez ese mismo año con los ecuatorianos David Beltrán y Francisco Campaña.
A pesar de que se considerara al Everest, de 8848 metros de altura, el monte más alto del mundo, esto era medido respecto del nivel del mar. Pero en relación con el centro de la tierra, lo era el Chimborazo con 6310 metros, debido a que, al encontrarse casi en la línea del Ecuador, el ensanchamiento del globo en ese lugar le permitía tener una diferencia de más de dos kilómetros respecto del primero. Tomando este criterio, la distancia entre el centro de la tierra y la cumbre del Chimborazo, sería de seis mil trescientos ochenta y cuatro kilómetros y seiscientos ochenta y siete metros, mientras que la del Everest sólo de seis mil trescientos ochenta y dos kilómetros y cuatrocientos sesenta y siete metros.

 
Cartel informativo en el primer refugio


Entramos al refugio y tomamos sendos cafés bien calientes para mitigar el frío. Mientras tanto, iban ingresando otros montañistas que regresaban desde el segundo refugio, doscientos metros más arriba. Estaban congelados pero fascinados por la experiencia. La mayor parte de ellos eran europeos.
  
Camino hacia el segundo refugio


El trecho que quedaba hasta el otro refugio se debía hacer escalando, ya que la llegada de autos era posible hasta donde estábamos. Nosotros no teníamos equipo para hacerlo, y, además, las condiciones del tiempo estaban cambiando y se estaba dando la orden de no seguir subiendo, incluso para quienes estaban bien equipados.

La niebla comenzó a cubrir todo nuevamente


En pocos minutos las nubes lo estaban tapando nuevamente y el peligro de perderse en la neblina se acentuaba. Habían sido muchos los que perdieron la vida en el intento de llegar a la cumbre, de ahí la indicación de no continuar en el ascenso y de descender con mucha precaución.

Las nubes taparon rápidamente la cumbre

Durante el descenso no vimos absolutamente nada, o tal vez hayamos visto mucho. Porque eso también formaba parte del goce de subir a una montaña; y fue entonces cuando recordé una cita de Lin Yutang en su libro “La Importancia de Vivir”:
“Una amiga mía, una dama norteamericana, me contó cómo fue con algunos amigos chinos a una colina de las cercanías de Hangchow, con el fin de no ver nada. Era una mañana brumosa, y al subir la colina la niebla se hacía cada vez más densa. Se oía el suave golpeteo de las gotas de humedad en el césped. No se veía nada más que la niebla. La dama norteamericana estaba desalentada. ‘Pero tiene que seguir con nosotros; hay una vista maravillosa allí en lo alto,’ insistieron sus amigos chinos. Siguió subiendo, y al cabo de un rato vio a la distancia una peña muy fea, envuelta en nubes, que había sido anunciada como una gran vista. ‘¿Qué es eso?’, preguntó. ‘Es el Loto Invertido’, respondieron sus amigos. Algo mortificada, se disponía a emprender el descenso. ‘Pero hay una vista aun más maravillosa desde la cima’, le dijeron. Tenía casi ya empapado el vestido, pero había renunciado a la lucha y siguió el ascenso. Por fin llegaron a la cumbre. Les rodeaba por todas partes un conjunto de nieblas y brumas, apenas visible en el horizonte el contorno de distantes montañas. ‘Pero si aquí no hay nada que ver’, protestó la amiga. ‘Precisamente. Subimos para no ver nada’, le respondieron sus amigos chinos. Muchos viajeros que ven cosas no ven nada en realidad, y muchos que no ven nada ven mucho”.

Subimos para no ver nada…


Por momentos la niebla se abría y se divisaban los estratos que daban cuenta de su historia. Que nos hablaban de su origen y de su actividad pasada. Saber verlos era poder llegar al alma del “Dios del Hielo” o del “Viento Sagrado de la Luna”, como lo expresaba su nombre.

Estratos con coladas de lava y fósiles del Chimborazo


Llegando al valle, continuamos dentro de la Reserva de Producción Faunística Chimborazo donde con algo de suerte se podían divisar lobos y conejos, e incluso, en casos excepcionales, pumas y hasta cóndores.

Reserva Faunística Chimborazo


Había cumplido con un viejo sueño. La intuición geográfica o la femenina me habían indicado que sería algo especial, pero nunca imaginé que tanto. No existen ni palabras ni imágenes que puedan expresar la sensación de estar en ese lugar. Porque como afirmara Humboldt: “A la naturaleza hay que sentirla; quien sólo ve y abstrae puede pasar una vida analizando plantas y animales, creyendo describir una naturaleza que, sin embargo, le será eternamente ajena”.



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