martes, 23 de junio de 2020

De Santiago de Chile a Buenos Aires


  
Junto con Martín y Omar tomé el ómnibus en la terminal de Santiago que rápidamente rumbeó hacia el norte por la autopista Los Libertadores para llegar en una hora y media a la ciudad de Los Andes. Y en ese recorrido de ochenta kilómetros pudimos observar los cultivos de cereales, frutales y hortalizas, así como la cría de animales del valle central de Chile, limitado por la cordillera de la Costa por el oeste y la de los Andes por el este. En realidad, se trataba de una planicie estrecha con varios valles transversales con clima mediterráneo continentalizado con precipitaciones inferiores a cuatrocientos milímetros anuales y concentradas en el invierno. Uno de esos valles era el del río Aconcagua que ofrecía las mejores condiciones para los viñedos destinados a la elaboración de vinos de excelente calidad, una de las producciones más importantes.

Valle Central de Chile, un verdadero vergel


Cultivo de cereales en las proximidades de la ciudad de Los Andes



Al pasar la ciudad de los Andes, el micro viró hacia el este tomando la ruta número sesenta que seguía el curso del río Aconcagua, donde a medida que avanzábamos la vegetación nos mostraba fehacientemente la marcada disminución de las precipitaciones. A la vez íbamos tomando altura en el marco de un paisaje majestuoso que llegaba a su máxima expresión al ascender por los caracoles, tan hermosos como peligrosos.


Comienzo del ascenso por Los Caracoles


A mitad de camino por Los Caracoles

  
El alto riesgo del cruce de la Cordillera, cuando ya estábamos en los comienzos del siglo XXI, se debía a la mayor cantidad de cargas y de pasajeros transportados en camiones, ómnibus y automóviles no teniendo como alternativa un ferrocarril que había sido inaugurado en 1910, año del centenario de Chile y Argentina, y que fuera clausurado en 1984. El Ferrocarril Trasandino, como era conocido, unía las ciudades de Santa Rosa de los Andes y Mendoza, en un recorrido de doscientos cuarenta y ocho kilómetros, y llegando a una altura de tres mil ciento setenta y seis metros en Los Caracoles. Y debido a las características de la zona, elevadas pendientes, grandes y prolongadas nevadas y aluviones, tuvo la particularidad de ser de trocha angosta con cremallera en algunos tramos, y de haber necesitado tanto la construcción de túneles, así como de cobertizos. Dichos cobertizos servían, además, como refugio cuando se producía alguna tormenta de nieve.

Cobertizos abandonados del ex Ferrocarril Trasandino


Mientras veía las ruinas de esa infraestructura ferroviaria, que había significado un gran esfuerzo ingenieril, económico y político en la época de su construcción, recordaba cuando mi padre había hecho ese viaje en mayo de 1962 con el fin de asistir al Campeonato Mundial de Fútbol en Chile, y había quedado varado una noche en ese lugar por una tormenta de nieve.

Lugar donde mi padre había quedado varado una noche de mayo de 1962


Ya el deshielo estaba llegando a su fin


Escasa áreas verdes en pleno verano


Pendientes muy abruptas en el sector chileno


Cielo azul y ni una nube en todo el cruce de la Cordillera


Las laderas peladas de vegetación permitían visualizar la diversidad de minerales


Muchos conos de deyección producto de la erosión mecánica


Un extenso cobertizo cercano a Portillo


A poco más llegamos a Portillo, el centro de ski con mayor tradición y raigambre de Chile que se encontraba a 2850 m.s.n.m. Había sido lugar de entrenamiento de equipos olímpicos europeos y norteamericanos.

Valle en U en Portillo durante el verano


Pasando Portillo dejaríamos la República de Chile por el Paso de los Libertadores ingresando al túnel internacional Cristo Redentor que se encontraba a una altitud de 3209 m.s.n.m. con una extensión de 3080 metros, de los cuales 1654 correspondían a territorio chileno y 1516 al argentino. Había sido construido en 1980 paralelo a un túnel similar hecho a principios del siglo XX para el Ferrocarril Trasandino. El túnel vial se encontraba excavado bajo el cerro Caracoles de 4238 m.s.n.m. y del Santa Elena de 4131 m.s.n.m. Esta obra había aportado mayor seguridad ya que previamente se cruzaba por un camino muy estrecho, sinuoso y escarpado que pasaba por la estatua del Cristo Redentor a 3833,8 m.s.n.m., quedando posteriormente limitado al acceso del turismo.
 Habíamos atravesado la Cordillera Principal o Cordillera del Límite, que no era la de mayor altura sino la que constituía una verdadera barrera orográfica dando origen a la divisoria de aguas entre el Pacífico y el Atlántico, mientras que la Cordillera Frontal, donde se encontraba el cerro Aconcagua, el más alto del continente americano con 6962 m.s.n.m., estaba formada por cordones montañosos más elevados, pero separados por los valles de los ríos del sistema del Desaguadero, una cuenca endorreica del centro-oeste argentino.

Río de las Cuevas, ya en territorio argentino


Cerro Aconcagua (6962 m.s.n.m.), el más alto de América, totalmente argentino


Pero por cuestiones propias del lugar, los controles fronterizos de ambos países se hacían más adelante donde las condiciones geográficas eran menos agresivas. Así que nos pusimos en la larga fila de micros, autos y camiones del Complejo Fronterizo Los Horcones, a 2800 m.s.n.m., donde todo parecía sumamente estricto y cuidadoso.

Martín en el Centro Fronterizo Los Horcones


Sin embargo, la impermeabilidad de la frontera no era tal, por lo menos para algunos. Ante la vista de todos, un hombre a caballo arriaba mulas que pasaban solas con su carga atravesando las zonas más escarpadas donde sólo ellas podían acceder. Ese tipo de contrabando estaba muy generalizado en las áreas montañosas de América Latina, ya que el burro o la mula, además de poder transitar por pendientes sumamente pronunciadas, seguían fielmente sin jinete el camino previamente delimitado. De ahí que se asignara el mote de “mula” a las personas que se dedicaban al contrabando hormiga.

Hombre a caballo arriando las mulas


Mulas con carga y sin jinete siguiendo el camino conocido


Después de Punta de Vacas, ya estábamos en pleno valle del río Mendoza donde las laderas eran más suaves y los valles en forma de U por efecto de la erosión glaciaria, y mayor la policromía del paisaje.

Ancho valle en U por efecto de la erosión glaciaria


Aunque estábamos en pleno verano, a posteriori del gran deshielo, las pasturas eran exiguas, creciendo la mayor parte de la vegetación en los conos de deyección. No obstante, había áreas de cría de ganado.

Aunque con exiguas pasturas, había áreas de cría de ganado


Vegetación en el cono de deyección


Los Penitentes consistían en “rocas testigo” de lo que fuera una formación anterior, cuya erosión había dejado las partes más duras sin desgastar. Y, en este caso, en especial cuando la ladera estaba cubierta de nieve, sobresalían semejando monjes ascendiendo por la montaña.

Los Penitentes, “rocas testigos” que semejaban monjes ascendiendo en la montaña


Transitábamos por la ruta nacional número siete y cuando faltaban cien kilómetros para llegar a la capital mendocina, pasamos por Uspallata. Habíamos descendido hasta los 1900 m.s.n.m., y comenzaban a aparecer las nubes, ausentes en el resto del camino. El valle de Uspallata, situado entre la Cordillera Frontal y la Precordillera, estaba poblado de álamos reparando a la pequeña localidad y generándole un microclima más benigno que el de su entorno.

Cúmulos en el valle de Uspallata


Uspallata, un oasis entre cortinas de álamos


Dejando Uspallata el paisaje volvía a tornarse árido lo que se manifestaba a través de las plantas xerófilas existentes a la vera de la ruta.

Estepa arbustiva en el camino entre Uspallata y Potrerillos


Detalle de la estepa arbustiva


El río Mendoza, que durante el estiaje se podía cruzar de un solo salto, durante el período de nevadas y especialmente de deshielo, aumentaba su caudal de tal manera que producía desastres en sus márgenes. Por esa razón entre los años 1999 y 2003 el consorcio entre Industrias Metalúrgicas Pescarmona (IMPSA) y Cartellone construyó el Embalse Potrerillos para controlar el flujo de agua destinándola para el riego, así como para la producción de electricidad dando cobertura al veinte por ciento de lo consumido en la provincia de Mendoza.

Gran cantidad de estratos y cúmulos sobre la superficie del Embalse Potrerillos


Y si bien todo parecía positivo, los especialistas en neotectónica de la Universidad de Buenos Aires habían advertido que en la zona se han producido avalanchas de rocas secas desencadenadas por sacudidas sísmicas que en épocas pasadas llegaron a endicar al río Mendoza. Y debido a existir evidencias de sucesivas reactivaciones de dichos movimientos consideraban que, ante la reiteración del fenómeno natural, se podría producir una gigantesca creciente que al volcarse a dicho dique ocasionaría desastres incalculables en las localidades de Potrerillos, Cacheuta y Luján de Cuyo.
Nada tan grave había ocurrido hasta febrero de 2009, momento en que pasábamos por allí, pero de todos modos algo indicaba que los estudios de pre-factibilidad no habían sido hechos con profundidad, ya que en menos de seis años el embalse había perdido una parte significativa de su capacidad de almacenaje debido al elevado contenido de limo del río Mendoza, reduciéndose de 1500 hectáreas a 1300 la superficie del espejo de agua. Dicha reducción no había repercutido en la producción de energía, pero sí en cuanto a su capacidad de control del caudal del río, con consecuencias peligrosas para el tramo inferior, e incluso de la capacidad del vertedero.

Espejo de agua de Potrerillos reducido por el limo del río Mendoza


Cuarenta kilómetros más y ya estábamos en Luján de Cuyo, una de las ciudades del sur del Gran Mendoza, destacada tanto por su destilería como por los viñedos y bodegas de nivel internacional.

Destilería de Luján de Cuyo, explotada en ese momento por Repsol


Viñedos de Luján de Cuyo


Ocho horas después de haber salido de Santiago de Chile, seis andando y dos de espera en los controles aduaneros, arribamos a la terminal de ómnibus de Mendoza, donde por reglamentaciones de la provincia todos nos debimos bajar del vehículo junto con los equipajes para que fuera desinfectado como medida de prevención hacia la fruticultura, como también para cargar las viandas destinadas a nuestra cena y desayuno a bordo, lo que demandaba aproximadamente una hora. Todos aprovechamos para merendar en los bares de la terminal, usar los sanitarios y estirar un poco las piernas porque aún nos quedaban otras trece horas para llegar a Buenos Aires, cuya mayor parte del viaje transcurriría durante la noche.
Al llegar a destino prontamente tuvimos que hacernos cargo de nuestras actividades laborales, pero con la imagen de la Cordillera grabada en las pupilas, lo que siempre ayuda a sortear los avatares de la vida cotidiana.



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